“La producción de alimentos creció un 300%, pero el hambre aumenta”
El Relator sobre el Derecho a la Alimentación de la ONU, Michael Fakhri, denuncia en esta entrevista con Agencia Tierra Viva que la Cumbre de Alimentación a desarrollarse a partir del 23 de septiembre no traerá soluciones al hambre, debido a que responde a los intereses de las multinacionales.
Promovida por el Foro Económico Mundial, empieza este 23 de septiembre la Cumbre sobre los Sistemas Alimentarios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Desde su anuncio, en octubre pasado, llueven las críticas desde diferentes sectores, entre ellos, integrantes de la propia ONU. Relatores especiales y ex funcionarios del organismo internacional advierten sobre la influencia cada vez más preocupante del sector privado concentrado -empresas como Unilever, Bayer, Nestlé, Coca Cola, Pepsico, Google, Amazon, Microsoft- en este tipo de cumbres, donde se acuerdan líneas generales que luego inciden en las políticas públicas de los países.
Una de esas voces críticas es la de Michael Fakhri, relator especial sobre el Derecho a la Alimentación de las Naciones Unidas. Para Fakhri, esta Cumbre será una pérdida de tiempo y dinero para los Estados miembros de la ONU, y no beneficiará en absoluto a los pueblos del mundo, menos aún a las millones de personas que padecen hambre. En cambio, sí sacarán provecho un puñado de multinacionales que buscan garantizar sus negocios en el futuro, algunas ONG y los grupos de consultores que trabajan como asesores y en la organización de este tipo de eventos internacionales.
Lo que sí sentirán las personas comunes, tanto en las ciudades como en el campo, son los impactos de esta cumbre en los próximos años. Para Fakhri, lo que se acuerde en la Cumbre influirá en los futuros planes alimentarios que pongan en práctica gobiernos nacionales. Planes que, de acuerdo a cómo se vienen dando los acontecimientos, “es muy probable que violen los derechos humanos”, advirtió el relator.
Le preocupa que la ONU ceda a las multinacionales el poder de influencia y decisión sobre cómo enfrentar la crisis alimentaria en un mundo donde el hambre aumenta desde 2015, según datos de la FAO. Y en un momento en que la pandemia por COVID empeoró todo: se calcula que en 2020, entre 700 y 800 millones de personas pasaron hambre.
Junto a dos relatores anteriores, Fakhri denunció que los organizadores de la Cumbre pasaron por alto órganos ya establecidos y más transparentes para debatir los sistemas alimentarios, como el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial. “De manera flagrante -y quizás deliberada-, la Cumbre desvía la atención de los gobiernos hacia fuera del Comité”, sostuvieron. Y señalaron que las reglas y la agenda de la Cumbre fueron establecidas por un pequeño sector que responde a los intereses de las multinacionales. Por lo tanto, las propuestas que salgan de allí serán “sistemas agrícolas controlados por Inteligencia Artificial, edición génica y otras soluciones de alta tecnología orientadas a la agroindustria a gran escala”, advirtieron.
Desde el anuncio de la Cumbre, por parte del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, en octubre pasado, Fakhri produjo varios documentos en los que insistió en la falta de una perspectiva de derechos humanos para abordar los sistemas alimentarios. Uno de ellos fue un informe presentado al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, otro destinado en especial a los organizadores de la Cumbre y un reciente reporte para la Asamblea General de Naciones Unidas.
Agencia Tierra Viva conversó desde Buenos Aires, Argentina, con Fakhri, quien vive en los Estados Unidos, donde es profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Oregon.
—¿Tuvo alguna respuesta por parte de las autoridades de la Cumbre a sus críticas y propuestas?
—No. Lo último que intenté fue comunicarme con las autoridades y sugerir cómo incluir a organizaciones y movimientos sociales que hasta ahora vienen oponiéndose a la Cumbre. Porque hasta el momento, si bien la Secretaría (autoridad) de la Cumbre se reunió con ellos, en realidad, no escuchó sus demandas ni modificó en nada lo que venían haciendo. Pensé que esta era la última oportunidad y les entregué una propuesta, pero la rechazaron. Luego de de esa conversación, mi mensaje es: No es una cumbre de la gente, del pueblo (como había anunciado el Secretario General de la ONU). Esto es una pérdida de tiempo. La Cumbre lleva dos años de organización, aproximadamente 24 millones de dólares gastados y miles de personas que trabajaron de manera voluntaria. Y al final el resultado no va a servir a las personas en los territorios, en el campo, en las fábricas y las ciudades. Las personas que más lo necesitan no se van a beneficiar de esa cumbre.
