¿En qué nos hemos convertido?

¿En qué nos hemos convertido?
24 septiembre, 2021 por Tercer Mundo

La cacería desatada por la policía estadounidense contra lxs refugiadxs haitianxs en la frontera con México no es un hecho aislado, sino que está vinculada con la historia de explotación a la que es sometida la nación caribeña.

Por Maxonley Petit para La tinta

Otra vez, en los medios del mundo y en boca de todxs, el nombre de Haití es el hazmerreír. Por muchos años, nuestras almas se encuentran aliadas con un bucle de escenas trágicas, cuyo centro es el sufrimiento de nuestra gente. Rechazo, burla, compasión y desprecio es todo lo que el mundo nos ofrece, después de vernos asistir, con los brazos cruzados, al hundimiento de las esperanzas de toda esa gente que ya no tiene ni voz para llorar.

Mientras estábamos festejando el cumpleaños de Jean Jacques Dessalines, que dio su vida para que pudiéramos ser libres, se está volviendo tendencia la situación de nuestros hermanos y hermanas maltratados por policías estadounidenses a caballo en el estado de Texas, recordando a la época colonial. ¡Qué ironía! Otras imágenes horribles de haitianos que, acompañados con niños de todas las edades, arriesgan su vida cruzando bosques y ríos peligrosos inundan las redes. Lo que nos está pasando no es de extrañar, tiene sentido.

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Somos, en cierto modo, responsables de esta situación inhumana que vivimos. Hay una muy buena planificación de la pobreza en Haití y, en lugar de combatirla, estamos convirtiéndonos en asociados a los carteles de este crimen organizado. Además de compartir el ADN con estos malvados, los votamos y, obedientemente, aceptamos ayudarlos a remar en nuestro destino a la deriva. Hemos construido, contra nosotrxs, un Estado fallido, formado por gobernantes sin visión, corruptos y vendidos, que dirigen un país sin plan de desarrollo ni respeto por quienes esperan un futuro mejor. Hoy, la sociedad en su conjunto está pagando el precio, e incluso en tierra extranjera, el sueño haitiano está embrujado por miles de pesadillas. La pobreza, la vergüenza, la decepción que vemos en los rostros de las personas exponen estos sangrados internos que nos hacen llorar en silencio y que esperamos ver desaparecer de verdad.

No hay nada más trágico para un pueblo que es gobernado por líderes notoriamente ineptos y mal intencionados. Peor aún: un pueblo de reputación valiente que se deja estafar cobardemente el futuro. ¿En qué nos hemos convertido? ¿De verdad somos dignos hijos e hijas de Dessalines, o somos usurpadores disfrazados? ¿Cómo podemos aceptar que esos traidores nos insten a dejar nuestra patria, fundada por la sangre de nuestros ancestros? ¿Cómo aceptar que nuestros líderes, en lugar de crear condiciones para vivir en nuestra tierra, prefieren cuestionar a las autoridades estadounidenses por no recibir a lxs 10.000 haitianxs, como lo hicieron para los 37.000 afganos? ¿No los vemos repetir como loros que Haití ayudó a Estados Unidos a obtener la independencia a Savannah, mientras desvalijan el dinero destinado a desarrollar el país? Cuestiono el extraño valor que tenemos para aceptar obedientemente la miseria y el consuelo de las difíciles condiciones de vida, esperando un milagro que, eventualmente, arregle las cosas. Cuestiono esa resiliencia que perpetúa al retorno o a la permanencia de lo mismo.

¿Podemos ser aún peores? No lo dudo. Durante las últimas décadas, hemos asistido impotentemente a una aceleración del descenso de Haití al abismo. Terremotos mortíferos, huracanes devastadores y esa ola de migrar a toda costa son solo una demostración de que nuestros pseudos líderes no hicieron nada, ni tampoco los depredadores de la “bendita” comunidad internacional, para frenar el deterioro del país ni estrechar los vínculos para alcanzar la paz entre la población y su entorno, transformado en su enemigo. La muerte lenta de esa indigna aventura peligrosa, que termina debajo del puente internacional de un río, da a muchxs esa falsa sensación de algo por lo cual vale la pena arriesgarse.

Ningún pueblo puede provocar el futuro por el bienestar colectivo si no se compromete, primero, a luchar codo a codo para frenar la corrupción y salir de la estupidez. Más que los supuestos salvadores de la comunidad internacional, Haití necesita hijos e hijas dignos y conscientes para marcar la diferencia, divorciarse con esa vieja clase de políticos corruptos y devolver al pueblo su orgullo de antaño. Tenemos que recordar lo que somos y que volver a proyectar esa imagen al mundo depende principalmente de nosotros. Para eso, cada haitiano y cada haitiana debe salir de la indiferencia y preguntarse, incesantemente, si hizo todo lo que pudo para cambiar la realidad amarga en la que nos hemos metido.

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*Por Maxonley Petit para La tinta / Foto de portada: Paul Ratje – AFP

Palabras claves: Estados Unidos, Haití, refugiados

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