El rock no murió, envejeció mal
Todos los inicios de década se vuelve a hablar de la muerte del rock como género o como aquel movimiento que supo representar a lxs outsider, a lxs que querían estar fuera del sistema. Aquellxs que no aspiraban convertirse en sus xadres, a lxs que de forma simbólica o más concreta querían expresar su descontento contra lo establecido, ese sentido común autoritario. Pero qué pasa hoy donde el contexto social, tecnológico, simbólico, ha corrido los sentidos comunes, qué pasó con aquellos discursos de supuesta rebeldía.
Por Fernando Bordón para La tinta
Hasta ahora, el rock siempre encontró la forma para sobrevivir, ya sea en los 2000 con el movimiento vintage o valvular, en la segunda década de este siglo encontró bocanadas de aire fresco en los sonidos indie. Pero lo que estamos presenciando en este inicio de década, con pandemia de por medio, son nuevos hábitos en las rutinas y el inicio de una guerra. Es que es la primera vez (o al menos quien escribe así lo aprecia) que a la bandera de los sonidos jóvenes no la lleva algún género derivado, cercano o parecido a aquello que conocíamos como rock. Lo que hace percibir cierto tufo de vencimiento en algunos notables.
Ante ese repetido slogan “el rock no murió”, lo que se puede percibir es algo mucho peor que morir, si es que eso existe, que es haber envejecido mal. El género a veces parece como ese tío piola, de chupines colorados y all stars, que te tira que escucha alguna banda actual, pero que te dice “rock era el de antes”. Aferrado a ciertas formas sin poder aggiornarlas a los tiempos que corren. Por supuesto que en este tío, si lo raspás un poquito, encontrás una sólida capa de fachismo y machismo.
¿Pero qué fue lo que sucedió? Vamos a ensayar algunas hipótesis del escenario que vivimos.
Todos los movimientos sociales y culturales que han tomado mayor fuerza en los últimos siete años han puesto al descubierto mecanismos y lógicas totalmente despreciables y condenables que muchos de los integrantes del género han ejercido. No solo el sentido común ha cambiado, sino que las sensibilidades también. Y muchos de los representantes no acusan recibo de estos movimientos de épocas.
Creo que Marilina Bertoldi dijo algo así como que el rock blanco y heterosexual ya no tiene nada más para decir, tan cierta como valiente esa reflexión. Lo que pone en evidencia la monopolización del discurso que ha hecho el patriarcado, porque lo que está en crisis es ese modelo de hacer rock.
Por supuesto, pensar que una expresión artística generaría efectos inmediatos en un sistema hegemónico es un poco ilusorio. Pero sí creo que una lucha que se puede librar desde el arte es el disputar el sentido común de época, pelearse y hacer tambalear a eso que tenemos por sentado que debe ser de una forma. Cuestionarse los privilegios. Hoy en día, quienes generan un discurso que mueve las estanterías del campo simbólico son las disidencias. Porque es mucho más interesante la figura de Federico Moura que la de Reef, es más consistente el contenido que la forma.
¿A cuántos popes de este campo cultural hemos visto reflexionando y haciendo una verdadera autocrítica por los abusos y la violencia de género que ejercieron algunos rockeros? ¿Cuántos señores del rock se pararon en los escenarios de los principales festivales a exigir la ley de cupo? En esos lugares solo se reproduce el modelo turístico de AC/DC.
O por qué nadie del género (ya sean músicxs como público) dijo algo por la presencia de Patricia Bullrich en el Cosquín Rock y, peor aun, por qué algunas personas le pedían sacarse fotos. Qué hacen esas personas con todas esas letras contestatarias que cantan a los gritos para que no les haga ruido pedirle una foto a una de las funcionarias más nefastas de los últimos 50 años. Es más, hubo muchos más escandalizados porque al cierre del festival lo realizaba La Mona Jiménez.
Y ahora, ante esta crisis y cuando las papas queman, buscan colgarse de la trascendencia del rap, hip hop y el trap quienes desde hace años vienen trabajando y construyendo por fuera del mercado tradicional. Aprovechando los avances tecnológicos, estas generaciones han forjado nuevos lenguajes y diferentes formas de vincularse con sus oyentes.
Por supuesto que también, en algunos casos, se repiten lógicas y discursos machistas (Residente en la sesión Bizarrap), pero sin dudas que hay otra forma de moverse en el mercado y hacia adentro del campo mismo. Y esta cierta democratización de las herramientas lentamente se está abriendo espacios para otra voces.
El error se vuelve repetir y el rock se dejó convertir en una institución legitimante; nunca voy a olvidar el comentario que un ortodoxo me dijo una vez: “Me gusta tal folklorista porque es medio rockero”. Dejamos que nos hicieran (o colaboramos para ello) lo mismo que le hicieron al punk en los años 70 en Inglaterra, ponerle de moda, institucionalizarlo y así vaciarlo de contenido.
Como escuchantes, creo que el gran desafío ante este panorama es preguntarnos por qué y para qué escuchamos a determinadx artista, qué vamos a buscar en esa obra, qué nos generan esas letras y esas melodías. Porque creo que la realidad nos ha demostrado que esa forma de acercamiento, que el mercado nos imponía, de dioses impolutos, inalcanzables, a los que se les perdona todo, no va más. Tenemos que dejar de usar la palabra artista como un adjetivo.
Es en esas tensiones en las que se generan miradas más allá del establishment, hay que discutirse para no terminar convirtiéndose en ese modelo obvio de rockerx.
Tal vez estas palabras o este intento de análisis sean más para mi generación de hombres cis, que crecimos con este discurso del rockstars. Que si bien para alguien que se crió en medio del feroz menemismo de los 90, donde el éxito era una meta en la vida y el mercado como filosofía de vida, la música logró ser una herramienta que ayudaba a la resistencia. Pero como toda expresión, tiene que ir aggiornándose con las urgencias de cada momento de la historia y no tratar de hacer encajar un paradigma viejo en la actualidad.
La música deber ser un lugar seguro y fraterno, y no una amenaza. Vaya si no es un acto de amor cuando alguien te pasa una banda o música que no conocías.
*Por Fernando Bordón para La tinta / Imagen de portada: A/D.