¿Dónde estaban las mujeres en 2001?
El proceso que tuvo su estallido en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 trajo una nueva forma de hacer política. ¿De qué manera participaban las mujeres en ese momento y qué debates estaban dando? ¿Qué heredamos de esas formas de habitar los múltiples territorios? Recuperamos algunas voces de mujeres, referentes de diversos espacios en la ciudad de Córdoba, que hacen memoria de esos tiempos.
Por Anabela Antonelli y Verónika Ferrucci para La tinta
“El trabajo cae y los niños / de hambre en la patria mía”.
Diana Bellessi
Las ardientes jornadas del 19 y 20 fueron la condensación de la larga década que desembocó en una crisis económica, política y social descarnada. Pasaron 20 años y bastante agua, pero el escenario se actualiza en “les hijes” de ese tiempo, que aprendieron ahí otras lógicas del hacer político que combinaron, en distintas dosis, lo colectivo, autónomo, horizontal, movimentista, rebelde, prefigurador, con el protagonismo de los cuerpos feminizados.
Las mujeres e identidades disidentes, como siempre, estaban ahí aunque no se las viera, militando en movimientos sociales, en los barrios, en comedores, en organizaciones sociales o feministas, en las universidades, cátedras libres, centros de estudios de mujeres. Esas participaciones múltiples constituían un capital político en los, entonces, Encuentros Nacionales de Mujeres.
El enojo, la angustia y la desesperanza fueron caldo de cultivo para gestar, lenta y solapadamente, la resistencia al neoliberalismo feroz. Las compañeras estuvieron ahí antes, en el estallido y, después, poniéndose al hombro la organización popular para garantizar la supervivencia. Salieron a las calles, organizaron merenderos, comedores, ollas populares, cacerolearon, impulsaron clubes de trueque, protagonizaron asambleas populares e integraron cooperativas recuperadas. Abrieron debates en diversos ámbitos.
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La olla que prepara el guiso que llenará las panzas de la gran familia barrial, la olla que será llevada como tambor a la calle, es el arma de un pueblo en resistencia y rebeldía. La olla, de mandato y destino femenino entre las paredes de las cocinas familiares, sale de ese mundo doméstico y se vuelve arma. La olla desborda el espacio privado, lo traspasa, lo desafía y es alimento y cuidado de la vida en la calle. La olla resiste la prepotencia de la política en mayúscula, agrieta los límites y cacerolea, se hace popular, organiza la multitud y la rebelión nacida en el hastío y la desesperación.
La olla, hermana al piquete con el cacerolazo, da de comer al pueblerío y es el ruido que resuena en las puertas de un banco, en las afueras del Congreso, frente a un municipio y se hace eco hacia los puentes, se vuelve fueguito en los bordes, a lo largo y ancho del país.
María Heredia nos atiende desde su casa, después de una mañana de trámites y peleas en la Municipalidad de Córdoba por los impuestos que pretenden cobrarles, “quieren que paguemos como si fuera un barrio residencial y somos barrios carenciados”, nos cuenta. Es la actual presidenta de la organización social SERVIPROH y de la Cooperativa Güemes, un barrio construido para la comunidad desalojada de Villa El Pocito en 1998.
“En el 2001, lo que más nos preocupaba era la situación económica, que era media parecida a la de ahora, había mucha necesidad y nos organizamos entre vecinos para darle de comer a las criaturas, a los chicos y los jóvenes», recuerda María. «Lo más triste eran los saqueos, había hambre y, si nosotras participábamos, era para tener más para la olla”.
En su barrio, las mujeres han sido siempre las protagonistas de la organización y el trabajo comunitario. La crisis las obligó a darse estrategias de supervivencia colectivas, además de la lucha por la vivienda. “Villa El Pocito era nuestro territorio, estábamos cerca del centro, las mujeres trabajaban en Nueva Córdoba y eso se había perdido, y la crisis empeoró la situación”.
Para María, hoy no es tan distinta la situación, pero se vive de otra forma: “Ahora no se dan los saqueos por las compañeras que trabajan para el gobierno y tratan de que no haya estallido, porque hay subsidios y las organizaciones trabajan con la gente y, mal que mal, algunos tienen un sueldito para calmar la urgencia. Además, las mamás cobran la Asignación Universal por Hijo y eso es un gran cambio”, señala.
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Alejandra Domínguez es docente en la Universidad Nacional de Córdoba. Para el 2001, trabajaba en la organización no gubernamental SEAP (Servicio a la Acción Popular) en los barrios Villa Urquiza, Villa Siburu, Colinas del Cerro. “Con otras compañeras trabajamos en el grupo con mujeres principalmente. Fue un tiempo de un despliegue de muchos proyectos, algunos vinculados al fortalecimiento de la ciudadanía y particularmente con los derechos sexuales (no) reproductivos y violencia de género”, cuenta.
Si bien, por ley, no estaba prohibida la planificación familiar, no se garantizaba el acceso a información ni a métodos anticonceptivos de manera gratuita. Desde el Movimiento de Mujeres de Córdoba y la Interhospitalaria e Intersectorial realizaban formaciones y asesorías en distintos hospitales. Alejandra enumera los proyectos que muestran el activismo desplegado por estas mujeres: jornadas educativas contra la discriminación, edición de libros de educación no sexista, viajes a los, entonces, Encuentros Nacionales de Mujeres, trabajo con jóvenes en formación en oficios, publicación de revista, elaboración de un proyecto de ley para reconocer a les niñes como sujetos de derecho. “Por ahí andaban las luchas feministas para esa época”, recuerda.
