Nuestra Libertad: retrato de las 17 de El Salvador
Nuestra Libertad (Fly so Far) es un documental salvadoreño que relata la situación de las 17 mujeres condenadas a 30 años prisión por aborto espontáneo. A días de proyectarlo en los cines del país, decidieron bajar el estreno por amenazas de grupos «pro vida» y el actual contexto represivo. Su directora, Celina Escher, nos cuenta sobre su acercamiento al caso, su vínculo con las protagonistas, el proceso de producción y la situación actual del país centroamericano.
Por Anabella Antonelli y Juan Pablo Pantano para La tinta
Los ruidos de flashes y de corridas abren la escena. Los murmullos de la multitud crecen poco a poco. Aparece una mujer, bajita, morena, de pelo largo, custodiada por dos policías y rodeada de periodistas. Los micrófonos se abren.
– Teodora, ¿qué le pasó a su bebé?
– A mi bebé… se me vino cuando yo tenía cumplido los 9 meses.
– ¿Y de qué la están acusando?
– De que yo maté a mi bebé. Yo quería tenerlo, quería que ella estuviera conmigo.
-¿Qué le pide a los jueces?
– Que me concedan mi libertad.
El 13 de julio de 2007, Teodora Vásquez comenzó a sentir fuertes dolores mientras estaba trabajando en la ciudad de El Salvador. Llamó pidiendo ayuda, pero, antes de que llegara, parió y se desmayó. Cuando despertó, fue acusada de asesinar a su hija. Sin acceso a un abogado, el Poder Judicial salvadoreño la condenó a 30 años de prisión. Pero Teodora no estaba sola. Entre las tres mil mujeres privadas de la libertad en la cárcel de Ilopango, se encontró con otras 16 que habían pasado por lo mismo: “Si solo yo soy, es posible que sea un error, que sea una falla, que se hayan equivocado. Cuando descubrí que había más, me dio mucho coraje -narra Teodora-. El Salvador se está adueñando de las mujeres. Esta legislación quiere gobernar sobre nosotras, no podemos permitir que esto vaya creciendo cada día más”.
Celina Escher teje un documental que muestra la violencia ejercida por el sistema político-económico-eclesiástico sobre las mujeres. El ritmo está marcado por el testimonio de “las 17” que enfrentan condenas de entre 30 y 50 años por aborto espontáneo. Los relatos cruzan temporalidades, abarcan las situaciones que vivieron, el pasado violento y el futuro deseado, el presente de unidad y lucha. A su vez, las voces de legisladores, médicas, medios de comunicación y familiares generan un ida y vuelta entre el afuera y el adentro de la penitenciaría que da cuenta del duro contexto en el país caribeño.
La memoria de la violencia que atravesó cada mujer es narrada con escenas animadas que no solo ofrecen un potente recurso artístico, sino que muestran otra forma de contar la violencia. “Fue un trabajo minucioso con la animadora para que entendiera que no quiero revictimizarlas, pero, al mismo tiempo, quiero denunciar la violencia que han vivido. Con la animación y con sus testimonios funciona, se escucha la voz de ellas que no han sido escuchadas, entonces, para mí, es importante que ellas relaten sus historias”, refiere.
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El Salvador es uno de los países de América Latina donde la interrupción voluntaria del embarazo sigue siendo prohibida y penada. No hay grises, está absolutamente prohibida. Desde hace 3 años, gobierna Nayib Bukele, millennial de 40 años que llegó al poder tras ser furor en las redes sociales, con 2,7 millones de seguidores en Twitter -lastimosamente, esto puede suceder, ojo-. Su gobierno profundizó la persecución política, económica, cultural y social contra los sectores más empobrecidos, las mujeres y las identidades disidentes.
Actualmente, el país atraviesa un contexto de creciente violencia marcado por la disputa territorial entre pandillas y las fuerzas del Estado. Ante esto, las políticas represivas invaden las calles salvadoreñas. “Desde marzo, hay un estado de excepción, han arrestado a miles de personas, no se sabe exactamente cuántas. Han arrestado a personas inocentes. Es una situación bien difícil, hay una persecución hacia las feministas, hacia movimientos sociales en general, periodistas, o sea, cualquier persona que piense distinto”, dice Celina, con temor de volver al país “porque no hay seguridad, pueden arrestarte y no tienes derecho a un abogado”.
