Poner el cuerpo. Una década de defensoras ambientales en barrio San Antonio
Las mujeres de VUDAS denuncian desde hace años la contaminación de la fábrica Porta Hnos. que produce agrocombustibles en medio de su comunidad. Recurrieron a todos los gobiernos, a los tribunales provinciales y federales, hasta llegar a la Corte Suprema de Justicia, donde ahora esperan una solución. Pero diez años de abandono estatal no solo les trajo indignación y daños a la salud, sino también una red, una historia, una transformación personal y política que hoy comparten con orgullo.
Por Lucía Maina Waisman para La tinta
—El inicio fue una explosión.
Eso dice María Rosa Vignolo o Mari, como le dicen sus vecinas, cuando empieza la ronda de mates y memorias con un grupo de mujeres del barrio San Antonio de la ciudad de Córdoba. Y, en sus palabras, no hay metáforas.
En 2012, una explosión en Porta Hnos., la fábrica que se encuentra del otro lado de la pared de la casa donde conversamos, marcó el origen de VUDAS, Vecinxs Unidxs en Defensa de un Ambiente Sano. Así empezó una organización ambiental que hoy cumple 10 años, nacida justamente -y aún sin saberlo- en el mismo momento en que la empresa comenzaba a producir etanol en pleno barrio. Una explosión que delató el silencio y empujó a un grupo de amas de casa a salir a la calle, encontrarse y emprender un largo camino contra la contaminación en San Antonio que las transformó en Defensoras Ambientales, tal como fueron reconocidas el año pasado en el Congreso de la Nación al recibir el premio “Berta Cáceres”.
Desde aquel inicio hasta hoy, salir a la calle en la casa de Silvia Cruz, donde nos encontramos, significa salir a una reja que marca el fin del barrio y el inicio de una realidad paralela: detrás de los carteles que advierten que, a partir de allí, está prohibido fumar, pilas de palets, máquinas, camiones y trabajadores con cascos deambulan entre chimeneas que se elevan hacia el cielo. Es que la casa de Silvia es la última de una de las tantas calles de este barrio que terminan abruptamente en un portón, una reja, una bandera argentina flameando sobre un alambre de púas. El peligro de explosión -que las vecinas alertan podría afectar a buena parte de la ciudad de Córdoba- acecha en cada esquina.
La fábrica que corta las calles es Porta Hnos., una empresa de capitales cordobeses que comenzó haciendo licores, sumó la producción de alcohol, luego vinagres, bebidas alcohólicas, hasta llegar hoy a una producción estimada de 100 mil litros diarios de etanol a base de maíz transgénico. Entre casas y fábrica, entre vecinxs y agrocombustibles, no hay nada: el barrio termina en una frontera que mide menos de un paso. La convivencia es tan visible como imposible.
Durante los últimos diez años, estas mujeres de barrio San Antonio denunciaron las consecuencias de los gases tóxicos que emanan de esta fábrica en la vida, el ambiente y la salud de su comunidad sin obtener respuestas del Estado. Durante una década, se organizaron, reclamaron, construyeron una historia colectiva y se transformaron:
—Todo ha sido aprendizaje y el éxito se ve en lo que somos hoy y lo que éramos antes -dice Silvia mientras ceba el primer mate sobre su mantel marrón-.
La salud como inicio
Aunque Porta se instaló en el barrio San Antonio en 1995, fue en el año 2012 cuando el conflicto estalló.
—El inicio fue una explosión muy grande que hubo en febrero de 2012 y todos los vecinos salieron a la calle a ver qué pasaba. Comenzamos a hablar por eso, nos dimos cuenta de que fue de la empresa –cuenta Mari-. Un grupo de vecinos fue a hablar con José Porta y él les dijo que estaban poniendo en funcionamiento unas calderas, pero las explosiones siguieron sucediendo… Entonces nos empezamos a reunir en distintas casas para averiguar qué estaban haciendo, porque había mucho movimiento, camiones, se habían visto pasar muchas torres de acero inoxidable, esas que se ven ahí –agrega señalando hacia el patio-.
Esas torres se han transformado ya en una insignia de este territorio. Se ven a lo lejos llegando desde la ruta, se ven desde la plaza donde ahora juegan los niños de 10 años que nacieron en este paisaje. Se reproducen en murales, fotografías, notas periodísticas y documentales que denuncian la contaminación de esta fábrica aterrizada en medio de la gente.
—En esas reuniones, le teníamos que dar un nombre a esta organización que estábamos formando y se le dio como nombre VUDAS: Vecinos Unidos en Defensa de un Ambiente Sano, porque nos estábamos dando cuenta de que el problema estaba en la salud, por lo que se empezó a encontrar día a día: al hablar unos con otros, empezamos a ver que teníamos muchas afecciones parecidas.
A las sospechas de lxs vecinxs, le siguieron, años después, los estudios y relevamientos científicos. Lxs niñxs que crecieron en este paisaje son lxs más afectadxs por el impacto en la salud que tendría la destilería, con la emanación cotidiana de gases como formaldehído, tolueno y xileno. Así lo indica un estudio de la Red Universitaria de Ambiente y Salud (REDUAS) realizado en 2016 y recientemente publicado en la revista Journal of Biosciences and Medicines, que señala que la población de San Antonio presenta cuadros irritativos generales desde que comenzó a producirse etanol en el barrio.
