Consumo problemático y errático de apps para garchar: un archivo del fracaso
Quien no haya pasado por alguna de estas app de citas, que tire la primera piedra. Grindr, Tinder, Happen, OkCupid, Badoo, la variedad es amplia. Con ciclos de más o menos energía abocada al chateo y encuentro, con más o menos “éxito”, el clima afectivo epocal está rarazo. De los creadores de “Estoy en una”, “No sos vos, es el algoritmo” y “Te quiero como amigue”, llega esta nota sin certezas y muchas preguntas.
Por Verónika Ferrucci para La tinta
Esta nota no tiene fines moralizantes ni pretende hacer un análisis crítico de las apps de citas. Busquen otras, que hay miles y, sobre todo, gente seria pensando y escribiendo.
No doy nombres y cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.
Like, dislike, superlike
Y un día te abrís Tinder: bienvenide al 24/7 de la promesa de enganchar algo, para lo que sea, para lo que se pueda, para ¿lo que se quiera? Un poco en chiste y un poco entre la torpeza de los cuerpos suspendidos en la virtualidad, con amigues decimos que perdimos capacidad de socializar, ahora que el escenario pandémico aflojó un poco y volvemos a la vida social. ¿Cómo era? Van y vienen mensajes de consultas pre y post citas.
«Tuve una primer cita y estuvo todo piola, y ahora, ¿cómo sigo? Onda, ¿cuándo mando un mensaje?»; «Me mira las historias, pero no me escribe»; «Me reacciona las historias, ¿le devuelvo la reacción?»; «La primera cita fue en un bar a desayunar y después me dijo que tenía cosas que hacer. ¿Qué onda, no le gusté?»; «Me ghosteó después de dos encuentros, para mí venía todo bien, no sé qué onda»; «Garchamos en la primera cita y ahora estamos en un viaje, nos escribimos todos los días, pero muy amiguis», y así una nota eterna de anecdotario.
Es muy difícil elegir algunas de las miles de experiencias que acontecen entre las personas en las app de citas. Las hay buenas, buenísimas, gente casada por Tinder, wow. Las hay malísimas, para el olvido eterno, algunas masomeno, pasatiempistas, cringe. Garchar, chonguear, enamorarse, tríos, gente buscando grupo para salir, gente de trampa, sigan enlistando. Hay miles de perfiles de Instagram dedicados a visibilizar «cosas» de estas nuevas viejas formas de conocer gente. Porque no me jodan con la novedad, que levanten la mano les jóvenes del dosmil, a puro LatinChat.
Durante la pandemia, surgieron muchas propuestas virtuales. Enganchades fue un show vía streaming y lo más cerca a Roberto Galán que pudimos estar, la invitación decía: “¿Las promesas de OkCupid no se cumplieron? ¿Ya descubriste que el índice de deseabilidad de Tinder es casi un delito federal? ¿La cuarentena te destruyó? ¿La virtualidad te juega siempre una mala pasada? Tropezar con la misma piedra ya pasó de moda. Llega Yo quiero amar, ¿y qué?”. Llenabas un formulario de Google Docs con datos y, luego en el vivo, Danila Saiegh, Lucas Roman y Vanesa Strauch hacían los match. En Instagram, hubo varias: la sexóloga mainstream Lic. Ce, que en un post acuñó el término “vinculeable” -relaciones sexoafectivas responsables- y se volvió un salón de citas. El IG de lesbodramas ya lo había hecho antes y también están las cuentas partidarias, como, por ejemplo, piropos peronistas. Y los grupos en Telegram, locales, amplios y/o con alguien famose haciendo la punta. Intentos de fugarse de algunas lógicas de las apps, pero con algunas de las mismas intenciones. Conocer gente y ver qué onda.
El recorte desde el que hablo es la década ganada (?) de los treinti, no sé si estas reflexiones son extensivas a otras décadas. Comentan luego en el post. Y que venga Cris Morena, que acá todavía andamos con la huella de esa educación sentimental pedorra y grabada a fuego. Ni mil libros de Brigitte Vasallo nos estarían alcanzando. Porque, en la teoría, medio que vamos re bien. Regio el progresionario, pero el archivo del fracaso que estamos reuniendo es real. Datos, no opiniones. ¿Nos pasamos de progres y estamos medio en cualquiera forzando todo?
