David Graeber: después de la pandemia, no podemos volver a dormir
En un ensayo escrito poco tiempo antes de su muerte, David Graeber argumentó que durante la pospandemia no podemos volver a pensar que una sociedad organizada para servir a cada uno de los caprichos de un pequeño puñado de personas ricas mientras rebaja y degrada al resto es sensata o razonable. Jacobin publica ese ensayo por primera vez.
Por David Graeber para JACOBIN
Durante los próximos meses, llegará el momento en que se declarará el fin de la crisis y volveremos a nuestros trabajos «no esenciales». Para mucha gente, será como despertar de un sueño.
Los medios y las clases políticas fomentarán esa idea. Esto es lo que sucedió después de la crisis financiera de 2008. Hubo un breve momento de confusión y cuestionamientos (al fin y al cabo, ¿qué son las «finanzas»? ¿Acaso son otra cosa más que deudas? ¿Y qué es el dinero? ¿También es deuda? ¿Qué es una deuda? ¿No es solo una promesa? Si el dinero y la deuda son solo un conjunto de promesas que nos hacemos unos a otros, entonces, ¿no podríamos hacernos promesas distintas?). Pero la ventana se cerró casi inmediatamente gracias al esfuerzo de quienes insistieron en que nos calláramos, en que dejáramos de pensar y volviéramos al trabajo o empezáramos a buscar uno.
La última vez, casi todos compramos ese cuento. Es importante que esta vez no lo hagamos.
Porque en realidad, la crisis que experimentamos fue el despertar de un sueño, una confrontación con la verdadera realidad de la vida humana, que es que somos una colección de seres frágiles que nos cuidamos unos a otros y que aquellos a quienes les toca la mayor parte de ese trabajo de cuidados que nos mantiene con vida están sobrecargados, cobran mal y son humillados a diario. Por otro lado, una gran parte de la población no hace más que tejer fantasías, cobrar rentas y generalmente obstaculiza el camino de aquellos que producen, arreglan, mueven y transportan las cosas, o se ocupan de las necesidades de otros seres vivos. Pero es imprescindible que no volvamos a una realidad en la que todo esto se vuelva una especie de discurso absurdo, como suele suceder con las cosas que no comprendemos de nuestros sueños cuando despertamos.
Pongámoslo en estos términos: ¿por qué no dejamos de considerar como algo completamente normal el hecho de que la medida en la que el trabajo de una persona beneficia evidentemente a otros es inversamente proporcional a la retribución que obtiene por él? ¿Por qué no dejamos de insistir en que los mercados financieros son la mejor forma de dirigir las inversiones a largo plazo, cuando nos están empujando a destruir la mayor parte de la vida en la Tierra?
Una vez que se declare el fin de esta emergencia, ¿por qué no elegimos recordar lo que hemos aprendido? Es decir, que la «economía» lo es todo, que es la forma en la que nos damos unos a otros todo lo que necesitamos para estar vivos (en todos los sentidos del término); que «el mercado» es solo una forma de tabular los deseos de la gente rica, cuya mayoría dispone, cuando menos, de algún que otro rasgo patológico, mientras otros, los más poderosos, están diseñando búnkeres con los que planean salvarse si seguimos siendo lo suficientemente estúpidos como para creernos su cuento, es decir, que todos nosotros, tomados colectivamente, carecemos a tal punto de sentido común que no podemos hacer nada frente a las catástrofes que se avecinan.
Esta vez, ¿podemos, por favor, ignorarlos?
La mayor parte del trabajo que estamos haciendo en este momento es trabajo onírico. Existe únicamente para satisfacer el interés de los de arriba o para hacer que se sientan bien consigo mismos y que la gente pobre se sienta mal. Y si tan solo decidiéramos ponerle fin, sería posible hacernos un conjunto de promesas mucho más razonables: por ejemplo, crear una «economía» que realmente nos permita cuidar a la gente que nos está cuidando.
*Por David Graeber para JACOBIN / Imagen de portada: Guido van Nispen / Wikimedia Commons.