Kilómetros de vida
Una autovía avanza sobre voces, historias y ecosistemas del Valle de Punilla. La construcción de 21 kilómetros de asfalto entre la comuna de San Roque y Molinari ya empezó a impactar en el paisaje y las vidas de sus habitantes. Recorremos imágenes y testimonios de parte de lo que se lleva esta obra impuesta por la Provincia en medio del conflicto.
Por Lucía Maina Waisman para La tinta
Video: María Eugenia Herrera, Julia Buyatti, Damián Reynoso
El conflicto por la autovía se siente en el aire del Valle de Punilla. Mientras las máquinas trabajan a toda velocidad, los funcionarios avanzan con las expropiaciones y las demoliciones aumentan, lxs vecinxs afectadxs intentan seguir adelante. Algunas personas se organizan y resisten en las calles o buscan respuestas en la Justicia, otras reclaman un pago justo al Estado mientras se despiden de sus hogares expropiados en medio de la impotencia, hay quienes se juntan para recorrer los ríos, los montes, los sitios arqueológicos que se verían afectados y así visibilizar su valor social y ambiental.
En los últimos meses, la obra vial impulsada por el gobierno de Unión por Córdoba comenzó a concretarse en el tramo que busca unir la comuna de San Roque con la localidad de Molinari, de la mano de las empresas contratistas José Chediack, Benito Roggio y SACDE. Se trata de 21,8 kilómetros que, a cada paso, afectan vidas y ecosistemas de los territorios que el asfalto busca cubrir.
En este recorrido, recuperamos imágenes y testimonios de algunas de las personas afectadas por este proceso. Historias de vida singulares, pero que también hacen eco de muchas otras realidades similares que se están viviendo por estos días a lo largo de este valle. Voces y miradas que, pese a todo, muestran y defienden una forma de vida en armonía con la naturaleza en el contexto de una provincia que continúa profundizando la crisis socioambiental.
«Te dicen que tu casa no es más tu casa»
Emiliano es desarrollador de software y eligió vivir en un entorno natural, por eso, hace ocho años, construyó su casa en el barrio Mirador del Lago, de la localidad de Bialet Massé, a unas cuadras del lago San Roque. Junto a su compañera y su hijo, son una de las alrededor de 50 familias de esta zona que están sufriendo la expropiación de sus viviendas y terrenos para la construcción de la autovía, la cual incluiría en total alrededor de 300 expropiaciones para el tramo actual. En pocos días, llegan a demoler su hogar y, entre la mudanza, nos recibe en la puerta de lo que pronto serán escombros para contar cómo vivió este proceso de expropiación.
“Me mude acá en el año 2014. Compramos un terreno y accedimos a un crédito Procrear, y cuando empecé a construir la casa, me agarró la devaluación, no me alcanzó más la plata y la tuve que ir terminando de a poco. De hecho, esos pilotes que se ven ahí iban a ser un deck, que hice construir unos meses antes de enterarnos que nos teníamos que ir.
Me enteré de la autovía cerca del 16 de febrero de 2021. Me acuerdo porque era el cumpleaños de mi compañera y habíamos ido a comprar unas plantas y árboles de regalo, y cuando llegamos, el vecino de enfrente me llama aparte y me dice: ‘Che, nos van a expropiar, va a pasar una autovía’. Ese fue el comunicado que tuvimos. Ahí fue que nos empezamos a reunir entre vecinos y surgió la asamblea La Aguadita en esta zona, en base a este conflicto y la incertidumbre que había generado. Yo me sumé para tratar de hacer algo con el resto de los vecinos, en principio que no pase la autovía, pero sirvió como refugio: ante la ausencia del Estado, los vecinos nos conteníamos entre nosotros.
El Estado ha sido un gran ausente para los habitantes de este lugar, que fuimos muy maltratados desde ese comienzo, de vivir en la incertidumbre muchos meses sin saber si efectivamente íbamos a ser expropiados hasta el proceso de expropiación mismo. Intentamos tener diálogo con la Municipalidad, pero jamás nos recibieron. Aprobaron el uso de suelo un día de semana a la medianoche, en una sesión del Concejo Deliberante que le cambiaron la hora para que los vecinos no pudiéramos participar. Y la Provincia brilló por su ausencia, nunca escuchó nada.
