Paro nacional en Colombia: jaque mate al uribismo

Paro nacional en Colombia: jaque mate al uribismo
3 mayo, 2021 por Tercer Mundo

Desde hace varios días, las movilizaciones en territorio colombiano se multplican. El rechazo al gobierno de Iván Duque es cada vez mayor.

Por Diana Carolina Alfonso para Nodal

Lo que se ha presentado en las últimas horas como un estallido social por causa de la reforma tributaria, es en realidad el derrumbe del modelo de gobierno de coalición entre el empresariado y el paramilitarismo. Esta semana, el estudio Polimétrica de Cifras y Conceptos reveló que la desfavorabilidad de Iván Duque aumentó al 65 por ciento. En lo que va de gobierno, el presidente colombiano ha visto descender su imagen dos veces. La primera, después de las movilizaciones de 2019. Ese es precisamente el arco temporal que enmarca la caída del modelo uribista después de dos décadas de presidencialismo.

Según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, la producción de cocaína en Colombia se duplicó en los últimos cinco años, acentuando la curva de crecimiento del principal recurso de exportación colombiano. El país cafetero no produjo esa cantidad de cocaína ni siquiera en tiempos de Pablo Escobar. La estructuración del poder en Colombia, o sea, el amalgamiento peculiar de los potentados ilegales al Estado, transformó incluso la estructura de clases. Para la congresista de oposición Aida Avella, en Colombia ya no se puede hablar de burguesía; la clase dominante está vinculada al narcotráfico, “es una clase narcotraficante”. La élite colombiana es una casta del sistema narco, y el paramilitarismo su herramienta de coacción para la acumulación de tierras y la “pacificación” de la sociedad.

El presidente Iván Duque fue lobbista financiero en Wall Street antes de ser proyectado por Uribe a la presidencia. La campaña del elegido por el ex presidente fue financiada con los dineros del narcotráfico, según indican los audios interceptados entre el narcotraficante “Ñeñe” Hernández y la ex secretaria personal de Álvaro Uribe, alias “Caya” Daza. El escándalo conocido como “ñeñepolítica” empezó a crecer desde 2018 como una bola de nieve sin que la justicia mediara intervención alguna.

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Imagen: Colombia Informa

La pandemia encubrió el saqueo

En abril de 2020, el gobierno colombiano pidió 11.000 millones de dólares al FMI para conjurar la crisis financiera en medio de la pandemia. En agosto, el gobierno uribista anunció que el Comité de Administración del Fondo de Mitigación de Emergencias (FOME) autorizó la participación de la nación en la reestructuración de Avianca para garantizar la protección de la prestación del servicio aéreo, mediante el financiamiento de hasta 370 millones de dólares dentro del proceso que sigue la empresa por el capítulo 11 del Bankruptcy Code de los Estados Unidos.

La medida fue ampliamente rechazada y el crédito finalmente no se otorgó. Sin embargo, el desagüe de los recursos públicos prosiguió con igual descaro. La administración de Duque giró, en siete meses, cinco billones de pesos a grandes empresarios privados para auxiliarles con la crisis económica. El programa de Duque, que se negó a la iniciativa de la renta básica, solo ayudó a engrosar los bolsillos de los millonarios, entre ellos el reconocido banquero Sarmiento Angulo, gerente y articulador de la red bancaria “Grupo Aval”. De acuerdo con Camilo Enciso, ex secretario de Transparencia de la Presidencia de la República entre 2014 y 2017, además de los dineros del narcotráfico, la campaña presidencial de Duque fue financiada en un 66 por ciento por Sarmiento Angulo a través del Banco de Bogotá, que también forma parte del mencionado Grupo Aval.


A la cleptomanía empresarial se suma el gasto en guerra. Después de Brasil, Colombia fue el segundo país de América Latina con mayor gasto militar, con 9.200 millones de dólares, según un informe divulgado por el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), y el primer país en gasto militar durante la pandemia. Por si fuera poco, el gobierno derrochó 2.000 billones de pesos en la compra de una flota de camionetas blindadas para la presidencia, y otros 9.000 millones más en la adquisición de 23 camionetas para la Policía Nacional. Dicha institución fue responsable de la represión policial del 11 de septiembre del 2020. Tras esa masacre, el presidente respaldó el accionar terrorista de la fuerza pública y definió garantizar sus operaciones con una inusitada inversión en armamento, camionetas y uniformes.


