“Allí mis pequeños ojos”, la fascinación por mirar la vida cotidiana
La serie fotográfica de Guillermo Franco te invita a pasear por el mundo exterior e interior al mismo tiempo. Te hace parte de descubrir lo invisible y lo inesperado de un cotidiano que a veces vemos, pero no miramos. «Cada tanto, vagabundeo con cámara sin rollo y miro. Miro y obturo, obturo y vibro, vibro y respiro, respiro y vivo. Dice Ramón Gómez de la Serna: ‘No soy ni pensador ni escritor, soy mirador'». Una nota para subirnos al hombro de Franco y compartir la caminata.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Hace unos años, el nombre de una serie de fotos que conocí a través de unas postales me sedujo hipnóticamente: Allí mis pequeños ojos. Por supuesto, funcionó de umbral para que las propias imágenes fueran las verdaderas hechiceras visuales. Cuando las miraba, podía salir a vagabundear -en el mejor de los sentidos- por esquinas, rincones, medianeras. Y las veredas y los perros callejeros que ahí estaban eran -tal vez- los que, alguna vez, yo también había visto.
Le pregunto a Guillermo Franco, su autor, por el título: «Gentileza, sin permiso, de Federico García Lorca (poeta en Nueva York): ‘Allí donde el sueño / tropezaba con su realidad / allí mis pequeños ojos'», y agrega: “Sueño y realidad, ¿qué otra cosa, si no, es una instantánea del entorno?”. Franco termina rematando con una cita de Alicia D’Amico: «Las fotos son radiografías de nuestras inquietudes, de nuestro sentir. Prolongan algunos de nuestros sueños con la chatura de la baraja y la plenitud del amor”. El fotógrafo me cuenta que armó Allí mis pequeños ojos con fotos tomadas entre el 2009 y el 2015, y que surgió del deseo y la fascinación por mirar la vida cotidiana.
A cada pregunta que le hago, a cada indagación sobre lo concreto, a cada interrogante (quizás) punzante, el comunicador (y, desde hace dos décadas, programador cinematográfico del Cineclub Municipal Hugo del Carril) me responde escurridizamente, trayéndome citas, recordándome que, muchas veces, es mejor no explicar tanto, sobre todo, si entramos en el mundo de la creatividad. El remate sobre por qué surge la serie es: «Dice Antonio Muñoz Molina: ‘Nada más pisar la calle, comienza el aprendizaje de lo inesperado’. Dice Sabine Weiss: ‘Lo único que he hecho ha sido fotografiar aquello con lo que me tropezaba en la calle y me gustaba’. Y dice Ferdinando Scianna: ‘¿Qué significa fotografiar? Para mí, significa vivir'».
¿Ver o mirar? «Ver es, simplemente, ejercitar un sentido, el de la vista. Algo que todos practicamos de manera parecida, siempre y cuando no suframos alguna discapacidad visual importante. Mirar, en cambio, es una acción más única, rica y compleja. Mirar es un verbo que incluye a otros: creer, pensar, querer… Ver es algo que nos implica a todos. Mirar nos involucra a cada uno. Y todos no es lo mismo que cada uno. Todos ni siquiera es la suma de los cada uno. Por suerte, todos vemos lo mismo, pero, por fortuna, cada uno miramos diferente. Vemos solo lo visible. Miramos también lo invisible. El mirar construye miradas. Y ese es el patrimonio de los fotógrafos: su mirada. Definitivamente, la fotografía es cuestión de mirar. No de ver, de mirar. Dice Roberto Juarroz: ‘La vida nos acorta la vista y nos alarga la mirada'».
Guillermo Franco habla de la cámara sin rollo. «De Henri Cartier-Bresson, aprendí algo increíble. En un documental, descubrí cómo -a veces- obturaba intencionalmente sin película en la cámara. ‘Hacía fotos’ (entre comillas) que nunca verían la luz. Pensé que bromeaba. Con el tiempo, conjeturé algo trascendente en ese hecho ‘disparatado’. Cada tanto, emulo al maestro, vagabundeo con cámara sin rollo y miro. Miro y obturo, obturo y vibro, vibro y respiro, respiro y vivo. Dice Ramón Gómez de la Serna: ‘No soy ni pensador ni escritor, soy mirador'».
Mientras la muestra permanecerá expuesta en la Galería Fotográfica un par de meses más y, paralelamente, será exhibida en la XI edición de FineArt Igualada -en España-, un libro de la serie está próximo a salir de la cocina. Un libro que no estará a la venta y que, como explica Guillermo, nace del entusiasmo y la camaradería entre amigos: «Un fotógrafo; un poeta y editor, Gastón Sironi; otro fotógrafo (también curador), Rodrigo Fierro; y un diseñador gráfico, Santiago Guerrero. Se juntan, celebran un modo de ver, trabajan por gusto y con pasión, y ahora andan por la vida obsequiando el libro a sus seres queridos».
Entonces, no tengo otra que preguntar: ¿por qué esa búsqueda de lo tangible de una fotografía impresa, de una postal, de las páginas de un fotolibro? «Todo eso es efecto colateral, consecuencia no buscada. Lo que me subyuga es mirar. Privilegio el momento de observar/sentir/obturar, no las imágenes resultantes. Por ello, uso aún cámaras analógicas, por apego a la imagen latente. En su sigilo, conviven, mancomunados, el misterio de lo eterno y la magia de lo escondido. He allí una ensoñación intocable, pero perdurable; cuando una fotografía (aún sin revelar) solo se vislumbra grabada en nuestras retinas y en nuestro corazón. Dice Jorge Luis Borges: ‘La perplejidad es el secreto del laberinto'», finaliza Franco.
*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imagen de portada: Guillermo Franco.
