Sol Carranza Sieber: fusionar joyería, cerámica y ecología
Problematizar desde el hacer sostenido en conciencia es un posicionamiento artístico, estético y político para esta artista radicada en nuestra ciudad. Con una mirada transversal al proceso de producción de piezas de cerámica y joyas, donde la investigación tiene un rol fundamental, se pregunta y nos pregunta acerca de los circuitos de circulación y las formas de consumo del arte.
Por Inés Domínguez Cuaglia para La tinta
Barrio Observatorio. Un atardecer de julio en el que es difícil descifrar si la campera está de más o si una mangas cortas será mucho. Todo está dispuesto para nuestro encuentro, el tiempo en la agenda, la batería para grabar, el café, la música y las ventanas bien abiertas, pues pandemia.
Siempre experimento parecido cuando visito talleres de artistas, suelo sentir que no me alcanzan los ojos. El taller de Sol es inmenso y luminoso aún a estas horas. Hay un montón de cositas para mirar, se me vienen miles de preguntas, quiero saber cómo se hace, cómo se piensa ahí dentro.
Sol Carranza Sieber es escultora, ceramista y joyera. Se formó en la Facultad de Artes de la UNC y en la Escuela de cerámica Fernando Arranz. Se describe como “workahólica”. Se ríe y me cuenta: “Siempre me describo así, mi trabajo invade todas las otras aristas de mi vida, invade la casa, mis gustos, trabajo muchas horas en el día. Ayer, estaba en el lago tomando sol con mi hermana y ¡estaba juntando arcilla! Como que todo el tiempo está presente eso. Me lo tomo desde distintos lugares y creo que por eso sobrevivo. A veces me lo tomo como un trabajo muy arduo y a veces como un hobby. Me cuesta definirme desde otros lugares que no sea el de ceramista”.
Investigación y docencia
Carranza Sieber dice que es muy del oficio pasar muchas horas dentro del taller sin saber bien qué pasa afuera. Aunque se desempeña, también, como docente en la Facultad de Artes y en la Escuela de Cerámica Fernando Arranz. Me cuenta que nunca se imaginó dando clases en la Facultad, pero que siempre quiso ser docente en la Escuela Arranz: “En la escuela de cerámica es donde siempre quise dar clases. Siempre me pareció un lugar maravilloso, es extraño porque quedan, no sé, creo que cinco en todo el país. Está super equipada, es re grande».
“Siempre sentí como una obligación moral dar clases en la escuela de cerámica, esto es parte de mi posicionamiento político en el campo. La docencia, específicamente en la escuela de cerámica, es más una militancia que un trabajo. Ahí me siento útil, es donde tengo cosas para dar, donde más falta hago”, comparte Sol.
Sol hace docencia conmigo: me explica sobre temperaturas de cocción, pastas, esmaltes, procedimientos, historia, comportamiento químico de los materiales. Me muestra ejemplos, cuenta experiencias y, sobre todo, me hace ver la importancia de la investigación en el campo.
En artes, investigar es hacer y esto es uno de los pilares en el trabajo de la artista. Dice que, en las obras cerámicas, siempre hay mucho de indagación. Una búsqueda activa basada en lo matérico, en cómo se van comportando los materiales, los cambios de la materia, y en cómo va resultando el hacer mismo. “Esto me parece muy fuerte en el campo. Y también existe una inquietud personal, una atracción muy grande por esos cambios que suceden en la materia. Entonces, muchas veces los proyectos tienen que ver con indagar en lo material y otras veces con investigar otras cosas. También hice proyectos donde hay una investigación, pero no en lo material. Por ejemplo, en un trabajo que hice en Paraguay, el trabajo era más del tipo social”, dice.
Carranza desarrolló en Paraguay una investigación en campo, cuasi antropológica. Recorrió tres pueblos alfareros, recopilando maneras de hacer y de usar la alfarería. Este proyecto se llamó “Areguá” (nombre de uno de los principales pueblos alfareros paraguayos). Se trató de un proceso creativo de acercamiento a esas comunidades y de un hacer inspirado en la cestería y los elementos ornamentales para rituales de los pueblos que visitó. Concluyendo en una serie de joyería expandida llamada “ÑAPYT Ï/amarrar”, expuesta en el MUMU, en la muestra de joyería contemporánea “Que tales cosas fueran”.