Se emociona al describir la vida cotidiana, “fueron tiempos de mucha angustia, tensión y desesperación”, relata. Las condiciones de pobreza se habían agudizado y el hambre era el problema central, que se intentaba amortiguar con cirujeo, ollas y trueque. El aborto clandestino, recuerda, se llevaba la vida de muchas mujeres.
En el año 2000, se conformó la Red de Mujeres de Barrios y Villas. “Los comedores y merenderos empezaron a instalar la cena, el almuerzo se recibía en la escuela», explica Alejandra. «Mientras las referentas cocinaban, encontramos ahí un espacio para hablar sobre las violencias y el acceso a los anticonceptivos. Eran las estrategias que teníamos porque no había mucho más tiempo disponible para poder reunirnos, se estaba sobreviviendo”, concluye.
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¿Cuánto puede resistir un cuerpo, individual y colectivo? ¿Cómo se tramaba la resistencia en los cuerpos-territorios de las personas y las comunidades? Maite Rodigou, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba, nos da algunas pistas para reconocer el atravesamiento de la crisis de 2001 en la salud mental de todo un pueblo empobrecido, a partir de su experiencia de trabajo y activismo.
“Empecé a ver fotos y se me estruja el corazón”, nos dice. Trae a la memoria un espacio de encuentro que nació al calor del estallido y la rebeldía de diciembre de 2001, y que llamaron ‘En estos días terribles. Un encuentro de miradas y voces’, por una frase del Subcomandante Marcos. “No fue un espacio feminista, por más que muchas lo éramos. De ahí nace un pronunciamiento de Trabajadores de la Salud Mental”, explica.
Trabajaban en hospitales, centros de salud, escuelas y universidades. Mujeres cuidando, desde todos los frentes, a las comunidades. Observaban que las vulneraciones y la incertidumbre ocasionadas por el Estado y los grandes grupos económicos atravesaba a las personas, las familias y las parejas.
“Desde hace 25 años, sufrimos procesos de despojamiento y saqueos que produjeron una obscena, vergonzosa y creciente desigualdad. Desigualdad en el acceso no solo de bienes materiales, sino también sociales y simbólicos, que ha provocado en los sectores más castigados la experiencia del odio”, sentenciaban en el pronunciamiento.
En los cuerpos de las personas se hacía visible esa historia, cuerpos que además producían acciones de resistencia que no fueron escuchadas. Ya en ese momento, hablaron de políticas de crueldad y advertían una “disminución de contactos sociales obligando a las personas a utilizar mecanismos defensivos e individualistas”. La desconfianza, la sospecha, el otro como invasor y competidor construyen un tejido amenazante, “que se instala en las relaciones dificultando la construcción de proyectos individuales y colectivos”, expresaban constatando un aumento en la cantidad y gravedad de sintomatología mental.
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Natalia Di Marco es docente e integrante de la Asamblea Ni Una Menos. En este ejercicio de memoria, propone pensar las periferias en cuanto a los territorios donde se organizaban y en relación a las políticas patriarcales. Por esos años, cuenta, emergieron muchas organizaciones feministas. “Muchas veníamos desencantadas y con profundas contradicciones en las organizaciones de izquierda en las que militábamos. Empezamos a sentir las contradicciones, no solamente en términos de cómo se entendía la realidad y las estrategias para transformarla, sino también al interior de las propias organizaciones”, expresa.
La eclosión de la política tradicional puso en jaque una mirada de construcción de poder. “Fueron desplegándose otras formas de ejercicio político que históricamente fueron invisibilizadas y que nosotras veníamos construyendo subrepticiamente”, señala. Habían desplegado redes como estrategia de supervivencia en los territorios que se ponían en movimiento ante la necesidad de abortar, para responder a situaciones de violencia o ante el hambre que avasallaba.
Para Natalia, los Encuentro Plurinacionales de mujeres, lesbianas, trans, travestis, bisexuales y no binaries, son el ejemplo más claro de una construcción política subrepticia y cotidiana desde otras miradas. “Son dinámicas que se pudieron sostener, incluso en períodos de crisis institucionales», refiere. «Hay ahí una puesta en cuestión de lo político en términos tradicionales, un emergente de otras prácticas políticas”.
Desde finales de 2000, integró las MuFA´s (Mujeres Feministas Anticapitalistas). “Decidimos que el lugar para instalar nuestras reivindicaciones feministas, las demandas como mujeres, lesbianas y travas, era el espacio público”, reflexiona. «Nos pienso a nosotras como sujetas políticas articulando con un montón de otras organizaciones, con compañeras, con el pueblo en la calle desde nuestras reivindicaciones”.
Para las MuFA´s, ese “no nos callan más” se transformó en “no nos quedamos más en las casas” y salieron a tomar las calles desde los feminismos y sus cuerpos de mujeres, de lesbianas, de travas, de trans, “que siempre participamos, pero éramos invisibilizadas con nuestra realidad y nuestras reivindicaciones”, concluye.
¿Dónde estaban las mujeres? Revolviendo el guiso, multiplicando panes, golpeando las cacerolas con fuerza, armando futuro, construyendo una nueva politicidad y protagonismo que hoy nos reúne en las mareas.
*Por Anabela Antonelli y Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: Federico Imas.