—¿Y quién se va a beneficiar con la Cumbre?
—Desde el comienzo, estuvo claro que las principales personas que idearon la Cumbre estaban todas conectadas con el Foro Económico Mundial. No son necesariamente las multinacionales de manera directa, ninguna empresa figura entre los líderes de la Cumbre. Sino que son organizaciones que trabajan en estrecha colaboración con ellas, que sirven a esas corporaciones y dicen que estas son parte de la solución. Les pregunté a los organizadores de la Cumbre cómo pueden decir que las multinacionales son parte de la solución cuando en realidad son parte del problema. Y su respuesta fue: «Los gobiernos también son parte del problema». Y esto te dice mucho. Porque los gobiernos no son lo mismo que las corporaciones. Los gobiernos, si bien son parte del problema, al menos en la teoría tienen que rendir cuentas, son responsables. Las multinacionales, no. Por el contrario, tratan de limitar la responsabilidad y generar ganancias. Sabemos lo difícil que es responsabilizar a una multinacional por violaciones a los derechos humanos. Por lo tanto, los sectores que se van a beneficiar son algunos productores agrícolas y de alimentos que quieren dar más poder a las multinacionales y se sienten bien trabajando con ellas. Y las mismas empresas. Lo que no me queda claro es por qué los gobiernos están dispuestos a otorgar poder, a través de las Naciones Unidas, a los asesores, científicos y expertos que trabajan junto a las multinacionales. Quienes también se van a beneficiar son los organizadores de la Cumbre, ese grupo de gente que va a continuar con sus trabajos de consultoría y seguirán siendo tratados como expertos.
—¿Puede dar ejemplos de esas ONG y empresas, y las soluciones que proponen?
—El presidente de la Vía de Acción 2 (las vías de acción son una especie de comisión dentro de la Cumbre) es Lawrence Haddad, director Ejecutivo de la ONG GAIN (Global Alliance for Improved Nutrition). Lo que él quiere es crear una iniciativa para que las empresas hagan promesas. Esa es la solución. Que las corporaciones digan: «Prometemos arreglar el sistema alimentario y hacer un mundo mejor». Otro ejemplo: los organizadores de la Cumbre crearon algo llamado palancas (o mecanismos) de cambio transversales… quién sabe lo que significa. Pero en fin, son cuatro: Finanzas, Innovación, Género y trataron de crear una sobre Derechos Humanos, pero no funcionó. Finanzas está liderada por el Banco Mundial e Innovación por el Foro Económico Mundial. Por lo tanto, ellos pueden destinar todos sus recursos y ser la palanca transversal que pueda influir sobre toda la Cumbre. Y van a escribir el reporte final que va a influir sobre lo que gente piense acerca de esos temas. Lo otro que hizo el Foro Económico Mundial es organizar una reunión justo antes de que se abra la Cumbre. Esa reunión fue casi un espejo de toda la Cumbre. Los que asistieron fueron todas las multinacionales: Coca Cola, Unilever, Monsanto -o como sea que se llamen ahora-, Bayer y todos los líderes de la Cumbre, y sentaron las pautas antes de que el proceso comience oficialmente. Más allá de esto, es difícil dar ejemplos concretos de las soluciones que proponen porque, a tres semanas de empezar la cumbre, nadie sabe bien cuáles son los resultados que se esperan.
“Compromiso Hambre Cero”. Así se llama la iniciativa de la ONG GAIN a la que hace referencia Fakhri y que es una de las soluciones que promueve la Cumbre. “El compromiso es una declaración no vinculante de las operaciones y planes de inversión propuestos por las compañías. No tiene la intención de crear ningún derecho u obligación legalmente exigible para las empresas”, explica GAIN en su sitio web. Entre los principales financiadores de la ONG, figuran las multinacionales BASF, Unilever y Arla Foods así como la Fundación Bill y Melinda Gates, y la Fundación Rockefeller.
Impacto en los territorios
—¿Cuál será el impacto de la Cumbre en la gente común, en trabajadores, familias campesinas, pueblos indígenas?
