¿Podemos desear-nos mal?

¿Podemos desear-nos mal?
16 febrero, 2023 por Redacción La tinta

Los pensamientos intrusivos son esos pensamientos, imágenes e impulsos que irrumpen o aparecen de forma no esperada en nosotrxs, generando gran malestar, ansiedad y angustia. Generalmente, se presentan de manera intensa y robusta, se tornan difíciles de desalojar y tienen un formato bastante hostil con unx. Por ejemplo: “Sos unx mentirosx”, “unx fracasadx”, “mala persona”, “te va a salir mal”, “mejor no”, “¿por qué haces eso?”, “¿estás segurx?”, “qué hubiera pasado si…”, etc… De algún modo, se sabe que “esa voz no es ajena”, no proviene de “afuera”, sino de “adentro”, producto de la “propia mente”, de ese afuera interiorizado, pero: ¿hay adentro, hay afuera? ¿Qué es propio y qué ajeno? 

Por Juliana Colángelo para La tinta

1.

Cada unx de nosotrxs es una compleja composición de micropartículas expresivas, una infinidad de matices, formas, colores, olores, sabores, órganos, células, territorios, barrios, climas, placeres, violencias, trayectos, instituciones, pastillas, bares, afectos, lecturas, vínculos, abandonos, dolores, exilios, alegrías, pesares, amores, astros, montañas, subtes, comunidades, duelos, encuentros, tonos, ideas, imágenes, melodías, pensamientos y todo aquello que ni siquiera pueda nombrarse. Entonces, un pensamiento no es del todo propio ni del todo ajeno, como lxs intrusxs. 

1.

Unx intrusx no es ni propio ni ajeno. Más bien, se encarga de instaurarse e ir ocupando cada vez más territorios hasta borrar cualquier rasgo de extranjería para adosarse al yo hasta fusionarse. Los pensamientos intrusivos son modos de captura. Una especie de injerto, un parásito, una casa de alquiler, en fin, algo que “se introduce por fuerza, por sorpresa o por astucia; en todo caso, sin derecho y sin haber sido admitido de antemano”, como refiere Nancy. Lx intrusx se presenta y atraviesa el supuesto borde que nos da forma, pero si la frontera en la que habito mi nombre es más precaria que consistente, más frágil que impenetrable, ¿dónde es adentro y dónde es afuera? ¿Es unx intrusx o unx habitante? Quizás, entonces, no se trate de intentar definir la pureza fronteriza de ningún pensamiento ni de ningún intrusx, sino del registro sensitivo e intensivo, sus fuerzas y afectaciones, qué produce, cómo funciona, para qué. Quizás intente definir lo intrusivo como una fuerza centrífuga que opera en nosotrxs y nos impide la acción, una fuerza reactiva que parece estar moviéndose a una gran velocidad cuando lo cierto es que no cambió nada, solamente se agotó de correr en espirales que siempre aterrizan en el mismo punto: la impotencia, la ansiedad, la angustia. Es agotador disponer las fuerzas al servicio de la impotencia. Ya no hay pensamiento, está intrusado, capturado, trabajando al servicio de la explotación que algunxs nombran como «auto-explotación» (yo aún me resisto). 

2.

