Cuentos por teléfono

Cuentos por teléfono
16 noviembre, 2022 por Redacción La tinta

Por Mauro Guzmán para Ardea

I
La oreja parece un caracol. Tiene algo de galáctico en su vuelta espiralada.
II
Proyecto Cuentos por teléfono
Cuentos por teléfono es un proyecto de la Biblioteca Municipal y Popular Mariano Moreno, en la que trabajo como bibliotecario (especialmente en el área de literatura infantil). Cada año, recibimos a muchas escuelas y yo les muestro la biblioteca, les narro cuentos y poemas, preparo talleres y otras actividades alrededor de la literatura. Pero la llegada de la pandemia inhabilitó el ingreso de los usuarios. Por eso, la directora, Anabela Gill, propuso estos cuentos por teléfono como un gesto de cercanía, como una forma de que la biblioteca y los lectores siguieran juntos. El proyecto incluye a varios trabajadores de nuestro espacio, ya que hubo que elegir y aprender a usar un formulario online para que la gente sacara el turno del cuento, y eso llevó varias pruebas hasta dar con el más eficaz. También tuvimos compañeros para estar atentos a cada solicitud del formulario y, por último, pero no poco importante, estábamos Valentina Morello (docente y titiritera) y yo, los encargados de contar o leer los cuentos por teléfono. Si alguien se anotaba para escuchar o regalar un cuento un miércoles a las cuatro y diez de la tarde, a esa hora, teníamos que llamar por teléfono y, en vivo, sin imágenes, todo por la boca y la oreja, como en la época del teléfono fijo, contábamos el cuento.
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(Imagen: Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM)

III

Un hombre/ con un caracol al hombro,/ sabe que lleva/ por un breve momento,/ una espiral/ envolviendo la lentitud.

(Edith Vera)

Quizá los humanos estemos diseñados con un caracol por encima del hombro, el caracol oreja que envuelve el lento lenguaje.

¿Alguien se atrevería a pedirle a un caracol que se apure? ¿Acaso llegó tarde, alguna vez, un caracol, adonde sea que hayan ido todos los caracoles que son y han sido sobre la tierra? Pensemos en el tiempo de los cuentos: cuánto dura un cuento, cuánto tiempo por día podría dedicarle uno, de qué manera habría que correr por las palabras para que el cuento no llegase tarde adónde.

Según Dora Pastoriza de Etchebarne, docente y referente de la narración oral de nuestro país: la narración obrará el milagro de sacarnos del tiempo cronológico para sumergirnos en el tiempo afectivo, donde el ayer y el hoy no existen. La narración de cuentos pertenece al tiempo afectivo, un tiempo que no pertenece al orden del reloj, una especie de suspensión del tiempo cotidiano, una apertura a otra temporalidad, una que tiene algo de atemporal o de lógica interna, autónoma. Podríamos decir que cada cuento tiene su tiempo y que cada oreja entra en ese ritmo, en ese tiempo, en ese modo de estar ocurriendo que tiene cada cuento. Hablamos, entonces, de las orejas camaleónicas, policronas (capaces de más de un tiempo), que aprenden, por sí solas, a entrar en el tiempo de cada cuento. Orejas inteligentes, vivas, presentes mientras la palabra acontece. La palabra como un acontecimiento. 

IV

La selección de cuentos

La directora nos dio libertad para elegir los cuentos, siempre que fuesen breves, para no abusar de la escucha del usuario. Esa libertad limitada me vino bien. Elegí poemas narrativos para los más chiquitos, llenos de sonidos, más allá del sentido, porque si nos tocaba la hermosa oreja de un niño de dos años, por ejemplo, el punto vital no estaría en el significado del texto, sino en los matices sonoros. Conté, por ejemplo, Beatriz, la lombriz, de Maryta Berenguer. Este texto tiene frases que, según cómo sean dichas, pueden transmitir alegría, amor, suspenso y, en estos casos, el sonido es el mensaje. La palabra como música, el narrador como cantor hablante. Pensemos en las canciones de cuna que hablan de que viene el cuco o de que el lobo va a comer al pequeño. ¿Cómo es posible que las madres o las niñeras les cantaran cosas así a sus niños? ¡Qué horror! Para nada: cantaban con mucho cariño y al niño le llegaba el afecto de esa voz, el timbre amoroso, y eso era lo que quedaba.

