Contra todos los males de este mundo: cooperativa Jallalla
Las Sierras Chicas de Córdoba presentan otra historia de lucha y resistencia. Entre las localidades de Salsipuedes y El Manzano, el pueblo de El Sauce se levanta poco a poco para gritar y no callar, para reinventar su tierra.
Por Juan Pablo Pantano para La tinta
Un árbol se alza firmemente. Describe el tiempo, los olores y los colores. Dignifica la relación entre la tierra y el aire. Un árbol, ante todo, es aquello que lo conforma: una red inmensa e indescifrable de relaciones que ocurren bajo la tierra. Es allí donde reside su fuerza y su resistencia. Para un pueblo, lo mismo. Entre sus calles, sus encuentros y sus miradas, los pueblos generan sus vidas para enfrentarse al mundo que los oculta. A 42 km de la ciudad de Córdoba, se alza firmemente El Sauce. No es casualidad que se llame de esta manera. Aquí, una pequeña cartografía de su fortaleza.
Canteras El Sauce fue el nombre que le otorgó una actividad productiva al pueblo durante los años 50. La producción de cal bajo la empresa “El milagro” constituyó un principio territorial: puestos de trabajos, viviendas para trabajadores y familias, una escuela, una capilla, servicios básicos (luz, agua corriente, recolección de basura) y algunos comercios. Poco a poco, entre picos y palas —literalmente—, el pueblo se levantó. En la década del 90, al igual que en tantos espacios y puestos de trabajo, el neoliberalismo cerró las puertas a la producción y, con ella, a múltiples formas de vida.
A partir de ese momento, el pueblo resiste a la falta de políticas públicas, a la ausencia de servicios y de trabajo, y, principalmente, a la ausencia de títulos de propiedad. 85 familias componen al pueblo, de las cuales la mayoría reside allí desde su origen. Sin embargo, para la ley, el Estado y algunos empresarios de la zona, la tierra no es de quien la trabaja.
5 km separan al pueblo de la ruta E53. El camino, encurvado y con un ripio más o menos estable, no se caracteriza por la belleza natural o, más bien, aquella belleza queda tapada por el tráfico constante de camiones de dimensiones desubicadas para ese paisaje. ¿Qué hay en el medio de una fábrica en quiebra y abandonada hace años, y un pueblo sensiblemente afectado por una corriente constante de camiones? Un millón de cosas. Desde una nueva empresa que se instala en el lugar a historias, momentos, quiebres y renaceres. Este artículo es sobre una de esas historias: la cooperativa de cerámica Jallalla.
Canteras Amadeo y el monopolio territorial
El principal drama que viven las familias del Sauce es a partir de la imposibilidad de obtener un título de tierra. De allí se desprenden tantos otros. Cuando, a fines de la década del 90, la empresa CEFAS (última en explotar la cantera) quiebra, sus dueños deciden “donar” las viviendas construidas a extrabajadores y sus familias. El tema es que nunca se concretó el trámite y las familias aún hoy continúan sin el título. Durante el funcionamiento de la fábrica, había mantenimiento de viviendas e infraestructura urbana, lo cual devino, posterior a su cierre, en el abandono total por parte del Estado.
En el año 2005, la empresa “Canteras Amadeo”, dedicada principalmente a la extracción de ripio, comienza a ejercer su dominio territorial sobre El Sauce. La situación cambió dramáticamente con la llegada de la misma: de 900 empleados durante la década de los 90 a solo una decena en la actualidad. A su vez, la calidad de vida también se ve afectada por los ruidos que producen las explotaciones en la cantera; por el polvo y la tierra en el aire; por el tráfico de camiones en pequeñas calles, lo que supone un riesgo para la población que, en su mayoría, se mueve a pie. Nunca se realizó —como no es de extrañar— el informe de impacto ambiental.
A nivel legal, las tierras “pertenecen” a la empresa. Esto significa que todos los trámites para el correcto funcionamiento de los servicios, como así también para la posibilidad de acceder a una vivienda propia, deben pasar por Canteras Amadeo. Valeria Cotaimich, directora del ELAPS (Espacio laboratorio de arte/s performance/s política, salud y subjetividad/es), perteneciente a la facultad de Psicología de la UNC, nos brindó parte su trabajo doctoral, basado en experiencias y articulaciones con vecinxs de la comunidad. Esta es la situación:
“Del total de 74 (100%) casos relevados, 44 casos (59,46%) corresponden a ‘Ocupantes por préstamo’; 16 (21,62%) a ‘Ocupantes por trabajo’; 11 (14,86%) a ‘Propietarios de vivienda y terreno’; 1 (1,35%) a ‘Propietario solo de vivienda’; 1 (1,35%) a ‘Inquilinato’ y 1 (1,35%) a otra situación no especificada”.
No hay agua corriente, el abastecimiento es mediante pozos de algunos hogares y camiones que pasan a cuentagotas. Recién a fines de abril de este año, EPEC comenzó el trabajo para abastecer de luz al pueblo. Hasta que la obra concluya —obra que lleva más de 20 años de atraso—, solo un transformador suministra electricidad a las 85 familias. La frecuencia en la recolección de residuos es escasa —solo lunes y jueves por la mañana—, lo que genera basurales a cielo abierto. No hay sistema cloacal ni de transporte que le permita a la comunidad trasladarse de un pueblo a otro. En todas sus dimensiones, el derecho a la vivienda se encuentra totalmente ausente.