—Los impactos no se van a ver de inmediato y eso ya es un problema. El hecho de que no haya impactos positivos inmediatos en una pandemia es un problema. De hecho, la cumbre no se ocupa del COVID de ninguna manera, sino que asume el mundo después del COVID, por lo tanto, es una fantasía. Lo que hace la Cumbre es influir sobre los gobiernos nacionales. La mayor parte de las actividades están dedicadas a que los gobiernos anuncien planeas generales de cómo van a cambiar sus sistemas alimentarios. La Cumbre va a conectar a esos gobiernos con inversores y consultores interesados en trabajar con las multinacionales. Y van a asesorar a los gobiernos sobre cómo cambiar sus sistemas alimentarios. Por lo tanto, lo que va a empezar a pasar es que cada vez más países van a desarrollar planes alimentarios.
La mayoría de los países tienen planes agropecuarios, pero no alimentarios. Entonces, habrá cada vez más planes alimentarios diseñados e implementados de una manera que, teniendo en cuenta cómo se han dado las cosas, muy probablemente violarán los derechos humanos. Por lo tanto, vamos a comenzar a ver los efectos en los territorios en un par de años.
Mientras tanto, la pregunta es cómo las personas que están comprometidas con los derechos humanos van a continuar con la lucha a nivel internacional mientras, al mismo tiempo, animan a las personas a manifestarse a nivel local. Porque hay una esperanza y una oportunidad: si hay suficiente presión a nivel nacional sobre los gobiernos para crear planes alimentarios basados en los derechos humanos, eso puede neutralizar a la Cumbre. Al final, el poder local es siempre el más efectivo.
—En varias oportunidades, sostuvo que la Cumbre no se ocupa seriamente de la pandemia. ¿Por qué cree que eso sucede?
—No lo sé. Esa es la pregunta que le hice todo el tiempo a la Secretaría de la Cumbre. Les planteé este punto hace un año y medio, pero evitaron responder. Puedo suponer una razón. El hecho de que no hayan incluido al COVID en la agenda ni hayan explicado públicamente el motivo habla de lo desconectados que están de la realidad, de lo lejos que están de las necesidades inmediatas de las personas. Esto habla de que son una elite que puede darse el lujo de no poner el COVID en la agenda. Porque al resto del mundo, si les preguntás cómo lidian con los problemas alimentarios, tienen que enfrentar el COVID, no tienen elección. Por lo tanto, el hecho de que hayan sentido que podían elegir no ocuparse del tema me da a entender que no tienen idea de las luchas reales de la gente.
Responsables del hambre
—Usted afirma, en declaraciones e informes, que el problema del hambre es más complejo de abordar que la pandemia. Y que no es un problema de escasez de comida, sino de fracasos políticos. ¿Puede dar algún ejemplo de esos fracasos?
—El hambre siempre es un fracaso político. Y no es sólo del gobierno del país en donde está ocurriendo. Nuestros sistemas alimentarios, incluso los más locales, son parte del mundo, por lo tanto, la economía mundial los afecta. Por ende, el fracaso político puede ser de ese gobierno nacional, pero también de otros países que ejercen influencia. En ese sentido, el hambre siempre es un problema global. Y tiene múltiples responsables. A nivel global, el sistema entero de ONU es responsable en este sentido: la gente está tratando de que los gobiernos se junten y coordinen sus respuestas ante la crisis alimentaria, agudizada por la pandemia. Pero un pequeño número de países poderosos se niega a utilizar los foros multilaterales para hacerlo. El foro más grande, el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de Naciones Unidas, es el lugar ideal para que gobiernos, sociedad civil y otros actores puedan sentarse y coordinar respuestas a la crisis, es muy inclusivo. Pero hay un continuo bloqueo político de los países poderosos que no quieren trabajar con otros. Quieren mantener el poder para ellos mismos. Esto es un ejemplo de un fracaso político.
—¿En qué medida las multinacionales del agronegocio son responsables por el hambre?
—Desde 1960 hasta ahora, hemos aumentado la producción de alimentos en un 300 por ciento y, sin embargo, el hambre aumenta. El agronegocio se ha enfocado en producir más, más y más comida sin hacerse ninguna otra pregunta: ¿cómo están produciendo la comida? ¿Qué daños están causando? Lo que han hecho, con una influencia creciente sobre los sistemas alimentarios, es promover prácticas con pesticidas, semillas transgénicas y monocultivos. Y condujeron a la reducción de la biodiversidad, que es uno de los principales problemas del cambio climático, no sólo del sistema alimentario. Porque se centran principalmente en las ganancias y en concentrar poder. Ahora están tratando de adaptarse, de ser más “sustentables”, según sus palabras. Pero no hay razón para confiar en que van a solucionar el problema.
