¿Un réquiem para el neoliberalismo chileno?
Daniel Jadue, ex candidato presidencial, alcalde de la comuna de Recoleta y dirigente nacional del Partido Comunista, habla sobre los comicios del próximo domingo en Chile.
Por Lautaro Rivara para ALAI
Un político institucional que critica la institucionalización excesiva de las izquierdas. Un gestor eficiente que disputa la idea de eficiencia a los paradigmas tecnocráticos del neoliberalismo. Un dirigente de un partido casi centenario, abierto al diálogo con los procesos sociales más recientes, abiertos con el estallido de octubre del 2019.
Alcalde, arquitecto, sociólogo, analista, lector voraz, masón, descendiente de palestinos, abstemio y nadador. Daniel Jadue, sorpresivamente derrotado por Gabriel Boric en la interna presidencial de la coalición Apruebo Dignidad (AD), acompaña proactivamente la recta final de unos comicios históricos, aunque replegado por ahora en su muy bien ponderada gestión comunal en Recoleta.
En un tiempo de izquierdas institucionales y derechas desbocadas, de errores no forzados y oportunidades históricas, de problemas domésticos y urticantes dilemas internacionales, esto es lo que nos dijo.
—Quisiera comenzar por el pasado reciente. En una gira por Chile, hace casi una década, nos sorprendió vivamente el encontrar murales en la vía pública en algunas localidades del Biobío que loaban el legado y la memoria de Augusto Pinochet. A 15 años de la muerte del dictador y considerando las transformaciones subjetivas causadas por la multitudinaria movilización del año 2019, ¿cuál te parece que es hoy la fortaleza o la debilidad relativa del ideario pinochetista en la sociedad chilena?
—Creo que se trata de ideas que, sin dudas, se van extinguiendo en el tiempo y que su adhesión va bajando de manera significativa. Y esto lo digo más allá de cualquier resultado electoral, porque va surgiendo en el tiempo incluso una derecha que reniega de Pinochet, independientemente de que su figura todavía mantenga un apoyo duro de sus cercanos más incondicionales, que son los que se han beneficiado del modelo neoliberal que él instaló. Hablamos de las grandes corporaciones, de las familias que se hicieron dueñas del mar, de algunos de los sectores que se apoderaron de las empresas que privatizó Pinochet antes de dejar la presidencia.
Son los mismos sectores que siguen sosteniendo a gran parte del sistema político a través de su financiamiento irregular, lo que los hace tener una influencia muy grande. Además, son dueños de los medios de comunicación y de las encuestadoras, y practican una integración vertical de todos los poderes fácticos, incluso de todos los poderes informales que existen en la sociedad. Pero cuando uno mira la globalidad del asunto, no hay dudas de que hay una disminución significativa de la influencia de Pinochet en la realidad nacional.
—Conversábamos antes de comenzar sobre el excelente resultado electoral de Javier Milei en la Argentina, pero podríamos mencionar también como ejemplo el ascenso de figuras ultraneoliberales y conservadoras en países tan disímiles como Brasil, los Estados Unidos, Hungría o la India. En sintonía con lo anterior, ¿cómo analizas a José Antonio Kast, el candidato del Partido Republicano que hoy disputa la presidencia contra Gabriel Boric y la coalición de la que haces parte? ¿Cuánto ves en él de pinochetismo remanente y cuánto de las “nuevas derechas”?
—El crecimiento de la ultraderecha es una moneda de dos caras. Primero, hay una autocrítica que tiene que hacerse la izquierda en términos de la excesiva institucionalización en la cual se ha movido en el último tiempo, lo que la ha alejado de la base social y, por lo tanto, de la construcción de poder popular. Esto llena de frustración a un sector popular, que considera que lo único malo es la continuidad y todo aquello que se asemeje a la continuidad. Finalmente, estas opciones terminan siendo muy poco apetecibles para las mayorías sociales.
Cuando uno compara a Kast con Pinochet, se da cuenta que incluso Kast es aún más de extrema derecha, dado que llega a decir y proponer cosas que ni siquiera Pinochet se hubiera atrevido. En 17 años, el dictador no se atrevió a privatizar Codelco (la empresa estatal dedicada a la explotación del cobre), no se atrevió a privatizar el suelo de Chile. Kast está proponiendo esto hoy en día, algo que incluso puede ser contrario a las ideas de la derecha de cuño más tradicional, que votó en bloque por la nacionalización del cobre. Sucede lo mismo cuando este candidato propone volver a criminalizar el aborto en tres causales o cuando se propone eliminar los subsidios para las mujeres jefas de hogar, limitando la política de subsidios a las mujeres casadas, o cuando propone volver a diferenciar a los hijos intra o extra matrimoniales. Se trata de una involución grotesca, incluso, vuelvo a decirlo, de una propuesta aún más conservadora que la de Pinochet, pero apoyada por sectores muy conservadores del “centro”, como la Democracia Cristiana, hoy más cercanos a la ultraderecha que a una opción transformadora.