Para los niños de cuatro en adelante, me decidí por cuentos de tradición oral, pero en versiones de autor, ya pasadas a lo escrito. Versiones que imitaban la oralidad tenían esa dinámica, pero, a la vez, un fino trabajo palabra a palabra, lo cual resulta -con mis breves adaptaciones- en una oralidad poética, que le hace justicia, a la vez, a la oralidad y a la literatura. Por ejemplo: El cuento de la pajarita, de Perla Suez. Ella cuenta en el libro que, cuando era niña, su mamá siempre le contaba esa historia. Ella se volvió escritora y llevó esa oralidad a la literatura, y yo la leí en su libro y, al narrarla, la devolví a la oralidad. Esas cosas les pasan a los cuentos. Se transforman, se mueven, se corren, con tal de rodearnos por delante y por detrás.

Para jóvenes y adultos, fui con cuentos de autor, cosas que me parecieran bellas, que contaran una historia, pero siempre con un fondo poético, con un trato especial del lenguaje, como sabe hacer la literatura. Así estuve con El poeta de los sueños (Pescetti), algo de Los sueños de Helena (Galeano), algunas historias de Cuentos por teléfono (Rodari).

Cuando del otro lado había distintas edades (nietito, madre, padre, abuelos), elegía El cuento de la pajarita o el poema Beatriz, la lombriz. Un buen texto para la infancia seguramente les gustará a los adultos. No es un asunto de edad de la oreja, sino de calidad del texto.

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(Imagen: Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM)

V

De oídas te había oído;
mas ahora mis ojos te ven.

(Job 42: 5)

Eso le dice Job a Jehová, la vez que su dios se le presenta en persona, a través de un torbellino, y le habla directamente. El dios hebreo no tenía esa costumbre, sino que solía delegar el encargo a sus ángeles. Job se había revelado contra Jehová, por eso, su dios se le aparece de modo temerario y le da un discurso autoritario (tres páginas a grito pelado) para que lo reconozca como su dios, para que lo vea. Recién ahí, Job se arrepiente y le dice de oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. A Job no le bastó la oreja para ver a aquel dios que ya le habían narrado sus mayores, su comunidad, sus amigos.

Escuchar un cuento por teléfono también tiene algo de epifánico o de llamado a la imaginación, a la imagen, pero de un modo más amable o amoroso, sin necesidad de que nos importune un torbellino ni de que el autor del cuento se nos aparezca en la cocina de casa con un sermón a puro grito: se nos revela, por medio de la oreja, una visión: se nos van apareciendo las cosas que la boca, del otro lado, va nombrando. La boca dice que en los tiempos del rey Salomón (y la oreja ve un rey con antigua corona), estaba el rey Salomón paseando por su reino (y la oreja ve un castillo, ve pasto prolijo, jardines con flores, un cielo celeste) y había una pajarita (y la oreja la ve aleteando, moviendo el piquito) que le decía a su pajarito (y la oreja ve de pronto otra ave y es un pajarito que anda muy cerca de la pajarita): “Vi un camello volar” (y la oreja es una fiesta de alas y jorobas, y se llena de arenas y estrellas). El ojo de la oreja se pelea con Job y le dice que quien conoce de oídas también ha visto.

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(Imagen: Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM)

VI

Habla la oreja

Algunas personas que recibieron los cuentos, después, nos contaron su experiencia.

Luisina Picca fue quien más cuentos por teléfono regaló a otras personas. Regaló decenas de cuentos. A sus amigas, parientes, a todos los vecinos de su manzana. Yo quería saber por qué, así que la cité en un café para una entrevista. Me contó que, hace veinte años, trabajó como voluntaria en nuestra Biblioteca, en el área de ciegos, como copista de máquina de Braille. A través del sistema de Braille, las personas ciegas pueden leer, no con los ojos, sino con los dedos, siguiendo con su índice cada letra, como tocando las palabras. También me contó que a ella le contaron cuentos toda su infancia. “Yo iba todos los viernes de mi abuela”, me dijo, “y mi abuela no leía cuentos, sino que me los inventaba. Y tuve un cuento que duró años: una princesa Alina, que ella me contaba, y todos los viernes (cuando yo iba viernes, sábados y domingo de mi abuela) ella me seguía la historia, desde que nació esta princesa hasta que cumplió los quince, hasta que se casó, hasta que tuvo hijos. Fue un cuento que fue creciendo conmigo y ella me lo narraba permanentemente. Iba creciendo el cuento con la niña, conmigo. Y después varios cuentos que siempre yo pedía repetir, que, al día de hoy, yo a mis hijos se los he contado”. Y como tuvimos la conversación entrando al verano, me contó: “A veces tomamos sol mi mamá, mi hija y yo, cada una con su libro”.

