El Comedor IME: un sobreviviente de la cultura local obrera
Por Laura Ortiz para Brote Fanzine
La gastronomía local sufre una crisis estructural en la actualidad, que data de muchos años antes de la pandemia. El universo gastronómico actual, terrenal, creado por mujeres y hombres imperfectos, regido por las leyes del mercado, de la industria del ultra procesado y del modelo “normativizador” de sabores globalizados, es el peor escenario para la supervivencia de bodegones tradicionales.
Si pensáramos por un minuto en la gastronomía como una especie de religión o filosofía teísta en la cual existiese un ser superior creador de este universo, sin duda que una de sus más grandes obras sería el “milagro” de la longevidad de estas fondas. Aunque nos consideramos ateos, brindamos por esta “obra” del señor. Por eso es que desgraciadamente habitan cada vez menos en pueblos y ciudades de esta parte del continente.
Por fortuna, o por esta obra divina, algunos todavía resisten a esta dura realidad y logran salir adelante en base a sus ofrendas culinarias a la minuta y al apoyo de sus leales comensales. A sus tradicionales fieles de siempre se le han sumado, no hace mucho tiempo atrás, nuevos devotos foodies atraídos por este reciente boom por los bodegones. En una época signada por el auge de las redes sociales, las app de delivery y los likes, algunos pocos de estos establecimientos han podido adaptarse a esta realidad y sacar provecho de las stories y post de sus nuevos fans.
Hoy vamos a comentarles acerca del “Comedor IME”, un bodegón tradicional que sobrevive desde los años ’70 en el barrio de Alberdi, en la ciudad de Córdoba (Argentina). Para esto invitamos a almorzar a nuestra colaboradora y amiga de Brote, la historiadora María Laura Ortiz. Entre pastas caseras, milanesas, jarras de vino de la casa y sifones de soda charlamos sobre la historia de nuestra ciudad, de su clase obrera y su socialización.
¿Por qué un bodegón que se llama “Comedor IME” en Córdoba? Para quienes no conozcan, IME significa Industrias Mecánicas del Estado y fue una fábrica muy importante de Córdoba, además de ser una de las primeras que se creó en la época del primer peronismo. Laura nos cuenta que en su fundación la fábrica tenía otro nombre, y hoy también, sin embargo sus construcciones sobrevivieron estos 70 años, a pesar de que la Córdoba actual ya no viva de su industria como en aquellos años que se la comparaba con Turín o Detroit.
En los años ´70, en ese establecimiento trabajaban unos 10 mil obreros en la producción de una variada gama de vehículos, que iban desde aviones hasta motos. El Rastrojero Diésel y la moto Puma fueron los más emblemáticos, por sus precios populares que permitían que se multiplicaran por las calles de Córdoba y del país, e incluso llegaron a exportarse a países latinoamericanos
Desde aquellos años IME es sinónimo de muchas cosas. Por un lado, un homólogo de luchas obreras. En su investigación histórica, Laura Ortiz registró que en la década del ´70, como en muchas otras fábricas de Córdoba, en IME emergió un activismo sindical de bases referenciado en la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) y que estaba constituido por obreros que también era militantes de la izquierda revolucionaria y del peronismo combativo.
Ellos se organizaban en la fábrica a pesar de que el sistema de trabajo era muy estricto ya que, por ser una dependencia del Ministerio de Defensa, tenía jefes y guardia interna de origen militar. También en esa época habían empezado los primeros intentos del Gobierno para el vaciamiento de la empresa, con el argumento de que era innecesaria, para poder venderla. Una situación muy repetida en nuestra historia reciente.
En aquella época, los trabajadores se opusieron al vaciamiento e intentaron resistirlo, pero en su mayoría fueron despedidos con la aplicación de la Ley de Prescindibilidad, que era una herramienta legal del Gobierno para achicar la cantidad de trabajadores del Estado. Algunos de esos activistas quedaron “marcados” y terminaron secuestrados y desaparecidos con el terrorismo de Estado que impuso la dictadura cívico-militar de 1976.
Dice Laura: “Es muy sugerente que a pesar de todos los vaivenes de esta fábrica en nuestra historia, siga generando identidad en un grupo de gente que fue la que creó este comedor. Porque así funcionan las comunidades identitarias, a partir de un lugar en el que nos sentimos parte, en el que fuimos felices, que nos marcaron por algo”. Y evidentemente quienes fundaron este bodegón lo hicieron a partir de haber sido trabajadores de IME.
El Comedor se creó a principios de los años ’70 y sólo era para los socios, o sea, los obreros de IME. En esa época no sólo se picaba algo a la noche sino que sobre todo se compartía el momento entre compañeros, con billar, cartas y sapo. Porque esa sociabilidad que empezaba en la fábrica, siempre continuaba en otros espacios.
Laura investigó especialmente estas cuestiones, y encontró mucha evidencia sobre esos actos de compañerismo que no era una simple etiqueta, era compartir muchas horas de la vida, ayudarse dentro y fuera del lugar de trabajo, por ejemplo cuando un compañero se construía la casa, todos iban a ayudar. O cuando nacían los hijos, o fallecía un familiar, todos colaboraban con regalos o gastos. O cuando la represión arreciaba, con la cárcel de los delegados o sus secuestros, se hacían colectas para los familiares que se quedaban sin el salario para sobrevivir.
En las fábricas se formaban equipos de fútbol y se jugaban campeonatos de lo más competitivos contra las otras fábricas del mismo sector. Así fue como los compañeros se organizaban para crear sus propias clínicas, o sus campos para vacacionar en las sierras, creaban clubes sociales y deportivos, o comedores, como este. “La fábrica no era sólo un lugar de trabajo, era un lugar donde se encontraba gente que estaba en una situación socioeconómica similar y que formaba una cultura particular”, refiere Laura.
A partir de los años ’80, con otros concesionarios, decidieron abrir el Comedor para el público en general, principalmente los vecinos del barrio Alberdi y los laburantes que circulaban por la zona. Desde esa época, el Comedor IME se caracteriza por sus comidas típicas de cualquier hogar obrero argentino: vitel toné, carnes a la parrilla, pastas caseras, milanesas con puré y papas fritas, flan casero, el tradicional vigilante de queso y dulce. Todas porciones abundantes y muy económicas, con ese sabor que te rebota en el cerebro recordándote la comida de tu abuela. Una experiencia gastronómica popular, con aroma a barrio y gusto a historia. Un lugar que, aunque esté lleno, siempre tiene un lugar y un plato listo para vos.
*Por Laura Ortiz para Brote Fanzine / Imagen de portada: Brote.