Al final, el problema no es lo que están haciendo, sino el poder, quién tiene el poder. Si le das poder a un pequeño grupo de personas, en cualquier situación, nada va a salir bien. Si se mantiene el poder en manos de la gente, la gente sabe lo que necesita, lo saben mejor que nadie, son capaces de adaptarse a su contexto particular y sus ecosistemas.
La dificultad está en lograr que las personas trabajen juntas, en colaboración. Pero eso siempre es un problema en democracia y es un buen problema. Un mal problema es tener que enfrentar al poder concentrado. Porque, de nuevo, quienes lo concentran están desconectados de la realidad. Ese es el mayor problema. Por lo tanto, la Cumbre refleja muchos de los problemas de los sistemas alimentarios.
Resistencia y caminos posibles
—¿Cuál es su opinión sobre la contra-cumbre Sistemas Alimentarios para los Pueblos, organizada por activistas y movimientos sociales que denuncian que la Cumbre responde a la agenda de las multinacionales?
—Es una inspiración. Porque estos grupos que se unieron, y que representan a millones de personas, no piensan igual e, incluso, tienen posiciones contrarias. Pero han logrado negociar y superar sus diferencias, y encontrar los puntos en común en solidaridad. Ese espíritu de solidaridad debería ser una inspiración también para los gobiernos. Porque si la gente puede hacer esto por sí misma, los gobiernos tienen que ser capaces de unirse, superar sus diferencias y servir a las necesidades de la gente. Por lo tanto, esta contra-movilización, que la gente está haciendo en circunstancias increíblemente difíciles, en medio de una pandemia, lo veo como una inspiración.
—¿Qué caminos propone como Relator para solucionar los problemas de los sistemas alimentarios?
—En primer lugar, si las personas todavía no están involucradas, que lo hagan. En cada ciudad, comunidad y país, hay movimientos de soberanía o justicia alimentaria, organizaciones campesinas, sindicatos, cooperativas. Cuanta más gente participe activamente en las luchas locales, mejor. En cuanto a los gobiernos, hay que tratar de obtener liderazgos. Necesitamos sólo un pequeño grupo de gobiernos que se unan y presionen contra la agenda de las multinacionales. Que sean los defensores de sistemas alimentarios que respeten los derechos humanos. Hay gobiernos que pueden hacerlo, pero todos están esperando que otro se mueva primero. Creo que hay esperanza en convocar a esos países a conformar alguna especie de coalición que inspire y lidere a los otros. Por mi experiencia de trabajo, sé que la mayor parte de los gobiernos quieren hacer las cosas bien. Pero, de nuevo, un pequeño grupo de poderosos bloquean todo. El sistemas de las Naciones Unidas tiene fortalezas y debilidades. Una de sus fortalezas es que cuando una mayoría de países encuentran la forma de unirse, pueden influir en la agenda y pueden hacerlo en el buen sentido. Esto ya ha funcionado en el pasado y puede funcionar de nuevo. Lo tercero, que la gente construya nuevas relaciones. El cambio ocurre a partir de la creación de nuevas relaciones y amistades. Lo que me inspiró, por ejemplo, son los movimientos en la India. Estuvieron liderados por organizaciones de agricultores que luchaban por sus derechos humanos. Y lo que ocurrió fue que los trabajadores y los sindicatos se les unieron en solidaridad. Los agricultores y los trabajadores no siempre se llevan bien, es una relación complicada. Pero fueron capaces de desarrollar un nuevo vínculo. Por lo tanto, creo que nuevas relaciones conducen a una nueva política, nuevas ideas, y así es como sucede el cambio.
—En Sudamérica, el modelo de agronegocio que combina cultivos transgénicos, agrotóxicos y concentración de la tierra lleva más de tres décadas, y los gobiernos siguen promoviéndolos como una forma de desarrollo. ¿Qué opina sobre eso?