La investigación, realizada a solicitud de la comunidad, detectó que el 53% de lxs vecinxs refiere trastornos respiratorios y el 57% de niñxs de 6 y 7 años usa broncodilatadores (indicador de asma), mientras que 2 de cada 3 habitantes sufren alguna de las siguientes patologías: conjuntivitis, cefaleas, dermatitis, dispepsias y trastornos respiratorios. Según el estudio, el cuadro de salud colectiva encontrado sugiere un “Síndrome de Barrio Enfermo”, relacionado a la exposición química repetida.
Salir de casa, cortar la calle
—La organización no es fácil; de pronto, salimos de nuestras casas, muchas de nosotras amas de casa, sin conocimientos para hacer esto, ninguna militando, nada, y teníamos que ver qué hacíamos, cuál era el camino –recuerda Silvia-. Y aunque nosotras estuviéramos denunciando esto a las instituciones que correspondía, no había forma de que vinieran.
—No sabíamos manejar celulares, computadoras… Yo era ama de casa, jamás había tenido contacto con el afuera y tuvimos que aprender –agrega Rosa Acuña, que llega apurada y se suma a la charla.
Después de que Silvia trae a la mesa una torta que acaba de hornear, las vecinas comentan que relacionarse con otras organizaciones y mujeres que estaban involucradas en luchas socio-ambientales fue clave para encontrar el camino.
—Las Madres de barrio Ituzaingó ya venían resistiendo y Malvinas Lucha por la Vida ya estaba con el tema de Monsanto, entonces empezamos a ir al acampe, dijimos: “Bueno, acá también hay vecinos que la están pasando mal” —continúa la dueña de casa—. Les llevábamos agua, yerba y nos pasábamos las tardes ahí escuchando las asambleas; nosotras ni sabíamos que eso se llamaba asamblea y que así se construía.
Así, dicen, se dieron cuenta de que no alcanzaba con reunirse en las casas, que había que salir. Con el tiempo, pintaron sus primeros carteles, hicieron sus primeros volantes, hasta que decidieron cortar una calle.
—En el acampe, vimos también lo duro que era enfrentarse a la policía. Entonces, la primera vez que hicimos un corte, nos paramos en el cordón y nos mirábamos y decíamos: “¿¡Qué estamos haciendo!? Bueno, nos bajemos… A la una, a las dos y a las tres”. Ese día aprendimos a cortar una calle, perdimos el miedo. Vimos que la forma de lucha era ponerle el cuerpo —relata Silvia.
Unos años después, recuerdan, ya decidieron poner el cuerpo de otras formas. En 2015, tras varias negativas del por entonces intendente Ramón Mestre de recibirlas, permanecieron encadenadas durante más de cinco días en la Municipalidad de Córdoba para exigir la erradicación de la fábrica.
Pero salir de casa implicaba otros desafíos para las integrantes de VUDAS, en su mayoría mujeres. Su lucha creció en paralelo a la ola feminista en nuestra provincia y nuestro país, y también implicó una transformación personal y familiar.
—Esto nos atravesó como mujeres y nos cuesta más, porque tenemos que dejar todo el trabajo en la casa, hacerlo en otro tiempo y continuar con esto que para nosotras es un trabajo —dice Silvia.
—En mi caso, mi compañero siempre me acompañó, cuidaba a mi mamá, yo me iba y él preparaba cualquier cosa para comer cuando llegábamos, pizza, salchichas. Si no fuera por ellos que nos apoyaban, tal vez no podía dedicarle tiempo a esto –comenta Rosa, que en el 2020 sufrió la muerte de su esposo Lucho por coronavirus, una muerte que las vecinas vinculan también con un sistema inmunológico deprimido después de años de exposición a las emanaciones de la fábrica.
Poco antes de esta pérdida, mientras las vecinas permanecían encerradas por la pandemia en un barrio contaminado, el gobernador Juan Schiaretti inauguró una obra de ampliación de gas natural en Porta Hnos., potenciando la producción de la empresa denunciada por contaminación con una planta de concentrados proteicos de origen vegetal. Mientras tanto, la fábrica quintuplicaba la producción de alcohol de uso medicinal ante la demanda disparada por el COVID-19.
Tejer redes
La organización, poco a poco, trascendió al barrio. Creció la articulación con otras personas, asambleas ambientales y con distintos especialistas que empezaron a realizar estudios sobre la situación en San Antonio. Actualmente, un nuevo equipo de investigación está trabajando para analizar no solo los problemas de salud, sino también las consecuencias sociales y territoriales de este conflicto.
Así lo explica Luciana Mautoni, comunicadora social que conoció a VUDAS en el bloqueo a Monsanto en Malvinas Argentinas y se sumó para apoyar la resistencia de las vecinas. “Es valiosísima la red y los nexos que se fueron dando desde la asamblea con el afuera”, dice y menciona como ejemplo la formación de una multisectorial que nucleó y articuló a más de 60 organizaciones bajo la consigna de “Cordobazo Ambiental”.
