América Latina y el Caribe: una lectura optimista entre olas y vendavales
El continente lucha entre posiciones que remiten a la más voraz de la derecha y diferentes proyectos y movimientos soberanos que intentan cortar la dependencia con Estados Unidos.
Por Javier Tolcachier para La tinta
La pandemia mundial profundizó las condiciones de precariedad de las mayorías, generadas por la financiarización capitalista, y mostró cruelmente las carencias y desigualdades producidas por el orden neoliberal, atenuadas apenas en algunos lugares por sistemas sociales de contención de carácter progresista.
Provocó, además, un aumento radical del uso de las tecnologías digitales y el poderío de las principales corporaciones del rubro. Las nuevas tecnologías, junto a la innovación “verde”, son abrazadas a su vez por los fondos de inversión y el capital en general, como vía de reconversión de un capitalismo consumista, estancado en su rentabilidad y cuya responsabilidad en el dramático deterioro medioambiental es ya, a todas claras, manifiesto, colocando en severo entredicho al expolio de recursos naturales finitos.
Un breve repaso de la escena política
Este 1 de diciembre, en el Zócalo de Ciudad de México, una multitud celebrará la mitad del mandato histórico de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), hecho que abrió esperanzas no solo para la población de ese país, agobiada por sucesivas dictaduras neoliberales, sino también para abrir una nueva posibilidad de política generosa y de autodeterminación en la región.
En la acera de enfrente, continúa, aunque por poco tiempo más, la calamidad de un gobierno fascista en Brasil, que costó la vida y el retroceso sociales de millones de personas por su negacionismo y crueldad, apareada con el cinismo de legisladores y jueces corruptos, la manipulación informativa de medios monopólicos y los intereses de una élite minúscula, pero igualmente cruel de empresarios y terratenientes.
A pesar de las necesarias restricciones de movilidad pública, motivadas por la emergencia sanitaria, se ha vivido en los dos últimos años una importante ola de protestas sociales. Entre los eventos más significativos, figuran el despertar en Chile y los alzamientos en Ecuador, el masivo y prolongado paro popular en Colombia, la unidad de los movimientos sociales movilizados en cientos de ciudades brasileñas y los tumultos en Haití, lugar en el que mercenarios asesinaron a un presidente ya ilegítimo.
En los meses finales de 2019, luego del fundamental triunfo del Frente de Todos, que logró impedir la continuidad de la calamidad social que significó el gobierno de Mauricio Macri -tragedia que aún hoy mantiene en cadenas al pueblo argentino por el mayor endeudamiento registrado en los anales del FMI- , el panorama fue conmocionado por la funesta instauración de una dictadura violenta y retrógrada en Bolivia, al tiempo que el derechista Luis Lacalle Pou vencía en Uruguay ante un Frente Amplio (FA) desgastado por tres gestiones de gobierno, la dificultad de recambio en sus liderazgos y la unidad opositora en segunda vuelta.
También en la República Dominicana, asolada por la pobreza, la criminalidad y la inseguridad correlativas, venció medio año después el acomodado empresario Luis Abinader, frente a un dividido y debilitado oficialismo socialdemócrata. El flamante mandatario, junto a Guillermo Lasso y Sebastián Piñera, presidentes de Ecuador y Chile, respectivamente, fueron expuestos públicamente por el escándalo de los Pandora Pappers, que volvió a poner en agenda el flagelo estructural de la evasión y elusión fiscal, en este caso, de funcionarios públicos que en sus discursos suelen repetidamente mencionar la probidad y la anticorrupción como puntos centrales de sus programas.
El banquero Lasso había dado por tierra, en la segunda vuelta presidencial de abril de 2021, las esperanzas locales y continentales cifradas en la figura del joven representante de la Revolución Ciudadana, Andrés Aráuz. En esa contienda, fueron definitorios el lawfare que impidió la candidatura de Rafael Correa, el desastroso gobierno de Lenín Moreno -mirado por muchos, pese a su traición, como sucesor del gobierno anterior-, la propaganda permanente en los medios y redes sociales hegemónicas de posturas anticorreístas, a las que adhirieron sectores ligados al indigenismo, la mayor parte de las ONG y una candidatura socialdemócrata-centrista que concitaron en primera vuelta el apoyo de votos suficiente como para posibilitar luego la victoria neoliberal.
Sin embargo, en el marco de lo que aparentaba consolidar un nuevo declive de las fuerzas progresistas en la región, el regreso contundente al gobierno de las organizaciones sociales en Bolivia a un año del golpe, junto a la elección de un presidente vinculado a los movimientos populares en Perú, constituyeron una vigorosa irrupción popular, como también la amplia aprobación en referendo del proceso constitucional que se desarrolla en Chile, bajo una mayoría de índole transformadora.
