Nunca me dejes de responder: amigas en la enfermedad
Estefanía Enzenhofer y María Lucila Quarleri, dos desterradas de la tierra de ´las sanas´, crearon un parentesco en el afecto sostenido en palabras cuando la enfermedad -nunca esperada- les llegó en la juventud. Nunca me dejes de responder es un intercambio epistolar en forma de mails que hilvana una amistad como proceso de sanación.
Por Verónika Ferrucci para La tinta
“Pido por esa fuerza
que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces
que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,
porque lo que nos damos los unos a los otros,
aun el terror o la tristeza,
viene del mismo deseo: curar y ser curados”.
La helada, Claudia Masin en La plenitud, 2010
Enfermar en la juventud es una interrupción, una alteración inesperada. El territorio del cuerpo es invadido y la incertidumbre trastoca toda la existencia, la propia y la del entorno. Como contingencia de la pandemia y con prepotencia, por estos días, se nos hace más cercana la posibilidad de enfermar, como una sombra que acecha nuestros pensamientos, el espejo nos devuelve la fragilidad de la vida.
Nunca me dejes de responder es una novela epistolar publicada por la editorial Populibros que compila los mails que se enviaron Estefanía Enzenhofer y María Lucila Quarleri, en 2018, durante seis meses, en el devenir de sus cuerpos enfermos. Lucila atravesaba un repentino cáncer de colon y Estefanía convivía hacía tiempo con esclerosis múltiple.
“Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”, es la cita con la que comienza la novela y corresponde al poemario Hospital Británico de Héctor Viel Temperley. Las palabras que tejen entre ellas son una intimidad extendida y abierta hacia quienes leemos; entre una desesperada y genuina búsqueda por entender el porqué de esas enfermedades y la profundidad de sus contradicciones epocales, recorren diferentes hipótesis. Comparten el peso de las opresiones que vivieron en sus cuerpos feminizados y ponen en perspectiva los modos que asumieron sus militancias de la lucha feminista en las calles, en las casas y en las camas. Y advierten las formas en que la voracidad cotidiana del tiempo productivo, sutilmente, socavó algunos límites hasta hacerlos estallar. Relatan el transitar por el sistema médico occidental, que, con sus dispositivos coloniales y patriarcales, enseña a desconectarnos de nuestros cuerpos.
Cuando empezó la videollamada con Lucila, con muchísima sinceridad, me dijo: “Tuve un mal día, en la novela mostramos lo que pasa y significa una enfermedad, y ahora que estoy con anemia crónica, vuelvo a repetir algunos errores, escucho a los médicos y no me escucho a mí, y me enojo conmigo misma”. Sonreí cómplice, por las muchas veces que estamos frente a nuevas viejas batallas y que no podemos poner en juego lo aprendido.
Luci vive en Bragado, una ciudad con alma de pueblo -así lo describe-, y yo la entiendo de toque, también soy de pueblo. Es directora, escritora y dramaturga de teatro: “Voy buscando lenguajes que me permitan expresar lo que quiera. Actualmente, estoy escribiendo un guion de cine y una novela. Soy ex paciente oncológica, tuve cáncer de colon, y es muy importante nombrarme así: como ex paciente”.
Tefa y Luci se conocieron en el 2017 en un taller de periodismo feminista y compatían la mística de las calles, la marea verde eferveciendo por cada rincón, un puchito, una birra y unas cumbias. La amistad vino después con los mails: “Le escribí a Tefa porque me sentía muy sola, me enfermé a los 28 años y no tenía personas enfermas a mi alrededor. Con una amiga, comparábamos mi enfermedad con su embarazo, era el único cuerpo cercano que había pasado por un proceso corporal que no podía controlar. No había cerca de mí un cuerpo enfermo”.
Paradójicamente, ahora vemos cuerpos enfermos en forma de estadísticas y reportes diarios. Y si bien el miedo y la soledad que trae la enfermedad no se resuelven, hay un sentido mucho más colectivo. “En marzo del 2020, sentía que vivíamos en la hora de la siesta permanente y ahí le dije a Tefi: ‘Hagamos algo, siento que todo el mundo está transitando por lo que ya vivimos’. Mientras todes temían enfermar, nosotras ya estábamos enfermas”, dice Luci, y así comenzó la aventura de la publicación del libro.
