Londres y los futuros perdidos de Mark Fisher

Londres y los futuros perdidos de Mark Fisher
17 octubre, 2022 por Gonzalo Fiore Viani

El Reino Unido vive en zozobra desde hace un largo tiempo. La crisis económica y la desesperanza son consecuencias de un sistema de acumulación permanente y los últimos gobiernos que ni siquiera terminan sus mandatos.

Por Gonzalo Fiore Viani, desde Londres, para La tinta 

El crítico británico Mark Fisher afirmaba que existe una desaceleración en la invención y la creatividad de la cultura popular en el siglo XXI, cuya consecuencia fue la aceleración del consumo y lo retro y lo repetitivo como la norma cultural de un presente aletargado. Fisher murió en 2017, siendo uno de los escritores más brillantes de su generación.

El británico leyó como nadie un mundo fragmentado y espectral, donde la esperanza de futuro parecía cada vez más lejos. Su prosa y su lectura de la realidad nos sirven como telón de fondo para lo que está pasando en gran parte del mundo, pero con especial hincapié en Europa y el Reino Unido.

Fisher reflexionaba sobre el slogan de la primera campaña de Margaret Thatcher: “No hay alternativa”. El autor se preguntaba si eso efectivamente era así y si el gran triunfo del “capitalismo realmente existente” no había sido desterrar todo tipo de alternativa posible al sistema. Hoy, ya no se sabe muy bien qué es ese “sistema”, ya que el mundo atraviesa un momento bisagra, de transformaciones profundas, cuyo fin no está del todo claro.

Para muchos británicos y británicas, en la actualidad, resuenan las palabras de despedida de Johnny Rotten, en Winterland, en 1978: “¿Alguna vez tuvieron la sensación de haber sido engañados?”. Las promesas de futuro parecen haber ido a parar al basurero de la historia.

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Con Steve y Kerry, dos londinenses de edad relativamente avanzada a los que conocí de casualidad, nos perdemos en un día particularmente lluvioso, durante dos horas, en el cementerio de Highgate, ubicado en los suburbios del norte londinense. Intentamos localizar la primera tumba de Karl Marx. Se da la particularidad de que el legendario pensador alemán tiene dos. La primera, la que más visitantes atrae, con un busto majestuoso, fue construida en 1954 y donada por sus seguidores. No obstante, esa no es la tumba donde su mecenas y amigo más íntimo, Friederich Engels, brindó un encendido discurso el 17 de marzo de 1883 a las tres menos cuarto de la tarde, en el que afirmó: “El más grande pensador de nuestros días dejó de pensar”.

Esa tumba original no está en el camino señalizado. Para encontrarla, hay que atravesar decenas o cientos de otras tumbas antiguas, muchas de ellas que cuentan con casi 200 años.

Inglaterra tumba Marx la-tinta

De casualidad, nos encontramos la morada del historiador Eric Hobsbawm y otra, bastante más moderna y con un busto de diferente estilo, pero igual de impresionante que la de Marx. Es la de otro pensador: Malcolm McClaren, el artífice de todo el movimiento punk y uno de los grandes gamechangers de las reglas de juego del negocio del entretenimiento.


Encontramos la tumba de Marx gracias a dos turistas alemanes. Uno de ellos es un niño, que muy amablemente nos conduce hasta allí. Es tradición, quien sabe por qué, dejar monedas de una libra sobre la vieja lápida, partida en varios pedazos cuando trasladaron su cuerpo. En el camino, Steve y Kerry, que inmediatamente demuestran tener un conocimiento enciclopédico del rock y la cultura popular británica de los últimos 50 años, me cuentan que ambos están jubilados, pero que consideran volver a trabajar, porque la plata cada vez “alcanza menos y todo sube”.


No deja de ser curiosa esta conversación mientras caminamos entre las tumbas de personas como Marx, McClaren o Hobsbawm, agitadores sociales a su manera, que desafiaron el “no hay alternativa” del realismo capitalista al que se refería Fisher o intentaron subvertir sus reglas, sin demasiado éxito.

Jamás sabremos qué hubiera escrito Fischer sobre este presente tan gris, con la aniquilación nuclear nuevamente como posibilidad real y el arte y la música mainstream en un nivel de escapismo total, sin reflejar absolutamente nada sobre la situación que atraviesa el mundo.

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Sam tiene poco más de 50 años, aunque aparenta mucho menos. Todos los días, visita el mismo pub y, si puede, se sienta en el mismo lugar. Parece el típico inglés, tan cínico como desencantado con todo. Apenas se saca el piloto, agarra de su bolsillo un diario con un crucigrama. No le interesa la guerra en Ucrania ni la política. Cuando le comento que soy argentino, sin mencionar de manera explícita la cuestión Malvinas, insulta de todas las formas posibles a Thatcher, a quien la mayoría del pueblo británico ve como la artífice de una decadencia social que todavía no remonta.

