Los cuerpos del verano son de todxs

Los cuerpos del verano son de todxs
19 enero, 2022 por Redacción La tinta

Intercambio entre amigues sobre la exposición del cuerpo en esta época del año y cómo la hegemonía cultural y social todavía delinea estereotipos muy apretados. Estrategias para ir revoleando esos corsets que aprietan demasiado.

Por Nico Colfer para Página/12

De chiquita yo era un nene gordo. Nunca fui lampiño. Recuerdo que me daba mucho miedo desnudarme en público. Las vacaciones familiares en la costa eran el peor momento del año. Prefería quemarme mal que sacarme la remera. Cuando el calor me obligaba a ir al mar, salía corriendo con los brazos alrededor de mi panza y no paraba hasta zambullirme en las olas. Era un meteorito que iba abriendo la arena a su paso. Si caminaba lento, la gente podía mirarme. Una voz en mi cabeza decía que mi cuerpo, bien mirado, era solo capaz de provocar risa o rechazo.

Hoy ingreso en la categoría de “hegemónico”. Hago ejercicio. Me gusta, sobre todo, trabajar mis pectorales. Adoro mis tetas peludas. A veces, me siento zarpada por el modo en que las expongo. ¿Soy menos cuir si me entrego a esa exposición? Alguien podría afirmar que mi cuerpo apagó su inseguridad. Error. Cuando llega el verano, la vieja voz amaga con sonar de nuevo. Es una interferencia en mis pensamientos, una mala costumbre que quiere volver. No sé si alguna vez voy a librarme completamente de ella.

Para callar esa voz, hay que poner a hablar a les amigues. Hace calor y todes estamos pensando en nuestros cuerpos. Cuando estos llegan al agua, nadie sabe verdaderamente cuál fue el recorrido que hicieron. ¿Terminaremos alguna vez de sentirnos a gusto con los cuerpos que habitamos? Para pensarlo, dialogan conmigo Amit Duek, Vir del Mar, Facundo Giménez y Clara Inés.

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(Imagen: A/D)

—¿Qué imagen se les viene a la cabeza cuando imaginan “los cuerpos del verano”?

—A: La primera imagen que se me viene a la cabeza es una que pertenece a mi adolescencia, es decir, ni siquiera es una imagen de belleza actual, pero a mí me quedó para siempre. Un cuerpo joven, flaco y blanco, o bronceado en todo caso. Seguramente era un cuerpo cis, pero esto no me lo pregunté hasta que yo mismo fui sujeto de exposición. Entonces no me quedó otra que preguntármelo.

—V: Tal cual, “los cuerpos del verano” representan siempre la cisexualidad. Entiendo que las hegemonías van cambiando, pero en lo que yo llevo de vida, en general tienen que ver con los cuerpos cis, con la delgadez y con el borramiento del paso del tiempo.

—F: Estoy de acuerdo. Hablar de “los cuerpos del verano” es hablar de los cuerpos hegemónicos. Más que nunca, hoy estamos demasiado atravesades por esas imágenes. Yo empecé a entrenar para acercarme a esa belleza. Digo esto y pienso en los gimnasios que a partir de septiembre estallan de gente que quiere “llegar al verano”.

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—Agarremos esa idea de “llegar al verano”. ¿Suscriben a ella?

—A: Me acuerdo de cuando empezó la pandemia y a todo el mundo le agarró pánico por engordar. En condiciones en las que engordar era lógico y, además, a nuestros cuerpos no los iba a ver nadie. Pero ahí se cristalizó el hecho de que no podés no tener cuerpo de verano ni siquiera cuando nadie te está mirando. Yo no suscribo intelectualmente a esa idea, pero siento su impacto en mí, aun cuando hago un esfuerzo por desmarcarme de la norma. La visión más dura siempre es hacia adentro.

—V: ¡Totalmente, son ideas internalizadas! Siempre está la vocecita interna que te dice. “¿En serio vas a estar en malla? Deberías haber bajado un par de kilitos”. También creo que hay un debate instalado y quizás las nuevas generaciones no tengan el mismo rollo.

—F: Por fortuna, me muevo dentro de cierta burbuja donde estas ideas son bastante cuestionadas. Esto provoca en mí una tensión, porque, como ya señalé, me siento atravesado por el discurso dominante de belleza. Pero, gracias a la lucha de los movimientos contrahegemónicos, esos discursos ya no tienen vía libre en mí.

