Viaje a un mundo que alguna vez fue
En el libro Autostop. Crónicas e historias de un mundo que ya no será igual, el periodista Juan Ignacio Provéndola reúne un puñado de crónicas de viajes para relatar una realidad que hoy ya parece lejana.
Por Leandro Albani para La tinta
Si hay algo que une a ciudades tan distantes como Estambul, Ammán, Katmandú con Ámsterdam, Montevideo o Lima es la pluma que las describe. Y esa pluma va marcando el ritmo que el periodista Juan Ignacio Provéndola dibuja en Autostop. Crónicas e historias de un mundo que ya no será igual, libro publicado este año por la editorial Sudestada.
Provéndola, autor de Rockpolitik: 50 años de rock nacional y sus vínculos con el poder político argentino y el Ojo que espía, reúne una serie de crónicas en un volumen conciso, disfrutable al máximo y con una escritura llana, cargada de buenas descripciones, reflexiones en el camino y un puñado de historias que permiten sobrevolar un mundo siempre en ebullición con su lectura.
Autostop reúne crónicas breves sobre el paso del autor por ciudades de cuatro continentes. En cada una, Provéndola llega al núcleo de esos lugares, ya sea a través de las voces de sus protagonistas o de una mirada precisa (y bien informada) sobre las tierras que transita.
Por momentos, en los relatos del periodista del diario Página/12, confluyen pinceladas del estilo pedagógico de Eduardo Galeano, la brevedad precisa de Gabriel García Márquez y el ejercicio aceitado de un cronista de calle que no necesita redundancias o barroquismos para transmitir lo que está viviendo.
Una mención especial merecen sus crónicas desde Medio Oriente, en las cuales logra explicar conflictos o costumbres por demás de añejas, con apenas algunos párrafos que condensan la realidad más cruda y profunda. En el texto Sin tretas no hay paraíso, sintetiza, en unas pocas líneas, la voracidad esplendorosa de Dubái, la ciudad más importante de Emiratos Árabes Unidos: “El edificio más alto, el ascensor más rápido, la pista artificial de nieve más extensa, el puerto hecho con mano humana más amplio, el centro comercial más grande, el anillo de oro más pesado: en todas las fotos y postales dedicadas al mundo, Dubái parece tener una obsesión fálica por demostrar la virilidad de pertenencias que, en realidad, son prestadas. Es que el pequeño emirato de Medio Oriente no posee fortunas propias. Directamente maneja las ajenas”.
Además, sus reflexiones punzantes se entrecruzan con la realidad que, en este caso, carcomen a Cusco y su Machu Pichu: “Así como la juventud peruana padece el desamparo de un Estado retirado (sintomático de una región donde cunde el mismo pánico), el panorama cambia para el extranjero: la juventud universal signó en el Perú una de las mecas del turismo étnico, aventurero, sacafotos, los principales tags que empujan a las masas millenials con poder adquisitivo para viajar por el mundo”.
Las crónicas de Provéndola también funcionan para develar aquello que, a nivel mundial, es vendido como los fabulosos avances del primer mundo. Sobre la capital de Holanda, escribe: “En el centro de Ámsterdam, sobrevuela siempre la sensación de que todo está a punto de explotar, aunque eso finalmente no ocurra. La adrenalina del caos controlado es, tal vez, uno de sus mayores encantos turísticos. Pero se trata de una fantasía que poco tiene que ver con la realidad: a más de 15 años de la legalización, el gobierno holandés reconoce con timidez que no logra contener las actividades derivadas de la oferta sexual. Se refiere al tráfico y trata de personas. El negocio de la prostitución no es el individuo pagando por coger, sino la organización que se monta para mercadear mujeres. Algo que no se ve en las vidrieras. O sí”.
En el prólogo de Autostop, el periodista y editor del Suplemento NO de Página/12, Luis Paz, apunta con razón: “Las crónicas de Provéndola rezuman un tono único donde se cruzan su filiación al punk rock argentino con su interés por la política de las sociedades, su conocimiento de la historia y su sensibilidad artística. Son textos documentados en la charla con los locales, en la exploración de los recovecos de las ciudades, más que en las bibliotecas y los museos”.
El propio autor dice en la introducción que, en estos viajes, conoció historias “con hache minúscula, de esas que no ganan las tapas de los diarios ni los manuales escolares, pero que igual son movilizantes y representativas de la condición humana”.
Y en esos relatos donde conjuga las letras minúsculas de la vida, Provéndola acierta al contar un mundo que ya parece lejano, aunque siga cruzado por los mismos conflictos, las mismas esperanzas y los nuevos desafíos por venir.
*Por Leandro Albani para La tinta / Foto de portada: Sudestada