En medio de la sangría de los recursos públicos, y no pudiendo echar más mano de la deuda, el gobierno decidió adelantar una reforma tributaria donde se grava en un 18 por ciento artículos principales de la canasta familiar colombiana, como el café, el azúcar, los huevos y la gasolina. El Comité Nacional del Paro, que surgió al calor de las movilizaciones de 2019, emprendió una agenda de movilizaciones para afrontar el abuso del gobierno uribista, que empezó el 28 de abril.

En días previos, el gobierno colombiano desaprobó el Paro Nacional por motivo de la COVID-19, aduciendo que lo fundamental era preservar la vida.

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Imagen: Colombia Informa

La argumentación del gobierno para desacreditar al paro sonó como un chiste de muy mal gusto. Sólo en el 2020, Human Right Watch registró 90 masacres. En 2021, Colombia se enteró que durante el gobierno de Uribe Vélez fueron ejecutados extrajudicialmente 6.402 ciudadanos, con el objetivo de presentar bajas en la lucha anti-insurgencia. Por lo demás, en lo que va del año han sido asesinados 54 líderes y lideresas sociales, y 1.164 desde la firma de la paz en 2016. Los tres ministros de Defensa de la era Duque ostentan bombardeos a campamentos integrados por niños y adolescentes en las zonas donde aún pervive la confrontación armada con las disidencias de las FARC. Pese a todo, y contra todos y todas, el bloque uribista pretende derogar la agenda de la paz surgida en los acuerdos de La Habana. Por el contrario, se propone relanzar la guerra esta vez contra Venezuela.

El Paro Nacional en curso es el corazón de la movilización popular contra el modelo uribista. Un golpe fatal a su mancillada reputación. No se trata solamente de una reforma tributaria. Esta es la crisis de la piedra angular del modelo paramilitar/neoliberal que tiende a expandirse desde Colombia por todo el continente. La coyuntura histórica relanza la oportunidad de quebrar la hegemonía del gobierno más sanguinario de la historia continental, sobre todo en medio de la carrera presidencial más polarizada, desde el magnicidio de Jorge Eliecer Gaitán. En ese sentido, la oposición evidencia la retirada violenta de la derecha paraestatal y se ubica a la cabeza de la contienda electoral de 2022 con el senador de izquierda Gustavo Petro. Mientras tanto, el duquismo pretende cerrar la historia del uribismo con una política de tierra arrasada.

*Por Diana Carolina Alfonso para Nodal / Foto de portada: Luis Robayo / AFP

Palabras claves: Colombia, paro nacional, represión policial

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Genocidio armenio: historia, memoria y sus consecuencias en la actualidad

Genocidio armenio: historia, memoria y sus consecuencias en la actualidad
24 abril, 2025 por Leandro Albani

En La tinta, hablamos con Aram Mouratian, director del Consejo Nacional Armenio de Sudamérica, y con Emiliano Lomlomdjian, integrante de la Unión Cultural Armenia.

¿Cómo abordar el genocidio armenio en la actualidad? ¿Qué decir en el mundo de hoy sobre esa masacre planificada y concretada por un Imperio otomano en decadencia en el lejano año 1915? ¿Cómo rescatar en la memoria a más de un millón y medio de mujeres y hombres que cayeron a sangre y fuego en el primer genocidio del siglo XX? Y tal vez lo más importante: ¿cómo leer un mecanismo de asesinato sistemático en nuestros días?

Para el Estado turco, que nació como república en 1923, el genocidio armenio es un hecho negado una y otra vez. Desde Armenia y en su extensa diáspora ―que se calcula en un total de ocho millones de personas―, no existen diferencias cuando se trata de denunciar a Turquía y su negacionismo. Tampoco hay divergencias a la hora de recordar lo que sucedió hace más de cien años y convertirlo en una memoria vigorosa, que recoge historias, vivencias, hechos de resistencia y la construcción social desde la ausencia de la tierra originaria. En el caso de Argentina, la profusa edición de libros al respecto es un ejemplo de la transmisión de la historia de generación en generación, pero también de comunicar lo que sucedió más allá de los propios armenios y armenias.

