La música puede más que las palabras
Extracto del libro Aleana, de José Sbarra, del capítulo: “…para humillarte mejor”, seleccionado por Simoneras.
Futuro es, para mí, una palabra que no tiene sentido. El futuro no podrá traerme lo que me faltó en el tiempo en que debía tenerlo. No quiero ir hacia delante, no quiero avanzar. Quiero volver atrás y que todo empiece de nuevo y mejor.
Me estoy volviendo loca y no es justo.
Esta noche más que nunca necesito hablar de mí. Hace rato escribí una poesía donde decía en tristísimas líneas que necesito alguien que me quiera, alguien que piense en mí, alguien que diga: «Aleana» y que esa Aleana sea yo, es decir, que se refiera a mí. Quiero decir: alguien que pronuncie mi nombre con amor. Pero arrojé ese poema al tacho de basura de la cocina. No es cierto que yo necesite todo lo que había escrito en esa tonta poesía.
Lo que necesito es tener cinco años y que mamá me bese y me susurre al oído las canciones que las verdaderas madres cantan a sus hijos. Necesito que mamá deje de estar enferma y me acaricie el pelo, o, por lo menos, que me toque. O tener doce años y que mamá escuche mis gritos y venga a salvarme, porque están manoseándome, castigándome por no sé qué, condenándome a la desdicha, detrás del cementerio.
Necesito nacer de nuevo.
Necesito que papá deje de apoyarse en mí cuando voy a buscarlo al club de los bomberos. Necesito un hermano al que no lo roben las mujeres inglesas, un hermano que esté al lado mío, que me cuide, que converse conmigo y que me cuente cómo son los hombres.
Necesito un Dios que exista y que sea amor.
Necesito ayuda para no enloquecer. Tengo miedo de mí misma.
Algún día moriré y ni las tumbas, ni las lagunas, ni las estrellas llorarán por mí.
No voy a decir nada más. Antes, escribir era un desahogo, ahora es todo lo contrario, me hunde más en mi antiguo dolor. Cuanto más pienso, más me convenzo de que la vida se desenvuelve caprichosamente, ignorando mis esperanzas, mis deseos, mis insignificantes ilusiones.
“Reí, m’hijta, reí como si fueras feliz. Reí que las otras gentes hacen lo mismo, ¿o creías que ellas eran felices? Tenés que aprender a engañarte. Ese es el único secreto de la vida”.
No, doña Paloma, no sé fingir, no quiero, o no puedo. Yo quiero una felicidad que sea cierta o nada.
Si bien siempre tuve conciencia de que nací con mala luna, jamás pensé que llegaría a este estado de cosas: vagabundeando por la calle, disfrazándome, permaneciendo semanas y semanas sin higienizarme, abandonada por todos como si padeciera una enfermedad contagiosa.
Y quién sabe hasta dónde llegaré, hasta dónde piensa empujarme la vida todavía.
Tengo sueño. Ya puedo irme a dormir.
—¡Esta bien!, ¡está bien!, ¡me voy! ¿Para qué ponen música si no dejan escucharla? ¡Está bien!, ya me voy… Algún día mi hermano-hijo Felipe me comprará un tocadiscos y todos los discos del mundo.
Desde ese día no saldré más a la calle, porque la música es mejor que lo que una puede encontrar en la calle, porque aunque yo no tenga fe, cuando oigo una música siento como una promesa celestial.
Y la música puede más que las palabras.
*Por Jose Sbarra / Imagen de portada: La tinta.