#ColumnaTrava: Soy lo prohibido

#ColumnaTrava: Soy lo prohibido
6 mayo, 2022 por Verónika Ferrucci

Tanto en la historia lejana como en la reciente, nos repitieron en loop que los cuerpos travestis y trans éramos pecado, delito y aberración. Hoy, con un camino más allanado, esa prohibición persiste simbólicamente en la precarización erótica y emocional. Salimos del ocultamiento, pero no logramos romper los imaginarios de la moral rancia. ¿Es posible desear nuestros cuerpos de otros modos? ¿Podrán?

 Por Vir del Mar para La tinta

Espejito, espejito

Soy ese beso que se da / sin que se pueda comentar / soy ese nombre que jamás / fuera de aquí pronunciarás / soy ese amor que negarás / para salvar tu dignidad / soy lo prohibido”.

Me levanto a la mañana, me miro al espejo y reconozco las transformaciones que han ido sucediendo en estos dos años de transición. Con las amigas travas decimos que es el proceso creativo más intenso y emocionante que hemos emprendido. A esta altura, mi pelo creció y toda mi ropa interior es femenina; el estradiol que tomo prolijamente cada noche se extendió por mi cuerpo, rellenó mis pómulos, hinchó mis pezones y ensanchó mis caderas. Mi piel está más suave, mis humores más ásperos. Me sonrío en el espejo y digo en voz alta: ¡qué buena que estoy!, así celebro estar habitando mi cuerpo del modo en que siempre quise. Antes me miraba y dudaba de mis formas, ahora me veo y siento la contundencia y la radiancia del deseo. Eso es lo claro: me deseo muchísimo.

Hay otrxs que también me desean, pero quedan pasmadxs: tanto para los chongos que me quieren de muñeca inflable como para lxs pibxs a lxs que les resulto misteriosa e intimidante, soy lo prohibido. Atravesamos la vasta llanura del deseo y nos encontramos repetidas veces con lxs otrxs haciéndose la misma pregunta: ¿cómo mi3rda se desea un cuerpo trans?

La construcción de lo prohibido

Soy hija de una era de ampliación de derechos. Con todas las falencias y omisiones en su práctica, la Ley de Identidad de Género nos permitió, a la nueva generación de travestis y personas trans, habitar el espacio público de otro modo. Muy de a poco, quizás a un paso demasiado lento, la experiencia es otra. Sigue habiendo violencias —la calle jamás es un lugar seguro para quienes nos corremos de la norma—, pero podemos decir que algunos de los relatos son distintos a los de las travas más grandes, esas escasas sobrevivientes que superan la expectativa de vida de 35 y 40 años, y gracias a las que podemos hablar de esta transformación. Sin embargo, salvando algunas excepciones, pareciera que en el territorio amoroso y del deseo seguimos habitando las aguas tenebrosas de la prohibición.

Hasta hace una década, en Argentina, existían distintos edictos policiales, Códigos Contravencionales y de Faltas que sancionaban el travestismo y la homosexualidad. El único lugar permitido para los cuerpos travestis trans era la oscuridad de las zonas rojas, ahí donde el deseo podía suceder lejos de la mirada. Esto, en otra escala, continúa sucediendo. La organización OTRANS denunció en este análisis la violación de los derechos individuales y la perpetuación de los castigos por ocupar el espacio público, siempre en disputa. También sucede en otros términos materiales y simbólicos: la ausencia de oportunidades laborales, la dificultad para permanecer en la universidad, la violencia callejera sistemática, las miles de burocracias que tenemos que atravesar, la marginalización, y, de lo que me interesa hablar hoy: la precarización emocional y erótica.

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Precarización erótica

No voy a ahondar demasiado en la virtualización de los afectos, para eso les dejo esta nota de Vero Ferrucci. En cambio, quiero que pensemos cómo esa cualidad de prohibición rige sobre nuestros modos de nombrarnos y vincularnos. 

Una de las tantas incógnitas que se plantean al momento de transicionar tiene que ver con la orientación sexual. Las categorías que podemos reconocer con facilidad —hetero, lesbianx, marica, gay, torta, bisexual, entre otras— fueron pensadas desde la cisexualidad. Osea, hay cierta coincidencia entre la genitalidad y la expresión de género de la persona por la que te sentís atraídx. Hay excepciones y variantes, claro, pero por poner solo un ejemplo: es probable que si sos una marica, te gusten otras maricas o varones gays, o varones hetero, que tienen una determinada genitalidad y unos usos del cuerpo. Bueno, eso era muy claro para mí cuando, efectivamente, me definía como una marica. Con la transición, sucedió que ese modo de nombrarme e identificarme dejó de ser útil. Primero, porque mi identidad de género devino travesti y, segundo, porque el grupo de personas que deseaba ya no me deseaban a mí. Por más que mi genitalidad fuera parte de su espectro del deseo, mi expresión de género no (pueden googlear cisexualidad, diferencia entre orientación sexual, identidad de género y expresión de género). Esto no es algo exclusivo de las travas, a todas las identidades fuera del cisexismo nos sucede algo similar. 

