Los llanos, la subjetividad del paso del tiempo

Los llanos, la subjetividad del paso del tiempo
21 abril, 2022 por Redacción La tinta

Por Manuel Allasino para La tinta

Los llanos es una novela del escritor cordobés Federico Falco, publicada en el año 2020. El protagonista y narrador de esta historia, que comienza en enero y se nos cuenta en capítulos que abarcan varios meses, se ha aislado de todo y de todos, tratando, incluso, de huir de sí mismo. Mientras atraviesa un duelo amoroso, la ruptura con su novio Ciro provocó que abandone la ciudad; cuida y trabaja una huerta, y establece vínculos mínimos con personas del entorno rural donde se encuentra.

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Con una belleza sutil y poderosa, el autor nos convida una novela sobre el tiempo que pasa y sobre el llano en el que habita un hombre que cultiva una huerta, recuerda, mira y escribe. 

“Llegar de noche, las luces de la camioneta barriendo los galpones, la glicina. Las luces de la camioneta contra la pared de la cochera, cada vez más chicas a medida que nos acercábamos, cada vez más reconcentradas sobre sí mismas. El silencio y la negrura del campo al apagarse el motor por completo. El fluorescente de la cocina, el tío Tonito –un tío soltero, hermano de mi abuelo-, que ya había cenado y ya se había acostado, pero nos había dejado la luz prendida. Dormir en la cama de una plaza que había sido de mi mamá antes de que se cansara, antes de que se mudara al pueblo. La cama contra la pared, bajo la ventana. Las sábanas heladas, un poco húmedas. Temblar hasta que el cuerpo calentara las zonas donde se posaba. Quedarse quieto, evitar los rincones todavía fríos. Sentirlos apenas con la punta de los pies desnudos. Retroceder enseguida. Dormir con medias. Dormir con jogging y camiseta. Ir a hacer pis en medio de la noche, sentir el frío de las baldosas atravesar la tela de mis zoquetes. Las cosas en la oscuridad ya no existen. Durante la noche, es como si todo desapareciera alrededor. Solo existe la casa, el interior de la casa, sus paredes blancas. La casa flotando en lo negro. Si prendo algunas de las luces de afuera –el farol junto a la puerta del frente, la lámpara de la galería o la de la puerta de la cocina-, el radio que las luces llegan a iluminar se incorpora a mi mundo. Miro por la ventana y, a la luz ambarina de las lámparas, veo tres o cuatro metros de gramilla chamuscada y después, la burbuja de luz se adelgaza y la oscuridad se vuelve materia, toma cuerpo. En cambio, si no prendo ninguna luz, al asomarme a la ventana los ojos, acostumbrados a la penumbra, enseguida ven formas, contornos. Los eucaliptos y el roble son volúmenes negros contra el cielo de un azul profundo pero luminoso, con apenas un salpicado de estrellas. Si no hay luces prendidas que me distraigan, la oscuridad se vuelve diáfana. Me siento en la galería, con la luz apagada para que no vengan los bichos, y repaso mis acciones del día. Tardé en ralear los rabanitos y ahora ya están grandes, con las hojas duras. La raíz, en lugar de enterrarse, ir hacia abajo y formar cabeza, se volvió un piolín largo y colorado, rastrero. Los sembré muy tupidos, y al voleo. La próxima vez habrá que sembrarlos en línea y ralearlos enseguida, cuando todavía sean un brote. Me da pena haber puesto a nacer todas esas semillas al vicio, sin saber muy bien lo que hacía”.

El tiempo en los llanos casi se palpa, avanza sin premuras y permite sentir, ver y oír los detalles más minúsculos: el olor de la tierra húmeda, los insectos, los ruidos o una hoja que cae lentamente. 

Federico, el protagonista de esta historia, lleva una rutina campestre que es sistemáticamente interrumpida por los recuerdos de Ciro. A veces lo agarran con la guardia baja: son flashes que lo asaltan de imprevisto y lo llevan a extrañar, en medio de esa soledad en la que transita sus días. 