“¿Predije mi propia enfermedad?”, se pregunta Tefi en uno de los mails. En medio de las fragilidades e incertidumbres de sus cuerpos, construyeron juntas algunas certezas, aunque provisorias. “Hablar con Tefi me sanó muchísimo, yo era la que mandaba, yo era la deseante y ella era la deseada, yo la buscaba. Yo le escribí porque sabía de su enfermedad”. En uno de los mails, Luci le escribe: “Me alegraba tener entre todos los mails de mierda uno tuyo. Como cuando te llega un mensaje del chongo que más amas en el mundo, ese al que le dedicás todas las pajas y decidís no responderle inmediatamente. Dejás el mensajito ahí en el celular para verlo y lo abrís y lo cerras miles de veces, pensando entre risas qué le podés responder, qué le decís y todas las consecuencias sexuales que se pueden generar con esa respuesta. Retrasar el placer. Bueno, algo así me generó tu email, lo esperaba tanto que al recibirlo y leerlo me quedé sin palabras, como vengo hace tantos meses. Te juro que no te lo hice de despechada. Al contrario, de enamorada lo hice, de saber que tengo ahí unas palabras-respuestas de alguien que pasa/pasó por lo mismo que yo, que me entiende, que sabe lo que es que tu cuerpo genere algo que te destruye, que es una bomba de tiempo”.
Luci enfermó y no tuvo mucho tiempo para procesar la forma abrupta en que todo empezó a cambiar. Llevaba 4 meses muy dolorida y angustiada. No podía levantarse de la cama por los dolores de panza. Los médicos no le daban un diagnóstico certero. Un día se hartó y se internó. Al otro día, la operaron y se sucedieron: un tumor maligno, una colostomía y quimioterapia. Así de vertiginoso como lo leés.
“Me pasó por arriba, fue una interrupción abrupta. Me internaron y me daban morfina, en ese momento, sentí alivio. Ahora, en retrospectiva, pienso que, si me vuelvo a enfermar, no lo contaría tanto, te construís junto a quien tenés al lado y si la mirada que te devuelven es la de: ´Pobre mina´ o sos vos la que terminás consolando, esas experiencias te estructuran. Tefa me marcaba cómo todo el tiempo te están diciendo cómo ser una buena enferma. Cuando me enfermé, tuve que dejar todo: de fumar y de tomar, o sea, era el colon, no podía hacer nada. Y ahora, que estoy sana, esperan que no chupe, que no tome. El ojo ajeno -que es nuestro propio ojo también- está ahí, todo el tiempo como castigo y tragedia para todes les enfermes”.
En uno de los mails, Tefa le escribe a Luci: “Es como si tuviéramos que ser las mejores versiones de nosotras mismas porque fuimos tocadas por la varita de la enfermedad. Un poco me cago en eso. Así como está de moda ser una mala feminista, yo quiero ser una enferma de mierda”. Y le digo a Luci que siento que algunas tendencias eslabonan una exigencia agotadora como forma de mandato de la buena enferma progre, feminista y guerrera. Hay que entender qué nos quiere decir el cuerpo con la enfermedad. No solo hay que destinar energía en sanar, sino que también hay que ver en qué fallamos para que el cuerpo responda así. Bueno, es un montón, ¿no? Y aunque inevitablemente aprendemos mucho con las enfermedades, no se trata de salir y entrar en nuevas normatividades.
“Yo estaba en un retiro luego de mi operación: hacía terapia, biodecodificación, leí de astrología, meditaba, etc. Las terapias alternativas abundan y hay que estar atentas porque el riesgo es cuando se vuelven una imposición. Yo me agobio durante el verano, tengo episodios de depresión en verano, y alguien me dijo: ´Tenés que biodescodificar eso”, ¡uy! Qué paja. Yo no quería ser una enferma buena, silenciada ni sumisa del sistema, y eso lo aprendí con el feminismo. Yo estaba militando mucho cuando me enfermé, acompañaba pibas en procesos de aborto, sentía que tenía que estar arriba todo el día, discutiendo, peleándome todos los domingos en casa, estar disponible las 24 horas, atenta a las denuncias, ser una laburante que defiende su lugar y se hace respetar. Cada vez que una piba desaparecía, no descansaba hasta que aparecía, me afectaba muchísimo. Me enojé conmigo porque había leído mal al feminismo”. Ya enferma, recuerda que la primera marcha a la que “faltó” fue un 8 de marzo: “Ese día, no sabía qué hacer si no estaba en la calle”.
