Gamegate o cuando los nerds atacan

Gamegate o cuando los nerds atacan
1 octubre, 2021 por Redacción La tinta

Este escándalo comenzó el día que los gamers dijeron: “Ya no vamos a tolerar esto”, y la gente respondió: “¿Tolerar qué?”. El autor relata un poco de lo que fue esta «mancha en el mundo de los videojuegos».

Por Pablo Vecco para La tinta

Gamergate no es solo una historia de misoginia, es una historia del poder del odio colectivo en línea. 

Corría el año 2014. Donald Trump todavía no llegaba a la presidencia de EE. UU. Mauricio Macri aún no era presidente de Argentina. Eran tiempos más inocentes. Ese año, comenzó “Gamergate”, el escándalo en el mundo de los videojuegos. 

Cada vez que me siento a leer sobre este escándalo, termino en un agujero de conejo, y no de los buenos. Hay tantos artículos, videos y descripciones al respecto, que el ejercicio resulta frustrante: termino entendiendo menos qué poronga fue “Gamergate”. Pero haré mi mejor intento de brindar al lector una descripción medianamente coherente de los hechos.

La protagonista de esta historia, villana para muchos, es Zoe Quinn, desarrolladora independiente de videojuegos y creadora del juego “Depression Quest”: un video juego RPG interactivo (googlealo, Mabel), cuyo tema principal es la depresión. Por otro lado, tenemos a Eron Gjoni, ex novio de Quinn y la persona que encendió la mecha de lo que se convertiría en este incendio forestal de caca (ya saben, no soy bueno con las metáforas). 

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Nuestra historia comenzó en agosto de 2014, cuando Gjoni publicó en varias páginas web una carta en la que sacó al sol los trapitos de su relación con Quinn y la acusó de haberse acostado con diversas personas y de ser, básicamente, una manipuladora y tóxica arpía. Es difícil saber qué tan cierto es el nivel de maltrato que hubo en esta relación, lo cierto es que esta carta tuvo serias repercusiones para Quinn. 

Resulta que uno de los supuestos amantes mencionados en la carta es Nathan Greyson, periodista y crítico de videojuegos, quien, al parecer, había mencionado el juego de Quinn en un par de artículos. Entonces, el Internet hizo su magia y muchas personas interpretaron esto como que Quinn se acostó con Greyson para que él escribiera una reseña positiva del juego; algo que, en realidad, nunca hizo. 

La corrupción dentro del periodismo de videojuegos no es tema menor. Muches jugadores critican que las empresas más poderosas en el rubro “compran” reseñas para impulsar las ventas de sus productos, ahogando en el proceso a empresas más pequeñas y a desarrolladores independientes. El problema es serio y digno de debate; sin embargo, cuando se centra en una sola persona, y no precisamente en una persona poderosa en este contexto, entonces, las verdaderas intenciones de la gente empiezan a verse. Y esto es lo que pasó con Zoe Quinn: bajo el lema de “¡¿alguien quiere por favor pensar en los videojuegos!?”, miles de (en su mayoría) hombres comenzaron una campaña de ciberacoso contra ella y de otras mujeres que también se vieron involucradas. 

Y si bien el ciberacoso no es algo nuevo, ni lo era en esa época, Gamergate nos mostró un caso de campaña de ciberacoso como nunca se había visto, la cual fue orquestada por un grupo enfocado, en sus inicios al menos, en la destrucción de una persona. 

Solo cinco días después de la publicación inicial de la carta de Gjoni, la campaña ya tenía nombre: Quinnspiracy. Estos simpáticos jóvenes al pedo se reunían en páginas web como Reddit o 4chan donde publicaban, una y otra vez, no solo la carta original, sino toda una serie de acusaciones y “bellos” calificativos en contra de Quinn; también subían su información personal, práctica denominada doxxing, o simplemente la atacaban con “ingeniosas” y “coloridas” amenazas.

Cada vez que una página eliminaba alguna publicación o bloqueaba a cierto usuario, el ejército de nerds emigraba a otra para continuar la campaña, acusando a estas páginas de censurarlos. O sea, acosan a una mujer por Internet y lloran por la libertad de expresión; unos dulces. Y no solo eso: también especulaban sobre cómo ella estaba detrás de todos esos bloqueos (de ahí, la parte de “spiracy” del nombre que se inventaron). 

