El goce de condenar en masa y el alivio efímero que da la venganza

El goce de condenar en masa y el alivio efímero que da la venganza
9 febrero, 2023 por Redacción La tinta

Celebración de cadenas perpetuas en redes sociales y medios de comunicación para los jóvenes involucrados en el asesinato de Fernando Baéz Sosa. Deseo de muerte, violación y castigo para la madre y la pareja involucrada en el caso de Lucio Dupuy. Las sentencias estaban escritas antes del fallo de los jueces de las dos causas y la palabra Justicia parece difícil en ese marco. ¿Qué alivio, reparación o justicia supone desear la tortura a otrx? ¿Acaso no aprendimos nada de Abuelas, Madres e Hijxs de desaparecidxs? ¿Cómo vamos a lidiar con la violencia social encarnada en sujetos particulares? En esta nota, recupero comentarios de lectores de La tinta sobre la cobertura de estos dos casos para generar diálogos y reflexionar juntxs.

Por Gabriela Bard Wigdor para La tinta

“El dolor de la pérdida es perpetuo, que la cárcel también lo sea” 

El duelo es una pérdida sin recompensa, una pérdida en el sentido profundo de esa palabra. Lo que éramos para esa persona que ya no está muere junto a ella. Trabajo difícil el duelo, más aún cuando la pérdida no parece tener sentido o tiene el terrible sentido de “la ley del más fuerte”. Tanto en el caso de Fernando Báez Sosa como Lucio Dupuy: ¿estamos haciendo un trabajo de duelo social o más bien de venganza? 

Pienso en los comentarios en redes sociales que circularon por estos días de ambos juicios, una especie de emociones vomitadas en caliente, con puntos de vista más o menos elaborados con tintes vengativos; posiciones políticas y usos de las emociones colectivas por parte de algunos sectores corporativos que siempre supieron cómo capitalizar el dolor para generar más dolor: los medios hegemónicos y el sistema judicial, la derecha neoliberal en ascenso que se encarna en abogados, políticos y organizaciones “pro vida”. Referentes de hijxs asesinadxs como Blumberg y tantas otras figuras opinando públicamente y sosteniendo que más cárcel garantiza más seguridad. 

Mientras, la sociedad, que siempre necesita sentirse “segura” frente a lo azarosa que puede ser la vida y la muerte en una sistema violento de raíz, busca en dispositivos de castigo la respuesta al dolor y la impotencia. Las cárceles llevan siglos funcionando; sin embargo, los crímenes raciales, misóginos, transodiantes continúan… la mayoría sin tanta cobertura mediática, ¿por suerte? 

El dispositivo carcelario ha demostrado ser ineficiente para quienes caen en él como apuesta a una futura “reinserción social”; al contrario, sabemos que este dispositivo genera más violencia, exclusión y muerte. Sin embargo, es lo primero a lo que recurrimos como propuesta de justicia, seguramente porque estos temas mueven pasiones tristes, nos conmueven e indignan, y queremos respuestas fáciles y rápidas. Ante estos casos de violencia: ¿de dónde surgen los datos, dónde investigamos, qué relatos e info circula o cuál accedemos? Siempre los datos se reconstruyen desde algún lugar singular y, particularmente, en los medios masivos de comunicación, el ranking de audiencias y el odio parece ser lo que mueve el amperímetro. No olvido que siempre son datos reconstruidos desde un lugar singular, una posición interesada en algún juego; en un sentido personal, estoy en la búsqueda de reparación, pero en otros actores, como los medios de comunicación masivos, parece ser incrementar ranking de audiencias y generar odio, mucho odio. Recuerdo lo que dice Althusser sobre que el sujeto es interpelado por el Otro, antes que pueda siquiera interrogarse por quién es y, quizás, por qué actuó de determinada manera. La etiqueta de víctima y victimario funciona como un traje en el que tienen que entrar todxs para ser inteligibles en los sistemas formales de justicia. Una justicia que sabemos clasista, heteropatriarcal y racista. 