—Partiendo de la institucionalización en algunos partidos políticos de izquierda, diferentes analistas vienen señalando una excesiva distancia entre el proceso constituyente, por un lado, y la campaña electoral y la construcción de mayorías propiamente dicha. ¿Cómo reducir ese hiato? ¿Cómo va a trabajar tu espacio político en estas sinergias entre lo electoral y lo constitucional, entre las instituciones y la calle?
—Primero, decir que hay en curso un proceso muy profundo de politización de la sociedad chilena. De hecho, esto es lo que demuestra hoy día la propia discusión electoral. Pero aquí hay que hacerse cargo de que el 18 de octubre (fecha de inicio del estallido social del año 2019), cuando cristalizaron las demandas acumuladas de los últimos 30 años, se generaron dos tipos de crisis. Una crisis socio-económica que detonó una crisis política e institucional. La crisis política, de alguna manera, encontró una salida con la elección de la Convención Constitucional, con el apoyo de un 80 por ciento al “apruebo” para elaborar una nueva Constitución.
Pero la crisis socio-económica no ha tenido absolutamente ninguna solución. No ha habido ningún avance en ninguna de las demandas sociales y económicas que acompañaron la crisis política. Esto ha puesto en entredicho a todo el sistema político y a su incapacidad de dar respuesta. Esto es evidente cuando uno mira, por ejemplo, a la candidata del centro, de la Democracia Cristiana y la Concertación: (Yasna Provoste) fue presidenta del Senado mucho tiempo y, sin embargo, no dejó que avanzaran leyes fundamentales de la demanda ciudadana, tales como el impuesto a los súper ricos, como el royalty a los recursos naturales, como el “sin consentimiento es violación”, como la ley de indulto (a los presos políticos del estallido), que hoy en día es tan necesaria para poder avanzar en paz y tranquilidad.
Hay, por lo tanto, un rechazo fundamentalmente al sistema en su conjunto. El proceso de repolitización va a seguir, pero, como todo proceso, la politización tiene avances y retrocesos. Vimos cómo la “Lista del pueblo” en la Convención Constituyente logró un gran avance. Pero este avance se diluyó a poco andar por todos los errores que se cometieron en esta disyuntiva sobre qué velocidad se le imprime al proceso de repolitización, cuando se venía de estar renegando durante 30 años de la participación política para querer volverse, de un momento a otros, actores políticos principales. Evidentemente esto no siempre resulta.
Esto es un proceso muy complejo, porque entrás en contradicción con tus propias bases cuando has estado alegando que no hay que participar (decían, por ejemplo, que “si votar sirviera, estaría prohibido”) y de pronto te conviertes en alguien que quiere participar y llamar a votar. Entonces tus bases dicen: ¿a este que le pasó? Este proceso va a tener que llevar a una reformulación muy profunda del relato de la participación antes de que esto pueda avanzar.
—Entrando ahora propiamente en materia electoral, las últimas encuestas (por supuesto, siempre falibles) hablan de una polarización entre la candidatura de Boric y la de Kast, como también de un derrumbe electoral bastante pronunciado del candidato oficialista Sebastián Sichel. ¿Cuál es tu lectura de cara a las elecciones del 21 de noviembre? Atendiendo a estos números provisorios, ¿te parece posible sentenciar la defunción política del piñerismo como tal?
—Primero, hay decir que el candidato oficialista nunca existió como candidato real: (Sichel) fue un invento de una encuesta que hizo una persona muy cercana a él y que buscó instalarlo de manera muy artificial. En el último período, cuando (Joaquín) Lavín empezó a decaer en las encuestas, el oficialismo empezó a considerar que este personaje inflado podía ser su única tabla de salvación. Pero así como lo inflaron, se desinfló a la primera de cambio: su relato no es sostenible y su historial político es muy discutible. Él fue Ministro de Desarrollo Social en plena pandemia. Fue, por lo tanto, uno de los responsables de la respuesta tardía e insuficiente del gobierno para ayudar a la familia chilena. En la medida en que la gente comenzó a conocer, por ejemplo, el rol que jugó durante su presidencia en el Banco del Estado, un banco que nunca apoyó a las PyMEs ni a las personas con mayor necesidad, su candidatura comenzó a decaer.
Es ahí cuando la derecha oficialista migra hacia Kast. No hay un gran crecimiento suyo: él crece lo que decrece Sichel. Esto es bien notorio: es cuestión de mirar el promedio de todas las encuestas, aunque estas se vengan equivocando hace tanto tiempo. Yo no veo que haya una polarización, sino que hay una teoría del descarte de parte de la derecha. Y creo que se están equivocando, porque el programa de Kast es impresentable desde todo punto de vista. Gabriel (Boric) se mantiene a la expectativa de que los que vayan a salir cuartos, quintos, sextos, no se alineen con Kast en la segunda vuelta. Ahí el triunfo va a ser contundente, si es que no ganamos en primera vuelta.
