Lxs pibxs de cromañón
Entre 2013 y 2014, tiempo antes de cumplirse los diez años de la tragedia de Cromañón, con el compañero y fotógrafo Facundo Nívolo, comenzamos a trabajar en la recopilación de testimonios de sobrevivientes con el deseo de publicar un libro. Ese proyecto quedó inconcluso sobre todo por motivos económicos, aunque hoy encontramos en Timbó la manera de compartir el material al mundo, para que esté vivo y circule. Nos aferramos a la pregunta de por qué seguir, quiénes éramos antes de la tragedia y quiénes somos hoy. Porque amamos la vida y recordamos. A los pibes y pibas de Cromañón, a lxs que están y lxs que no, a lxs familiares y amigxs, no olvidar. Recordar es pensar.
Por Guido Zappacosta y Facundo Nívolo para Revista Timbó
Emilse Lorena Bravo
4 de Marzo de 1980 / Rafael Castillo, Casanova.
A Callejeros lo fui a ver a Excursionistas, Club Atenas, La Plata, de hecho, ya había sacado la entrada para Gesell Rock que venía después. Me gustaba, sí, pero yo soy más del metal, de la música más pesadita. Me gustaba Callejeros, aparte los pibes iban y la pasábamos bien. Donde hacían ruido, íbamos. En ese momento era mucho de las bandas under, siempre era ir a Locuras y sacar entradas. Me gustaba más La Renga que Callejeros. Para mí, las letras tenían que ver mucho con los amigos y todo eso…
El 30 de diciembre de 2004 fue un día rutinario, como siempre. Yo trabajaba en una heladería acá cerca. Salimos de ahí a la tarde, ya cobrando, es como que dudaba de ir o no. Siempre me comunicaba con mi vieja, le decía: “Voy a tal lugar”, y ese día ella me preguntó: “¿Qué vas a hacer hoy?”, “No, hoy no voy a hacer nada”, le dije como ocultándole que iba a salir, pero por no tener la decisión tomada.
En Excursio tenía mi mochila que se me había cortado y yo le hice un nudo, de vaga, por no coserlo. Ese día, cuando vengo de trabajar, dudé en llevar mi mochila. Cuento lo de la mochila porque la mochila es la que me salvó. Digo: “No la voy a coser”, pero los pibes después van a querer ir a tomar algo y la campera dónde la voy a tener, y digo: “Bueno, la llevo”. Pasé por la casa de mi compañera de trabajo (Adriana) y resulta que su hermanito -que tenía once años- también quería venir, quería venir a Cromañón, pero yo le decía: “¿A vos te parece, boluda? No tiene entrada, es pendejo, por ahí nos colgamos a escabiar o algo”, “Pero él quiere ir”, me dice. Y le digo: “Bueno, pero yo no me hago cargo”. Y nos fuimos hasta Laferrere donde salían las combis. A todo esto, vamos con Adriana y mi cuñado (Mauricio) que no tenía entrada y este nene que tampoco. Llegó la combi y nos fuimos. Nosotros éramos trece. Como a mí me había sobrado una entrada, se la vendí a la novia de mi primo. Llegamos allá, la noche estaba espectacular y tomamos algo a la vuelta lo que era “Latino 11” y no conseguíamos entrada. Reventa no había, en todos los Locuras no había, pulseritas no había. Entonces mi cuñado, el nene y otro chico más entran por una lista. Hasta que llegó la hora y entramos todos juntos.
Hoy mis días son rutinarios. Me levanto, llevo al nene al jardín, limpio, cocino, veo tele, lo voy a buscar. Martes, jueves y sábados vendo ropa en una feria. Como tengo al nene en el Hospital Garrahan, no puedo laburar. Los fines de semana salimos, vamos a casa de amigos. De hecho, cuando Callejeros volvió a tocar en Córdoba, los fui a ver, necesitaba saber qué me pasaba, no era lo mismo, como que les echaba la culpa. Hay gente que me dice: “No, no tienen la culpa”. Pero sí, porque vos como banda tenés que saber qué capacidad vas a meter, como que les importaba más la plata y llenar, les calentó la plata. Yo al Pato lo vi sacar gente, no dejó a la gente tirada.
Laburaba mayormente todo el día porque el helado es por temporada. Estaba haciendo el secundario. Fue muy traumático para mí, porque primero como que estaba normal, en marzo como que empecé con complicaciones respiratorias y problemas más psicológicos, de no querer apagar la luz, ventilador prendido porque me faltaba el aire, la tele prendida. Yo tenía un anafe y era cerrar la garrafa, el cigarrillo machacarlo hasta que no vea la última chispa, entonces cuando empecé con eso, traté de pedir ayuda en lo que era atención a las víctimas. Cuando declaré el 3 de enero, declaré que había perdido mi mochila con la entrada y ellos lo tomaron como que yo era una “lucramuerto”, una cosa así, entonces la ayuda no me la daban, la atención no me la daban. Como que empecé a romper las pelotas, a pedir que alguien me ayude. Fui tan franca que dije: “Mi entrada no la tengo”, y ellos se agarraron de eso. Rompí tanto las pelotas hasta que, después de seis meses, me ayudaron. Tiempo antes de Cromañón, yo salía con Diego, un chico de Banfield, y en la riñonera que estaba adentro de la mochila que perdí resulta que tenía el teléfono de la pizzería donde él laburaba. Este chico me llama un día y me dice: “Emi, mirá, hay una chica que te espera en Ramos Mejía en el café frente a la estación, una tal Agustina”, y me fui para allá. Ella me dio mis cosas. Apareció esta chica, apareció mi mochila y apareció mi entrada. Esto fue meses después, con esa entrada en una palabra dije: “Le rompí el culo al gobierno”. Con esa entrada yo me presenté. “Necesito que me ayuden”. Gracias a esta piba ahí me empezaron a ayudar, a dar los medicamentos y los controles en el hospital Ramos Mejía. Gracias a esa piba pude cobrar.
