“La élite de mi país no ha aprendido a construir en la diversidad”
Entrevista a Francia Márquez, defensora del medio ambiente, activista por los derechos de lxs afrodescendientes y precandidata presidencial colombiana.
Por Eduardo Delgado para la diaria
Dirigente social reconocida por su defensa del medioambiente y la población afrodescendiente e indígena, Francia Márquez es también ahora precandidata a la presidencia de Colombia por el Pacto Histórico, una coalición de partidos políticos de centroizquierda y movimientos sociales, que nuclea a dirigentes como Iván Cepeda, Aída Avella y Gustavo Petro. Desde Cali, ciudad a la que definió como “la capital de la resistencia”, Márquez conversó con la diaria.
—Para comenzar, le pido que me cuente sobre su infancia. ¿Cómo fue, con quiénes y en qué lugares?
—Mi infancia fue muy loca: me la pasaba rumbeando, haciendo travesuras, me encantaba la música y, sobre todo, bailar. Crecí en una casa de familia extensa, con todos mis tíos, abuelos, primos y hermanos. Siempre había 20 personas en nuestra casa. Vivíamos en el municipio de Suárez, en el Cauca, en el suroccidente colombiano, en una zona rural, habitada por pueblos afrodescendientes.
—¿Cómo comenzó su activismo ambiental y en defensa de los derechos de las poblaciones afro e indígenas, y cómo se fue desarrollando?
—Crecimos en el medio de dos ríos -el Ovejas y el Cauca-, pero en una montaña, y allí ha habido proyectos extractivistas y minero-energéticos que mi comunidad siempre ha resistido. La lucha por el territorio no empezó conmigo, ha sido histórica, y uno crece y le van enseñando a querer la tierra, a sembrar, a hacer minería ancestral tradicional. El Cauca es cohabitado por personas diferentes, de pueblos indígenas, campesinos, afrodescendientes. Empecé mi lucha ayudando a pelear por el río Ovejas. Después, en ese proceso, eso significaba reconocer el territorio como un espacio de vida, pero reconocer también que ese territorio que habíamos habitado fue esclavizado, explotado por las lógicas del modelo económico histórico y que seguimos teniendo. Me gustaba el arte y, por él, fui llegando a los procesos sociales. Al inicio, en el rechazo a un proyecto de desviación del río Ovejas a la represa Salvajina, por la que ya se había desplazado gente de nuestro territorio.
—¿Ahí también toma contacto con organizaciones de afrodescendientes?
—Ahí fui tomando conciencia y vinculándome con el Proceso Comunidades Negras, que es una de las organizaciones que, a nivel nacional, han reivindicado la lucha por los derechos étnicos y territoriales de los pueblos afrodescendientes, y me descubrí negra. Porque uno crece en un territorio racializado, colonizado, tiene ataduras del racismo y el colonialismo que hacen que no se reconozca, que no se sienta orgulloso o digno de lo que es, y en ese proceso aprendí a fortalecer mi identidad como mujer afrodescendiente, a reconocer la historia y las luchas como pueblos afrodescendientes, no solo en Colombia, sino en el mundo.
—Ahora le pregunto por el presente. ¿Cómo y por qué la decisión de incursionar en política partidaria y ser candidata presidencial por el Pacto Histórico?
—Creo que llegó el momento de que haya un mandato de los pueblos oprimidos, excluidos, violentados. Es el mismo pueblo que se salvó a sí mismo y pues yo soy del pueblo, de la gente que ha sufrido la violencia en este país, el racismo, la exclusión. Soy de las mujeres que han padecido las consecuencias del patriarcalismo y del machismo en este país. Eso nos invita a poner nuestra voz y a querer asumir el mandato de los pueblos para vivir en dignidad, con justicia, igualdad y equidad. Sobre todo, encarnamos la lucha por el agua, somos como parte de los ríos, de los bosques, de los mares, de esas vidas que hay en esos territorios, y somos quienes tenemos que poner nuestro nombre en esos escenarios para cambiar la lógica de esta política de muerte que se impone desde privilegios raciales, patriarcales, de la supremacía blanca, de hombres privilegiados que han gobernado este país en estos más de 200 años.