 

¿Cómo van a desearnos si no estamos dentro de los imaginarios posibles? ¿Cómo un chico puede tener vagina? ¿Cómo puede gustarme una feminidad con tetas y pene? ¿Cómo me vinculo con alguien intersex?

Dentro de esta reconfiguración del deseo, bastó entrar una vez a Tinder y a Grindr para entender que mi cuerpo era, aún más que antes, un pedazo de carne, un fetiche, un juguete a infantilizar con todos los sinónimos posibles de bebé, nenita, amorcito y más. Bastó salir a la calle y recibir las miradas y la obscenidad para entender que había varones cis que me deseaban, pero lo hacían desde un lugar que me asqueaba. Bastó para que me pregunte: ¿quiero ocupar ese lugar? ¿Me interesa que me deseen de un modo tan torpe y rudimentario? ¿Ahora soy solo un cuerpo-fetiche? Creo que podemos acordar que nadie es solo sus genitales, pero estamos fallando en entender el erotismo y el deseo desde un lugar tan cerrado y binario. Al menos para mí, está claro que no quiero ser deseada con menos luminosidad que con la que yo misma me miro al espejo.

Esto desencadenó un quiebre en mi modo de desear. Me pregunté si desear varones no había sucedido por defecto, si no era lo que había estado al alcance de mi imaginario, así como nombrarme gay había sido el modo menos incómodo en mi contexto para nombrar esa desviación que identifiqué desde muy chica. La respuesta la sigo buscando, pero tengo la certeza de que me siento cómoda cuando el deseo es mutuo y cuando los modos de acercarnos no entristecen ni menoscaban mi presencia, cuando mi capital erótico no es precarizado y objetualizado.

Hoy, encuentro que otras identidades y modos de habitar el cuerpo por fuera de la masculinidad cis me convocan la mirada y el deseo. Pero al momento de nombrar mi orientación, ¿qué soy? ¿Hetero porque he estado con varones? ¿Lesbiana si deseo chicas cis? ¿Bisexual? ¿Pansexual? ¿Marica porque me gustan las feminidades? No quiero rotularme con categorías pensadas desde la heteronorma, pero sí pensar cómo esas categorías nos dejan por fuera a las personas trans. Si no nos nombran, si socialmente no existimos, quedamos en los bordes de los imaginarios del deseo, en los límites de lo posible, en lo prohibido. Mi deseo había mutado, pero… ¿por qué la posibilidad de vincularme era igual que estar sentada solita, mi alma, en un desierto seco y árido?

Y ahí, cuando sucede, la precarización emocional: habitamos el deseo y el amor desde la liminalidad, con las sobras, los gestos que se nos permiten, la ternura a puertas cerradas, en estructuras poliafectivas donde hay personas cis que son vínculo prioritario y, así, una larga lista. Lo entiendo: es más fácil jugar al amor e imaginarse una vida y proyectar al lado de un cuerpo que no tiene una violencia sistemática asignada, es más fácil estar en paz con la familia si tu compañerx del momento es cis, es más fácil alquilar una casa o chapar en la calle, o atravesar la vida sin hacerte tantos cuestionamientos. No deja de parecerme cruel y expulsivo; resquebraja nuestra posibilidad de habitar la ternura, el espacio público y la experiencia del amor en los términos que queramos hacerlo. 

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En un intento de supervivencia, terminamos por generar endogamias dentro de nuestros espacios seguros, porque, como dice Gemma Andróginx: “Yo aprendí a desear los cuerpos que mutan, /porque en la paridad me siento cómoda”. Es un ejercicio vincular y político completamente válido, pero me preocupa que sigamos estando en la zona de lo prohibido, solo que entre nosotrxs. Si pensamos el deseo más allá de lo sexual, como querer que una persona o grupo social habite un espacio, o si por deseo entendemos el esfuerzo por habilitar y validar la presencia de unx otrx que diversifica el pensamiento del mundo, entonces me pregunto si esa migración a las endogamias no perpetúa la comodidad del deseo cis-heterosexual, tal como esa isla que imaginaba Quarracino. Buscamos lugares seguros, pero, ¿nos mantienen realmente a salvo?

Nos desean, sí. Nos invitan a participar de charlas, consumen nuestro arte, son nuestrxs fans, algunxs toman clases con nosotrxs, nos dicen “Yaaas, queen” y, en cada discurso de la diversidad, nos incluyen y nos aplauden. Bárbaro, chicus, eso es deseo, ahí hay erotismo, pero continúa solapado en los límites permitidos. Mientras se derriten por dentro, su carita se ve como el meme de la señora con los cálculos y se preguntan cómo mierda se desea por fuera del binarismo que aprendimos. 

Nosotrxs ya salimos a la luz. Ahora les toca a ustedes, lxs que nos desean, hacer lo mismo. 

*Por Vir del Mar para La tinta.

Palabras claves: Columna Trava, LGTBIQ+, trans, travesti, Vir del Mar

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