No hubo debacle demócrata en Estados Unidos
Las elecciones estadounidenses de medio término no se convirtieron en el “triunfo anunciado” del Partido Republicano y, al mismo tiempo, dieron nuevos aires al sector demócrata y a Joe Biden, que navega entre la crisis y la impopularidad.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
A pesar de lo que auguraban la mayoría de las encuestas y los análisis políticos en los días previos, finalmente, no hubo debacle demócrata en Estados Unidos. No se produjo ninguna “marea roja” del Partido Republicano ni una victoria abrasadora de Donald Trump, que todavía no reconoce los resultados y esgrime la vieja carta del fraude. Lo cierto es que donde sus candidatos se presentaron, en la mayoría de los casos, perdieron.
Quienes sí ganaron -y, en algunos casos, de manera aplastante- fueron los republicanos contrarios a su liderazgo, como el ultraconservador Ron DeSantis, que arrasó para ser gobernador por tercera vez consecutiva en el estado de Florida. Los demócratas, contra todo pronóstico, lograron mantener el control sobre la Cámara de Senadores.
Por su parte, la facción más izquierdista dentro del partido, los Socialistas Democráticos de América, fundada en 1982 y actualmente liderados por la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, se hizo con 12 escaños, la mayor cifra en la historia de Estados Unidos para una organización de izquierda. Cabe destacar que el número de afiliados de los Socialistas Democráticos se multiplicó por ocho en los últimos ocho años, llegando a tener 55.000 en todo el país.
Hubo algunas votaciones, cuanto menos, “curiosas”. En el estado de Tennessee, se aprobó un referéndum para eliminar la “esclavitud como forma de castigo”. Se aprobó el uso de la marihuana recreativa en Maryland y Missouri, pero fue rechazada en Arkansas, Dakota del Norte y del Sur. También se aprobaron referéndums para garantizar el derecho al aborto en estados como California, Vermont, Montana y Kentucky.
En estas elecciones de medio término, supuestamente iban a arrasar figuras “nuevas” para la política estadounidense, especialmente en el espectro de la extrema derecha ligada al trumpismo. Es el caso de Kari Lake, que perdió de manera sorpresiva la gobernación del estado de Arizona. Lake es una ex presentadora de televisión, identificada con los sectores más recalcitrantes y conservadores del país. Los demócratas la llaman la “Trump con tacos”, en referencia a sus posturas radicalizadas y por ser dueña de un estilo muy poco “políticamente correcto” a la hora de comunicar, del que hace gala de manera permanente. Lake suena como integrante de la fórmula presidencial de Donald Trump, en caso de presentarse a las elecciones de 2024, o, incluso, como candidata a presidenta por el Partido Republicano.
La evolución política de Lake es, cuanto menos, curiosa. Originalmente en las filas republicanas, en 2006, se registró como demócrata por su oposición a las guerras de Afganistán e Irak. En 2016, propuso una amnistía para todos y todas las indocumentadas residentes en Estados Unidos, y donó dinero para las campañas tanto de John Kerry como de Barack Obama. Poco después, se convirtió en una negacionista de la pandemia de la COVID-19 y encabezó campañas contra el uso de mascarillas y restricciones, acusando a Biden y los demócratas de llevar adelante una “agenda demoníaca”. Lake justificó su cambio de partido retomando los ejemplos de Trump y Ronald Reagan, a quien ve como sus referentes. El mismo Trump apoyó su candidatura a gobernadora frente al establishment republicano.
Desde los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial que los oficialismos pierden escaños en ambas Cámaras en los comicios de medio término. La única excepción a esta regla fueron las elecciones posteriores al 11 de septiembre de 2001, cuando, en 2002, el Partido Republicano, comandado por el entonces presidente George W. Bush, arrasó, obteniendo ocho escaños más de los que ya tenía.
Las recientes elecciones, por cuestiones absolutamente diferentes, fueron casi igual de atípicas que aquellas. Tanto los demócratas como los republicanos las tomaron como las más importantes en décadas. La sombra de Trump y sus candidatos radicales del Grand Old Party (GOP), la polarización extrema que atraviesa la sociedad estadounidense desde, por lo menos, 2015 y la reciente anulación del derecho al aborto por parte del Tribunal Supremo fueron los ejes claves de los comicios, que hicieron que los demócratas acudan a votar en masa a sus candidatos.
A pesar de lo que se esperaba, en un escenario con un presidente sumamente impopular, con la peor crisis económica en décadas y Estados Unidos involucrado indirectamente en una guerra que la mayoría de sus ciudadanos ven con completa ajenidad, el GOP no arrasó como se esperaba. Quizás se basó demasiado en la agenda “identitaria”, que tanto le critican los progresistas.
Más allá del rechazo mayoritario a la gestión de Joe Biden, y aún mayor a la posibilidad que vuelva a ser candidato en 2024, la mayoría de los y las estadounidenses ven con mayor desprecio el regreso de Trump o de figuras demasiado extremistas. Pareciera que los republicanos cayeron, justamente, en lo que se les critica a los demócratas o a los partidos progresistas en general. En vez de centrarse en la cuestión económica o de retomar una agenda más similar a la del clásico Partido Republicano, prefirieron adoptar la discusión identitaria o sostener posiciones extremistas que no dieron resultados. Lo cierto es que los republicanos deberán tomar nota de cara al 2024.
Si bien la situación social puede continuar deteriorándose, dando lugar a que discursos como el de Trump o Lake tengan mayor recepción, hoy por hoy, el GOP deberá pensar en retomar una senda más centrista, abandonando las posturas más extremas, si es que quiere volver a ser una opción de poder seria en un país cada día más disgregado y complejo.
Ambos partidos, tanto Demócrata como Republicano, seguramente atravesarán un más que necesario intento de renovación de cara al futuro. Estará por verse si da los resultados esperados y de qué manera repercute en sus bases. Por lo pronto, los demócratas tienen muchos más motivos para festejar que lo que se pensaba en un principio y los republicanos mucho para repensar en el corto plazo.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Foto de portada: AFP.