Mujeres del cinturón verde de Córdoba
En la ciudad de Córdoba, muchas familias trabajan infatigablemente en lo que queda del cinturón verde, produciendo las verduras que nos llegan a la mesa y creando estrategias colectivas para mejorar sus condiciones de trabajo. Por el Día Internacional de la Mujer Rural, conversamos con Rosalinda Jurado, integrante de la Cooperativa Agropecuaria El Quirquincho, sobre el cotidiano de un sector fundamental e invisibilizado.
Por Anabella Antonelli y Nadya Scherbovsky para La tinta
Las mujeres rurales le ponen el cuerpo a la producción de alimentos en toda la provincia. Algunas en el campo profundo, otras en zonas aledañas a pueblos, otras se organizan para desafiar la expulsión de la ruralidad. Cruzando la circunvalación de la ciudad capital, en el “Gran Córdoba”, cientos de familias trabajan todos los días en la producción de verduras en un cinturón verde que se estrecha cada vez más.
Según el Observatorio de la Agricultura Urbana, Periurbana y de la Agroecología (O-AUPA), el sector tiene gran importancia como proveedor de servicios ecosistémicos de provisión, “por medio de los alimentos de cercanía y sus unidades productivas, además de otros servicios como son los de regulación, sostenimiento y también los culturales, que integran a agricultores que desde hace muchos años producen en estas regiones (…) El diseño y desarrollo de estos espacios periurbanos diversos son fundamentales a la hora de construir comunidad, además de cumplir con su rol fundamental de provisión de alimentos de cercanía”, señala.
Rosalinda Jurado integra la Cooperativa Agropecuaria El Quirquincho, que nuclea a trabajadores frutihortícolas del sur del cinturón verde de Córdoba. Creció en una familia de quinteres que, como muchas otras, migraron buscando una estabilidad económica y “una mejor vida”. “Mi papá migró desde chiquito. En el 2000, vinimos haciendo quinta desde Salta y Jujuy, vinimos haciendo cebolla y ajo por distintos campos”, cuenta a La tinta. Tras varios años en Río Primero se mudaron a Camino 60 cuadras y ahora viven y producen en Camino San Carlos, “es lo que conocemos y lo que seguimos haciendo”.
En el 2017, se empezaron a juntar y formaron la Cooperativa de productores del cinturón verde de la zona sur, que les permite vender, facturar, acceder a préstamos y subsidios para mejorar y adquirir herramientas y maquinarias de trabajo. Además, como espacio organizado, realizan otras actividades solidarias: “Entregamos bolsones en la pandemia, hemos ayudado a compañeros que tuvieron la situación difícil, salimos a vender y entregamos bolsones a merenderos”, señala Rosalinda.
La Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) estableció el 15 de octubre como el Día Internacional de las Mujeres Rurales, con el objetivo de reconocer el trabajo de la mujer y su contribución en el desarrollo rural y agrícola, la erradicación de la pobreza y la mejora en la seguridad alimentaria. Si en nuestro país las problemáticas del sector campesino están invisibilizadas, la situación se profundiza cuando se trata de identidades feminizadas. Según datos publicados por ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), se estima que, en Argentina, el 50% de la población rural está representada por mujeres que trabajan la tierra, crían animales o trabajan las materias primas. En América Latina y el Caribe, 58 millones de mujeres viven en zonas rurales y son centrales para alimentar a los pueblos. Si bien ellas representan la mitad del sector rural, están en situación de desigualdad en relación con los varones, su trabajo es peor remunerado, trabajan mayormente en el sector informal, tienen mayores dificultades para acceder a la tierra, a créditos y a capacitaciones.
Según el informe Producción Frutihortícola en la Región Alimentaria de Córdoba de O-AUPA de 2022, la superficie hortícola de la provincia de Córdoba se redujo un 33,5 % entre 2002 y 2018, y se perdió el 74% de esta entre 1988 y 2019. Las unidades productivas van desapareciendo mientras se profundiza el proceso de deslocalización de las explotaciones desde el periurbano cercano a la capital hacia nuevos territorios más alejados.“Por el lado donde estamos nosotros, se están acercando mucho los countries y lamentablemente ya nos están sacando un poco más al costado, y prefieren ir loteando los terrenos y ya no te lo dan para quinta o te quieren alquilar, por ejemplo, veinte hectáreas, pero una familia busca cuatro o cinco nomás”, explica Rosalinda.
La mayoría de les productores arriendan las tierras donde viven y trabajan. En general, cuenta Rosalinda, el acuerdo es por un año, lo que dificulta proyectar inversiones que mejoren la calidad de trabajo. Además, los propietarios de la tierra no dejan que las familias levanten viviendas que mejoren las condiciones de vida o son reacios a que, por ejemplo, hagan conexiones de agua, por miedo a que se instalen las personas en sus tierras. Esto repercute negativamente en la calidad de vida de quienes habitan el sector.
