Fabián Casas: «La poesía, se encarne donde se encarne, tiene que trabajar recuperando la alegría»

Fabián Casas: «La poesía, se encarne donde se encarne, tiene que trabajar recuperando la alegría»
27 diciembre, 2021 por Redacción La tinta

Por Pablo Díaz Marenghi para Revista Almagro

Creador del “boedismo zen”. Icono de la poesía under de los noventas. Un escritor sensible y obrero, sin poses ni caretas, que viene construyendo una obra sólida a través de cuentos, novelas, ensayos y poemas. Todo eso es Fabián Casas. Aunque también es un padre, un hombre común, un fanático de San Lorenzo que, confiesa, no lo sigue con el fervor de otros tiempos. Practica karate y eso se nota. Sus movimientos, a la hora de entrar al bar donde se acordó la cita en el cruce de las avenidas Lacroze y Álvarez Thomas, son simples y concisos. Viste una remera blanca y no abandona nunca los anteojos de sol. Las palabras fluyen y sus pensamientos se entretejen en una madeja que dialoga con su obra. La expande. Sus estudios en filosofía también emergen a la hora de mencionar citas y referentes. Un nuevo libro de poemas (Últimos poemas en prozac, Emecé) será tan solo la excusa para repasar los cimientos de su mundo privado que se mueve en contra de su propia facilidad y a favor de la incertidumbre. Zonas oscuras que son descubiertas a partir del extrañamiento: allí está el interés del poeta, quien se encuentra escribiendo una obra de teatro, terminó el guion de una serie (Luna Park) y dos películas: una para Lisandro Alonso y otra para el ex tenista Gastón Gaudio, quien lo hospedó en su casa varios meses cuando se acababa de separar.

—¿Escribís todo el tiempo? 

—No escribo todo el tiempo, leo todo el tiempo. Te diría que soy más lector que escritor. Escribir, escribo de vez en cuando. Pero siempre escribí.

—¿Cuáles fueron las lecturas que te marcaron? 

—Cuando era chico, leía todos los libros de la colección Robin Hood. Cuando vos abrías esos libros, había una familia prototípica que estaba en una especie de estado de felicidad que, supuestamente, te daba la lectura. Ahora a todas esas familias las veo durmiendo en las entradas de los shoppings, en los locales, en los negocios. Es una desgracia lo que nos está pasando. Por otra parte, nunca vi a las expresiones artísticas como parte de la cultura alta, para mí siempre fue de la cultura popular. Podía escuchar tango, (Luis Alberto) Spinetta o Roberto Carlos, Arnold Schönberg o Frank Zappa. Mi familia fue un cruce de influencias. Me parecía más rico. Para mí está todo mezclado.

—Estos últimos poemas que publicaste, ¿fueron pensados como una unidad? 

—Me separé hace tres años y eso me causó un dolor muy grande. Durante los primeros dos años, empecé a escribir poemas. No escribía hace un montón poesía cortada en verso. Me di cuenta que se iba armando un libro con una temática afín. Son poemas de una estructura bastante narrativa, que viene del trabajo que venía haciendo con los ensayos y las novelas.

—Decías en varias entrevistas que una de las cosas que más te transformaron fue el hecho de ser padre. 

—Sí. Te modifica porque hay un montón de personas que dependen de vos, en todo sentido. Si vas a estar físicamente y espiritualmente a la altura… Tenés que mantener a tus hijos… Hay un montón de cosas que resolver. Para mí fue un antes y un después. Hasta los 45 años no había tenido hijos, tenía una vida de dar vueltas por todos lados, muy individualista. Los hijos vienen a trabajar en contra del individualismo y de tu egoísmo. Tenés que desprenderte, está bueno. También la práctica cotidiana a veces es muy cansadora. Cuando me separé, ya no tenés a los nenes tanto tiempo. Vivimos en una estructura muy patriarcal y machista donde los nenes se tienen que quedar con la mujer. No estoy de acuerdo, yo quería tenerlos el mismo tiempo que ella. Soy un papá completo, pero acá las leyes son machistas, los tiene que tener la mujer y vos darle la guita. Es una mierda. La casa vacía a la noche, salvo los días que los tenés. También creo que el padre verdadero es el que falla. Cuando vos aceptás que fallás, te empezás a sentir mejor. No tratar de construir el padre que siempre da todas las respuestas o no muestra ningún tipo de debilidad.

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(Imagen: Alejandro Míguez)

—Tus ideas sobre el egoísmo, ¿provienen del pensamiento zen? 