—Hay una desconexión entre las políticas alimentarias y las políticas de comercio. Y esto impacta en cómo los países usan la tierra. Si el país está principalmente orientado a la exportación, hace que la tierra se oriente a la producción de commodities, no de alimentos. Esto responde a un modelo de desarrollo: producimos commodities –como si fuéramos una fábrica-, vendemos al mercado internacional, ganamos dinero, lo ingresamos al país y con eso comemos mejor y mejoramos la calidad de vida. Eso es un modelo económico de los años 50. El mundo entero lo implementó. Lo que hemos visto, especialmente en los países del hemisferio sur, es que reorientar el sector agropecuario hacia las exportaciones dio como resultado tres cosas. Lo primero, se reduce la biodiversidad, lo que afecta al ambiente y la salud de las personas, su salud física. Segundo, que no mejoró la condición socioeconómica; solamente algunas personas ricas del país se hicieron más ricas. Vemos esto en la Organización Mundial de Comercio: los países en desarrollo no están conformes con las políticas internacionales de comercio. Y tercero, deja inseguridad alimentaria en el país: exportás alimento, importás dinero, pero la gente pasa hambre. Se crea un absurdo. Tenés un sector agrícola que manda alimentos al exterior mientras tu gente tiene hambre al lado tuyo. Ningún país está haciendo un buen trabajo para conectar el sistema alimentario con el de comercio. Sudamérica puede ser un buen lugar para hacerlo, porque tiene agricultura, tiene una historia de movimientos populares y el comercio siempre ha sido un tema de debate, más que en otras regiones.
Invertir en agroecología
—Tanto usted como relatores anteriores proponen a la agroecología como una de las soluciones a la crisis alimentaria. ¿Qué les diría a quienes sostienen que la agroecología es algo del pasado, primitivo?
—La agroecología se basa en largas tradiciones de cómo cultivar los alimentos. Tiene el poder del conocimiento de las personas que hacen el trabajo: agricultores, pescadores, pastores, campesinos. Proviene de una tradición particular, pero es dinámica. Y está orientada hacia el futuro. El mundo que vivimos hoy comenzó en 1970, cuando comenzó la Revolución Verde y la agricultura pasó a ser un negocio de grandes multinacionales. Es un fenómeno reciente, pero miren la destrucción que generó en sólo 50 años. Por lo tanto, la agroecología es nueva en el sentido de que todavía no nos hemos comprometido a nivel global para, de forma consciente, desarrollar nuestras políticas alimentarias de una manera integrada a los procesos ecológicos. La agroecología tiene una historia, pero todo tiene una historia. El agronegocio es parte de la historia de la industria. Tomaron la agricultura y la pusieron en la historia de las fábricas, de la industria. No fue cualquier avance tecnológico, fue un avance tecnológico para producir commodities con el propósito de generar ganancias. Traigamos de vuelta a la agricultura a la tradición del conocimientos locales, de los agricultores, de los pueblos indígenas. Pero, de nuevo, se trata de una tradición que es nueva, actualizada. Tenemos que crear nuevas tecnologías, invertir dinero, científicos, escuelas y todo eso, y será algo nuevo. La agroecología tiene técnicas que ya se ha probado que funcionan. Debido al cambio climático, los ecosistemas están cambiando muy rápido. En ese sentido, la agroecología por definición es moderna, porque responde directamente a un ecosistema que será nuevo para nosotros. Es más dinámica y más resiliente que la agricultura industrial.
—En su último reporte, usted hace hincapié en la necesidad de invertir en agroecología.
—Hay que dirigir la inversión a aquello que está alineado con los derechos humanos, con la preocupación ecológica y poner el poder en manos de la gente. No hay suficiente inversión en agroecología. En mi trabajo, he visto que muchos gobiernos están interesados. Muchos gobiernos quieren hacer la transformación y es casi una cuestión de cuán rápido quieren hacerlo. Esa es realmente la pregunta. Creo que el problema con la agroecología es que el agronegocio trata de hacer dos cosas a la vez: decir que es irrelevante o no productivo mientras que, al mismo tiempo, dicen: «Ah, pero nosotros podemos hacer agroecología». La redefinen para que sirva a sus propósitos y eso confunde. Pero creo que cuánto más claras tengamos las cosas, más gobiernos haya involucrados y más se invierta en agroecología, más rápido se va a dar el cambio. Se está construyendo, sólo que me gustaría que fuera más rápido.
* Este artículo forma parte de la serie «Recuperando la narrativa de los sistemas alimentarios», que cuenta con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo.
*Por Agencia Tierra Viva / Imagen de portada: Subcoop.