Nos quedamos sin libreto, pero miramos el ramo de costado
“Me junté en un bodegón, mesa a la calle. Muy pintoresco. El mozo tenía un mapa de historias entre las arrugas y sabía de toque que esa era una primera cita. Solo había dos mesas más ocupadas. En una, un hombre y una mujer, casi sin charlar, y en la otra, dos señores, en el ritual vermutero”.
Era una cita por OkCupid -en Córdoba no está tan en auge y no voy hacer hipótesis, solo apología para que la prueben-. Es una app “progre”, una deriva de las otras que se masificaron, y entonces acá, hay % de coincidencias a partir de una serie de preguntas que podés o no responder -más al estilo Grindr, pero sin tanto énfasis en las preferencias de gustos y prácticas en el sexo-. Elijo creer en las coincidencias que un algoritmo me indica. No es Black Mirror, es la realidad. Las primeras charlas son torpes. Voy buscando y tanteando qué temas son los que pueden hacer que la noche sea memorable u olvidable. Desde que llego a una cita, estoy pensando cómo se sigue. “No soy yo, es mi ansiedad”.
—“No tenés hora, ¿no?
—¿Cómo?
—Hora.
—No, ¿por? ¿Para qué querés saber la hora?
—No, por curiosidad. Siempre quiero saber la hora. Para saber cuánto duran las cosas.”
Marina Yuszczuk
Hay un dilema irresuelto en algunos sectores de nuestra generación y opiniones encontradas respecto a cuán del “del palo ideológicamente” tiene que ser la cita -quizá un signo epocal de la batalla cultural y la grieta-. Hay que decir que hay negociaciones, concesiones, intransigencias y variadas red flags. Las eróticas se construyen por diferentes caminos y ya dije que acá no se juzga.
“El bar está por cerrar. Hablé muchísimo, casi sin parar. La medida del encuentro fueron dos birras y una tortilla de papas. No sé qué onda, hay que irse porque el bar cierra. ¿Y ahora? Me quedé sin libreto, no puedo leer el deseo ajeno, ¿será que no hay señales? ¿Todas las citas tienen que terminar en garche? Se me debe haber notado una banda la indefinición. Me dijo: ‘¿Vamos a casa?’”.
¿Qué pasa con esos cuerpos que vienen de la disponibilidad de una app? ¿Cómo hacemos el pasaje de ser quienes somos en la virtualidad a poner el cuerpo -literal- al encuentro? (Tema para otra nota: los perfiles, qué fotos ponemos, qué descripción hacemos, etc.). ¿Ha llegado el tan prometido y esperado fin de la monogamia? ¿Están las puertas del paraíso ardiente del poliamor abiertas de par en par esperándonos? Permítanme dudar y no por resentida, fracasada o por falta de voluntad. Pero mucha pose y estamos mirando el ramo de costado todo el tiempo, me dice un amigo. Hemos quedado en una intemperie sin libreto. Estamos haciendo malabares en una matriz cultural y normativa sobre la que edificamos narrativas disponibles del yo y del entre, que no son más que las otorgadas por las formas heteropatriarcales y neoliberales.
¿Qué pasa después de la primera cita? No alcanza el mercado de la especulación argentina con el dólar para describir a una generación que deposita en no se sabe qué códigos virtuales una respuesta o un deseo. ¿Quién habla primero? «No sé si demuestra interés con el mensaje que mandó». «Nunca más me escribió y yo tampoco». «Me reaccionó una historia». ¿Fuego, corazón o 100? ́»Me mira las historias, pero no me habla». ¿Ustedes miran quién les ve las historias? Hola, Foucault, vení a ver todo lo que aprendimos de tus reflexiones. El apareamiento virtual, la histeria y la promesa de que algo mejor sigue esperando por ti se llevan a la perfección.
Con una amiga hemos llegado a la conclusión que, quizá, estamos ante un nuevo fenómeno: la OnlyCita -pero gratarola-. Disfrutala. Se descuentan todas las excepciones de las historias hermosas. Pero dado los datos de mi trabajo de campo, voy a generalizar.