—Me interesa todo. Cuando estuve en la Facultad de Filosofía, tuve una instrucción más bien de la filosofía positivista. Después estudié bastante a (Martin) Heidegger porque tuve a un profesor, (Adolfo) Carpio, que era su discípulo. En un momento me crucé con el budismo zen. Aunque yo esté construido en la fábula de Jesús, porque mi familia era católica-cristiana, siempre me resultó más productiva la religión budista. Hay que tomar a la muerte en serio y la religión cristiana no lo hace, porque proponen una esperanza. La esperanza es malísima porque hace que te quedes siempre en el molde. Un pueblo sin esperanza es un pueblo peligroso. Un pueblo con esperanza es un pueblo que se queda en el molde. Que espera. Pienso que la muerte es el fin. La cancelación del tiempo. La posibilidad de resurrección se da solamente en la vida. O sea, poder emanciparte de tu egoísmo, tu estupidez. Es muy difícil. Me gustan las filosofías que aceptan la impermanencia de las cosas. Si no lo aceptás, sos un tonto, la vas a pasar mal.

—Solés citar el precepto del Samurai, que se levanta y ya piensa que está muerto. 

—Claro, el samurai dice: «Me levanto y ya estoy muerto». Pensaba esto de tener amor por tu destino, de no ser un llorón. Si no, siempre estás pensando que estás en el lugar equivocado, que la vida te debe algo, que vos en realidad tendrías que ser alguien. Está bueno aceptar tu destino y tener una posición afirmativa respecto a eso.

—¿De dónde viene tu pasión por los relatos? 

—Supongo que debe ser una especie de réplica de las cosas que te pasan desde que nacés. Nací en un barrio donde todas las personas te contaban y transmitían historias. Las tías que venían a mi casa, las hermanas de mi mamá, mi papá. En esa época era un nene bastante nómade. Agarraba la bicicleta y me iba con mis amigos a recorrer toda la ciudad. Con ese mismo espíritu descubrí nuevos lectores y amigos. Tengo un culto por mi papá, mi mamá y la amistad desde muy chiquito. Si te diría cuál es mi tesoro, son mis amigos. No entiendo la vida sin la amistad. Tengo amigos porque no tengo Twitter. La mayoría de las personas que tienen Twitter para mí son malas personas. Es como una práctica de autoafirmación del ego y el rencor. No todos, pero el 80 por ciento. Prefiero tener amigos, no un amigo virtual y esas boludeces.

—¿Incluís naturalmente a tus amigos en tu obra? 

—Cuando uno va a trabajar en algo, tiene que saber cuáles son sus límites. Una vez que conocés tus propios límites -como decía Hegel- estás más allá de tus límites. Mi límite es que no tengo imaginación, entonces trabajo con lo que me da la experiencia y la de los demás. Todo lo que hago y escribo está conectado con lo que viví, lo que me contaron, lo que vivieron otros. Estos poemas son experiencias mías y de gente amiga. Es una ficción también.

—En uno de tus poemas, decís: «Buenos matrimonios hacen malos poemas». ¿Creés que no se puede escribir si no es desde la angustia? 

—No creo que sea siempre así. Lo que quería decir es que los personajes inestables en los relatos son necesarios. Porque los personajes estables aplanan la narración, los personajes inestables son muy productivos. Todos los personajes de los grandes escritores son inestables. Los poemas también, como estructura, tienen que ser inestables. A veces esa inestabilidad, en las relaciones, se vuelve conflictiva porque es difícil convivir con la incertidumbre todo el tiempo. Pero también es verdad que ahí, donde está el peligro, está la salvación. ¿Viste como empieza Anna Karenina? Todas las familias felices se parecen, las familias infelices son cada una infeliz a su manera. Y la narración que va a narrar (Leon) Tolstoi es la de una familia infeliz. La familia feliz está en la tapa de una publicidad. Es muy difícil narrarla. La publicidad, precisamente, es la antinarración porque la narración permite que vos pongas tu propia experiencia como lector. La antinarración te dice lo que vos tenés que hacer. Vos caminás por la calle mirando los carteles, caminás diez cuadras lleno de órdenes. Te ordenan todo. Es insoportable.

—Decís que te fascinan las personas que no tienen un deseo de trascendencia social. En un poema, hablás de “la felicidad de ser una persona común». ¿Solés pensar en esa idea? 

