“Si se meten con Britney, se meten conmigo”
«A Britney la AMO, la BANCO, Britney is love, Britney is life», afirma el autor con esas mayúsculas y todo. En esta nota, explica la relevancia que tiene para él la felicidad de ella y por qué su bienestar y su lucha por libertad es tan importante.
Por Pablo Vecco para La tinta
En los últimos años, se empezó a escuchar cada vez más sobre el movimiento #FreeBritney: un movimiento creado y mantenido por sus fans. Todes sabemos lo que le pasó a Britney durante el 2008. Su caída en desgracia, su vida completamente fuera de control. Todos nos reímos de las escenas de “Padre de Familia” en las que se burlaban de su “ineptitud” como madre o su sobrepeso (porque Dios no permita que una mujer, que una vez fue esbelta, suba un par de kilos luego de tener dos hijos). Si Britney ya era objetivada en sus épocas de Oops, I did it again (TE-MA-ZO), para esta época, ya había sido completamente deshumanizada. Pero pocos sabíamos cómo su vida iba a convertirse en un ejemplo moderno de esclavitud. Pocos sabemos cómo su lucha por sus hijos era utilizada como arma en su contra para acceder a una tutela legal que la despojó de su autonomía hasta la fecha.
Podría entrar en más detalles, pero creo que el documental Framing Britney, estrenado en 2021, hace un excelente trabajo en eso. Mi objetivo aquí es explicar la relevancia que tiene ese movimiento para mí personalmente. Por qué lo apoyo y por qué la felicidad de Britney, su bienestar y su lucha por la libertad es tan importante para mí. O sea, el 14 de julio, fue el cumpleaños de mi hermano y yo estaba tan pendiente de la audiencia que Britney tuvo ese día que casi me olvido de saludarlo.
Siempre me llamó la atención la fascinación de muchos hombres cis gays por Britney Spears. De hecho, me llama bastante la atención la fascinación de ellos por las artistas pop en general, tanto predecesoras de Britney, como Madonna y Cher, como sus sucesoras, por ejemplo, Lady Gaga y Taylor Swift. Todas estas artistas pertenecen, más o menos, al mismo género. Un género muchas veces criticado o menospreciado por ser repetitivo, infantil, “para niñas” o, mi favorito, muy comercial (cierto, Roberto, que tu banda de rock alternativo favorita vende discos por abrazos). Estoy hablando, por supuesto, del Pop.
Pero volvamos a Britney. Como no puedo hablar por la experiencia de otros hombres gay (y qué paja ponerse a entrevistar putos), me voy a enfocar en mi experiencia con Britney y por qué yo específicamente amo a Britney. Sí, ponele que me gusta Madonna y escucho bastante a Taylor Swift, podría decirse que la amo, no sé, es muy pronto, estamos viendo. Pero a Britney la AMO, la BANCO, Britney is love, Britney is life.
Tengo grabado a fuego en la memoria la primera vez que vi un video de Britney. Tenía 12 años, estaba desayunando antes de ir a la escuela. En un momento, empieza un video en MTV (inserte chiste nostálgico sobre MTV). Estoy por cambiar cuando mi hermana, en toda su sabiduría, me dice: dejalo, está bueno. (Suena el timbre: “Turururun, oh baby, baby”) Oh, por Dior, pero… ¿qué estoy viendo? ¿Qué estoy escuchando? El video, la melodía, el ritmo, la coreografía, la letra (lo poco que entendía), ¡TODO! Estaba hipnotizado. Ya está, me enamoré, no hay vuelta atrás.
Pero al tiempo de descubrir a esta absoluta maravilla, también descubrí que, en general, no estaba muy bien visto ser fanático de Britney. Y no, no estoy usando un masculino genérico. A mi forma de ver, no estaba bien ser fanáticO de Britney. Eso es música para nenas, después de todo, basura pop. Ningún hombre fuerte y valiente que se respete escucharía semejante porquería (nótese la asociación subconsciente entre lo hiperfemenino y lo inferior). La gente podría tener la impresión equivocada. Así que, de la misma forma en que trataba de disimular mis gestos y tonos amanerados, también trataba de disimular que me gustaba escuchar Britney Spears. Creo que fallé estrepitosamente en ambos intentos. ¿Y cómo no hacerlo? ¿Cómo disimular la fascinación de ver a Britney bailar I’m a slave 4 u (TE-MA-ZO) con una fucking serpiente en los hombros?
Pero fue en los últimos años de secundaria cuando empecé a salir del clóset con algunas personas cercanas y me empecé a sentir más cómodo en mi identidad, que también me empezaron a chupar un huevo los comentarios de la gente. Al fin y al cabo, ¿qué importa qué me digan por escuchar Britney si ya me dicen cosas por ser gay? Es por eso que, después de tantos años, aún la banco. Para ser honesto, el último disco que escuché de ella fue “Britney Jean”, que mucho no me gustó, y después ni siquiera escuché “Glory” (lo sé, lo sé ¡herejía!). Pero mi amor por ella es para siempre. Por eso, ahora, decir que me gusta Britney también se siente un poco como reafirmar mi identidad como gay. Es como decir: sí, me gusta Britney y también me la como, ¿cuál hay? Si recibo una crítica por ser gay, para mí tiene la misma validez que una crítica por escuchar Britney: ninguna.
Así que ahí lo tienen. Esa es la razón. Descubrir que una persona que marcó tan profundamente mi adolescencia y mi vida; cuya música fue un refugio en una época de confusión y dolor; y que fue una inspiración en mi proceso de convertirme en la versión más auténtica, más libre, de mí mismo; no es LIBRE, me afecta personalmente.
Y si alguna otra persona se identifica, aunque sea en parte, con lo que acabo de contar, seguramente también entenderá el fervor y la dedicación detrás de #FreeBritney. Porque aquelles que se meten con Britney, se meten conmigo.
*Por Pablo Vecco para La tinta / Imagen de portada: Telemundo.