Sin embargo, esta novela/campaña no terminó ahí. A finales de agosto de 2014, la comentadora y crítica Anita Sarkeesian publicó en YouTube un nuevo episodio de su serie “Los tropos vs. las mujeres en los videos juegos”, titulado “Las mujeres como decorado, parte 2”. Se imaginarán lo que ocurrió a continuación; les doy una pista: ese video tiene una ratio de likes de 11 mil me gusta versus 15 mil no me gusta y los comentarios han sido desactivados. 

Vale aclarar que Sarkeesian ya venía acumulando “haters” y, con una serie web con ese nombre, no es sorprendente. Pero Gamergate les dio la oportunidad a muchos de, por fin, expresar su odio de una forma más colectiva. Lo que me resulta absolutamente irónico de toda la situación es que teníamos a esta mujer que analiza la cosificación de las mujeres en los videojuegos y a este grupo de hombres, que consumían estos juegos, organizándose en redes sociales con el propósito de destruirla porque estaba equivocada, no hay forma de que los videojuegos deshumanicen a las mujeres; ¡a Kitana simplemente le gusta combatir a muerte en bikini! 

Para septiembre, tanto Quinn como Sarkeesian tuvieron que mudarse temporalmente debido a las constantes amenazas y la última, incluso, se contactó con la policía, y el número de víctimas continuó aumentando. 

Jenn Frank, escritora de The Guardian, escribió una nota sobre el acoso a las mujeres en la industria tecnológica en la que mencionaba a Quinn y Sarkeesian. Luego, tuvo que dejar su trabajo temporalmente ante el acoso que generó su nota. Después, Gamergate desvió su atención a Mattie Brice, desarrolladora de juegos y feminista, porque era amiga de Quinn. Brianna Wu, también desarrolladora, creó una cuenta en Twitter para burlarse de Gamergate. Acto seguido, debió reportar acoso. La lista sigue. 

Pero esta campaña, que duró meses, también contó con la participación de ciertas “celebridades” que ayudaron a mantener el fuego, como dije antes, de caca, de Gamergate, entre los que se destacan: Milo Yiannopoulos, supremacista inglés, que se gana la vida como periodista, bloguero y, básicamente, mierda humana; y Adam Baldwin, actor de medio pelo no hermano de los otros Baldwin, quien, de hecho, creó el término Gamergate. 

Lo interesante de Gamergate es que eventualmente se convirtió en una guerra no solo contra las mujeres, sino contra les SJW. SJW significa “social justice warrior” o guerrero de la justicia social, en español. Para Gamergate, cualquier persona que se dignara a criticar esta campaña o defender a sus víctimas, o simplemente decir: “Che, me parece que esta gente es un poquitín misógina”, pasaba a ser un SJW y, por lo tanto, un enemigo de la causa. ¿Y cuál es esa causa? ¿Ya te olvidaste? ¡Defender a los videojuegos de la corrupción del periodismo, obviamente! Estas siglas son constantemente usadas por la derecha como forma de insulto: el SJW es el copito de nieve, siempre queriendo ser políticamente correcto. Pero no es sorprendente que un movimiento promocionado por supremacistas que ataca principalmente a mujeres sea de ultraderecha. Al fin y al cabo, la agenda política de ultraderecha siempre deja bien en claro su opinión sobre las mujeres. 

Gamergate continuó echando moco durante varios años más. Si una crítica decía algo de un juego, ¡Boom! Gamergate atacaba. ¿Salió una película de los Cazafantasmas protagonizada por mujeres? ¡Boom, gamergate! ¿Anita Sarkeesian o Zoe Quinn respiran? ¡Boom, un gamergate salvaje aparece! 

Esta nota es solamente un resumen breve y así nomás de toda esta locura. La cronología de donde saqué gran parte de la información es largaza y, honestamente, deprimente. ¿Y qué tiene que ver todo esto con la ética en los videojuegos? NADA, absolutamente fucking nada. Solo es y fue una campaña de odio y acoso. Una mancha en la historia de los videojuegos y una mancha en la historia del Internet. 

*Por Pablo Vecco para La tinta / Imagen de portada: Mortal Kombat.

Palabras claves: videojuegos

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