—Sí. Me inspiran las personas comunes. La gente no quiere ser común. De hecho, en el lenguaje, la palabra común se volvió un adjetivo despectivo. Es hermoso ser una persona común. También me gusta mucho la vida privada, tener vida privada. Encuentro ahí una especie de reino hermoso. No me gusta ese deseo de que lo que hagas lo tiene que conocer todo el mundo. No está bueno.

—Yendo a los noventa, época de la revista 18 Whiskys, ¿cómo recordás esa época? 

—La recuerdo como momentos muy felices. Ahí aprendí que la literatura es colectiva, no individual, que escribís con todo el mundo. Que está bueno abrirte a las demás personas. Experimentaba mucha emoción cuando mis amigos lograban un poema genial. A partir de eso no tengo habilidad para la envidia. Por suerte, porque es una condena. Me gusta que me gusten los libros. Hay gente que le gusta que no le gusten los libros. Cuando sale un autor nuevo lo quiero leer, no estoy pensando: «Ojalá sea malo». En eso trato de correrme de la construcción capitalista, de que tenés que ganar o ganar.

—¿La escritura te sirve para canalizar la angustia? 

—A veces. Experimenté la sensación de angustia desde muy chiquito. Creo que no se va a ir nunca. Trato de ver qué significa, qué me dice y trato de tenerla como un maestro. La angustia es la reina sin sombra. Es la afección por excelencia. Es la que te arroja en el mundo. La que te determina el vacío y la nada en la que estás viviendo. Que sos una persona que no hay nada ni nadie que te proteja. Todas las cosas que creas que te están protegiendo, desde la policía hasta un Dios, son invenciones de la fantasía. Eso te produce angustia. Pero también te tiene que enseñar. Si podés superar ese momento, que es terrible, lográs formas de impecabilidad para vivir.

—En tus diarios (Diarios de la Edad del Pavo) uno lee angustia, pero, a la vez, se ve que nunca eso te aplanó. 

—Pasás momentos en los que quedás liquidado. Pero después te levantás. Eso no es solamente por mí, sino porque aprendo en la inspiración que veo en gente que ha superado cosas terribles. A la mamá de la mamá de mis nenes le secuestraron el marido y ella es una persona que convirtió ese dolor en aventura. Para mí, es fuente de inspiración. No tenés que ir a Nelson Mandela, están acá. La niñera de mis hijos es una persona que quiero mucho. Cuando la veo cómo trabaja, el amor que le da a mis nenes, me inspira más que Bob Dylan.

—¿Cree que todo el mundo tiene la capacidad de detectar eso? 

—Sí. Algunas personas, por alguna desgracia, se convierten en Jorge Rial. Estás dormido, alienado. El hombre crea un mundo, pero después nos habita, nos encuentra. Entonces se aliena. Cuando uno se pregunta: ¿qué hacemos? ¿Ponemos más policía? No, las personas tienen que tener más y mejor educación. Es tan evidente, que es tonto. La gente estaría mejor, tendría menos rencor, más posibilidades, menos frustración. ¿Por qué harías un programa para contar las cosas que te enteraste de otra persona y extorsionarlo, como hace Rial?

—¿Cómo ves los medios de comunicación? 

—Pienso que hay gente extraordinaria. También estuve muy en desacuerdo con la persecución que hizo el kirchnerismo de esa gente. Porque trabajabas en Clarín ya eras un tarado. Esa cosa de perseguir a tus compañeros.

—Igualar periodista con la ideología del medio. 

—Sí. Espero que ahora, cuando vuelvan, no empiecen a perseguir de vuelta porque es «El Perseguidor» de (Julio) Cortázar. Tampoco nos podemos olvidar que esto que nos está pasando es producto, también, del kirchnerismo. De las malas políticas que ejercieron. Con esa cosa de perseguir, rencores, el Ministerio de la venganza. No podés evaluar la realidad como una cosa que está pasando esto ahora. Hubo algo que pasó antes y hay una decantación. Estaría bueno que el kirchnerismo y las fuerzas populares que estuvieron en el gobierno antes que Macri hagan una autocrítica ahora que van a volver a ser gobierno.

—En tus ensayos aparecen personajes que podrían categorizarse como de culto o artistas olvidados, como Salvador Benesdra o Andrés Caicedo. ¿Te motiva reivindicar sus obras? 

—No es puntualmente que me parezca que hay que reivindicar gente olvidada, sino que esos personajes me impactaron y por eso escribí. Puedo escribir sobre ellos y sobre los Beatles, a los que no hay que reivindicar mucho. No me interesa el culto del poeta maldito. Hay un autor que es central en mi vida, Ferdinand Céline, y nunca escribí sobre él porque no creo que tenga nada para decir. O sea que escribo cuando creo que tengo algo para decir.