La comunicación oficial con una carta la recibimos recién hace unos seis meses, donde decía que estábamos afectados por la traza y no mucho más. No había referencia a las condiciones ni acerca de cómo se efectuaría un pago, todo eso tuvimos que averiguarlo los vecinos por nuestra cuenta. Fue surrealista, te mandan una carta y te dicen que tu casa no es más tu casa. Son situaciones que uno no se imagina que va a vivir. Y nunca se reconoce la afectación emocional de la gente que vive en el lugar. En mi caso, yo lo elegí, tuve acá a mi hijo, cuidé el lugar, mi jardín, traté de construir mi casa como a mí me gustaba.
Y en términos económicos, no se terminaron haciendo cargo de los procesos inflacionarios que hubo en los últimos meses, de la devaluación del precio, del revalúo de las propiedades. Y del terreno ni hablar. Con el fin de estafar a los vecinos que solo tenían terrenos y que son mucho más fácil de desalojar, tiraron el precio abajo: tomaron la mínima en base a una muestra de 3 terrenos de la zona que eran los más baratos.
Uno, si tiene suerte, va a ser la única expropiación que va a vivir en su vida, estas personas trabajan de expropiar gente, entonces tienen la experiencia y la estrategia trazada, saben cuándo apretar. Primero, te aprietan; después, aflojan, aprietan y aflojan. En ese trajín, terminan desgastando a la gente, a los grupos de vecinos los van dividiendo y te dividen dentro de tu familia también. Garantizaron los intereses de las empresas, a los vecinos nos psicopatearon y trataron de pagarnos lo menos posible”.
«Yo vivo en el silencio de la noche»
Natividad es campesina y descendiente del pueblo comechingón que habitó históricamente el paraje y comunidad Las Tunas, donde aún reside en el campo que heredó de sus abuelxs. En ese mismo territorio, cercano a la localidad de Cosquín, habitan unas 20 familias y se encuentran diversos sitios arqueológicos. El proyecto de autovía atraviesa parte del campo que ella y su familia habitan desde siempre.
“Yo nací acá, mis hijos nacieron acá, se criaron acá y siempre hemos criado animales, con eso subsistimos. El campo tiene 14 hectáreas: allá adelante está mi hija, acá está mi nuera y allá está mi hijo. Y yo acá crío vacas, chanchos, caballos, tengo gallinas, patos, conejos. Mi jubilación no alcanza más que para darle algo de comer a los bichos y yo vivo de eso.
Toda la historia de mi familia está acá, en el paraje Las Tunas. Esta es la casita que hizo mi abuelo. Mi abuela era hija de indios, de los comechingones que eran los que habían habitado acá, en la zona, pero no tengo mucho conocimiento, hubiese sido lindo haber conocido la historia de antes. Era otra forma de vivir, mucho más tranquila que ahora. Acá, a 2 km, hay un cementerio indígena, morteros, pircas, cosas así es lo único que va quedando.
Si se hace la autovía, la voy a tener a 150, 200 metros como mucho, o sea que no puedo tener ni vacas ni caballos, animales grandes no puedo tener. Es todo un problema porque a nosotros nos corta el campo a la mitad y nos deja sin el agua, nos queda el arroyo allá abajo, que es el agua que tengo para los animales. Aparte, en la casa, no tenemos agua, yo tengo aljibe y pido a la Municipalidad que trae en camiones. Acá afecta en todo porque, habiendo una autovía, quedan rastros de nafta, gasoil, de aceite, de goma de auto y todo eso, cuando llueve, va al agua. Y ya uno no tiene esta paz, va a ser bocinazos, camiones, vehículos que pasan continuamente. La gente dice que nos hace falta una autovía, una cosa más rápida y, bueno, a uno lo perjudica y a otros les viene bien…
Yo no hace mucho me enteré de la autovía, por medio de la gente, porque nunca vinieron a decirnos si estábamos conformes. Cuando ya tenían la traza hecha, vino una de las chicas de Camino de las Sierras este verano a hablar con nosotros. Nos dijo que iba a pasar la autovía, que habían elegido esta parte y nos pasaba por arriba de las dos casas. Pero las chicas viven ahí, no tienen cómo hacer una casa nueva… Así que hablaron y, al final, corrieron la traza más abajo del campo, cosa de no tocarle las casitas.
De dinero todavía no se habló nada, nunca nos dieron un mapa tampoco para mostrarnos bien cómo está la traza. Tampoco sabemos cuándo empieza la construcción. Me he resignado a lo que sea… primeramente sí me amargaba mucho, lloraba mucho todo el tiempo porque era difícil. Uno se apena, pero, por más que digamos que no, no podemos hacer nada.