El 16 de agosto pasado, la Asamblea Legislativa aprobó la quinta prórroga al régimen de excepción que suspende hasta el 18 de septiembre algunos derechos constitucionales, bajo el argumento de combatir a las pandillas, como el derecho de defensa, el plazo de la detención administrativa y la inviolabilidad de la correspondencia. El Gobierno informó que van más de 50.000 personas detenidas acusadas de pertenecer a estos grupos.
En cuanto al aborto, Bukele rechaza la despenalización, incluso, se manifiesta en contra de otras leyes con perspectiva de género: “He decidido, para que no quede ninguna duda, no proponer ningún tipo de reforma a ningún artículo que tenga que ver con el derecho a la vida, con el matrimonio o con la eutanasia”, afirmaba hace poco menos de un año.
La persecución al movimiento feminista, las mujeres y las identidades disidentes en El Salvador tiene una larga historia. Cuando encarcelaron a Teodora en 2007, gobernaba la extrema derecha de Antonio Saca González. Los sectores más empobrecidos por el capitalismo son víctimas también de la continuidad de políticas y ejercicios de poder que busca apropiarse de los cuerpos, los persigue, los encarcela, los estigmatiza, los excluye. Un poder colonial, blanco, patriarcal y extractivista.
El 18 de agosto pasado era la fecha del estreno de la película en los cines de El Salvador. Días antes, grupos oponentes al derecho a decidir extendieron una carta al cine con amenazas legales y argumentos difamatorios contra las protagonistas de la película para detener su proyección. Si bien las razones carecen de fundamento, decidieron retirar el documental de cartelera porque, en el contexto salvadoreño, “no existe seguridad jurídica ni derechos constitucionales que garanticen que un posible proceso jurídico procedería conforme a la lógica de la ley”, expresaron en un comunicado público la casa productora independiente, Pråmfilm, y la directora del documental, haciendo un llamado a la solidaridad por el derecho a la libre expresión.
Nuestra Libertad es de visionado urgente, pues es una realidad que, lastimosamente, sigue existiendo en El Salvador y en América Latina. Estrenado en marzo de 2021, circuló por más de 50 festivales y recibió 18 premios. Hay una versión corta disponible en la web.
—Celina, ¿cómo te llegó esta historia y por qué decidiste hacer el documental?
—Vi en una noticia que mujeres estaban privadas de su libertad por haber tenido un aborto espontáneo y que las sentenciaron a 30 años de prisión. Primero, me dio mucha rabia e indignación. Soy salvadoreña, feminista y directora documental, quería hacer algo de alguna manera. Contacté a la Agrupación Ciudadana por la Despenalización del Aborto, una ONG feminista que está apoyando a las 17 con abogados de derechos humanos para sacarlas de la cárcel. A través de ellos, logré entrar a la cárcel de Ilopango y conocí a Teodora y a las 17, y toda esa rabia que yo traía se transformó en una gran admiración hacia ellas, cómo se apoyan ahí adentro, la sororidad, cómo Teodora les daba mucha energía y apoyo a las demás mujeres. Fue una gran admiración, pero también un gran compromiso hacia ellas y su familia. Entré varias veces a la cárcel para conocer sus historias y hablé con ellas para saber si estaban de acuerdo en sacar su historia de la cárcel y mostrarlas. Así comienza un viaje, que duró como cinco o seis años. Y me metí de lleno, siempre con esa idea de contribuir a la lucha por liberarlas y por despenalizar el aborto, contribuir con el movimiento feminista en El Salvador que está luchando por las 17. Lo que hicimos es una contribución a esa lucha que ya está.
—Hay una gran cantidad de registro en el documental que da cuenta del proceso de encierro y libertad de Teodora, imagino que la historia se debe haber transformado muchísimo a lo largo de esos años de filmación.
