Sobre el VAR y la Sharon Stone: ruptura del continuo en el fútbol

Sobre el VAR y la Sharon Stone: ruptura del continuo en el fútbol
23 noviembre, 2022 por Redacción La tinta

Por Agustín J. Valle para Lobo Suelto

“La prueba parecía inobjetable, pero el Loco se plantó.
‘Fue gol’. -‘¿Y eso que se ve ahí?’-, intenta acorralarlo el Inquisidor Araujo.
‘Es un truco de la televisión: en la cancha fue gol’”.

Ignacio Lewkowicz, Dallalíbera (inédito, 1992)

Ah, es difícil estar al día. El desapego de la actualidad es relativo, es variable, es decidido y no decidido, es fuente de sufrimiento y también de orgullo. Puede ser cosa de unas horas…

Esto para decir que pasó el mundial, pasó el VAR y me quedé sin poder articular una idea. De algo nimio, pero que participa de las mutaciones programáticas de nuestro tiempo (“mutaciones programáticas”: oxímoron del capitalismo). Otra degradación del cuerpo, de la experiencia y del presente. Por ahora, el VAR no introduce “justicia” alguna: ¿cuándo se pide y cuándo no se pide el VAR? ¿Qué sacerdote regula el poder de verificación pantallística? Quizá podría mejorarse, “como en el tenis”, me indica un amigo: que cada equipo pueda pedir uno o dos VAR por tiempo… Podría ser. En el tenis, es hasta gracioso: todos mirando la pantallota donde una animación digital resulta ser, de modo inapelable, la verdad. La animación digital es la verdad; nuestro ánimo, nuestra alma, nuestro aliento, entonces, vale menos. Ver un juego deportivo en vivo es emocionante, pero las sensaciones que da nuestra percepción sensorial ocupan un nivel inferior en la escala de la realidad.

El árbitro, dice Villoro, es el que más ama la bocha: la quieren tanto, que admiten no tocarla y ser insultados masivamente, con tal de estar cerquita de ella. El referí es el juez, el ortiba, el que se viste siempre de negro aunque disimule con colores, pero está adentro del juego. Los árbitros, entre ellos, se dicen: “¿Jugás el domingo?”. Juegan a arbitrar, es su rol en el juego. Lo que ya no son es los operadores del criterio de verdad; la verdad del terreno de juego ya no está depositada en el cuerpo que juega al juez. Ahora el juez jugador suspende el juego para ir a consultar al dios pantalla. Es un dios contrario al de Nietzsche; si Zarathustra exigía una deidad capaz de bailar, el Dios pantalla domina porque detiene y descompone el movimiento fragmentada y mecánicamente.

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(Imagen: A/D)

La supremacía de la pantalla opera descomponiendo la experiencia. Lo que el juez mira no es siquiera la repetición. Mira la cámara lenta; más aún, mira un frame by frame, un cuadro a cuadro. El VAR interrumpe el juego porque su criterio de verdad se basa en una interrupción del continuo experiencial. La experiencia en sí misma es sucia, impura; el continuo de la vida es difícil de gobernar, y entonces la verificación mediática introduce un discontinuo donde segmentar y observar: toca o no toca. En el discontinuo reina la razón binaria: hay contacto o no hay contacto, pasa o no pasa el electrón, es amigo de la democracia sonrisona o le toca el escarnio… Sí o no: sin dudas. Como si la duda no fuera una instancia natural para la vida, una instancia que requiere un modo específico de ser habitada (en efecto: la decisión). De vuelta Zarathustra: “Solo en el mercado le exigen a uno que responda: ‘¿Sí o no?’”. La razón binaria es una faz de la subjetividad mercantil.

El VAR entonces muestra que hay penal; sí, hay penal en el var. Eso no dice casi nada sobre la verdad del continuo; pelota y brazo se tocan, la mano prende la camiseta, pero, ¿qué incidencia tiene en el sentido de la jugada? ¿Qué intención hay? ¿Qué intensidad? ¿Qué complicidad de la aparente “víctima” en el caso de una caída? La mano agarra la camiseta, el delantero cae, ¿pero cae a causa el agarrón? ¿Cómo huele un movimiento? Lo que queda depreciado es el sentido efectivo de un contacto en el interior del continuo del juego. La única jugada donde tendría propiamente sentido el VAR es para ver si la bocha pasó la línea del arco o no.

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(Imagen: A/D)

Recuerdo en la pubertad alquilar con amigos el VHS de Bajos instintos y poner pausa en el instante preciso en que la cámara enfocaba la entrepierna de Sharon Stone mientras ella cambiaba el cruce de piernas. Detener la peli en ese instante preciso era difícil, pero algunas videocaseteras tenían una función para avanzar cuadro a cuadro, buscando la verdadera fuente de la excitación. ¡Ahí está, ahí está, es la concha! Había que detectar y recortar la parte. Le hacíamos el VAR a la Stone. Esto debe haber causado, años después, más de una eyaculación precoz (quiero decir, una imposibilidad de habitar el encuentro en su integralidad) y más de un deseo-odiante machista (una triste violencia contra quien es concebida como poseedora huidiza de la parte deseada, que, en su recorte extractivista del continuo del cuerpo, es promesa de placer trascendente): porque ejercía una pedagogía del discontinuo. Según el VAR, casi que la mejor forma de ver si alguien es lindo es su inmóvil cadáver. Basta advertir que, en el juego de la pelota, de la sagrada esfera -fuente inagotable de posibles-, ahora el juicio de la verdad se convoca trazando con las manos en el aire un cuadrado intangible.

*Por Agustín J. Valle para Lobo Suelto / Imagen de portada: A/D.

Palabras claves: Fútbol

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