Como tantos otros, Sam fue un habitué de las oficinas de desempleo durante la década de 1980 y vio la disgregación del tejido social británico, el país con el primer y uno de los más robustos Estados de bienestar hasta 1970. Gran parte de la gente en Inglaterra creyó que el Brexit podría devolver parte de la grandeza perdida.

El desencanto fue rápido. Tras la dimisión forzada del explosivo Boris Johnson, Liz Truss quizás sea la primera ministra más impopular o que mayor “indiferentes” provoca en los y las británicas en décadas.

La crisis energética, política y social que atraviesa Europa golpea al Reino Unido de manera particular. Cerca del centro de Londres, se ven calles oscuras, sin iluminación: se ahorra en alumbrado público, en energía de los edificios oficiales o en las tiendas más céntricas. El mensaje es claro: la época de la abundancia terminó y habrá que hacer sacrificios.

En los pubs, hay un tema que sobrevuela en las charlas: la inflación. Por primera vez en un año, la tasa anual de crecimiento de los precios cayó desde el 10,1 por ciento en julio al 9,9 por ciento en agosto. Esa cifra se encuentra, además, por debajo de las expectativas de los analistas, que auguraban un 10,2 por ciento, lo que también provocó un debilitamiento notable de la libra esterlina. Sin embargo, la “sensación” parece ser otra. Y hay una frase que no deja de escucharse en todas partes: «Todo sube, todo se va para arriba».

En agosto, la inflación alcanzó su máximo histórico de los últimos 40 años. Los economistas esperan que la inflación vuelva a repuntar hacia finales de año, augurando además que el Banco de Inglaterra deberá subir las tasas, lo que retroalimentará el fenómeno. Reino Unido se encuentra entre las siete economías avanzadas con mayor inflación del mundo, aunque es superada por España y los Países Bajos.

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Las huelgas de trenes ya son moneda corriente. El 8 de octubre, cerca de 40.000 miembros del sindicato RMT, de la red Network Railse, se movilizaron para reclamar aumentos salariales y mejores condiciones de trabajo para hacer frente a la inflación. Esto provocó que el tráfico fuera un caos: encontrar un taxi era imposible y la única manera viable de moverse en la ciudad fue a pie o en subte.

Como consecuencia de la crisis, los sindicatos se encuentran en pie de guerra. En el corto plazo, se espera que la Confederación de Sindicatos Británicos convoque a una huelga general masiva, lo que podría significar la más importante y multitudinaria desde las protestas de los mineros, en el período 1984-1985.

La crisis todavía no ha tocado fondo -o techo- y lejos parece la posibilidad de regresar a la crisis terminal del país durante la década de 1970, que desembocó en la llegada de Thatcher. Sin embargo, la sensación permanente en las conversaciones es que lo que viene, al menos en el mediano plazo, será mucho peor que el pasado reciente.

Inglaterra huelga ferroviarios la-tinta

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La banda sonora de este Londres fragmentado, con distintas capas de cebolla, sobre todo en la noche y en su feeling, tiene más que ver con el oscuro dubstep de Burial o los experimentos ambient de The Caretaker que con el britpop y la cool britannia, que tan bien representaron la esperanza juvenil post Thatcher de la segunda mitad de la década de 1990. Estos artistas pueden ser agrupados vagamente en lo que se llama hauntology. Es decir, un término que Fisher junto a su amigo y también crítico británico, Simon Reynolds, comenzaron a utilizar cerca de 2005 para describir a una red dispersa de músicos, en su mayoría británicos, entre los que destacaban los artistas de los sellos Ghost Box (The Focus Group, Belbury Poly, The Advisor Circle y otros), Mordant Music y Moon Wiring Club. Todos estos grupos exploran una parte de la nostalgia británica vinculada a la programación televisiva de las décadas de 1960 y 1970, una adicción de la cultura pop británica a su propio pasado, en palabras de Fisher.

Para el crítico británico Jon Savage, los Sex Pistols ofrecieron “optimismo disfrazado de cinismo, desatando emociones poderosas detrás de una fachada sarcástica”. El descontento actual parece tener poco que ver con aquel de la explosión punk y mucho más con el de su lánguido final. Aunque, según Reynolds, la música no necesariamente refleja el zeitgeist como lo hizo durante los setenta, ochenta y noventa. Es un momentum donde el “optimismo disfrazado de cinismo” dio paso directamente a una desesperanza total.

La sensación “espectral” que tan bien reproduce la música hauntológica -si se permite el neologismo- representa bastante de lo que está sucediendo no solo en Inglaterra, sino en gran parte del mundo occidental. A diferencia del cinismo de escritores como Michel Houellebecq, esta espectralidad no “culpa” a nadie de los males del mundo. En tiempos de crisis económica, de nula representación política, con una guerra en plena Europa y amenazas nucleares, no podría esperarse otra cosa.

*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Foto de portada: A/D.

Palabras claves: crisis economica, huelga, Londres

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