—Quisiera preguntarte ahora por los pueblos indígenas. Pude percibir, en una breve estadía en el Chile post estallido, cómo se operó todo un cambio en la percepción popular en relación con las luchas del pueblo mapuche, habiendo quizás hoy una mirada más receptiva y contemplativa de parte de la sociedad chilena. Fenómeno visible incluso en la apropiación de la bandera mapuche como un símbolo de las resistencias antineoliberales durante las movilizaciones. ¿Cómo podría darse solución a estas problemáticas, sobre todo considerando los procesos de concentración y extranjerización de la tierra en que viven las poblaciones indígenas?
—Yo no me atrevería a hablar de solucionar. De lo que hablaría más bien es de, a partir del debate constitucional, de la necesidad de fundar una nueva identidad nacional, que será más bien una nueva identidad plurinacional, intercultural y plurilingüe.
En la medida en que esta nueva identidad se funde, va a tener que hacer un ejercicio, como lo hacen todas las identidades nacientes, de construcción de un pasado “utilizable” para la fundación de la plurinacionalidad. Este es un proceso complejo que va a pasar por la revisión de toda la relación que el Estado tiene con los pueblos originarios, del pago de la deuda histórica acerca de la tenencia de la tierra, de los niveles de autonomía, y de una revisión completa de la historia. Yo creo que vamos a tener que llegar al punto de sacar de todas las calles, de todas las plazas, cualquier monumento homenaje a los genocidas de los pueblos originarios. Hay mucho que hacer: de lo que hablamos es de un cambio de dirección en Chile a partir de la nueva Constitución. Y ese cambio de dirección nos presentará todo un camino por recorrer en la reconstrucción de confianzas y en los lazos de hermandad con quienes habitaban las tierras de Chile antes de la llegada de los españoles. Hablamos de un proceso por el cual dejemos de tratar a los pueblos originarios como extranjeros en su propia tierra y volvamos a resignificar lo que fue el surgimiento del Estado nacional y la relación que este tuvo con los pueblos originarios, que fue una relación de genocidio, de expropiación, de expoliación completa.
Habrá que estudiar, no una, no dos, sino muchas medidas de reparación, medidas de incorporación de la interculturalidad, así como el análisis de cómo les permitimos resolver su problemática según su propia cosmovisión, con un sistema judicial que esté interconectado, y cómo les damos escaños protegidos en el Consejo de Defensa del Estado, en la Corte Suprema, en las Cortes y en los Congresos y Consejos regionales. Este es un proceso, que no va a ser corto, de construcción de esa nueva identidad plurinacional, intercultural y plurilingüe. Claramente, nada esto se hará si gana Kast.
—Claro, imagino que hay marcos de involución posibles incluso en ese terreno. Quisiera ahora llevarte al escenario regional. ¿Qué relación imaginas entre un futuro y eventual gobierno de tu coalición con gobiernos progresistas vecinos como los de Argentina y Bolivia? ¿Y cuál crees posible -y esta es siempre una pregunta un poco más urticante en el escenario político chileno- con países como Venezuela, Cuba y Nicaragua, los que de alguna manera han sido condenados al ostracismo por su relación con Estados Unidos en la geopolítica regional?
—Lo primero a decir es que en nuestro país las relaciones internacionales con los gobiernos son una atribución exclusiva del presidente de la República, que en este caso será Gabriel (Boric). Lo que no quita que, como ha sucedido en otro momento, podamos tener diferencias en relación a la política internacional, diferencias que no están centradas por supuesto en la necesaria condena a la violación a los derechos humanos en cualquier parte del mundo. La diferencia fundamental podría estar en si un gobierno futuro se presta para operaciones de intervención, para promover golpes de Estado, para promover el derrocamiento de gobiernos que no son afines a Estados Unidos, plegándose a esta política norteamericana.
Al menos el Partido Comunista nunca va a ser parte de aquello. En la condena a la violación de los derechos humanos, en la exigencia de respeto internacional, en la exigencia de la separación de poderes, nos vamos a encontrar siempre. Y esperamos que un gobierno de Apruebo Dignidad no cruce esa línea tan compleja que otros gobiernos de nuestro país cruzaron no una, sino varias veces, incluso llegando a promover golpes de Estado en otros países, reconociendo el cierre de congresos, promoviendo la instalación de dictaduras, lo que esperamos que no se vuelva a repetir en ninguna parte del continente.
—Para terminar, ¿cuál va a ser tu rol más allá de la continuidad de tus labores al frente de la comuna de Recoleta, en la que volviste a ser reelecto por un holgado margen? ¿Cuál podría llegar a ser tu rol en el marco del próximo gobierno, de cara a los desafíos que enfrentará Chile en los próximos años?
—Mis roles en el futuro cercano están absolutamente claros. Voy a seguir siendo alcalde de Recoleta y voy a seguir siendo miembro de la Dirección Nacional del Partido Comunista, al menos hasta que el próximo congreso partidario resuelva quiénes continúan. En el próximo gobierno voy a colaborar, por supuesto, pero desde el espacio de lo local; voy a seguir instando al fortalecimiento de los gobiernos locales y de los gobiernos regionales, que es algo por lo que me vengo jugando hace mucho tiempo. Una participación más allá, directa en el gobierno, no está dentro de los planes por ahora.
*Por Lautaro Rivara para ALAI / Foto de portada: Matanza Viva.