Otro eje importante para analizar el genocidio armenio es hacerlo desde la región convulsionada en donde está ubicada Armenia, donde dos de sus fronteras son con Turquía y Azerbaiyán. Este último país, aliado de Ankara y gobernado con mano de hierro por Ilham Alíyev, fue quien venció en la última guerra desatada en 2022 en Artsaj (Nagorno Karabaj), en la cual Bakú ocupó el territorio de esa república independiente de mayoría armenia. 

Para deshilvanar las madejas alrededor del genocidio armenio y sus consecuencias históricas y actuales, La tinta habló con Aram Mouratian, director del Consejo Nacional Armenio de Sudamérica (CNA), y con Emiliano Lomlomdjian, integrante de la Unión Cultural Armenia (UCA) y director del diario Nor Sevan.

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El genocidio armenio es sinónimo de memoria, verdad y justicia, asegura Lomlomdjian, y agrega que la lucha del pueblo armenio es “para que este crimen de lesa humanidad sea reconocido por el Estado turco y que, en los territorios donde vivieron los armenios asesinados y masacrados entre 1915 y 1923, vuelva a existir la cultura y la identidad armenia”. 

El miembro de la UCA remarca que no se puede entender el genocidio armenio «si no se lucha también contra otros genocidios que sufren los pueblos del mundo, como el pueblo palestino en Gaza y como lo sufrieron los armenios de Artsaj».

Según Mouratian, “si bien el carácter del crimen es transversal y la lucha por su reconocimiento es universal, el caso de la diáspora es constitutivo de su identidad. Es innegable que la existencia de la diáspora se debe al proceso genocida y sus marcas perduran al día de hoy. Es el lugar también, ante la ausencia de un Estado armenio independiente, desde donde se motorizaron los primeros reclamos ante la comunidad internacional y desde donde se lograron los primeros reconocimientos a pesar de las presiones de Turquía”.

El director del CNA explica que, para quienes habitan en la República de Armenia y vivían en Artsaj, el genocidio «es una amenaza y una realidad muy vinculada con el presente». «Recordemos que, en septiembre de 2023, Azerbaiyán terminó de ocupar y expulsar a todos los habitantes de la República de Artsaj en un nuevo episodio genocida, con la participación y la intervención de Turquía. El reclamo de justicia por el genocidio armenio y la posibilidad concreta de su repetición está tan vigente como hace 110 años», advierte.

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Imagen: Revista Livertá.

¿Qué significó la fundación de la República turca para el pueblo armenio? ¿Cuáles son las consecuencias históricas? ¿Existen en la actualidad peligros para un país como Armenia? ¿Por qué Turquía nunca fue condenada o sancionada por su responsabilidad en el genocidio?


Mouratian es claro en responder estas preguntas: «El Estado moderno turco fue edificado sobre la sangre de las víctimas de un proceso genocida y no sólo fue responsable de la última etapa del exterminio, sino también de hacer del negacionismo una política de Estado. No solo niega el crimen del pasado, sino que comete nuevos delitos. La República de Turquía y Azerbaiyán combaten, utilizando todos los medios a su alcance, cualquier avance o reconocimiento del genocidio, ya sea mediante sus representantes diplomáticos, presiones económicas e, incluso, amenazas y extorsiones».

Al respecto, Lomlomdjian denuncia que el Estado turco mantiene la política, desde su fundación, «de negación del genocidio armenio y enmarcar esta masacre y este crimen de lesa humanidad dentro de lo que fue la Primera Guerra Mundial». Según el discurso oficial turco, durante esa conflagración bélica, «se sucedieron batallas entre los armenios y los turcos, y también hablan de la reubicación de los armenios en otros vileyatos (provincias) de lo que era el Imperio otomano. Entonces, a partir de esta mentira y de esta deformación y reescritura de la historia, no nombran el genocidio y hablan de esta manera de lo que sucedió en 1915». 

El director de Nor Sevan también analiza que, si Turquía reconoce el genocidio armenio, debería «implementar medidas de justicia y reparación, ya sea en términos económicos, que serían las más dolorosas para el Estado turco, y también en términos culturales, que tendrían que garantizar que, en esos lugares donde vivieron los armenios en Anatolia, haya de vuelta la posibilidad de que exista cultura armenia».