—C: Acá me meto. Yo no suscribo públicamente al mandato capitalista de llegar a cosas, pero seguro en alguna parte de mi vida estoy preocupada por hacerlo. En definitiva, elegir no ser parte de algo no me excluye verdaderamente de eso.

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—¿Qué es lo primero que piensan en relación con sus cuerpos cuando los exponen, por ejemplo, en una pileta?

—A: Me resulta difícil responder porque, inconscientemente, yo estuve evitando exponer mi cuerpo. Empecé a inventar excusas y razones que parecían ciertas para no exponerme a esas situaciones y no me di cuenta hasta después. ¡Con lo mucho que me gusta el agua! Terminé adaptándome a esa incomodidad para no lidiar con una incomodidad mayor. Igual, para responder a tu pregunta, creo que pensaría en cómo ocultar sin ropa los rasgos que la ropa me permite ocultar para no ser visto como una mujer. Lo que soy se ve, pero me preocupa ser visto por lo que no soy.

—V: Bueno, en mi caso, hay ciertas partes de mi cuerpo que me generan disforia y las mallas convencionales no ayudan. Me encantaría ponerme una que me quede diosísima, pero no accedo económicamente a las diseñadas para travestis. Este verano lo resuelvo con un topcito hermoso y un short de baño que me cosí. Después iremos viendo.

—F: Mi autoestima y la visión sobre mi cuerpo se vieron afectadas muchas veces, sobre todo durante la pandemia. Pero salí de ahí. Hoy me animo a exponer mi cuerpo en fotos y en cualquier pileta. Me siento a gusto. Y me resulta interesante que quienes no pertenecemos al imaginario de belleza hegemónica, si queremos, podamos mostrarnos.

—C: Yo también soy una persona que puede estar floja de ropas sin problema. Me dispongo a la pileta con el goce que la pileta me produce. Es una relación entre nosotras, no hay nadie ni nada que pueda interrumpirla.

—¿Cambiaron la percepción sobre sus propios cuerpos con el correr del tiempo? En caso de que sí, ¿cómo describirían la percepción actual en relación con las anteriores?

—A: Desde luego, mi percepción cambió. En primer lugar, hice un proceso para adaptar mi cuerpo a la percepción que yo tengo de mi género, con lo cual cambió no solamente mi aspecto físico, sino mi forma de habitar mi cuerpo. Esto me permitió mirarme con otros ojos, por un lado, mucho más amorosos y, por otro, con un juicio más grande en cuanto a cómo este cuerpo se relaciona con el resto del mundo.

—V: Es así. Antes de transicionar, tenía muchos complejos con mi cuerpo y siempre estaba sufriendo por alguna imperfección. Ahora me miro al espejo y me veo más hermosa de lo que nunca fui. Mi cuerpo travesti habitando la luz del día es una imagen que me llena de poder. Es un poder que nos deseo a todas las travas.

—F: Yo me fui amigando con mi cuerpo. Esto se lo debo al ecosistema donde me muevo. Soy muy consciente de que no tengo un cuerpo hegemónico ni lo voy a tener. Si quisiera llegar a eso, tendría que dejar cosas que no quiero dejar. No quiero que se consuma mi vida en esa búsqueda. En este sentido, tengo que mencionar a la gente de Identidad Marrón, porque mi acercamiento a elles me permitió reconocer otras bellezas posibles. La mía propia, en principio.

—C: Ne. Siempre me sentí igual: conflictuada e indiferente al conflicto. Lo que cambió es cómo vivo con ese conflicto. Ya no es más algo que deba resolver, sino algo con lo que convivo y, si puedo, lo uso a mi favor.

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(Imagen: Sebastián Ross)

—¿Qué hacen para sentirse más deseables? ¿En qué medida eso se vincula con los preceptos de la belleza hegemónica?

—A: Tengo dos respuestas. Por un lado, está lo que hago para sentirme más deseable con los demás. Por otro, lo que hago para sentirme más deseable conmigo mismo. Ahí aparece algo del amor y del cuidado en las rutinas, pequeños rituales de belleza que me ayudan a ponerme en contacto con partes de mi cuerpo que me gustan y otras que estoy descubriendo. Me miro y me reconozco para desearme más. Cuando aparece el deseo externo, sí siento la necesidad de normar mi cuerpo. Hay una necesidad de ser reconocido por lo que uno es y esto está relacionado con el deseo del otro. En definitiva, el deseo del otro es la medida del deseo.