Luci expresa algo que, de alguna manera, muchas vivimos en algún momento de esta cuarta ola feminista: no darnos permiso para estar en la cama por sentirnos mal, ver un programa pochoclero o no estar disponible 24/7. Un autopatrullaje sobre nosotras mismas como una forma epocal, que, de distintos modos, nos llevó puestas. Cuando comenzó la quimio, me cuenta que hacía unas meditaciones que le habían recomendado, algo así como un starter pack oncológico de recomendaciones y consejos que -con buenas intenciones- alguien da. “Cada vez que hacía la meditación, vomitaba, eran aburridísimas. A los días, mi mamá me dio una revista Hola y, otro día, estaba viendo un programa de Moria, y me sentí bien, esos días fueron amenos”, recuerda Luci.
Cuando terminaron de mandarse mails, no sospechaban que ese intercambio sería un libro, nunca tuvieron otro objetivo más que la cercanía en la experiencia de la enfermedad. Encontraron la editorial y, cuando se acercó el momento de la publicación del libro, Luci entró en depresión: “Sentía que volver a contar mi historia era volver a defenderme, como cuando iba a la verdulería y alguien me decía: ´Yo prendí una velita por vos´ y volvía a chocarme con la sensación de la enfermedad, porque tengo que volver a contar la historia”. Con el tiempo, fue dialogando con lo escrito y amigándose con la versión de su historia pública.
“Me pasa algo del orden de la sorpresa: me escribieron dos chicas que están transitando una quimioterapia, por momentos pensaba que éramos dos boludas hablando de lo mal que la pasábamos, dos pibas luchando en un mundo horrible, patriarcal, injusto, intentando ser alguien”. De pronto, esos mails son ecos para muchas que están en la misma, pero también para quienes no tenemos una enfermedad, pero nos refleja la historia de alguna amiga cercana o la posibilidad de devenir un cuerpo enfermo en un mundo en llamas. Le conté que, mientras leía el libro, pensé en Audre Lorde y sus diarios del cáncer. Le pregunto si fue la experiencia feminista lo que les permitió salir de lo íntimo y hacer públicas sus enfermedades, y sin dudarlo me dice que sí.
Ahora que Luci vuelve a ser productiva, pero ya no como lo era antes de la enfermedad, se frustra porque el cuerpo no le responde, a veces le funciona y otras veces simplemente está cansada. “Intentar que mi cuerpo esté sano en una sociedad enferma: ¿qué es un cuerpo sano? He aprendido a ser amable con mi accionar y mi vida. Yo soy mi propia jefa e intento ser la mejor jefa que puedo ser. Yo superé la enfermedad y es importante decirlo así. Cuando apenas me dieron el diagnóstico y me dijeron que eran 6 meses de tratamiento, compré pasajes para el séptimo mes. Necesitás esas cosas que te marquen horizontes posibles”.
Con un poco de dudas, hacia el final de la charla, me animé y le pregunté si tuvo miedo de morir: “Recién ahora puedo hablarlo, mientras estaba en pleno tratamiento, hacía unos talleres y, en el encuentro que hablaron sobre la muerte, me largué a llorar y me pareció una falta de respeto. Recuerdo ese día como un día horrible. Quizá como estrategia de supervivencia, negaba y me sentía lejos de la muerte. Tenía una pulsión de vida que me mantenía activa. Ahora, en medio de esta pandemia, la muerte parece más ´naturalizada´, es una posibilidad cercana para todes. Yo digo como un conjuro: no me vas a agarrar, bicho de mierda. Hoy, puedo decir que soy consciente de que, así como hay que trabajar para vivir, hay que hablar de la muerte para no tenerle miedo y dialogar con eso, porque no quiero morir”.
En otro de los mails, Tefi le dice a Luci: “Te quiero, gracias por este espacio hermoso que supimos construir en la enfermedad, que es una versión más de la vida”. Y yo les agradezco por ponerle palabras al dolor y al miedo, que son una versión más de la vida.
*Por Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: Nunca me dejes de responder.