Para Lomlomdjian, «estas últimas cuestiones pondrían en jaque al Estado nación turco, ya que no admite la plurinacionalidad de su conformación, por eso mismo, persigue y discrimina al pueblo kurdo, al asirio y a las decenas de nacionalidades que habitan el país». Con Recep Tayyip Erdogan al mando de Turquía desde hace dos décadas, el Estado turco «está enfocado en concretar su proyecto neotomano, inspirado en los Jóvenes Turcos que realizaron el genocidio armenio ―afirma el integrante de la UCA―. Su objetivo es unir a todos los pueblos turcos de la región: obviamente, con Azerbaiyán a la cabeza, con quien dicen ‘dos Estados, una misma nación’, y, después, también tiene acuerdos con los Estados túrquicos que están del otro lado del mar Caspio. Con esta política expansionista neotomana, que podemos emularla con el imperialismo norteamericano y con el sionismo israelí, Erdogan busca pasar a ser de un actor regional a un actor internacional fuerte en el marco de la geopolítica global».

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El actual gobierno armenio, liderado por el primer ministro Nikol Pashinián, está cuestionado por su postura ante el genocidio armenio y su posición frente a la pérdida de Artsaj. Esta política gubernamental se aplica en un contexto cada vez más frágil para el pueblo armenio, asediado por Turquía y Azerbaiyán.  

«Recientemente, el primer ministro Pashinián aseguró que el genocidio armenio no es prioridad en el marco de la política diplomática internacional armenia ―describe Lomlomdjian―. Esto quiere decir que no es una de las prioridades a la hora de hablar con los otros Estados para pedirles que reconozcan este crimen de lesa humanidad. Esta cuestión brilla por su ausencia a la hora de negociar con Turquía en el proceso de normalización de las relaciones diplomáticas y a la hora de hacerlo con Azerbaiyán en el proceso de paz y demarcación de las fronteras, tras lo que fue la guerra de los 44 días en 2020 en Karabaj y el desplazamiento forzado de los armenios en 2023, con la posterior entrega que hizo de Artsaj, cuando Pashinián dijo que eso es parte de la soberanía territorial de Azerbaiyán».

Mouratian recuerda que «si bien la República de Armenia no tiene demandas oficiales presentadas ante tribunales internacionales por el genocidio de 1915, es muy importante recordar la situación que enfrenta hoy el país. Desde el año 1993, tiene su frontera bloqueada con Turquía, tiene más de 250 kilómetros cuadrados de su territorio soberano, reconocido internacionalmente, ocupado por Azerbaiyán y una amenaza de guerra permanente por parte de los dos países». 

«El gobierno de Armenia viene intentando, sobre todo, en los últimos años, la firma de un acuerdo de paz y las respuestas que recibe de Azerbaiyán y de Turquía son permanentes concesiones que son contrarias a la legislación armenia e, incluso, a muchos principios del derecho internacional», alerta el director del CNA. 

El miembro de la UCA destaca que, ante la realidad armenia, su pueblo «va a seguir reclamando por el genocidio y va a marchar este 24 de abril en Ereván y en varias regiones. Toda la diáspora también seguirá reclamando por el reconocimiento del genocidio armenio por parte del Estado turco y por el retorno de los armenios de Karabaj a sus tierras ancestrales, así pueden vivir en paz”. 

En su última reflexión, Mouratian cree importante destacar que, en Argentina, «tenemos nuestros propios reclamos, como la soberanía sobre las Islas Malvinas, sobre la Antártida y, al igual que en Armenia y en Artsaj, nos asiste el derecho internacional en esos reclamos. Ante la falla de los organismos multilaterales cuando se legitima el uso de la fuerza como mecanismo para resolver los conflictos y se pueden violar todas las normas internacionales sin ningún tipo de consecuencia, es importante preguntarse cuáles son nuestras perspectivas y la de nuestro país para resolver esos reclamos que son fundamentales para nosotros, y tenemos que pensar cómo van a resolverse favorablemente en un futuro».

*Por Leandro Albani para La tinta / Imagen de portada: A/D.

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Palabras claves: Armenia, genocidio armenio, Turquía

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