—Nos vamos armando de instrumentos para comunicar un problema que excede a barrio San Antonio —advierte Luciana—, porque estamos hablando de una fábrica que contamina y produce bioetanol con el mismo maíz transgénico de Monsanto que ya conocíamos, y es importante que empecemos a abrir este tema para pensar la cuestión ambiental.
La vivencia de las vecinas también se transformó al conocer otras problemáticas socio-ambientales:
—Al principio, cuando empezamos esta lucha, yo como madre y abuela pensaba en mi familia, mis hijos, mis nietos, en que acá no se puede respirar —cuenta Rosa—. Pero después de andar, ver tantas luchas ambientales, vi que esto es para todos, no es solo para un barrio. Para que el día de mañana, si sacamos esta empresa, quede como un precedente para que nunca más una empresa de bioetanol se instale al lado de las casas. Yo eso lo aprendí en esta lucha: ver tanta injusticia en Córdoba te da más fuerzas para seguir luchando.
Tocar puertas
Mientras los recuerdos de sus compañeras siguen circulando sobre la mesa, Rosa se emociona:
—Me pone mal por el cuerpo desgastado, son diez años… ¿Qué es lo que no hicimos? –dice con la voz entrecortada—. Y la Justicia, los gobernantes, todos lo saben: hemos caminado la Legislatura, la Municipalidad, Tribunales de la Provincia, Federales, Concejo Deliberante.
Durante estos diez años, las mujeres de VUDAS tocaron todas las puertas posibles y, finalmente, en 2019, lograron que su caso llegue a juicio en los Tribunales Federales. Sin embargo, el fallo dictado por el juez Miguel Hugo Vaca Narvaja a cargo de la causa no abordó la contaminación ambiental provocada por Porta. Y aunque reconoció que la empresa produce bioetanol sin contar con el Estudio de Impacto Ambiental que exige la ley, le otorgó un plazo de 90 días para adecuarse. La firma apeló esta decisión y, hasta el día de hoy, no presentó dicho estudio. Las vecinas, por su parte, apelaron el fallo para continuar exigiendo la erradicación de la planta del barrio y, desde hace nueve meses, la causa espera en la Corte Suprema de Justicia.
Por eso ahora, después de una década de puertas cerradas en la provincia, su peregrinar continúa en Buenos Aires, a donde viajaron en abril pasado, para que vean, dice Silvia, que como somos capaces de hacer todo esto en Córdoba, somos capaces de hacer todo en Nación. Allí fueron recibidas por la Secretaría de Juicios Ambientales de la Corte Suprema de la Nación que tiene a cargo su causa y les informaron que la misma se encuentra en la instancia de lectura e investigación previa a pasar a manos de los jueces.
Pero las mujeres siguieron buscando respuestas en la Capital Federal: fueron a la Defensoría del Pueblo de la Nación para reclamar la necesidad de aplicar un Principio Precautorio que cese de manera inmediata la producción de Porta. Fueron al Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad del gobierno nacional, y también a la Embajada de Suecia, donde denunciaron el accionar de la multinacional sueca Alfa Laval, que incentivó la instalación tecnológica de la fábrica de agrocombustibles en Córdoba sin habilitación legal.
También escribieron una carta al presidente Alberto Fernández, de puño y letra en un bar, cuentan las mujeres, donde expresaron su deseo de ser escuchadas «para garantizar un real compromiso del Estado como garante de nuestro derecho humano a existir».
—Quienes tienen que resguardar nuestros derechos no están cumpliendo con su trabajo –dice Silvia—, pero nosotras como defensoras ambientales, madres, parte del territorio, sí estamos cumpliendo con nuestro trabajo; no somos indiferentes, no dijimos nos vamos, le vendemos a Porta, no, hay que defender el territorio. Estamos ejerciendo ciudadanía, incidiendo para que el sistema cambie.
Mientras la espera de justicia continúa, días atrás, se estrenó en Córdoba “Alerta, caso VUDAS”, el segundo documental que aborda la situación de San Antonio, dirigido por Matías Racca. Luciana explica que esta producción audiovisual muestra el crecimiento de la organización hacia afuera durante los últimos años y también “hace foco en un problema muy puntual que tenemos y que ha costado instalar, porque es posible que ocurra y es demasiado doloroso para las vecinas pensarlo, y que es la posibilidad de explosión de la fábrica”.
Con el último mate en la mano, las mujeres cuentan cómo se encuentran hoy, después de una década de reclamos sin respuestas:
—Estamos destruidas, yo siento averiado todo mi cuerpo —dice Rosa.
—Pero también con más fuerzas, más convicción para seguir y llegar hasta lo último —interviene Mari.
—Porque una cosa es el cuerpo de Rosa y otra cosa es la Rosa –dice Silvia con mirada cómplice mientras sus compañeras sonríen y asienten.
*Por Lucía Maina Waisman para La tinta / Imagen de portada: Fernando Bordón para La tinta.