No sos vos, es el algoritmo
Tinder parece seguir un poco más las normas y guiones emocionales tradicionales, pero en OkCupid, por ejemplo, estamos en una de quién es más progre y quién está más en los desbordes de los roles de género. ¿Estamos ensayando algo nuevo? Sí. ¿Eso alcanza? No lo sé, Rick. La disponibilidad permanente, en cualquier momento y a cualquier hora, la promesa de que siempre puede haber algo mejor. «Cuando estoy ovulando o me agarra el síndrome de la desolación, libero likes a pleno. Después se me pasa y el match me escribe, yo ya estoy -incluso hormonalmente- en cualquiera». Coincidir o no, en los tiempos y en la ganas, va más allá de la virtualidad.
La francesa Judith Duportail, en 2019, escribió un libro que se llama El Algoritmo del amor, luego de una larga investigación a partir de su propia experiencia, devela cómo funciona el mundo secreto de Tinder. El índice de deseabilidad y los códigos de belleza hegemónica son centrales para el sistema de validación de la aplicación. Hay un ranking de atractividad, hay datos, se venden, se compran y te dan algunos matchs. «Para mí, hay que entrar y salir de la app, y te resetea, porque el algoritmo te arruina. Mira, si a mí me mezclan el algoritmo de Tinder con Netflix y Spotify, hago match con un adolescente narco que escucha Valeria Lynch y Rosario Bléfari”, me dice una amiga cuando hablamos sobre este interesante libro.
«No sé de qué hablar, pero si todes tenemos paja para chatear, ya fue. Yo tengo miles de macht porque pongo like sin distinción. Después no me escribo con nadie y ahora me da miedo conocer gente así, que solo depende de la magia. Es como jugar a los fichines o a la ruleta rusa». En las fotos, hay cuerpo, pero no hay gesto. Sacamos conclusiones apresuradamente de eso que nos dice la imagen. Racionalizamos el deseo y construimos eróticas lineales. Tiene tal remera, tiene fotos en tal lugar, puso tal cosa en la descripción, etc. Ya sabemos también de las cuentas de IG sobre esto.
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Hay una gramática emocional según la cual se nos impone la construcción de un trayecto biográfico exitoso. La investigadora y escritora feminista, Sara Ahmed, ha hablado y mucho sobre el imperativo de la felicidad obligatoria y el éxito como afectos regulatorios, que atraviesan las formas en que nos vinculamos. Para ella, esas promesas dan consistencia a la forma en que se organiza el mundo cotidiano, los deseos y los objetos a los que les atribuimos felicidad -familia, pareja, maternidad, trabajo- tienen pegado un afecto positivo. Hemos sido socializades así, aun cuando estamos corriendo algunas fronteras. «No soy yo, son las expectativas». ¿Qué nuevos acuerdos y marcos afectivos deseamos y creemos que nos hacen felices? ¿Son acaso Tinder, OkCupid, Grindr un objeto que nos proveerá felicidad?
Parte de las políticas afectivas que se piensan desde las teorías feministas y queer alojan el derecho a la desdicha y al fracaso, y son esos archivos del fracaso los que han permitido otras formas alternativas de felicidad posibles.
Mucho meme y mucha ropa: friendzone y coso
“No hubo desayuno, ni mañanero, ni chape. Solo una salida torpe de su casa. ¿El desayuno es importante? ¿Se chapa cuando te estás yendo? Seguimos chateando, mucho sticker y meme. Buena onda, piola, piolísima. Confusión, indirectas sexuales y un ja ja ja (con espaciado) como respuesta. Te quiero, como amigue”.
Pasó la OnlyCita y llegó la friendzone. Mood Roberto Carlos, ¿somos todes amigues y nadie garcha? ¿Todes confundides romantizando la erótica de la amistad y el amor libre? ¿Tanta deconstrucción para esto? Somos contradictories con lo que deseamos, con lo que hacemos, con nuestro discurso. Y sí, pues habitamos un mundo complejo, pateamos tableros e intentamos sobrevivir en las lógicas actuales. Y capaz nos pasamos de progres y nos falte sinceridad y alojar el fracaso como una política de afectación necesaria. Nos sobra careteada, teoría y consigna. En los tiempos de la incertidumbre, la ternura y el cuidado son gestos necesarios. No coincidir es una forma epocal incómoda, pero en la que nos estamos acomodando y haciendo terruño.
Que vuelvan los lentos y nos vimos en Disney.
*Por Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: La gente anda diciendo.