“Las noches ya son frescas. El campo acá no es como en Córdoba. Acá otoño significa sequía y colores apagados. Acá otoño es rocío y humedad. Niebla en la mañana. Todo reverdece. Noche despejada y diáfana, cristalina. Muchas estrellas. Luna en cuarto creciente. Luna entre las acacias. Luz de luna plateada o azulina. Languidecen los últimos restos de verano. Las zinnias se achuzan. Los tagetes se secan. Las chauchas agonizan. Las plantas de zapallitos, ya viejas y débiles, se cubren de oídio, lo mismo que las de pepinos. Arrancar de cuajo. Cercenar tallos, raíces. Tirar sin lamentaciones. Hacer lugar para lo nuevo. Viajes y viajes de ida y vuelta a la compostera. Solo dejo las zinnias, más fuertes, que todavía florecen. Seguir el ciclo. Época de cortar leña para el invierno y acumularla bajo techo, para que se termine de secar y ni el rocío ni la lluvia la humedezcan. Está fresco y hay sol pero en el cielo grandes nubes que por momentos lo tapan por completo. Día de otoño. Anoche llovió bastante, así que en la huerta todo húmedo y caído. El gato salvaje resultó ser una gata. Ayer dos gatitos maullaban en la leña. Después uno, completamente negro, cruzó corriendo hacia el eucalipto. Intenté agarrarlo pero no pude, era rápido y arisco. Se me escapó de entre las manos. No son tan chicos. Los busqué toda la tarde, pero no volví a verlos. Le pregunto a Luiso si sabe algo. Es raro que crezcan, me dice. Acá, a los gatitos se los comen los chimangos ni bien nacen. En cualquier descuido los alzan en vuelo y se los llevan. Un gatito caminando por el pasto, la sombra de un ave rapaz que lo sobrevuela, las garras clavándose en la piel de su lomo, un gatito levantando vuelo. Si esto fuera un cuento, sería el inicio de una hermosa aventura: una camada de gatitos, de expedición al pantano, con el objetivo de rescatar al hermano de su secuestro. O un gatito que escapa del malvado chimango, la aventura de regresar a casa sorteando miles de obstáculos y haciendo amigos en el camino. Una de las pocas cosas que Luiso odia de verdad es al vecino. Cada vez que puede, habla mal de él. Se queja por el olor de los chanchos, se queja del ruido que hace la máquina con que muele el maíz, se queja por las moscas, dice que tiene todo sucio, que no hace más que juntar ratones, que sus perros le mataron una oveja, que no les da de comer y vienen a molestarle los terneros. Siempre entre líneas a mí me parecía escuchar otros motivos, peleas más viejas, desaires, ofensas que intuía pero que Luiso no llegaba a decir con todas las letras. Ya se va a terminar ese olor a chancho todo el día, dijo ayer antes de irse, y con la cabeza señaló para el lado del vecino. ¿Por qué? ¿Va a vender los chanchos? No debe faltar mucho para que se funda, dijo. La gente en el pueblo comenta, se quejan de que no les paga, es de maltratar a los empleados, no le duran. Yo asentí. No dije nada. No es la primera vez que le pasa, dijo Luiso. Ya fundió la quesería que había heredado del padre. En una época tuvo pollos y también se fundió. Ahí empezó con lo de comprar cereal, compraba y vendía en negro, pagaba a sesenta, noventa días. Hasta que una vuelta no lo vimos más, desapareció con la plata, hizo quiebra. Quedó el tendal de viejos, pero andá a cobrarle vos. No es buena gente. Por eso no vive más acá, se mudó a Lobos y va y viene todos los días. Pensé que vivía acá, dije. No, no, vive en Lobos. ¿No viste que cada vez que sale agarra para aquel lado con la camioneta? ¿Cómo va a vivir acá si en el pueblo nadie lo quiere? Es una lástima porque tiene chicos chicos. Ahora está con los chanchos, pero no le va a durar, ya la debe haber cagado de nuevo. Yo sé lo que te digo. Lo conozco, está casado con una hermana mía. No sabía, Luiso, que era cuñado tuyo. ¿Y tu hermana qué dice? Luiso se encogió de hombros. Y qué querés que te diga, ella trabaja como una burra, dice que él tiene mala suerte”. 

Los llanos de Federico Falco es una novela que aborda el duelo amoroso de una ruptura, la soledad que activa todos los sentidos y la necesidad imperiosa que tenemos de contarnos historias. 

Sobre el autor

Federico Falco (General Cabrera, Córdoba, Argentina, 1977). Ha publicado los libros de cuentos 222 patitos, 00 (ambos en 2004), La hora de los monos (2010) y Un cementerio perfecto (2016), la novela breve Cielos de Córdoba (2011) y el libro de poemas Made in China (2008). En 2010, fue seleccionado por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español. Actualmente, reside en Buenos Aires, donde coordina talleres de escritura y codirige el proyecto editorial Cuentos María Susana. 

*Por Manuel Allasino para La tinta / Imagen de portada: Revista Otra Parte.

Palabras claves: Federico Falco

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