«Las Malvinas son argentinas y el lago Escondido también»
Tras una semana de movilización y con una masiva presencia de dirigentes políticos, gremiales y militantes de distintos puntos del país -representando a más de un centenar de organizaciones-, el sábado pasado, concluyó la 7° Marcha Federal por la Soberanía en Río Negro. Días de tensión y de resistencia. En esta nota, un relato en primera persona de la fotógrafa y reportera de la agencia Télam, Alejandra Bartoliche, una de las víctimas del hostigamiento y la violencia sufridas por parte del grupo del magnate británico Joe Lewis.
Por Redacción La tinta
Alejandra Bartoliche es fotógrafa y reportera gráfica, y vive en Bariloche. Desde hace 25 años, es corresponsal en la Agencia Nacional de Noticias Télam. La semana pasada, fue una de las víctimas de la seguidilla de episodios de violencia propinados por la patota del magnate británico Joe Lewis.
La 7° Marcha Federal por la Soberanía buscó visibilizar que Lewis -uno de los hombres más ricos del mundo e íntimo amigo del expresidente Mauricio Macri- viola la soberanía nacional en torno del lago Escondido, en Río Negro, obstaculizando la libre circulación por sus márgenes. En octubre, se supo que miembros del Poder Judicial, funcionarios del gobierno porteño, empresarios de medios de comunicación y un exintegrante de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) habían realizado un viaje a la propiedad de Lewis.
«Agradecemos a todas las organizaciones participantes y al pueblo argentino por su lucha, por apoyar esta causa de soberanía nacional y recuperar el sentimiento patriótico. Las Malvinas son argentinas y el lago Escondido también«, señalaron desde la Fundación Interactiva para la Promoción de la Cultura del Agua (FIPCA), encargada de la convocatoria, pero el sabor que prevalece de fondo es amargo.
La semana pasada, la doctora en Ciencias Sociales, profesora y comunicadora, Cora Gamarnik, publicó en sus redes: “El video que voy a compartir muestra cómo un tipo a caballo al servicio de Joe Lewis intenta sacarle la cámara a la fotoperiodista Alejandra Bartoliche. Ella defiende la cámara y logra retenerla, pero queda golpeada en el piso. Esto pasó hace dos días cuando ella fue a cubrir como corresponsal de Télam la 7° Marcha por la Soberanía hacia el lago Escondido desde El Bolsón y un grupo de matones los interceptó, golpeó, corrió con rebenques y varixs manifestantes terminaron heridos. Toda mi solidaridad con Alejandra. No podemos permitir más esto. Es una locura total. Que se identifique quién es el tipo que le hizo eso, que se identifique a todos esos matones y se los juzgue como corresponde”.
En diálogo con La tinta, Bartoliche contó: “Yo fui a cubrir la marcha, llegué temprano el día anterior y fui ese día, donde ya se veía hostigamiento. Me presenté como periodista ahí en el portón. De entrada, tuve un cruce de palabras con uno de ellos , pero después se fue desarrollando la nota, cubrí lo que estaba pasando y, en un momento, se da la posibilidad de ingresar con un grupo y fui con ellos porque me parecía que esa era la nota distinta del día. Caminamos un par de kilómetros. Llegamos por el otro lado, por donde estaban los caballos. Ahí, cada uno se volvió a presentar, había gente del ParlaSur, del MST, de La izquierda diario… y yo me presenté como lo que era, periodista de la agencia Télam”.
A partir de ahí, el relato de terror de la fotorreportera es cruel: “’Váyanse’, nos empezaron a decir, ‘váyanse por donde vinieron, los vamos a cagar a tiros’, o algo así, no sé, nos decían. En el lío que se armó, era lo que alcanzaba a escuchar, pero, bueno, arengando y amenazando. En ese momento, me doy cuenta de que se empieza a pudrir todo, mandan los caballos, me refugio en un árbol para poder sacar fotos, logro sacar algunas y ahí, cuando me ubican, una persona con un caballo blanco me empieza a arrear y no me dejaba salir. Me encerraba permanentemente, gritándome que me vaya y no me dejaba ir tampoco, así que, en un momento, logro zafar y, bueno, otro caballo con otros dos (que se ve bien en el vídeo de arriba) me intenta quitar la cámara. Yo le digo que soy periodista en todo momento y, bueno, no puede sacármela y caigo de espaldas. Y me lastiman la cabeza y los brazos, que ya estaban bastante magullados, la espalda con golpes. Me levanto como puedo, porque el golpe en la cabeza me deja medio mareada, y salgo corriendo por donde había venido”.
Bartoliche cuenta que, en medio de la violencia, pierde la noción del tiempo. Que el tiempo pasa rápido, que no sabe cuánto pasó, que ve sangre, gente lastimada. Y que, aunque cuando llega la policía lo primero que piensan es, bueno, qué suerte, llegan a ayudarnos, lo que sucede solo profundiza el hostigamiento: “Resulta que la policía llegó en una camioneta privada. Y nos damos cuenta de que los choferes nos quieren hacer el jueguito de que nos iban a llevar por delante, ¿no? La joda esa, con la policía adentro en la caja y en la cabina… Cuando se bajan, les decimos: ‘Miren, estas personas estaban recién ahí hostigándonos, qué van a hacer ustedes con ellos, llamen a una ambulancia urgente’. Pero la policía dice que no tenía móviles y que tampoco tenía handy, así que les pedimos que nos saque del lugar porque, además, nos seguían verdugueando verbalmente. Y, entonces, el jefe que estaba ahí le dice a uno: ‘Subite a la camioneta y que vayan a buscar una ambulancia’. Y, bueno, después salimos todos en ambulancia”.
Hace unos años, en una instancia de formación que este medio ofrecía y en el que la propia Alejandra Bartoliche era una de las talleristas, decíamos que el fotoperiodismo es una piedra fundamental de la historia y la construcción de otros relatos del presente, imprescindible e irreemplazable en la lucha social: las imágenes que retratan los grandes momentos colectivos, el ojo de la cámara que llega donde el resto no y oficia de testimonio de todo aquello que pretende ser invisibilizado. Hoy, con el relato de la fotoperiodista desde nuestro sur saqueado, nunca más vigente.
*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: Alejandra Bartoliche para Télam.
