Derrota cultural de la izquierda social de mercado en Chile
La élite política chilena se encuentra cada vez más desconectada con la realidad y de los fuertes vientos de cambios que atraviesan a la nación trasandina.
Por Andrés Kogan Valderrama para La tinta
Luego de conocer los resultados y la bajísima votación en la consulta ciudadana del pacto Unidad Constituyente (ex Concertación), para definir a la candidata presidencial que irá el próximo 21 de noviembre, el momento crítico de la llamada centro-izquierda chilena pareciera ser una consecuencia más del proceso constituyente en curso en el país.
Planteo esto, ya que esas 150.000 personas que fueron a votar el sábado 21 de agosto no solo son un poco más de votos que los que sacó el candidato de derecha, que obtuvo menos votos el pasado 18 de julio en la primaria legal (130.000), sino que deja en evidencia que la gran mayoría de quienes creyeron alguna vez en el proyecto de la ex Concertación, simplemente, dejaron de hacerlo.
En consecuencia, el pobre triunfo de Yasna Provoste, con solo 91.000 votos, es más bien un reflejo más de la derrota cultural de una forma de ver el país, en donde partidos políticos tradicionales, como la Democracia Cristiana (DC), Partido por la Democracia (PPD), Partido Socialista (PS) y el Partido Radical (PR), contribuyeron enormemente a la profundización del orden neoliberal y a construir una democracia subordinada completamente al mercado.
Es así como, en 20 años de gobiernos de la Concertación, jamás hubo un cuestionamiento real al modelo privatizador de prácticamente todo lo existente y de la brutal concentración de la riqueza en el país, sostenido por el saqueo de los bienes comunes naturales y por el endeudamiento extremo de las familias para sobrevivir.
Asimismo, mucho menos hubo una reflexión crítica de parte de la Concertación de gobernar bajo la Constitución de la dictadura de 1980. Por el contrario, el gobierno de Ricardo Lagos Escobar, en 2005, luego de impulsar ciertas reformas constitucionales, le puso incluso su firma y la presentó como una nueva Carta Magna para Chile.
De ahí que las políticas impulsadas gubernamentalmente por la Concertación nunca se salieron del marco neoliberal imperante, enfocándose en mejorar grandes indicadores económicos y sociales (aumento del PIB, reducción de la pobreza e indigencia, aumento de la matrícula escolar y universitaria, mejoramiento de infraestructura), descuidando así completamente el tipo de democracia existente.
En otras palabras, solo se dedicó a administrar un modelo insostenible social y ambientalmente a través de políticas focalizadas y de aumento del gasto social, sin tocar el negocio de las pensiones, salud, educación, vivienda y de un extractivismo múltiple (forestal-minero-pesquero-agroexportador-energético), que ha usado al agua y a los territorios como fuente ilimitada de recursos naturales.
No debe sorprender, entonces, que la Concertación gobernó por 20 años para los grandes grupos económicos del país, distanciándose completamente de las grandes demandas provenientes de distintos movimientos sociales de aquel entonces (estudiantiles, sindicales, pobladores), destacando su desprecio total por las reivindicaciones indígenas, particularmente del pueblo mapuche, al cual se le criminalizó, persiguió y asesinó, aplicando, incluso, una ley antiterrorista.
Se podrá decir que, con el triunfo de la Nueva Mayoría y de Michelle Bachelet en 2013, alianza conformada por los ex partidos de la Concertación y el Partido Comunista (PC), se logró una coalición de gobierno más amplia, reformista y progresista, que dio ciertas respuestas a las demandas del movimiento estudiantil de 2011 (fin al lucro), como pasó con la reforma tributaria, la ley de inclusión, la ley de desmunicipalización y la gratuidad universitaria al 60 por ciento de los estudiantes más vulnerables.
No obstante, a pesar de las buenas intenciones de algunos sectores de la Nueva Mayoría, no fueron capaces de poner en el centro la demanda histórica más importante y urgente de todas, como lo es la redacción de una nueva Constitución de manera democrática para el país, lo que le costó la elección de 2017, abriendo el paso al gobierno de Sebastián Piñera.
Finalmente, desde la revuelta popular de 2019 en adelante, los partidos de la ex Concertación parecieran no entender nada de lo que está pasando en el país, mostrando su desconexión completa con el proceso constituyente en curso, al creer, al igual que en 2013, que basta con acomodarse al momento histórico.
Por eso, ya no es creíble para casi nadie en Chile que los partidos de la ex Concertación no pudieron hacer las transformaciones antes, ya que la derecha no le dio los votos en el Parlamento para hacerlo. A su vez, no se sostiene tampoco que ellos son quienes pueden darle gobernabilidad al país por haber gobernado tantos años antes.
El problema de fondo es que esta izquierda social de mercado en Chile negó la posibilidad de pensar un país plural y transitar hacia una democracia participativa, ya que creyó en la idea neoliberal del fin de la historia, como propuso en su momento Francis Fukuyama, luego de la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética (URSS).
Por el contrario, en Chile, la historia se reabre políticamente de nuevo, ya que el escenario de la próxima elección presidencial cambia muchísimo, considerando el estado en ruinas de la derecha chilena y la enorme votación en las primarias del pacto Apruebo Dignidad, conformado por el Frente Amplio y Chile Digno (1.700.000 votos), en donde el candidato Gabriel Boric tendrá una enorme responsabilidad en los próximos meses de campaña.
Por lo mismo, el desafío de lo que se viene para adelante para Apruebo Dignidad es construir mayorías de manera transversal, desde las distintas luchas históricas de los últimos 30 años y por todas y todos aquellos que queremos acompañar y ser parte de la refundación de un país, el cual merece tener la posibilidad de dejar atrás décadas de neoliberalismo y de despojo territorial.
*Por Andrés Kogan Valderrama para La tinta / Foto de portada: EFE