A lo que se suman como sucesos relevantes más recientes los renovados e infructuosos intentos de desestabilización de la Revolución Cubana; la independencia de Barbados de un todavía presente colonialismo de la corona británica en el Caribe; los intentos del golpismo peruano para liquidar la experiencia encabezada por el presidente Pedro Castillo y del golpismo fascista para intentar reeditar el golpe de Estado en Bolivia; un nuevo ciclo de protestas de sectores campesino-indígenas en Guatemala y Ecuador, y unas elecciones municipales en Paraguay que, a contrapelo de las continuadas movilizaciones de sectores estudiantiles y campesinos, otorgaron nuevamente la victoria al régimen colorado en las principales ciudades.
En un noviembre cargado de incidencias electorales, se agregan al cuadro de acontecimientos la elección presidencial en Nicaragua -con la continuidad del gobierno sandinista-, atacada por el poder imperial, pero controvertida también en algunos sectores progresistas; las elecciones legislativas en Argentina con un resultado ahora adverso al gobierno popular; el triunfo parcial del candidato fascista en la primera vuelta de las elecciones en Chile y la amplia victoria del chavismo en las elecciones regionales en Venezuela con la participación de los principales sectores de oposición, en un giro táctico de sus posiciones alineadas con el intervencionismo y el asedio a la Revolución Bolivariana.
El año electoral latinoamericano-caribeño culmina con el resonante triunfo del frente progresista encabezado por Xiomara Castro en la elección presidencial en Honduras, frente a la corrupción del poder oligárquico y fraudulento instaurado a partir del golpe contra el presidente Manuel Zelaya, en 2009. Mientras que, en diciembre, se producirá en Chile una segunda vuelta clave entre el neo-pinochetismo y el candidato de la centroizquierda, Gabriel Boric, al que por ahora las encuestas posicionan como vencedor, lo que constituiría la culminación de un ciclo de dictadura neoliberal violenta de casi medio siglo con la posibilidad de allanar el camino a una Nueva Constitución, la confirmación del relevo político generacional ya iniciado en ese país y un enorme motivo de celebración de fin de año para las fuerzas progresistas de la región.
Estos nuevos vientos darían alas a las buenas perspectivas para Gustavo Petro y Lula en las elecciones del año próximo en Colombia y Brasil, lo que terminaría de configurar un nuevo balance sociopolítico en la región.
Los pueblos en el umbral de la pos-pandemia
Al par de los intentos reformistas de recomposición pos-pandémica de las economías por parte de los gobiernos, sin afectar en lo más mínimo el cuadro general de capitalismo financiarizado y depredador, continúa y crece la indignación popular motivada por la urgencia de las necesidades y el descreimiento en la capacidad institucional de dar respuesta a las mismas. Esto se evidencia en la recurrente e incremental abstención en las votaciones, como así también en el resurgimiento de opciones políticas con relatos retrógrados que auguran soluciones rápidas a lomos de una supuesta anti-política.
A su vez, algunas dirigencias reconocen (o acaso se auto-justifican por) los límites que el poder real establecido pone al poder político formal. Mientras tanto, se acrecienta objetivamente la ingobernabilidad a través de diversos factores, entre los cuales se encuentran ciertamente la acción de los poderes económicos, la injerencia geopolítica global, los bloqueos entre las facciones que se disputan cuotas del disminuido, pero siempre apetecido poder político, el nada democrático y corrompido ámbito judicial, el elevado rechazo generacional a modalidades en decadencia, la cartelización manipuladora del discurso mediático conservador, la utilización expansiva de la tecnología digital para fomentar el odio y la estigmatización, el divorcio de las agendas entre las dirigencias y los pueblos, o la atomización social con su relativización orgánica, entre otros.
Al fracaso institucional para dar respuestas, sumando a una sensación de incerteza general, se agrega la falta de alternativas nítidas, reconocibles y referenciales en término de nuevos modelos sociales, económicos y políticos, que reemplacen la decadente estructura actual y proporcionen bienestar junto a la ampliación de las posibilidades colectivas. Lo cual es caldo de cultivo para la estridencia regresiva, que concita además apoyo por la capacidad de contención gregaria de sus huestes confesionales, en el marco de un tejido social fragmentado.
En este contexto, ¿qué sucede con la integración regional de signo soberano y con la fundamental democratización de la comunicación?
Integración soberana y pluralidad de voces
Al formar parte del esquema institucional decimonónico, basado en la concepción de Estado-nación, las iniciativas oficiales de integración soberana sufren la crisis de aquel, agravada por el torpedeo de las sucesivas administraciones estadounidenses en su intento de conservar preeminencia absoluta sobre los destinos “hemisféricos” frente al embate geopolítico de China y Rusia, en su disputa contra la pretendida hegemonía unipolar.