¿Cómo es, entonces, que un pensamiento «impropio o propio» (ya nos da igual) irrumpe en lo que escucho de una manera cruenta y hostil hacia mí? ¿Podemos desear-nos mal? Creería que sí, pero me inclino por pensar que ello nunca ocurre de manera aislada e inocente, es más, infiero que si ello sucede es porque he ahí unx intrusx de las fuerzas represivas del deseo operando en sus más sutiles mecanismos de captura psíquica, de aquella gran fuerza revolucionaria que muchas veces se ve encerrada, capturada, diagramada, girando en los bordes de lo que algunxs definen como lo posible, en la persecución de lo mismo, en la conservación de las formas, en la carrera para recibirse de individuo: «Ser alguien en la vida». Lx intrusx, agente policial parasitario de la moral social, interviene de maneras sutiles y sofisticadas en ciertos modos de pensar, decir, hacer, desear. Lx intrusx llega, se instala, se aloja habiendo encontrado las condiciones –para nada exigentes– de habitabilidad disponibles: un territorio sensible, dolido, lastimado en algún o algunos momentos de su trayectoria vital, es decir, potencialmente todxs y mucho más algunxs que otrxs. Como refiere Nancy, “si la ajenidad venía de afuera, era porque antes había aparecido adentro”. Lx intrusx se instaura, ensaya, prueba, insiste, copia, imita cada movimiento singular, lo adopta, lo contagia, lo parasita, lo fagosita, borra el límite con la extrañeza. Lx intrusx ya vive en casa. Se armó una pequeña morada, se fusionó con el territorio. Imita tan bien mi tono de voz que la diferencia es casi imperceptible. En ocasiones, toma el control remoto psíquico y regula los volúmenes intensivos de lo escuchable. Y si bien, como dice Grabowski, “todxs escuchamos voces”, lx intrusx parecería tomar el control para regular las intensidades de lo que quiere que sea escuchable, como si redujera al mínimo ciertas voces y solo volviera audibles otras. Se trata de una inflación psíquica que incrementa una variable en detrimento de otras, muy astutamente hace pasar el problema por otro lado. Los mecanismos inflacionarios, como explica Guattari, “son un buen ejemplo de la intrusión constante de lo social en la economía [psíquica]”, en tanto “lo ‘normal’ no es el equilibrio (…), sino la inflación, ya que esta es un sistema para reajustar relaciones de poder”. De ese modo, se vuelve difícil advertir alguna exterioridad y «lo normal» es esta inflación psíquica agotadora. 

La inflación de ciertos pensamientos por parte del intrusx genera el aturdimiento necesario para confundir el estado de las cosas ajustando lo escuchable a las relaciones de poder que empujan para inflar algunas y silenciar otras. Como un medio de comunicación masivo. La única voz se impone como una sola versión de lo posible, como un monólogo incrustado en repetición, reduciendo la sonoridad a lo audible. El silencio ya no es aquel espacio de reposo, ese sonido placentero ante tanto ruido, sino un vacío donde lx intrusx pueda operar. Cada vez menos voces, algunxs dirán «más salud», otrxs diremos más de lo mismo: menos variabilidad, sonoridad, matices, diferencias, multiplicidad, diversión. 

Unx mismx escuchando a lx intrusx que ya no es más otrx, sino unx invadidx por un coro desafinado y cruel que paraliza cualquier movimiento posible. Dirá Nancy, “el intruso está en mí y me convierto en extranjero para mí mismo”. Entonces, lo terrible, ya no sé quién soy, si acaso ello es posible y, estando intrusados mis afectos, ahora confundo deseo con ansiedad. Ya no sé lo que quiero o deseo porque, cuando ello aparece, está intrusado, aparateado, contaminado. Resulta paradójico seguirle la pista a la ansiedad que parece funcionar como un distractor que empuja para que no haya desvío, para que la acción rebote y vuelva a su curso, a su pequeño nicho privado. Quizás, a veces, haya que intentarlo. 

3.

Los efectos a largo plazo son devastadores, casi no se escuchan otras versiones que no sean las intrusivas, el silencio no existe y el deseo se aquietó capturado en un estribillo que siempre dice lo mismo. Ya no hay diferencia entre el desear y la ansiedad que produce, ya no hay diferencia entre pensar y ser pensado. Como explica Nancy, “se sale desorientado de la aventura. Uno ya no se reconoce: pero ‘reconocer’ no tiene ahora sentido. Uno no tarda en ser una mera fluctuación, una suspensión de ajenidad entre estados mal identificados, dolores, impotencias, desfallecimientos. La relación consigo mismo se convierte en un problema, una dificultad o una opacidad; se da a través del mal o del miedo, ya no hay nada inmediato y las mediaciones cansan”. Los pensamientos están pegados, enredados, casi que resulta fácil a esta altura desconfiar de sí, de lo que quiere, de lo que puede: “Yo mismo me convierto en mi intruso, de todas esas maneras acumuladas y opuestas”. Ahora sí, puedo desearme «mal», puedo castigarme, asustarme, desconfiarme. El deseo infiltrado intenta «ser normal», llegar a tiempo, cumplir, ser perfectx, poder con todo, producir, salir, gustar, amar, ser lindx, ser alguien. Tarea cruenta, fallada e imposible. Ya a esta altura: “En vez de ser una molestia, es una perturbación en la intimidad”. La intimidad está sitiada.