—¿Qué tiene que tener un texto para conmoverte? 

—Tiene que permitirme poner mi propia experiencia. Que me genere incertidumbre, lugares donde pueda poner lo que viví. No solo que me sienta reflejado empáticamente. Muchas veces escucho o leo cosas que no tienen nada que ver con mi vida, pero me atraen; me hacen pensar cosas nuevas. Me gusta ampliar la paleta de colores del mundo. No leo gente que escribe como yo. Leo gente muy disímil. Siempre pongo el ejemplo de Sumo, la primera vez que los vi me parecieron feos, pero tres semanas después no pude dejar de pensar en ese grupo que recién empezaba. Siempre lo que es increíble, lo que te va a conmover, primero te parece feo. Hay que estar atento a esas cosas.

—¿Cómo te sentís en tu rol de tallerista? 

—Me encanta. Siento como si fuera un nuevo género, que descubrí que no conocía. Hay una forma prototípica de dar clases y trato de encontrar en eso una clase que esté siempre anclada en la incertidumbre. Nunca planeo mis clases completamente porque no estaría presente. Voy al lugar, recito algo, lo digo y después le pregunto a los demás qué les pareció. Siempre tiene que ver con algo que me dijo algún compañero, ideas que tengo yo. Ahora doy toda la primera hora filosofía, porque este año quiero hacer así. Después damos los textos de los compañeros, podemos dar poesía, ensayo. Son clases donde se puede trabajar cualquier cosa. Trato de darlas parado caminando porque me encanta la cosa peripatética de caminar. Me encanta esa frase de Nietzsche que dice «desconfíá de cualquier idea que no haya sido pensada caminando». Cuando camino se me ocurren cosas.

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(Imagen: Alejandro Míguez)

—¿Considerás, entonces, que se puede enseñar a escribir? 

—No enseño a escribir, trato de encontrar entre todos herramientas de emancipación, ya sean por escribir o para lo que quieran. Y emanciparme yo también en relación a ellos. Una cosa central es pensar que tu lector no va a surgir en el tiempo que te toque vivir. Eso es muy liberador. Y una técnica que te sirve para escribir te tiene que servir también para vivir. O sea que si yo lo único que te voy a dar es tecniquería (sic), no sirve para nada.

—Trabajás con la incertidumbre a la hora de crear, pero, ¿tenés cierto orden en tu vida? 

—Tengo una estructura de disciplina en un montón de cosas. Trato de lograr momentos de mi vida donde me extranjerizo, aún en mi propia casa, porque si no te extranjerizás, no podés encontrar cosas nuevas, lugares oscuros, potentes en la vida cotidiana. No la estupidez de lo nuevo, que inmediatamente queda centrifugado, sino encontrar lugares de riqueza espiritual. Para eso tenés que ser extranjero, aprender a estar con la piedra en el zapato, a trabajar en contra de tu habilidad, saber que podés ser derrotado. Está bueno aceptar esas cosas.

—¿Qué rol pensás que juega la literatura en estos tiempos? 

—Se supone que la literatura tiene que tranquilizarte. A mí me gusta la literatura que, en vez de tranquilizarte, viene a hacerte preguntas y que, de alguna manera, aún estando en el mercado, cuestiona el mercado. Me parece genial lo que hace Saer. Un tipo que, aún estando dentro del mercado, cuestiona al capital a través de su escritura. Al cuestionar al capital, producís una tensión donde determinadas personas pueden encontrar la potencia y la alegría de vivir, que es lo que tiene que buscar la literatura. Que las personas se emancipen y no pierdan potencia. Lo único que quiere el poder es quitarte la potencia para hacer lo que quiera con vos; utiliza la tristeza de la gente para gobernar. La poesía, se encarne donde se encarne, tiene que trabajar recuperando la alegría.

—Antes hablabas de que te interesaba brindar en tus talleres herramientas para la emancipación. 