En el mismo sentido, el intento de reflotar a la OEA como brazo diplomático de la dominación tampoco encuentra asidero firme, salvo en la agenda comunicacional de los medios al servicio del gran capital, siendo cuestionadas sus motivaciones y sugerido su reemplazo desde los países gobernados por sectores más progresistas.
La CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) como posible ámbito de sustitución de la anacrónica OEA, dado el signo político antitético o reformista de sus componentes, de momento aparece como un espacio tendiente a abandonar su origen políticamente disruptivo para pasar a reflejar una suerte de comunidad interestatal al estilo europeo, modelo que, a su vez, atraviesa una severa y prolongada crisis.
El Mercosur, reapropiado en su carácter neoliberal por los gobiernos derechistas de Brasil, Paraguay y Uruguay, ha perdido incluso su esencia integradora a partir de la primacía del interés particular de sus miembros, mientras que el ALBA-TCP conserva el carácter de trinchera de nucleamiento soberanista, sin embargo, más discursiva que efectiva, dada las dificultades objetivas que atraviesan sus componentes, fundamentalmente en razón del asedio estadounidense.
Lo novedoso es la irrupción de la RUNASUR (la UNASUR de los Pueblos) en el escenario, que convoca a la construcción de una América plurinacional (con proyección a un planeta plurinacional), alentando a una refundación institucional soberana de carácter antiimperialista a través de la participación directa, inclusiva y paritaria de los pueblos, nacionalidades y movimientos sociales, a fin de reparar y superar la partición y repartición burguesa-transnacional poscolonial.
En relación a la comunicación, las posibilidades de democratización y pluralidad se ven una vez más coartadas por el absolutismo de las plataformas corporativas en el campo digital, cuyo sesgo de lucro segmenta, discrimina y censura contenidos, afectando los principios fundacionales de neutralidad y descentralización de la red internet.
En el campo de los medios, el irrespeto o cancelación de normas legales logradas en ardua lucha por la comunicación popular, la desfinanciación o eliminación neoliberal de medios públicos, la inequitativa distribución de pauta estatal a favor de los medios hiperconcentrados, su progresiva transnacionalización junto a la monolítica cartelización de discursos estigmatizantes contra las alternativas revolucionarias o progresistas afectan la posibilidad de imprescindibles transformaciones que garanticen diversidad informativa y un balance equilibrado en la opinión pública.
Prospectiva
La historia nunca se detiene. Las generaciones actuales, en su gran mayoría, enarbolan con claridad las banderas de la lucha contra el deterioro medioambiental, contra la guerra, la injusticia flagrante y la violencia, a favor de la emancipación de las mujeres y por la libre elección de opciones sexoafectivas. Se va instalando con fuerza una cultura irrestricta de derechos humanos, a la par que se amplía el rechazo a la manipulación cupular, la corrupción, el centralismo y el verticalismo.
La indigna situación cotidiana de miseria y carencias, en contraste con la opulencia absurda de minorías cada vez más pequeñas y abusivas, solo puede dar espacio a sucesivas rebeliones populares hacia nuevos modelos de distribución equitativa, gestión participativa, colaborativa y descentralizada.
Esta revolución en curso es, además, mundializada, sin que espacio alguno pueda bloquear o quedar indemne de la expansión de ese clamor.
En reacción a estos claros signos de futuro, se elevan voces guturales, anacrónicas, nostálgicas de un pasado que nunca fue y que tampoco será. Aun cuando estas fuerzas regresivas buscan neutralizar el avance de los tiempos (y coyunturalmente hasta logran frenarlo), representan tan solo un estéril esfuerzo por detener la imparable evolución humana.
El sistema capitalista y depredador, sostenido por sus sectores conservadores, busca desviar los impulsos transformadores hacia falsas puertas, intentando resignificar los relatos bajo una modalidad gatopardista y engañosa.
El surgimiento del nuevo ser humano como actor necesario de las sociedades futuras, considerado anteriormente como producto automático de condiciones objetivas, es hoy claramente asumido por cada vez más sectores como condición simultánea de la transformación.
Fortalecer su nacimiento y las condiciones de un medio favorable a su desarrollo, expandir el eco de las voces que señalan hacia el futuro, prestar oídos al clamor generacional y de género, apoyar a las organizaciones sociales que exigen bienestar igualitario, constituyen sin duda las claves de una misión histórica ineludible.
*Por Javier Tolcachier para La tinta / Foto de portada: Reuters.