Construir las manos
Por Hugo Suárez para La tinta
Héctor “Cacho” Díaz y la imaginación como resistencia.
Un adulto se filma desembalando un juguete en alguna parte del mundo y lo sube a YouTube. Miles de niñes aprenden que la sorpresa es solo ese instante donde un objeto, por lo general acabado, explícito y detallado, emerge de un packaging corporativo revelando un secreto conocido: ya se sabe que hay en la caja y también que se necesita dinero para tenerlo.
El acto de descubrimiento consiste en fomentar el deseo y canalizarlo en pocas y limitadas opciones. Eso hace el algoritmo.
Al sur de la ciudad, en los límites de la soja donde crecen los countries, Héctor “Cacho” Díaz resiste, junto a su compañera, el apetito voraz de las pantallas. Mientras el celular se devora todo, “Cacho” trabaja la madera. No con fines utilitaristas, no habrá mesas, no habrá sillas, sino juguetes. “Conectado” a lo mejor de su infancia, de adulto sigue haciendo sus propios bártulos. Aprendió de pequeño que todo trozo de madera guarda el destino de una forma y que incluso es posible simbolizar la fantasía a partir de los desechos. Cada retazo es memoria de una silueta que fue y pecha por seguir estando.
Hay aviones, autos, títeres, pájaros, perros… De la tecnología toma lo que se tira y contamina. Se recicla y se acopla a otros pedazos para que el niño vea lo que emerge, construya el sentido sin que se lo clausuren de antemano. Pedazos de una radio hacen un perro, “mouses” descartados serán autos o cascos; auriculares serán luces, sirenas… Con fuerte consciencia ecológica, “Cacho” busca perpetuar la vida de aquello que tiramos a la basura. Con gran conciencia social intenta transmitir una idea: podemos invertir la relación de fuerzas, es sólo cuestión de tomar la decisión. Una avioneta no representa solamente el desparramo de agrotóxicos sobre nuestras cabezas, también es el mundo que abrió Saint-Exupéry a generaciones enteras.
La inteligencia está en las manos, y así como su habilidad se reduce a ser veloces deslizando el pulgar, también nuestra capacidad de entender el mundo, en el cabal sentido de la frase, se agota en resignarnos a considerar el presente como producto de una combustión espontánea. Se olvida y se elige dejar de pensar en nuestro pasado porque es aconsejable aceptar lo que nos imponen. Dejar al olvido nuestras fuentes de significaciones va de la mano al consumo de las manos o, mejor dicho, al adiestramiento de las manos en limitadas funciones de obediencia.
Trabajar la madera, oficio primal, sin desperdiciar nada. Cada retazo de cada corte se guarda y se almacena en botes de plástico y regala como juguete. Cada niño, niña, combinará formas imposibles una y otra vez. Si quiere las pega, sino, también estará bien. Cuidar la naturaleza es parte del mensaje, construir las manos es el medio. Ampliar la inteligencia es el fin.
Entre las cosas que veo, hay un ajedrez. Las blancas representan el poder “real”. La reina es la diosa dinero, las torres son dos reproducciones del “panal”. Los caballos son patrulleros y los alfiles son balas. El rey es la muerte representando al poder político. Las negras representan al pueblo. Los caballos están representados por cascos de motos, las torres son monolitos con consignas sobre los Derechos Humanos. El alfil es una mano con megáfono y los peones son los pibes con gorra. El rey es una imagen poderosa: una idea penetrando la madera. La reina, una mano abierta. En la desigual batalla que propone el tablero, el pueblo siempre mueve después. La batalla es perpetua y los muertos siempre le pertenecen.
Para “Cacho”, cada uno de sus trabajos le demandó mucho tiempo, energía, creatividad, callos en las manos y golpes en los dedos. Guarda con mucho recelo sus juguetes esperando entender cómo y cuándo sacarlos a la luz. Una metáfora de cuánto cuesta construir esperando el encuentro adecuado. Casi casi, como las experiencias colectivas frustradas. Todo retazo guarda el secreto de lo que fue y la promesa de lo que será. Sólo falta ese saltito necesario para compartir lo que sabemos.
*Por Hugo Suárez para La tinta / Imagen de portada: Hugo Suárez.