“Somos esenciales”: un reclamo que se hizo escuchar
El miércoles 20 de octubre, organizaciones sociales de Córdoba se movilizaron al Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia para exigir el reconocimiento de su trabajo, en el marco de la Campaña “Somos esenciales”.
Por Redacción La tinta
“Somos esenciales porque somos lxs que estamos en los territorios desarrollando y generando trabajo, garantizando alimentos y defendiendo el derecho de la tierra. Representamos el primer frente en los territorios, trabajando todos los días en nuestros comedores y copas, satisfaciendo las necesidades que el Estado no está cubriendo”, explica Tania, integrante de Casa Comunidad en el Encuentro de Organizaciones. “Trabajamos también ante las urgencias sanitarias, gracias al inmenso trabajo de nuestras promotoras de salud. Trabajamos sin descanso para acompañar y asistir las situaciones de violencia de género”, agrega.
No es exagerado decir que estas personas, la mayoría mujeres, son esenciales para la vida. En las barriadas populares, las necesidades más básicas son satisfechas por grupos de vecines que se organizan para resolver las urgencias. La pandemia por COVID-19 evidenció aún más la importancia radical de su trabajo. Sin embargo, los gobiernos no reconocen estas tareas como prioritarias en un contexto de profundización de la crisis, con el 46,6% de la población en la pobreza, según datos de la Dirección General de Estadísticas de la provincia de Córdoba.
“Esta crisis repercute violentamente en nuestros cuerpos y territorios, y somos nosotras las que sostuvimos las tareas de cuidado comunitario, ahí donde ni el Estado (ni mucho menos el Mercado) llegan a dar soluciones en nuestras comunidades. Sin nuestro trabajo, la crisis sería aún más profunda”, sostiene Paula Nieto, promotora de salud en Encuentro de Organizaciones.
El miércoles, retumbaron tambores desde la mañana en la Avenida Vélez Sársfield, a la altura del Pablo Pizurno. Alrededor de 1.500 personas nucleadas en el Encuentro de Organizaciones (EO) y el Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) volvieron a pisar las calles reclamando que el Gobierno municipal y provincial reconozcan su trabajo socio-comunitario como una labor esencial para el sostenimiento de la vida. Un reconocimiento que se traduzca en recursos concretos para fortalecer los espacios comunitarios y mejorar las condiciones de trabajo de quienes ponen el cuerpo ante una crisis que impacta fuertemente en les más empobrecides.
Elena Cahuana Fernández es referente de la rama socio-comunitaria del MTE. En conversación con La tinta, señala: “Somos esenciales porque fuimos los primeros que en plena pandemia estuvimos ahí para los que menos tienen, para los que se quedaron sin trabajo y no tenían qué comer. Nosotros estábamos ahí moviendo las ollas, cocinando más y más raciones”, explica. Su compañera Viviana Lamas agrega que, ante este contexto, “los gobiernos no dieron soluciones como se esperaba, por eso pedimos que nos aumenten la cantidad de alimentos y poder reformar nuestros espacios”.
“El reclamo se centra en reivindicar el trabajo de las compañeras que todos los días enfrentan la crisis con trabajo en los barrios populares de la provincia”, expresa Dana Vander Mey, militante del MTE.
“Ellas garantizan la alimentación, la contención, el acompañamiento educativo, el acceso a la salud, el derecho al juego, acompañan situaciones de violencia de género y de consumo problemático, y sostienen espacios de cuidado. Queremos que ese trabajo sea en condiciones dignas y con un salario acorde a las horas trabajadas”, agrega.
Dentro del pliego de demandas, exigieron el aumento de raciones de comida para comedores y merenderos, y la actualización, acorde a la inflación anual, de las “ayudas urgentes” que entregan a estos espacios.
“Vivimos la pandemia con mucho agotamiento físico y mental, tratamos de cuidar a nuestras vecinas. Trabajamos el doble y el triple de horas” -explica Jacqui, coordinadora de la rama socio-comunitaria en el EO- “La crisis dejó los espacios explotados de vecinos que se acercaban a las copas y comedores, se triplicaron las raciones y la asistencia. Tuvimos que pensar mucho en la autogestión, en campañas de donaciones, en hacer las ollas a la canasta. Eso generó un alto agotamiento en los cuerpos”.
Reclamaron herramientas e insumos de trabajo, y el mejoramiento de la infraestructura de los espacios comunitarios, donde desarrollan las actividades esenciales. Demandaron además el urgente mejoramiento en el funcionamiento de los centros de salud, el fortalecimiento de las redes de acompañamiento y los espacios contra la violencia de géneros, tarea que las organizaciones llevan adelante con escasos recursos.
“Desde Casa Comunidad, la pandemia se sintió muy fuerte en las redes socio-comunitarias en las que nos apoyamos como colectivo para abordar las situaciones de violencia” -explica Tania- “Esto implicó repensar estrategias porque las compañeras estaban aisladas. Se agudizaron y multiplicaron las situaciones de violencia, y la pérdida de empleo se volvió una realidad cada vez más cotidiana, lo que llevó a un incremento en la dependencia económica”. Esto significó profundizar un trabajo que las organizaciones venían haciendo, reinventando modos, pero casi sin recursos.
Según los datos del Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (ReNaTEP), casi la mitad de las personas registradas realizan actividades socio-comunitarias en comedores, merenderos, promoción de la salud, acompañamiento integral a quienes atraviesan situaciones de violencia, huertas comunitarias y espacios educativos y recreativos.
“Son trabajos históricamente practicados en nuestras familias, entre nuestras abuelas, madres y tías, en el barrio, con nuestras vecinas y amigas”, expresa Paula y agrega: “Son parte de nuestra memoria popular, una identidad que reivindicamos y exigimos que se reconozca: somos fundamentales para la producción y, especialmente, para la reproducción social, somos parte indispensable de la economía y por eso nos reconocemos como trabajadoras de la economía popular, esenciales para el cuidado comunitario de la vida”.
Ante el escenario de incertidumbre y desesperación, los movimientos sociales profundizaron la organización de los cuidados comunitarios, “porque entendimos que la salida no vendría desde otro lugar que no fuese desde nuestro trabajo solidario, colectivo, organizado y cuidado”, señala Paula y narra ese trabajo esencial de las promotoras de salud: “Realizamos un proceso de formación virtual, produjimos material sobre la prevención de la transmisión del virus y sobre las condiciones de salud que aumentaban los riesgos de contraer COVID-19 de forma grave o mortal, asesoramos sobre los lugares de atención disponibles de acuerdo a las zonas o barrios, con la complejidad de estar atentas a todos los cambios que el gobierno iba introduciendo en sus estrategias sanitarias cambiantes y poco claras”.
“Somos una parte muy importante de la solución de la crisis. Lo que el Estado no ve, nosotros lo vemos todos los días. Es tiempo de que nos vean a nosotros y gobiernen para los de abajo y no para los de arriba”, dice Elena y Jacqui agrega: “Tenemos muy claro que somos la primera línea de cuidado y lo seguiremos siendo a futuro”.
* Por Redacción La tinta / Imágenes: EO – MTE.