—Para poder tener esa cercanía con Teodora y las mujeres, las visité muchas veces. Para tener acceso, tenía que pedir un permiso que tardaba mucho tiempo y, cuando me lo daban, en cada visita solo tenía 2 horas para filmar, por eso fui muchas veces y eso hizo una gran cercanía y una amistad con ellas porque veían que yo regresaba. Para mí, era importante escucharlas, qué querían contar y cómo, respetándolas totalmente cuando me decían ‘esto no quiero’. Durante el camino, sí, se fue transformando la película porque yo no sabía lo que iba a suceder en el juicio de Teodora y fue una gran decepción cuando, durante la revisión de su caso, le vuelven a decir que tiene que regresar a la cárcel. Todas estábamos devastadas, era un sentimiento de impotencia contra esta justicia patriarcal que no le importa las evidencias, solo las quieren criminalizar por ser mujeres, criminalizando la pobreza también porque eso es lo que está pasando en El Salvador.
La historia se fue desarrollando durante esos cinco años que fui acompañando a Teodora en su proceso, el juicio, su liberación. También con su familia, su primer viaje a Europa, su viaje al Parlamento Europeo, y nos dimos fuerza mutuamente.
Fueron tres meses intensos de edición. Teníamos material de archivo, material que nosotros grabamos con ocho diferentes cámaras y con diferentes personas que colaboraron. Fue un reto muy grande decidir qué contar, porque están las historias de ellas, pero también era necesario dar un contexto de la situación de El Salvador, de la misoginia que hay horrible, porque otras personas no se pueden explicar cómo es posible que mujeres que han tenido aborto espontáneo sean sentenciadas a 30 años de prisión y además las maltratan, es un constante castigo. Han sobrevivido a tantos tipos de violencia, sexual, física, violencia obstétrica, policial, estatal. Entonces, para mí, era importante retratarlas como sobrevivientes y no revictimizarlas. El reto era cómo mostrarlo.
—¿Cómo manejaste las emociones en el proceso de dirigir un documental que te atraviesa fuertemente?
—Como directora, era difícil, siempre cuestionándome como feminista. Ha sido algo de pensarlo y repensarlo, cómo mostrar las escenas y retratarlas a través de la empatía, la sororidad, el feminismo. Para mí, fue bastante difícil, tuve muchos momentos muy fuertes, muchas veces yo grababa y lloraba, trataba de ser fuerte y pensar que, si esto sentía yo, cómo se sentirán ellas ahí adentro. Mi compromiso con ellas me ayudaba mucho a seguir adelante. Yo ya estaba consciente de que decidir sobre tu cuerpo es un privilegio, pero el hecho de ser libre, de no estar privada, también es un privilegio. Fue duro, pero siempre estaba acompañada de otras feministas, de amigas, de quienes se solidarizaron con ellas, de las personas del grupo. Fue bastante duro, pero siempre pensando en que hay que hacer algo, que hay que denunciar, es una realidad que no puede quedarse así, hay que tratar de usar todo el privilegio para poder hacer esta película. Todavía me afecta bastante, pero siento que ellas me han dado la fuerza.
—¿Mantenés vínculo con ellas hoy?
—Con Teodora estamos en constante comunicación; al recobrar su libertad, fundó la organización Mujeres Libres, que es por y para las 17, es para apoyarse en su proceso de reinserción en la sociedad. Les consigue becas, trabajo, les ayuda para que vayan al médico, al psicólogo y nosotros tratamos de apoyarlas, de buscar organizaciones que puedan aportar, seguir con la campaña de impacto, buscando más aliadas, aliados y aliades que quieran sumarse a la lucha; y en cada momento que yo la puedo incluir en las proyecciones de la película, lo hago. Hemos presentado juntas la película, eso ha sido lo máximo, es un sueño para mí porque me parece tan fuerte cuando las personas ven la película y luego pueden hablar directamente con ella, creo que eso las marca. Es importante también para ellas seguir hablando y contando la situación de El Salvador, la lucha continúa hasta que salgan todas.
*Por Anabella Antonelli y Juan Pablo Pantano / Imagen de portada: fotograma de Nuestra Libertad.