4. Hacernos las preguntas 

Alguien me dijo alguna vez: tenemos que cambiar las preguntas que nos hacemos a nosotrxs mismxs. Es cierto, las preguntas que nos hacemos muchas veces arman un territorio delimitado de antemano de respuestas posibles. Y las intrusivas –ya sea en formato de pregunta o de sentencia– recortan y delimitan el campo de lo posible a un sucucho perdido en unx donde no hay forma de respirar allí. Cuando los grados de captura son graves, el pensamiento está acelerado, entretenido, trabajando en un problema-trampa que no tiene solución y el cuerpo, que también es pensamiento, está rígido, pausado, imposibilitado. La ficción cartesiana cuerpo/mente encuentra, de este modo, las condiciones necesarias para efectuarse y no porque esta sea «cierta o verdadera», sino porque se vuelve un efecto producido para evitar la acción. Nos volvemos zombis, inhibidxs que no accionan; en todo caso, reaccionan. El cuerpo paralizado, la mente inflada e inflamada. 

5. Intrusar lo intrusivo 

…allí donde se ejercen las fuerzas que hacen del pensamiento
algo activo y afirmativo.
(Deleuze, 1998) 

¿Cómo se recupera un cuerpo? ¿Cómo se destituye del poder despótico a un órgano inflacionario? ¿Cómo se baja la velocidad del pensamiento que lo arrasa y diluye? ¿Cómo se intrusa a lo intrusivo? Quizás sea una pregunta que esconda otra: ¿cómo cambiar nuestras condiciones de existencia, los territorios donde habitan nuestros sentires, los paisajes por donde naufragan nuestras ideas? ¿Cómo producir nuevas formas? ¿Cómo cambiar nuestras preguntas? ¿Cómo producir pensamiento/deseo? 

Intrusar lo intrusivo no tiene fórmula, quizás en ello radique su máxima potencia y, a su vez, su desesperación más profunda. No hay manual mágico ni universal y, mucho menos, individual y, de nuevo, quizás allí radique su maravillosa potencia y su mayor riesgo: la soledad, el vacío repleto del ensimismadx que cree ser el problema. 

6. Inventariarnos las salidas

Inventariar requiere de inventar e inventar requiere de una colectividad que pueda ensayar, fracasar, dudar y también imaginar más allá de lo dado, como dice Guattari, “en detrimento de las inhibiciones individuales”. 

Afirmar con Muñoz que “el presente no basta”, es una invitación permanente al inconformismo, una revuelta al falso «aquí y ahora» que, de tanto presentismo absoluto, no puede conjurar los fantasmas del futuro que describe Grabowski. 

Desconfiar de las preguntas que presuponen respuestas pre-armadas, sospechar aún más si, encima, son dos. No todo es pensable. 

Perspectivar, moverse, cambiar los trayectos, ver desde otros puntos, alejarse, acercarse, ensayar, crear nuevas formas de mirar. De ello depende también pensar. Recordar, de acuerdo con Deleuze, que “tenemos las verdades que merecemos según el lugar al que llevamos nuestra existencia, la hora en que velamos, el elemento que frecuentamos. No hay idea más falsa que la de que la verdad salga de un pozo”.

Pensar, al modo nietzscheano-deleuzeano, “es producir un lanzamiento de dados”. Es un movimiento chiquitito con la potencia de “inventar nuevas posibilidades de vida”. Pensar requiere producir una diferencia que nos fuerce a salir del borde de lo posible, a intrusar territorios desconocidos, ansiógenos, fantaseados, rudimentarios, chiquitos, sutiles, mortales. Como dice Rolnik, pensar es “una práctica de ‘cura’ de las obstrucciones del flujo vital”. Un raspaje de clichés que auguran otro cielo, “lo aún-no-consciente”, que anuncia Muñoz, para despertar una vida.

*Por Juliana Colángelo para La tinta / Imagen de portada: A/D.


Psicóloga clínica y profesora (UBA), investigadora en Grupo de Filosofía Aplicada y Políticas Queer (PolQueer) de la UBA/SADAF y activista antimanicomial (FAB).

Palabras claves: Salud Mental, Vínculos

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