—Claro. Tanto el gobierno anterior como este trabajaron con la tristeza de la gente. Sería mejor que el país esté formado por personas emancipadas que le cuestionen al gobierno, sea cual sea, todo. Para lograr un estado mucho más poderoso del lugar de la persona. Acá las personas viven pendiente del fantasma de los demás. Recuperar la construcción colectiva, la capacidad de pensar contra vos mismo y contra el gobierno aunque lo hayas votado. Escaparle al fanatismo. El fanático es alguien que está enfermo, no quiere hablar con nadie más. Tiene una idea, la quiere instalar y que todos piensen así. Ya vimos lo que nos produjo el fanatismo: el macrismo. Que es la derecha definitiva dentro de las democracias. El kirchnerismo fue una especie de derecha light. Esta es la derecha definitiva. Porque cuando Cristina Kirchner hablaba del «capitalismo ordenado», ¿cuál era? Que vos puedas comer, que yo pueda ir al cine, pero que haya gente que no tenga nada. Ese «capitalismo ordenado» no me gusta tampoco.

—En un poema decís que el talento es dejar el recipiente vacío para lo que se tenga que expresar, surja.

—Exacto. El talento es vaciar tu canal de percepción para que el espíritu pueda hablar a través tuyo. Pero cuando vos te sacás la idea de que vos sos el talentoso, te sacás una mochila espectacular. El talento puede ocupar diferentes lugares, diferentes personas.

—Por eso un poeta puede ser alguien que no escribe poesía.

—Por lo general pasa así. He ido a encuentros de poesía donde no encuentro poesía. Por eso no voy más a encuentros de poesía, no presento mi libro, no voy a la Feria del Libro. No me interesa nada de todo eso.

—¿Cómo te llevás con el fútbol y con San Lorenzo hoy en día? 

—Tengo una relación más distante. Tuve momentos de enfermedad, me volvía loco con los partidos. Porque me pasaron un montón de cosas en la vida en estos últimos años que me sacaron del foco la idea del fútbol. Me doy cuenta que el club, San Lorenzo, está relacionado con algo de mi vida. El fútbol también es muy tóxico. Esa idea de que el adversario no existe, toda esa boludez, en vez de aprender del adversario. Es un lugar medio hostil. Estoy bastante cercano a (Matías) Lammens, me gusta esto de pensar a largo plazo sin tantas urgencias, que tenés que ganar o ganar. No soy hincha de la selección tampoco. Me causa rechazo el chauvinismo. Atravesé el Mundial 78. Eso me marcó. Me cuesta identificarme con esa idea de país desde ese lugar estúpido. Por ahí sí cuando pienso en (Luis Alberto) Spinetta. Porque ser spinetteano es ser argentino, no está en otro lugar del mundo. Con esas cosas sí me vinculo de mi país. No es que tampoco soy «El contra». Eso es una boludez. Si hay una Selección Argentina que la rompe, que juega bien, me gustará, pero no porque sea argentina. Cuando vienen los mundiales, me agobia la parafernalia de «qué lindo volver a verte, Argentina». Todo ese chauvinismo, esa cosa de mierda de que hay que ganar o ganar. No poder disfrutar de que tenés a un crack como (Lionel) Messi. Que es un jugador descomunal. ¡Qué me importa que juega en Argentina! ¡Por mí que juegue en España!

—¿Ya no vas a la cancha? 

—Muy de vez en cuando. Fui hace poco, con un clásico con Huracán. Pero lo vivo de otra manera. ¿Será vejez? Me siento en un momento en el que no me puedo conectar con fanatismos estúpidos. Siento un estado de prioridades: que la gente no tenga que dormir en la calle, que tenga educación. Que sepas que la educación es realmente lo que trabaja en contra de la violencia. A diferencia de lo que dice Patricia Bullrich, la gente no nace mala. Vos tenés que darle a las personas una contención social desde el principio para que puedan desarrollarse en lo que quieren hacer y tener una vida espiritual, si no, terminás alienado. ¿Cómo no vas a salir a robar? Te enloquecés. Es una desgracia que te roben. Pero nunca dejo de pensar que hay algo que está muy mal en la estructura del sistema que puso a esa persona para que te robe. En general, en un país más justo, las personas son más buenas. Creo en eso. No tenemos un país justo.

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(Imagen: Alejandro Míguez)

—¿Cómo ves a los escritores de las nuevas generaciones? 

—La literatura argentina, latinoamericana diría, es muy potente. Me interesa más como una literatura mestiza y no argentina en términos de argentinidad. Lo veo improductivo. Hay autores espectaculares todo el tiempo. Alguien, ahora, debe estar escribiendo algo genial. Es un país que produce escritores. ¡Se puede escribir poesía después de Macri! Se puede y se debe. El problema es si se puede vivir, ¿no? Hay gente que está pasándola súper mal. Eso te pone muy triste.

*Por Pablo Díaz Marenghi para Revista Almagro / Imagen de portada: Alejandro Míguez.

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