“Tené empatía para con las víctimas y sus familias (…)” o “Es fácil opinar eso cuando no te toca de cerca”, como parte del mandato del nuevo imperio neoliberal de la gestión empresarial de los sentimientos que ha invadido nuestra vida y parece quedarse. Quizás la retórica neoliberal busque eso, que nos sintamos buenxs y mejores ciudadanxs cuando vomitamos nuestra frustración en clave de odio y las consecuencias son el estigma, la soledad y la ruptura de lo común. 

“Que los violen en la cárcel (…) que las torturen como hicieron a Lucio” 

La morbosidad social no tiene límites: sed de tortura, de más violencia y necesidad de saber pornográficamente todo sobre los casos. Una trama de discursos dirigidos y organizados para la espectacularización de los fenómenos de violencia y el sustrato es la búsqueda de mayor punitivismo. ¿Para sentirme moralmente buen cuidadanx, necesito que existan villanos? Operaciones de la moral capitalista, siempre ansiosa de penar a quienes no quieren jugar el juego que nos ofrecen. Sin embargo, a veces el juego se les dificulta, como con Fernando Báez Sosa, quien, en principio, no sería la figura ideal de víctima mediática por el solo hecho de ser negro. En el tipo de asesinatos grupales, en general asociado a drogas, robos o casos de “inseguridad”, quienes se ven afectadas son personas blancas de clase media, trabajadoras, etc. Y quienes agreden o delinquen (entre comillas) provienen de sectores populares y racializados. Quienes asesinaron a Fernando son jóvenes blanqueados por su relación con el rugby (aunque no todos practican este deporte), quienes asesinan a un joven racializado. 


Con Fernando, se produce un extrañamiento social, es difícil presentar del modo en que lo hacen habitualmente el caso de jóvenes de entre 19 y 22 años que matan a otro de 18 años; borrachos y en grupo, haciendo masculinidad heteronormada, algo que sucede en el rally, en la cancha, en los bailes y boliches siempre. ¿Vamos a negar ese paisaje habitual de la violencia entre barras haciendo masculinidad? La masculinidad funciona de ese modo en los cuerpos marcados como varones cisgénero, sobre todo, en el rugby, donde se tramita una especie de pacto de caballeros en la cancha y de moralizadores en la calle de todo aquel varón que se distancie de la figura de hombre viril, educado, etc. Un deporte que, como la masculinidad misma, exige pura potencia. 


Los medios blanquearon a Fernando hablando de sus aspiraciones de estudiar, con énfasis en su condición de trabajador y buena persona. Parece que, para hacer el duelo por una muerte, el asesinado tiene que cumplir con los requisitos del buen ciudadano. Seguramente, si Fernando era un “pibe chorro” o no estudiaba, o había entrado al boliche a chorear un celular, la pena social no hubiera sido la misma. Lo sabemos empíricamente: en este país, es terrible la cantidad de pibes que mueren en manos de la policía. Nadie merece la muerte, no importa cuán productivo, buen ciudadanx o proyectos tenga, nadie puede otorgarse el derecho de quitarle la vida a otrx. Tampoco el sistema penal: ¿le vamos a dar a ellos la decisión de quién vive y muere?

Qué paradoja la de los medios masivos de comunicación, tener que condenar a jóvenes blancos y construirlos como unos enfermos mentales para negar el vínculo entre clase, racialidad y género. “Los rugbier” también estudiaban, tenían proyectos, no todos eran de dinero y muchos menos actuaron durante y posteriormente del mismo modo, pero en grupo, haciendo masculinidad como expresión de virilidad, es muy posible que ocurran estas tragedias.

No sé qué reparación será la cadena perpetua para estos jóvenes, pero estoy segura de que no saldrán de la cárcel en mejores condiciones de las que entraron. En las democracias capitalistas, el sistema penal ofrece como solución la cárcel -y, momentáneamente, no más que eso-, pero no vamos a frenar la violencia masculina metiendo a todos presos. Nadie está exento de verse involucrado en acciones de violencia, es una línea delgada muy fácil de cruzar, más cuando estamos siendo todos los días violentados por la desigualdad de las relaciones jerarquizadas y que nos aíslan. 