De los viajes a la joyería
La primera vez que escuché hablar de Sol Carranza fue cuando alguien muy querido me contó la hazaña de dos pibes que recorrieron Latinoamérica durante más de dos años. Que, además, eran ceramistas y que entonces fueron visitando talleres alfareros de cada país y que llegaron a México y que todo fue en bici. Así llego a los Casiopea (el emprendimiento que Sol tiene junto con su compañero Luciano Giménez desde 2009) y a toda la sensibilidad de sus piezas, que claramente las distinguen.
El próximo 2 de agosto, saldrá en preventa el libro que recopila todas las experiencias del viaje por Latinoamérica y los talleres alfareros. Será una manera de compartir todas las vivencias sensibles, emocionales, visuales y técnicas transitadas durante esos años de viaje en bici.
Cuando conversamos con Sol sobre ese viaje, me es inevitable percibir en su mirada la emoción que le genera contarme. “El viaje fue una experiencia muy intensa. Creo que me llevó mucho tiempo ordenar la info del libro para poder mostrarla porque, más que nada emocionalmente, me era re difícil… me ponía a pensar en eso o a querer procesar toda esa info y me largaba a llorar, le quería contar a alguien algo y me largaba a llorar, me sentaba a ordenar fotos y lloraba. Fue un proceso muy lento, muy movilizante”, cuenta con las palabras y los ojos todos llorosos.
Siempre voy un poco más allá. Descubro que esta artista tiene todo un trabajo creativo singular, que me invita a mirar con detenimiento, me interpela a saber cuestiones relacionadas con la técnica, pero que además presenta conceptos de disciplinas artísticas expandidas. Puntualmente, me llama la atención el trabajo de joyería cerámica que tiene.
Carranza Sieber me cuenta que el interés por la joyería nace a la par de los viajes. Que con la intención de poder llevarse piezas para comercializar, empieza a investigar y confeccionar joyería. “Empecé trabajando con cositas que eran más tipo accesorios, llevaban engarces comprados. En esa época, trabajábamos con baja temperatura, entonces era bastante complejo. Ya la cerámica de por sí es frágil y, cuando la llevas a una pieza que va al cuerpo, es re complicada esa fragilidad. Como eran de baja, eran más blanditas y, bueno, era todo un tema, tenían que ser bastante toscas para que resistieran”. Esto la llevó a buscar formarse en el campo y tuvo de maestros a Cecilia Richard y Lucas Pinto dos Santos de la escuela Caelum. Con ellos aprendió sobre engarces y cierres, también la acompañaron y asesoraron en su proceso creativo. “Ahí ya me tomé más en serio la joyería. Ya no era algo que solamente hacía para viajar, sino que empezó a ser un interés propio, un medio más donde expresar la cerámica”.
La joyería cerámica como campo de investigación y expansión
Carranza reflexiona sobre lo específico en relación a los desafíos de su proceso de joyería: “Lo que me parece muy interesante de la joyería, que no me pasa con otras cosas de la cerámica, es el desafío de relacionar algo duro y estable con algo frágil. Ese es mi desafío. Dos materiales que se comportan re distinto, que trabajan totalmente con modos al revés”. Evidentemente, lo que moviliza el trabajo de la artista, una vez más, es poner en tensión materialidades y espacialidades, investigación creativa mediante. “El desafío radica en cómo se vincula un material con el otro. Lo pienso más desde ese lugar que desde el cuerpo. La verdad me cuesta bastante pensarlo desde el cuerpo”.
Sus joyas son pequeñas esculturas dibujadas en el aire. Sol levanta un broche de la mesa de trabajo y explica: “Mirá, es como un dibujo sobre otro dibujo y, a la vez, tiene espacialidad. Es una esculturita con un uso. Es re loco porque nunca dibujé, pero lo que sale es un dibujo, hasta el engarce hace un dibujo”.
Cuenta la artista que, desde que empezó a trabajar con joyería, la parte alfarera de su trabajo se fue contagiando… entonces, aparecieron cuestiones aéreas y etéreas en sus obras más escultóricas. Tal es el caso de la serie premiada por el Salón de escultura Patio Olmos que fue expuesta en el museo Caraffa a fines de 2019, “De arenas y vasijas”.
El hacer como un posicionamiento político y una crítica a los mecanismos de consumo
Conversamos de un montón de cuestiones técnicas del oficio ceramista, también sobre toda la ola de consumo amigable con el ambiente (a raíz de una aparente moda de la vajilla en gres), la vuelta al adobe, la lana, lo eco-friendly. “Eco-friendly entre comillas porque, al final, no importa cómo se produce eso ni dónde y, bueno, como copiamos todo lo que hay en Europa, es como que es lo único válido”, reflexiona Carranza.