—¿Cómo define el Pacto Histórico?
—El Pacto Histórico es la articulación de distintas expresiones sociales y políticas, de hombres, mujeres, comunidades diversas, LGTBIQ+. Para mí, el Pacto Histórico es una síntesis de las resistencias de las mayorías oprimidas del país y plantear una lista cerrada es una oportunidad para este país de transgredir la política para devolverle la dignidad, además de la oportunidad para que los jóvenes no sientan vergüenza de la política, que es lo que hoy sienten. Conformar una lista con gente diversa, que tenga mitad hombres y mitad mujeres, que tenga pueblos étnicos que nunca hemos tenido voz en el Congreso, jóvenes de diversidades sexuales que han vivido también la violencia y la discriminación, al igual que nosotras como mujeres, es importante. Es romper con la política tradicional, pero además es quitarles poderío a las mafias electoreras. También es la oportunidad de hacer una agenda legislativa que ponga en el centro la vida, que priorice los intereses colectivos, que sea una apuesta colectiva y no un nombre, un rostro o una cara que está ahí.
—Ser defensor de los derechos humanos en Colombia implica un riesgo importante, y usted ha vivido atentados y amenazas. ¿Cómo se incorpora en lo cotidiano que haya cientos de líderes sociales asesinados en el último año y ser un posible objetivo?
—Acá, ser líder social no es fácil, porque la élite de este país no ha aprendido a construir en la diversidad. Al que piense diferente, buscan cómo destruirlo de cualquier manera. Creo que uno se hace líder porque está viendo morir a su pueblo, está viendo que los derechos de su gente no se garantizan, viendo a los jóvenes con más desesperanza y eso invita a poner la voz. No tenemos otra alternativa: o asumimos la necesidad de parir un cambio desde la resistencia colectiva o simplemente esta gente hace lo que quiere con nuestras vidas, como hasta ahora.
—¿Quiénes son los ejecutores, quiénes los responsables intelectuales? ¿El Poder Judicial y otros poderes del Estado los identifican y los juzgan?
—En mi caso, desde 2009, he vivido amenazas, desplazamiento forzado, persecuciones, atentados y, hasta ahora, a pesar de las denuncias, esos hechos siguen en impunidad. Aquí la impunidad es un premio para los victimarios. Aquí judicializan a los jóvenes que marchan, que se atreven a poner la dignidad en el centro y a demandar un cambio. Los tratan de criminales, de terroristas, justificando su muerte con ese lenguaje. Esto ha venido pasando estos días, en que han desmembrado jóvenes a las afueras de la ciudad. Es terrible y las formas de esa violencia, con sevicia, es como un intento de ejemplarizar y transmitir que nadie tiene que atreverse. Mientras tanto, los crímenes en contra de los líderes y las lideresas sociales siguen impunes, y eso nadie lo investiga.
—¿En algún momento, evaluó pedir refugio en otro país?
—La verdad, no. Mucha gente me ha dicho que me vaya, pero yo siento que este es mi país, que nací aquí y que hay que luchar aquí hasta el día que Dios quiera. Y no he pensado nunca en refugio, a pesar de que fui desplazada. Pero irse de la casa donde uno tiene el ombligo sembrado es algo que me haría sentir que estoy muerta en vida. Si nada más acá, que estoy relativamente cerca de mi casa, de mi departamento, me siento como vacía, cómo sería si uno se va del país.
—Tras el proyecto de reforma tributaria propuesto por el gobierno de Iván Duque, comenzaron multitudinarias protestas en Colombia, pero esa no fue la única razón que generó estas protestas.
—Fue la gota que rebasó la copa, porque ya había un cansancio, una fatiga de los territorios que dijimos sí a la paz. El gobierno de Duque la hizo trizas y hoy no sabemos de dónde viene la bala. Pero además, en medio de la pandemia, no se evidencian garantías para proteger a la gente, para cuidarla cuando está aguantando hambre. Todo eso fue como echarle leña al fuego y salió el estallido social, con el que la gente dijo: vamos a parir un cambio, ya nos cansamos de tanta injusticia y de vivir en estas condiciones mientras la corrupción reina.