Yo nunca pensé en vender, ya han venido muchas personas a preguntar a cuánto vendo y no. Si vendo, me dan un montoncito de plata y… ¡la plata se me va a terminar! Yo prefiero dejarles tierra a mis hijos, porque es muy feo ‘andar andando’, como quien dice, no tener un techo. No digo que se harán un chalet, pero sí, por lo menos, un rancho donde vivir tranquilos.
Es complicado, es triste porque a uno se le termina toda la paz que teníamos y no la vamos a volver a tener. Yo me acuesto y sé que, si el perro ataca algo, puede ser otro perro; si es gente, ladra de otra forma, porque yo vivo en el silencio de la noche. Nosotros que nos criamos acá sabemos lo que son los ruidos. Por ejemplo, si los teros gritaron y se volaron a otro lugar es porque los asustó alguien, anda gente; si el tero grita y empieza a revolotear ahí nomás y se vuelve a asentar, es un perro o zorro que lo asusta, pero no le tiene miedo. Cada bicho tiene su forma de expresarse y, por medio de ellos, nosotros sabemos qué pasa afuera. Estamos acostumbrados a los bichos, los bichos se acostumbran a uno también, está ese contacto de uno con la naturaleza, es lindo. Pero con una autovía y el ruido de vehículos, con bocinazos y cosas, ya eso se termina todo, no se va a poder escuchar más nada. Y si esto va a ser iluminado, tampoco vamos a ver más las estrellas”.
«Nos quedamos sin agua»
Marcos es docente y vive desde hace ocho años en el barrio El Condado, al norte de Cosquín. Allí habitan al menos unas 600 familias que, al igual que ocurre en diferentes lugares de las sierras cordobesas, sufren de manera creciente problemas de acceso al agua. La autovía afectaría la cuenca del río Yuspe, que abastece justamente a esta zona de manera directa y es también el principal afluente del río Cosquín, el cual, a su vez, provee de agua a la mayoría de los habitantes de esa localidad y desemboca en el lago San Roque, origen del líquido vital que llega a gran parte de los hogares de la ciudad de Córdoba.
“La situación del agua es muy compleja, históricamente esta zona padeció la escasez. En la pandemia, a fines de 2020, nos quedamos sin agua por tres meses y nos vimos ante la necesidad de pedir camiones. En lo personal, nos afectó bastante porque nunca habíamos experimentado esa situación, sí conocíamos familias que lo habían padecido años anteriores, pero nosotros, a lo sumo, habíamos estado 2 o 3 días sin agua, 3 meses nunca. El problema fue que la toma de agua padeció la ausencia de mantenimiento por 50, 60 años y esa era la justificación. Después se hizo una planta con la misma toma de agua, pero hay sectores del barrio que todavía no lo tienen solucionado. Lo que pasa es que el barrio va creciendo descontroladamente porque no hay una planificación.
Y en verano, obviamente, el servicio es insuficiente porque viene el turismo, gente de Córdoba que tiene casa acá; la demanda es muy grande y el servicio no alcanza para abastecer las necesidades. Esto no solamente pasa acá, en todo Punilla el tema del agua se ve afectado, desde la pandemia este problema salió muy a flote, ya sea por los incendios, por el desmonte, la venta descontrolada de lotes al pie de las sierras que lleva a que se construyan grandes obras.
La autovía va a atravesar la cuenca del río Yuspe, que es el que menos contaminado está en la zona de Punilla. Es un río muy importante que viene de Los Gigantes, entonces siempre tiene caudal de agua; ahora no llueve hace mucho y sigue teniendo agua, y eso es porque sus vertientes siguen regulando naturalmente la distribución del agua. Si nos atraviesa la autovía, vamos a tener el impacto negativo en el desmonte, en los movimientos de suelo y eso va a afectar a las vertientes. Si no hay árboles, no hay raíces, el agua, así como cae, se va. A esto, se suma que en el verano va a aumentar la cantidad de personas que vienen y el servicio es insuficiente.
Además, esta zona es una reserva hídrica, natural del río Yuspe, que es municipal, y se empezó a trabajar ya en los años 90, entonces no se entiende por qué se sigue loteando. Hay casas que se han construido en estos últimos años y río arriba también. El tema de los incendios, en ese sentido, no es casual, es causal. Más si tenés una autovía que te lleva a Córdoba en 40 minutos, donde nos transformamos en lugares dormitorio, de countries y más loteos”.
*Por Lucía Maina Waisman para La tinta / Video: María Eugenia Herrera, Julia Buyatti, Damián Reynoso