Elogio de la rave: una sensual joda de 5 días en la sierra granadina
A pesar de la campaña mediática y del hostigamiento policial, la rave de La Peza duró 5 días y congregó a miles de personas. Los vecinos de esta localidad española, cuya juventud, en su inmensa mayoría, debió irse a buscar mejor futuro a las ciudades, se sumaron a la joda techno y piden que el año que viene se repita. Drogas, música, delirio. ¿Cuántas formas de ocio son posibles?
Por Santiago Torrado para La tinta
Los 1.100 habitantes del pueblo de La Peza, en la provincia española de Granada, fueron anfitriones involuntarios de una monumental fiesta electrónica en los últimos días del 2022. Durante las primeras horas del viernes 30 de diciembre, una larga fila de autocaravanas atravesaba la sierra de Guadix rumbo a la más inhóspita nada, donde decenas de raveros venidos de todo el país fueron instalando paradas de comida, de ropa, de artesanías y productos autogestivos, también, por supuesto, bafles de sonido, escenarios, grupos electrógenos y luces de colores. La rave de La Peza duró cinco días y congregó a casi 5.000 personas.
“Los organizadores fueron varios colectivos. Estuvieron pensando en la fiesta desde mucho antes. Son espacios que organizan free parties por todo el estado español e, incluso, alguno de fuera del país”, señaló Aixa, una asistente, en diálogo con La tinta. “Vino gente de todos lados, algunos a montar los escenarios y sonidos, otros a pinchar, otros estaban de voluntarios para recoger la basura. La idea era que todo quede como lo encontramos. Incluso, se contrató un camión de residuos. Todo estaba coordinado y organizado”, enfatizó. A pesar de todo, pasado el tercer día de fiesta, las autoridades locales intentaron bloquear los accesos al predio y comenzaron a hostigar a los asistentes. “La policía cerró el parking que habíamos improvisado el primer día, lo que implicaba dar una vuelta de 45 minutos o 1 hora caminando para llegar al lugar. Aún así, nunca dejó de llegar gente”, señala Aixa, que se desplazó desde Granada para el evento. Por su parte, los medios hegemónicos de comunicación impulsaron una fuerte campaña hablando de “la fiesta ilegal de La Peza”.
A pesar de la perspectiva criminalizadora y estigmatizante que suele ponerse en marcha cuando se habla de este tipo de eventos, los vecinos de La Peza cerraron filas a favor de la jodita: “Yo estoy encantada, he subido a ver cómo es y me han tratado fenomenal. ¡Por mí, como si se quieren quedar a vivir! Las criaturas no molestan”, declaró una vecina entrevistada por Televisión Española. En el corazón de este pueblo donde apenas quedan jóvenes, donde el vaciamiento generacional y la falta de oportunidades apenas dejó un millar de adultos mayores, la alegría volvió por un rato a ritmo de soundsystem. “La simpatía y la buena onda con los vecinos era algo que se comentaba bastante entre nosotras. Muchos paseaban por el lugar preguntándonos qué tal la estábamos pasando, hubo incluso algún abuelo con nietos”, señaló Aixa.
Resulta evidente que alrededor de este tipo de fiestas existe un amplio abanico de prejuicios más o menos fundados. Sin embargo, más allá de la evidente circulación de sustancias psicoactivas y estimulantes que rodean las raves, cabe preguntarse, por un lado, ¿qué espacios de ocio están exentos de sustancias varias? Y, por otro, ¿no es mejor habitar espacios de ocio cuya centralidad sea el libre acceso gratuito, la cooperación, la organización colectiva y la autogestión? ¿Podrían habilitarse o mejorarse puntos de cuidado y reducción de daños con la cooperación del Estado quizás? No cabe duda de que las fiestas techno que buscan escapar a la lógica mercantil del ocio proponen otras formas de diversión que son, al menos, atendibles y cada vez más populares.
Freeparties: varias décadas de underground
Lo cierto es que las fiestas electrónicas siempre estuvieron ahí, más o menos desde los últimos 40 años. Las freeparties, también llamadas raves (delirio), se popularizaron en los años 70 y 80, primero, en Reino Unido y, luego, se extendieron por toda Europa. De ahí, saltaron a Estados Unidos inaugurando el llamado estilo acid house. Con la popularización de la música techno y la llegada de las llamadas “drogas de club” o “drogas de diseño”, se fue generando un amplio público de raverxs que se desplazaban por todo el continente en busca de espacios abiertos y al aire libre, o de edificios abandonados en el extrarradio de las ciudades. Allí, se daba espacio al disfrute y el desborde, la idea de un ocio que no estuviera construido como una mercancía, sino como un espacio de puro goce.
El declive del hippismo y el florecimiento de las tecnologías, que dibujaban un futuro distópico con luces de neón, fueron aportando la estética que llevaría al techno a ser el fenómeno que es hoy. Una cultura desbordante de sentidos donde decenas de estilos distintos conforman una misma familia musical que atrae seguidores en todo el mundo. Hay fiestas carísimas y fiestas gratis. Hay raves de 10 personas y raves de 10.000. Hay DJ consagrados como Richie Hawtin y los hay ignotos, que tienen en las freeparties su primera oportunidad de tocar. La consigna es -casi siempre- que el goce sea para todxs y que no pare la música.
Se puede discutir y debatir mucho sobre su oportunidad y conveniencia, y, sin embargo, las raves siguen existiendo por algo. Son, más que una jodita, una posibilidad. Son otro ocio posible.
*Por Santiago Torrado para La tinta / Imagen de portada: El País.