Pero El Sauce trama su resistir y su insistir. En las calles, en las casas de lxs vecinxs, en espacios recuperados, a la orilla del río. Por el encuentro vecinal —sumado a organizaciones sociales y sectores de la Universidad de Córdoba que se acercan—, se entrama un futuro otro, diverso y colectivo.
Rescatamos el caso de un grupo de mujeres que se juntaron para formar una cooperativa y, con ella, una forma de hacer, de su espacio de vida, su territorio de existencia. Como el árbol que se sostiene desde sus raíces, la cooperativa «Jallalla» teje sus propias redes.
Jallalla: así es, aquí estamos
El lugar en donde se desarrolla la cooperativa “Jallalla” es una reinvención total del tiempo y del espacio. Sus ladrillos y su ubicación, indican que es el cuarto delantero de la capilla “San José”, un cuarto debajo de las campanas. Pero hoy, ese cuarto, pequeño de espacio, pero gigante de fuerza, ha sido reinventado por tres mujeres emprendedoras. “Somos un grupo de compañeras que formó una cooperativa en 2018, apostando por la autogestión y la economía social. Nos unimos en busca de un salario digno en el que podamos decidir sobre nuestra forma de trabajo”, afirman sus integrantes.
En el lugar —entre cientos de productos de cerámica (terminados y por terminar), un horno para cocinar, algunas sillas y una mesa que ocupa poco más de la mitad del espacio—, Carolina, Gabriela y Vanesa miran atentas sus producciones y la ventana que abre paso al pueblo. “Es hermoso trabajar con cerámica”, nos dice Carolina mientras observa un mate con el símbolo de la cooperativa dibujado. “Estamos todo el día acá, pasamos nuestra vida acá adentro. La colada, la pintura, cocinar los productos… Encontramos nuestro oficio y nuestro lugar en el mundo”.
La cooperativa surge a partir de la organización asamblearia que se desarrolla en el pueblo desde hace un poco más de 5 años, con la llegada de la organización social “La Poderosa”. “Como organización, en cada barrio, territorio donde trabajamos, lo hacemos de forma asamblearia. Por eso, son asambleas de La Poderosa en cada territorio, es la asamblea de La Poderosa en El Sauce. Así trabajamos, horizontalmente, con consenso, es la forma que nos atraviesa en cualquier espacio”, dice una de las referentes de la organización en el lugar.
El camino recorrido para la realización de la cooperativa comenzó con un curso de capacitación en trabajo con cerámica, posterior pedido del lugar —con todo lo que ello significa— y la puesta en marcha de la producción. “Empezamos con un curso del CEDER. Nos conocimos allí. Decidimos hacer la coope acá, con las chicas. Y aquí estamos, trabajando. Al curso lo hicimos en la parroquia y, luego, nos donaron esta parte”, comenta Gabriela. Entre risas de complicidad, Carolina agrega: “Costó conseguir el lugar, costó mucho, pero acá estamos”.
El proceso de cooperativizarse a nivel legal está en marcha. Pero claro está que el proceso de trabajar cooperativamente ya es una realidad: trabajo sin patronxs, horizontal y solidario, y con una potencia política pensada hacia el futuro y como forma de resistir y luchar por la tierra. Es una cooperativa con todas sus letras y más. Una red. Porque es a partir de relaciones, diversas, pero no jerarquizadas, de encuentros, entre su propio lugar y trabajo, con otras asambleas y otros espacios.
“Acá decimos que El Sauce volvió a ser vida desde que comenzamos a organizarnos en las asambleas y con La Poderosa. Nosotras éramos en nuestras casas nomás. Teniendo hijos, lavando, limpiando. Ahora estamos llenos de vida, de amor. Estamos trabajando, además, para tener un espacio propio para el merendero, las peñas, el apoyo escolar y juegos para los chicos. Los chicos sueñan con tener ese espacio. Yo hace 22 años que vivo en El Sauce y nunca había tenido un trabajo. Y ahora lo tengo y amo mi trabajo. Y estamos cerca”, refiere Gabriela.
Las uñas enmarañadas con tierra crean productos que expresan la forma de vida por la que se combate. Mates, cuencos —soperos, locreros, guiseros—, tazas de diferentes colores, tamaños y dibujos se producen en ese pequeño cuarto. Jallalla, que en aymara significa agradecimiento por la vida y la esperanza, es el principio de un proceso que tiende a recuperar la tierra y la dignidad del trabajo. O, por qué no, de reinventar la tierra y la dignidad por el trabajo. “Tomamos esta palabra para honrar a las comunidades que dignifican sus vidas día a día”, así lo afirman las compañeras. La tierra es para quien la trabaja, reza una y otra vez la lucha popular. Podríamos decir, también, que el pueblo es de quien lo habita.
*Por Juan Pablo Pantano para La tinta / Imagen de portada: Cooperativa de cerámica Jallalla.