Puedo vislumbrar que, más allá de eso que Sol expresó al principio de nuestro encuentro, de “les ceramistas pasamos mucho tiempo en el taller sin saber que pasa afuera”, tiene una mirada totalmente crítica y realista en relación a lo que pasa afuera del taller, más allá del torno y el horno.
La artista comparte su posicionamiento político en relación al hacer y consumir bienes culturales, consciente y preocupada por cuestiones socioambientales. “En la cerámica, particularmente, lo que pasa es que los minerales con los que trabajamos no son renovables o hay algunos que sí, pero son renovables en millones y millones de años”, dice y propone pensarlo, ponerlo en conciencia.
“Hay muchas formas de tomárselo, mi postura particular es: yo no voy a dejar de hacer vajilla por eso, pero está bueno preguntarse qué tiempo le dedicás a cada pieza para que esa pieza no sea descartada rápido. Mismo la decisión de si voy a hacer vajilla, la voy a hacer en alta porque así esa pieza va a durar más”, explica al mismo tiempo que pone sobre la mesa otra arista de la discusión en relación a los procesos de circulación y consumo que tienen que ver con los costos y precios en el mercado. “Me parece que hay algo que no está en discusión hoy y que es re importante: el costo de eso que hacemos. Porque tomamos conciencia de lo que implica, de dónde vienen esos minerales, se piensa en eso y en los costos de producción, y después no se cobran bien las piezas. En realidad, es como una jugarreta del mismo capitalismo, porque si sabemos cuánto valen las cosas y solo compramos cosas baratas, siempre van a haber personas trabajando casi gratis, es una cosa muy complicada. Para mí re pasa por ahí, tomar conciencia de dónde vienen los materiales, cómo se producen y cuánto vale hacerlos, usarlos, cuánto va a durar eso y quién lo va a usar”, dice, problematizando desde adentro el propio oficio, y continúa: “Esas inquietudes de conocer más desde otros lugares que no sean el técnico tiene que ver con lo político del oficio en sí. Pensar de dónde viene eso, para quién trabajo, por qué tiene ese costo, qué es lo que consumo, a qué estoy apoyando cuando produzco lo que produzco. A mí lo que más me interpela en relación a lo político tiene que ver con el consumo y las cuestiones ecológicas”.
En consonancia con eso, también propone pensarse como profesional, de alguna manera, profesionalizar el oficio de ceramista, siendo esa su parada en relación al hacer. “Pensarse en serio, abrirse a otras discusiones que no tienen tanto que ver sólo con lo material ni lo técnico, sino ver qué lugar ocupa la cerámica y ahí empieza otra diversidad en las discusiones, si lo tomamos desde un lugar más profesional”, explica.
La artista dice que es como alcanzar la adultez, como si primero hubieras estado viendo de qué se trata, probando cosas, experimentando como lo hacíamos en la adolescencia. Después, “cuando sos adulto, ya hay un compromiso a la hora de producir, de saber de dónde viene, de saber cuánto cuesta, saber qué está pasando hoy en día en mi disciplina, qué está pasando hoy en día en los países subdesarrollados con la cerámica”, dice y siento que propone de verdad salir a mirar qué pasa afuera y un hacer con total conciencia y pensamiento crítico desde ahí.
“Comprometerse con el oficio, problematizarlo en todos los sentidos, no solo en el económico o en el ecológico, sino en el artístico. También en relación al circuito que existe en la ciudad, cómo es la circulación y la distribución. Yo creo que profesionalizarse tiene que ver con comprometerse con el oficio y empezar a pensar otras cosas que no sean solamente cómo se hace… que igual es un montón, porque este oficio es muy técnico”, propone Sol.
Es posible una práctica comprometida desde el arte, desde la pregunta y la conciencia. Es posible estar dentro del taller y salir a mirar qué pasa con el afuera. Dejarse atravesar por ese entramado. Es posible un hacer en diálogo con otres y Sol Carranza Sieber me lo demuestra al compartirme con tanta seriedad y profundidad su postura.
*Por Inés Domínguez Cuaglia para La tinta. Fotografías: Santiago Rocchietti, Florencia Quiroga, Gonzalo Viramonte.