—Como respuesta, hubo abusos y violencia de parte de la policía. Las instituciones que legalmente tienen el uso de la fuerza, como la propia policía y las Fuerzas Armadas, ¿necesitan reformas? ¿Responden aún a como actuaban cuando las FARC estaban operativas?
—Sí, efectivamente. Este gobierno es la continuidad de los que hemos tenido en los últimos 20 años y que han sido influenciados por Álvaro Uribe, que fue el fundador en Antioquia de las Convivir, organizaciones paramilitares. Entonces, estos gobiernos han tenido esos aires de imponer en la fuerza pública esa visión de paramilitarismo y todas estas violaciones de derechos humanos que hemos vivido han sido en complicidad en gran parte con la fuerza pública.
—Usted participó en las reuniones en La Habana en el marco de la negociación para los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla. ¿Cuál es su balance de esos acuerdos y de su efecto?
—Nosotros saludamos y acompañamos que la paz fuera posible, porque el conflicto armado nos divide en los territorios. Sus consecuencias y efectos en el tiempo son muy largos y los territorios se volvieron cementerios. Fui a La Habana a decir que, como pueblo afrodescendiente, queremos que no se paren de la mesa hasta que la paz sea una realidad, porque hemos sufrido la violencia, pero también fui para decir que la paz no solamente era el silenciamiento de los fusiles, sino que requería inversión social y cerrar las brechas de injusticias económicas, raciales y de género que han generado esta violencia, producto de un modelo económico de desarrollo que se impuso y contra el que las guerrillas se armaron. Pero llegó este gobierno, su partido hizo un referendo con engaños y mentiras, y la gente terminó votando por el “No”. Después, desde el gobierno, abiertamente dijeron que iban a hacer trizas ese acuerdo y lo hicieron, contra los sueños y las esperanzas de lograr la paz. Hoy, tenemos muchos territorios en conflicto armado, donde se ha profundizado la crisis humanitaria, la gente nuevamente está viviendo las masacres y, en muchos lugares, el desplazamiento forzado y el reclutamiento. Además, van más de 200 asesinatos de ex combatientes que depusieron las armas, a lo que se suman los asesinatos de los líderes y las lideresas sociales. Por eso, ahora estamos diciendo que vamos a aspirar desde los territorios a la presidencia, porque hay que detener la guerra con todos los actores armados que hay en los territorios.
—En el exterior, en las últimas décadas, Colombia fue muchas veces noticia por temas vinculados al narcotráfico. Usted ha cuestionado la política de guerra a las drogas, ¿qué propone como alternativa?
—No solo en Colombia, sino en toda América Latina, llegó el momento de colocar el debate serio sobre la legalización de las drogas. Estos países nuestros se han bañado en sangre, han sido nuestros hijos y familias los que han sufrido las consecuencias del narcotráfico y la política prohibicionista. Aquí ya están empezando a hacer regularización del cannabis, de la marihuana, pero les están entregando las licencias a las empresas canadienses, a las empresas extranjeras; no a los campesinos, no a los indígenas, no a los afrodescendientes que han vivido la muerte, el destierro, las consecuencias de la política de la droga y de la política antidrogas. Los que están ganando ahora con la regularización son los mismos que lucraron con el narcotráfico, con la política prohibicionista y ahora con la legalización del negocio.
—Estados Unidos tuvo y tiene influencia en la política de drogas en Colombia. Usted le escribió una carta a la vicepresidenta de ese país, Kamala Harris, por este tema. ¿Qué le planteó?
—Como ellos están diciendo que su país tiene que sentarse en la moral, la ética y su compromiso por la vida y el medioambiente, eso no implica solamente pensar en su gente en Estados Unidos, sino pensar en los países donde ellos tienen influencia con su política, donde su mano alcanza a llegar, y Colombia es uno de esos países. La política de Estados Unidos en el Plan Colombia sirvió para dejar los muertos en los territorios, para violar los derechos humanos y para dejar plata en los bancos y en los políticos de este país. No ha servido para nada más. El narcotráfico sigue intacto en este país, pero la cocaína llega a Estados Unidos todos los días con el aval de los mismos políticos que están en el gobierno.