Hoy, sabemos que estos pibes van a pasar una buena cantidad de años en la cárcel y que eso no va a darle paz a la familia, no va a devolver a Fernando ni nos va a enseñar nada como sociedad. Los jueces y fiscales parecen haber cedido a las presiones de los medios en lugar del sistema de derecho, el fallo estaba dictado de antemano. No es casualidad que Fernando Burlando sea el abogado de la familia de Fernando Báez Sosa, un tipo que se pasea por la televisión mostrando su potencia viril, haciendo de este caso una cruzada personal. Presionando con sus declaraciones al sistema penal, acumulando, gozando con el prestigio de ser el héroe del momento. Reproduciendo la idea de la buena víctima y de los malos, los villanos que merecen sufrir en el infierno de la nulidad social. Ellos también tienen familia, madre que los quiere, hermanxs que los pierden. Solo eso, que los derechos humanos no sean selectivos.

“Mataron un niño, merecen la muerte ya”

No existe algo más terrible que el abuso y asesinato de niñeces. A Lucio Dupuy nadie lo cuidó, las instituciones que debían velar por él lo dejaron solo, la comunidad no intervino como era necesario, existían evidencias de violencia física, psicológica y procesos acelerados de revinculación familiar. Esto se podría haber prevenido si cada unx de quienes son responsables por hacer cumplir los derechos y asistir asistieran. 

Sobre este caso, también quiero decir que nada tiene que ver con violencia de género. La violencia de género es dañar a otra persona a causa de su género, es decir, por ser mujer, travesti, transexual o no binarie. Ese es el alcance de lo que el Estado ha tipificado como violencia de género en la Ley n.° 26.485 de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales. Antes de que se enojen, condeno este caso, me da pesadillas, pero quiero ser justa con los términos porque el lenguaje condiciona la realidad.  

En estos días, escuché que decían que torturaban a Lucio por ser varón, que las mujeres involucradas eran feministas aborteras, odiantes de los varones, forzando el caso para que pueda ingresar en las agendas antiderechos de las derechas en ascenso, neoliberales en lo económico y conservadoras reaccionarias en lo social. Usan este caso para reinstalar la familia heteropatriarcal como modelo de la salud mental cuando la mayoría de ese tipo de casos se da en manos de varones cisgénero y en familias heterosexuales.

El caso de Lucio es violencia contra las niñeces, violencia física, sexual, emocional, abandono y explotación, no solo por parte de su madre y la pareja, sino por la comunidad que no intervino y por las instituciones que se desentendieron del caso. Casos como estos suceden todos los días, en manos de progenitores varones que habitualmente son impunes y que nadie acusa de odiar a las mujeres. Según cifras del Ministerio de Justicia y UNICEF, en Argentina, se registraron 3.219 víctimas de abuso infantil en el 2020. En todos los grupos etarios, el mayor porcentaje es de niñas, representando casi 4 veces más que el masculino. La diferencia según género se amplía a mayor edad de la víctima. Además, las víctimas fueron abusadas por un varón de su entorno cercano o de confianza. Solo el 2% de las denuncias por abuso sexual contra las infancias tiene sentencia.

En el caso de Lucio, pareciera que la condena, junto con el abuso y asesinato, es que sus cuidadoras son lesbianas. ¿Será que no desean familias plurales porque desarma la institución patriarcal del matrimonio heterosexual? El  sistema capitalista necesita controlar el cuerpo de las mujeres cisgénero, trans, travestis y lesbianas porque se alimenta de las tareas de cuidado y domésticas no pagas. Quizás por eso, a determinados sectores sociales, la posibilidad de una familia sin una presencia masculina cisgénero lxs indigna y toda la maquinaria heteropatriarcal apunta y atenta contra la vida de las lesbianas. Basta recordar que, en Brasil, el promedio de vida de una lesbiana es de 29 años. 

¿Cómo sería pensar en otro tipo de sentido de justicia? Justicia por Fernando y por Lucio es que nos hagamos cargo de transformar este sistema de muerte y crear formas alternativas, situadas y reparadoras de cuidarnos. No tengo la solución, pero sé que la venganza y el odio no es el camino. La edad media europea es un sitio que no quisiera visitar. 

*Por Gabriela Bard Wigdor para La tinta / Imagen de portada: 

Palabras claves: Fernando Báez Sosa, Lucio Dupuy

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