Walter Baldini me atendió el teléfono una tarde. El número era raro, su tonada no era argentina. Me contó que estaba en Italia, que es italiano, que quería venir a ver a su novia, pero se le complicaba por la pandemia. Para esta nota, le escribí un WhatsApp, por si quería contarme cómo vivió aquella tarde del cuento. Me envió un audio en el que me decía que un cuento es algo que no se puede tocar, pero que tiene mucha más consistencia que algo real, “porque es un cuento, porque podés imaginarte algo que está en el cuento y más allá del cuento. Porque sos vos que te dibujás tu mundo mientras estás escuchando el cuento que te cuentan. Y esto es una cosa maravillosa. Me sorprendió. Fue no solamente un regalo increíble: una modalidad de regalo increíble. Fue único, único. Porque podés hacer todo mientras escuchás un cuento que te regalan: se mueven tus oídos, se mueve tu imaginación, tu cabeza, tus ojos también, que ven un mundo ajeno, nuevo, y esto es increíble. De verdad, en mi vida, fue una de las muy pocas cosas que me sorprendieron así tanto, como regalo: escuchar un cuento regalado por mi amore”. Porque -esto hay que decirlo- al cuento se lo regaló su novia desde Villa María. Me alentó a no dejar nunca de hacer los cuentos por teléfono, “porque es increíble. Son las cosas que, ¿viste que se dice vale la pena hacer? No, no vale la pena, vale la felicidad, vale el amor, vale muchas cosas esto”.

Otra tarde, llamé a un número también raro y, como no daba y no daba, probé por WhatsApp. Resultó ser una mujer que vivía en Estados Unidos con sus hijos. Escucharon el cuento con un silencio tan entusiasmado, con suspiros, con un agradecimiento vecino al llanto. Ella nos envió un audio a la Biblioteca. Se puede escuchar su testimonio y el de otras personas en este link.

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(Imagen: Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM)

VII

Gianni Rodari, escritor italiano, escribió el libro Cuentos por teléfono. El prólogo es, en realidad, otro cuento que finge ser prólogo y nos aclara -hace como que nos aclara- que hay un señor Bianchi que trabaja de viajante, está afuera casi toda la semana y su hijita le ha hecho prometer que cada noche, a las nueve en punto, esté donde esté, debe llamarla por teléfono y contarle un cuento. Es que ella no puede dormirse sin que le cuenten un cuento. Los cuentos de Cuentos por teléfono, claro, son los cuentos que Bianchi le contaba a su hijita. Son breves porque las llamadas telefónicas, en la Italia de aquellos años, eran bastante caras. Se me ocurre que los cuentos para irse a dormir son, a la vez, cuentos para irse a despertar, ya que, al contarlos, el niño se duerme (a veces se duerme primero el adulto) esa misma noche, pero, a lo largo de los años, en las múltiples noches de la vida adulta que le espera a ese niño, esos cuentos seguirán haciendo efecto, como un eco, como una fragancia que estará siempre con él y lo ayudará a estar más despierto en la vida, de día y de noche, en la cama y fuera de la cama. Porque contar un cuento a un niño es una forma de amarlo. Cuando un niño recibe un cuento, recibe la historia de ese cuento, recibe los mundos que el cuento cuenta, va entendiendo las emociones y los peligros y las pruebas de los personajes, y es un modo de ir nombrando sus propias emociones, peligros, pruebas, etcétera. También recibe vocabulario y, si se le agranda el lenguaje, se le agranda el mundo, sí, todo eso, pero, además, si al cuento se lo cuenta un adulto que lo ama, el niño recibe una voz amorosa, una música de amor, le entra por la oreja una melodía que lo deja dormir tranquilo, porque ese ruidito lo hace saberse amado en la tierra. Y no necesito que alguien me explique que eso nos hace más fuertes y más despiertos en la vida. Los cuentos que el señor Bianchi le contaba a su hija por teléfono, a las nueve en punto, para que se duerma, eran cuentos para irse a despertar.

*Por Mauro Guzmán para Ardea / Imagen de portada: Secretaría de Comunicación Institucional de la UNVM.

Palabras claves: cuentos, literatura

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