—Usted ya tenía una trayectoria como defensora de los derechos humanos, pero en 2018 le dieron el premio Goldman –que muchos definen como el Nobel a la defensa del medioambiente– y su nombre comenzó a hacerse conocido en toda Colombia y a sonar en otros países. ¿Qué implicó ese premio en su vida?
—De alguna manera, un día, usted no es nadie y, al otro día, usted ya es alguien, porque una persona que tenía privilegios le dio un premio. Pero es un premio que ha servido para visibilizar las luchas y los problemas ambientales y sociales en este país y en otros lados del mundo, ha ayudado a visibilizar todas las problemáticas que se viven en esta región. América Latina es la región del mundo que tiene 40 por ciento de la biodiversidad del planeta y nos toca cuidar este pulmón del mundo. O asumimos como humanos la necesidad de hacer cambios sobre la cultura consumista, sobre la concepción que tenemos de la vida, o simplemente este planeta está direccionado a desaparecer y no tenemos un planeta B.
—En general, en Uruguay, se difunde poca información sobre los países de la región y Colombia no es la excepción. Imagino que algo similar debe ocurrir allí. ¿Hay algo que la conecte con Uruguay?
—No conozco Uruguay y espero hacerlo. Conozco algunos afrouruguayos con los que hemos contactado en la lucha, en la resistencia. Tenemos a Pepe Mujica, que es un maestro, nos enseña mucho y es un referente que nos une. Nos pone a reflexionar como humanos y como nación. Así que no sé cómo será su accionar allá en términos reales, pero su palabra, su voz, nos llena de fuerza, esperanza y aliento, sobre todo a las juventudes. Nos pone a pensar mucho sobre la vida que estamos llevando y también sobre cómo asumimos los liderazgos. Eso es importante y nos conecta como pueblos.
—Según el censo de 2018, aproximadamente 10 por ciento de la población colombiana es afro.
—30 por ciento de la población colombiana es afro. Hay un genocidio estadístico. El censo de 2005, que estuvo mal hecho, daba que éramos ya más de 15 por ciento, cinco millones, y nosotros sabemos que somos más de 10 millones. Lo que hicieron en 2018 fue peor que lo de 2005 y la población afro quedó en tres millones, pero no es cierto y es también una intención política de negar, porque eso significa que no invierten lo que tienen que invertir en nuestras comunidades y muestra el racismo estructural.
—A eso iba. Colombia tiene un importante porcentaje de población afro, que incluye la raizal y la palenquera, particulares de su país, y también de población indígena. Ambas, en términos comparativos, tienen peores condiciones socioeconómicas que la media, escasa representación en cargos jerárquicos y mayor exposición a la violencia. ¿Hay manera de revertir esta situación que tiene su origen siglos atrás?
—La manera es llegar al poder desde abajo, desde nosotros, y pensar en términos de reparación histórica cómo revertir eso. Porque eso significa voluntad política, asignación de presupuesto para atender esas necesidades básicas. La mayoría de la gente nuestra no tiene electrificación en sus territorios, no tiene agua potable ni acceso a salud de calidad. En términos de educación, la infraestructura en las zonas rurales es casi cero y ahora menos con la pandemia, que más que profundizar, evidenció el verdadero rostro de lo que estaba oculto.
—Decía que de niña le gustaba bailar y cantar. ¿Qué música recomienda escuchar?
—Música del Pacífico, sin duda. Socavón, Herencia del Timbiquí, Goyo, Grupo Niche. Hay un sinnúmero de músicas, pero la música del Pacífico es la que más escucho, y del Caribe también: músicas tradicionales de gente negra y de los pueblos campesinos e indígenas. Yo recomiendo esa música: me sana, me cura y los tambores me alivian siempre.
*Por Eduardo Delgado para ladiaria / Foto de portada: Javier Sulé – El Periódico