Antes de Cromañón por ahí yo era una persona depresiva, por ahí se me cruzaba de no querer vivir más y esas cosas. Después, cuando tuve mi hijo, cambió todo. Como que ahora tengo miedo de morirme por él. Él tiene un problema de retraso en la parte motriz, si yo le falto, ¿qué va a ser de él? Ahora valoro más la vida, soy más solidaria, veo la vida de otra manera, que en un día se pueden hacer muchas cosas, compartir con la gente. Diez años después no pienso lo mismo, pienso en estar con mi hijo, es pensar en adelante. Primero y principal, pensar que él salga adelante por su tema de salud. Por eso también quiero hacerme atender yo, porque si no estoy bien yo, él no puede salir adelante. Siempre tenés amigos, familiares, pero la que está siempre soy yo. Lo bueno que él camina, corre, todo bien, pero tengo temor, pero bueno, me quedo tranquila porque estoy en el mejor hospital, el Garrahan, la atención es buenísima. Después lucho por él, por su bienestar. Me gustaría tener mi propia casa, juego al telekino a veces… La esperanza es lo último que se pierde. Después quiero tener otro hijo, pero los médicos no me dan el ok, el tiempo lo va a decir o los médicos me van a decir. Ahora vivo en la casa de mis viejos, lo bueno es que no alquilo.
Lo que me pasaba cuando vivía sola el trauma era todo el tiempo, cada vez que llegaba diciembre sentía que en mi casa se escuchaban ruidos, se me quemaban las lamparitas, siempre en esa fecha pasaba lo mismo. Una vez, una señora que tiraba los buzios me dijo: “Si yo te llego a decir qué hay en tu casa, no vas a querer dormir más”, y ella me decía: “No prendas velas blancas”, yo le decía que no me sentía sola, que escuchaba gritos, ruidos, hasta que me mudé.
Otra de las cosas que me pasó de cambio, una vez en frente de casa, falleció una mujer estando embarazada y yo quería salvarle al bebé de adentro, sentí como que podía haber hecho algo, me quedó creo que la humanidad, la humanidad de acompañar, ahora me siento como que soy más persona. Antes, si fallecía alguien, quizás solo decía “Lo siento”, y listo, pero para la persona implica que vos la acompañes. En ese sentido cambié un montón, de querer saber cómo se hacen primeros auxilios, de querer hacer un curso de psicología para ayudar a los chicos que tienen problemas. Me siento grande, como que puedo ayudar al prójimo sin pedir nada a cambio, me siento mejor persona, Cromañón me enseñó un montón de cosas.
Antes de Cromañón era muy depresiva. Ese día sabía que algo iba a pasar, había muchas trabas en el camino. Imaginate, vivía sola, me hablaba, me preguntaba y me contestaba. Yo sabía que algo me iba a pasar por intuición, pero si no tengo a nadie que me llore, si me tengo que morir, me muero. Antes no tomaba un remis. Ahora sí y le digo que me deje en la puerta de mi casa, quiero llegar viva. Antes me daba igual si vivía o moría, no pensaba si mi papá y mamá iban a sufrir, no me importaba nada. Salía viernes, sábado, domingo, a veces pasaba días sin comer. Viajé como cuatro años, toda la Argentina, Bolivia, Paraguay, mucho libertinaje, pero siempre con responsabilidad. El laburo es el laburo y el estudio el estudio. Antes decía me voy y me iba. Ahora me quiero ver bien, quiero ver bien a mi nene, veo la vida de otra manera, veo que la vida es linda, no quiero perder un día, trato de hacer todo el mismo día, de disfrutar, ir al cine con mi hijo, siempre viendo sus prioridades. Si toca La Renga en tal lugar y mis amigos están allá, llamo para ver cómo está todo y, si está lloviendo, no lo arriesgo. Yo creo que me cambió un cien por ciento, aparte, son diez años, ya tengo treinta y cuatro, y querer estar bien para ver si los médicos me dicen de poder tener otro hijo, ojalá una nena. También haber perdido el otro bebé me golpeó mucho, no llegó a formarse nada, pero también veo la parte positiva, si Dios quiso que lo pierda es porque no venía bien.
Yo nunca tiré la toalla. Yo no quería estudiar, pero decía: “Algún día voy a estar bien y mientras tanto estudiá, aunque sea sin ganas, porque cuando estés bien te vas a despertar y vas haber terminado la escuela, en el momento que estabas mal hiciste algo”, siempre veía el lado positivo. Mientras haya vida habrá problemas y bienvenidos los problemas, porque si hay problemas, hay una vida para lucharla. Lo bueno que mi hijo de cerebro está perfecto, quiero jugar con él, salir a ver bandas. Es fanático de AC/DC, Ramones, Attaque, otra historia él. Tiene cuatro y parece de siete por la manera que me habla: “¿Y Emi, estás bien o estás por llorar?, ¿Querés escuchar un tema?”, es una masa el pendejo, me ayuda a cocinar…
*Por Guido Zappacosta y Facundo Nívolo para Revista Timbó / Imagen de portada: Facundo Nívolo.