A Rosalinda le gusta vivir y trabajar en la tranquilidad del campo. Hasta hace algún tiempo, eran medieros, es decir, trabajaban para otra persona propietaria del campo, que ponía la tierra, la semilla y las herramientas. “Nosotros teníamos que trabajarlo al campo, hacer crecer la verdura, cortarla, entregarla y ellos la vendían y era mitad y mitad, pero el precio al que se vende nosotros jamás lo sabíamos”, explica. Bastó con ir al mercado y averiguar a cuánto la comercializaban para darse cuenta de que les pagaban mucho menos de lo que correspondía. Esta es la situación de muchas familias que, sin poder alquilar un campo o asumir los costos, recurren a la figura del mediero para poder producir.
Después de haber trabajado con muchos medieros y haciendo grandes esfuerzos, la familia de Rosalinda logró arrendar tierras. Además de ver cambios en sus ingresos, se transformó la dinámica de trabajo. “Nosotros teníamos que trabajar por obligación; si está lloviendo un día, vos tenés que salir a trabajar ese día sí o sí -refiere-. Ahora vendemos nosotros y trabajamos los días que nosotros nos exigimos, es decisión nuestra (…) Tenemos la alegría de llevar la verdura, venderla y pelear nuestro precio, la vendemos nosotros y todo lo que ganamos vuelve a nosotros”.
Entre quienes integran la Cooperativa, las situaciones de acceso a la tierra son variadas. “Tenemos un proyecto, queremos conseguir alquilar tierras para poder sacar a esas compañeras que están de medieros y que puedan elegir a quién entregar su mercadería -explica-. Algunos no se animan porque tienen que salir con seguridad, no pueden salir a la nada, por eso queremos alquilar un campo grande y hacer que ellos también dejen de depender de alguien”.
Le preguntamos por la producción agroecológica y el problema de acceso a la tierra vuelve a aparecer. “La nuestra tiene que ser una mercadería segura, la semilla está muy cara, si nosotros no le echamos nada y no sale bonita, en el mercado hay otras competencias, entonces no la van a comprar y perdemos, y no está para esperarla porque el alquiler nos lo cobran, las semilla también se cobra, el mercado también nos cobra”, enumera.
En Córdoba, de las 312 unidades productivas que existen, según el informe de O-AUPA, el 6% supera las 100 hectáreas mientras que más del 60% se encuentra en la franja de 1 a 10 hectáreas. El 44% arrienda la tierra y solo el 14% de las familias compraron su tierra, siendo titulares las mujeres en menos del 8%.
La Cooperativa está integrada mayormente por mujeres, “hemos hablado bastantes cuestiones de la mujer en nuestra organización, hicimos una charla sobre violencia, expusimos entre todos y fue muy bueno porque todos tenían el mismo caso de nuestros padres, antes peleaban e incluso se pegaban, y ahora como que está cambiando. Mis compañeras estaban diciendo que ya no es lo mismo, que hay hombres que respetan un poco más a sus mujeres, que han querido cambiar, que son distintos”, señala.
Rosalinda trabaja de lunes a lunes con toda su familia, “desde el marido hasta los hijos y la mujer, siempre a la par”, comenta. Una realidad que es la de la mayoría de les productores rurales, solo que las mujeres intercalan el riego, la siembra, la cosecha, la venta en el mercado con las tareas de cuidado no remuneradas, como llevar y traer a su hija de la escuela. Sumado a eso, está organizada en la Cooperativa. Carga con una triple jornada de trabajo: “Nosotras hacemos un rol muy difícil que es ser madre, ser trabajadora y ser esposa. Es un esfuerzo muy grande”.
Según el informe de la O-AUPA, el 45% de las mujeres de este sector realiza tareas de cuidado no remuneradas, tanto en los hogares de productores como de medieros. El 91% de las unidades productivas son administradas por varones, en un 69% nacidos en Argentina, aunque existe una presencia significativa de productores de origen boliviano.
La estructura patriarcal se hace presente en los distintos ámbitos de la vida impactando en el tiempo, las responsabilidades, los cuerpos y las tareas asignadas a las personas feminizadas. Sumado a la falta de acceso a la tierra y a las dificultades de un sector invisibilizado, El Quirquincho es un espacio de invención de formas de trabajo, organización y cuidado colectivas. El trabajo de estas mujeres, vital para nuestros pueblos, está acorralado, “no se valora ni se conoce, vos decís un quintero y ellos te dicen: ‘Ah, sí, soja, trigo’. No somos muy llamativos ante la sociedad y, lamentablemente, al cinturón verde le está faltando gente”, concluye Rosalinda.
*Por Anabella Antonelli y Nadya Scherbovsky para La tinta / Imagen de portada: Cooperativa Agropecuaria El Quirquincho.