—V: A mí me parece importante habitar espacios donde se me desee. No construyo la seguridad únicamente sobre lo que se ve, porque eso es tan variable y está tan atado a las normas de la hegemonía, que cualquier soplo desestabiliza la seguridad. Sucede que no atender a ciertas exigencias pone en peligro mi cuerpo en el espacio público y en todos los espacios burocráticos. Entonces sí busco estar cómoda y a veces eso implica negociar ciertas adecuaciones que quizás en la intimidad no sostengo.

—F: Todes queremos ser deseables, ¿verdad? Creo que ahí se nos juegan muchas cosas, incluso a quienes intentamos deconstruir los discursos dominantes. Por ser dominantes, justamente, esos discursos penetran los límites, de por sí frágiles, de los espacios que habitamos. A mí me salvan, sobre todo, mis amigas. Creo que las pibas tienen mucho más claras estas cosas. Nosotros, los putos, tenemos que seguir trabajando.

—C: Siento que siempre soy deseable como un objeto raro y prohibido. Los hombres me quieren por mi carne, las mujeres por mi confianza (para ponerlo en un término binómico). Lo que hago para mí, para yo sentir deseo, es estar cómoda: por ejemplo, ir a lugares importantes en jogging y crocs. Entiendo que sentirme deseable es crearme un momento en donde estoy en el centro de la escena.

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El mercado del deseo

—La imaginación hegemónica abre un espectro muy pequeño de corporalidades posibles. ¿La imaginación cuir habilita un espectro más amplio? ¿Consideran que hay cuerpos que siguen excluidos de nuestra imaginación aun cuando estamos fuera de la norma?

—A: Definitivamente. Me parece importante que estemos en contacto con otros cuerpos cuir. Ver a otres existir y conocer las posibilidades de sus cuerpos nos permite valorar mejor nuestra diferencia. Lo cierto es que alcanzar un deseo por las corporalidades que tenemos no puede ser una tarea individual. Por otro lado, sí, claro que hay cuerpos que están fuera de nuestra imaginación y está muy bien que así sea. Esos cuerpos son posibilidad de creación, en la medida que permitamos que su ausencia sea una posibilidad y no una negación. Yo no podría ser quien soy si no hubiera estado en contacto con personas que ya habían estirado en sus imaginaciones los límites de lo conocido.

—V: Siguiendo lo que plantea Amit, yo me pregunto qué pasa cuando sos una persona marrón o gorda, o disca, o con alopesía, o albina, o demasiado baja para el estándar, o chueca, o muy tosca para ser femenina o muy delicada para ser masculina… Todas esas posibilidades no son parte del imaginario social, tampoco del mercado que con tanta facilidad parece cooptar nuestras identidades. Hay que horadar ese imaginario y nunca se horada desde dentro de un local cool que es friendly y quiere vender ropa. No tenemos que dejarnos engañar. Pollitxs en fuga siempre.

—F: Tal cual, yo creo que todavía nos falta. Hemos puesto en crisis ciertas capas de la imaginación dominante, pero tenemos que jugárnosla más. No puedo evitar pensar en la pornografía y en que a mí, por ejemplo, me siguen convocando las porno con pibes hegemónicos. Tenemos que corrernos de ahí. Quisiera que se integraran corporalidades que hoy están todavía muy al margen y que eso se haga desde un lugar que no sea solo morboso.

C: En línea con lo que observa Facu, yo creo que la imaginación hegemónica sí reconoce todas las corporalidades, pero no las pone en la misma situación de deseo. A algunas las pone en situación de deseo oculto. Quienes tenemos cuerpos gordos, por ejemplo, somos el deseo reprimido número único de los varones heterosexuales hegemónicos. Yo creo que ser parte del colectivo cuir es como ser parte del feminismo: los hay interseccionales, los hay terfs, los hay fascistas, los hay neodogmatizantes. Romper con la norma no nos aleja de la idea de una norma, tan solo nos corre de uno de los centros del problema. Lo que habilita un espectro más amplio es corrernos del centro del cuerpo. Después de todo, ¿qué es un cuerpo sino una cosa que habitamos?

*Por Nico Colfer para Página/12 / Imagen de portada: Sebastián Freire.

Palabras claves: Estereotipos, Verano

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