La racionalidad colectiva y el juego de los tres tableros
Por Federico Zapata para Revista Panamá
La racionalidad colectiva
Todo gobierno coalicional supone un ejercicio colectivo en torno a tres dinámicas: la configuración de un equilibrio de poder entre los actores de la coalición (quiénes gobiernan), la definición de una agenda común (para qué gobiernan) y la generación de un mecanismo organizativo eficiente y eficaz de cara a las tareas gubernamentales (cómo gobiernan). El Frente de Todos, al momento, no ha logrado resolver satisfactoriamente ninguna de las tres dinámicas.
El problema tiende a invisibilizarse y al mismo tiempo a agudizarse, cuando alguno de los polos de poder de la coalición, confunde su racionalidad individual (sus intereses particulares y la galvanización de su base electoral) con la racionalidad colectiva de la coalición. Si alguna de las partes de la coalición logra imponer una agenda en la que maximiza sus intereses y al mismo tiempo fortalece la relación con su electorado, ¿por qué hablar de un problema decisional?
La teoría de los juegos nos proporciona una hipótesis: aunque las elecciones de cada actor puedan ser intencional e individualmente racionales, el resultado colectivo (la resultante de la interacción de múltiples racionalidades individuales) puede constituir un subóptimo socialmente no buscado, no planeado, y no deseado. Tomando prestada la metáfora de la vicepresidenta, “no hay que confundir nuestros gustos y preferencias personales con los intereses nacionales”.
¿Cómo opera y cuál es el canal de transmisión de esta disociación entre intereses particulares e interés colectivo en la coalición gobernante? Analicemos la dinámica coalicional a partir de un juego con tres tableros: el tablero político, el tablero gubernamental y el tablero económico. Los tres tableros tienen sus propias instituciones e incentivos, que modelan la interacción estratégica de los actores (sístole). Pero, además, los tres tableros tienen zonas de intersección y configuran un ordenamiento jerárquico con una cadena de causalidad, siendo el tablero político central para la racionalidad funcional de los tableros restantes (diástole). Profundicemos.
El tablero político
En el tablero político, que es la cúspide de los tableros, existe una disfuncionalidad que está generando problemas operativos en los otros dos tableros (el gubernamental y el económico): la dificultad para constituir el liderazgo político al interior de la experiencia gubernamental. Subrayo: no se trata sólo ni principalmente de un problema de Alberto Fernández, se trata de un problema de toda la coalición de gobierno.
¿Qué implica constituir un liderazgo? Dotar al Poder Ejecutivo de un músculo y una agenda propia, más allá de las agendas particulares de los polos de poder al interior de la coalición. Es decir, es legítimo que Cristina Fernández de Kirchner tenga y persiga sus intereses. Es legítimo que Sergio Massa tenga y persiga sus intereses. Pero es un error político mayúsculo, pensar que esas acciones, como por un libre juego de oferta y demanda, pueden dotarle de racionalidad colectiva al Poder Ejecutivo.
También es un error político que Alberto Fernández funcione -o entienda que esa es su función- como un ecualizador de esas agendas particulares. Sin entrar en discusión sobre los intereses particulares, el interés colectivo de los tres integrantes dominantes de la coalición, debería ser generar una nueva intensidad, universal, más allá de sus propias intensidades particulares. El fracaso en comprender e implementar las tareas colectivas -más allá de las particulares- abre un serio interrogante sobre la capacidad de la coalición para conservar la representatividad lograda en la elección de 2019 y para afrontar futuras competencias electorales.
En primer lugar, si Alberto Fernández se diluye en el polo de poder dominante de la coalición (Cristina Fernández de Kirchner), desdibuja su sentido histórico, su razón de ser, su valor agregado. No importa si efectivamente Alberto Fernández piensa o no como Cristina Fernández de Kirchner. Desde el punto de vista colectivo, es irrelevante. La coalición precisa que Alberto Fernández no sea redundante. El frentetodismo gubernamental necesita un Príncipe.
En segundo lugar, si el electorado (y las fuerzas políticas) en Argentina llegan a la conclusión de que toda ecuación coalicional con el kirchnerismo (hoy el principal accionista del peronismo a nivel nacional) es igual al kirchnerismo, entonces, la reputación del polo de poder dominante entra en crisis desde el punto de vista de la acción colectiva. El producto de la multiplicación por el factor kirchnerismo, nunca puede ser igual a “cero”.
En tercer lugar, Massa no está solo ni espera. Si la experiencia coalicional no es capaz de construir una nueva agenda de modernización, probablemente termine arrastrando también las aspiraciones legítimas de Massa. El dirigente -como la coalición- también necesita un Ejecutivo claro, ordenado, diferenciado y exitoso. Paradójicamente (o no), la cercanía de Massa al poder sin resolver la racionalidad colectiva del experimento, hoy lo aleja de su núcleo de votantes. Algo similar a lo que le ocurrió a Scioli en 2015.
En suma, la multipolaridad de una coalición gubernamental en un sistema presidencialista, requiere del empoderamiento del vértice gubernamental, que suele coincidir (aunque no siempre) con el “centro” político de una coalición. Pero como hay centros y centros, o interpretaciones de lo que implica ser centro de una coalición, vale una advertencia: no se fortalece una coalición gubernamental con una “multipolaridad conservadora”, una especie de “comisión” gubernamental en donde los acuerdos son tan mínimos, que no constituyen un programa. La unidad de una coalición gubernamental se fortalece en el marco de un “multipolarismo modernizador”, liderado desde el Poder Ejecutivo, que es donde se depositó el “valor agregador” de la representatividad de 2020. El tablero político con Alberto Fernández desempoderado, es un problema para los tres jugadores centrales de la coalición. Un juego sub-óptimo, que, además, condiciona en forma negativa la performance de los otros dos tableros.
El tablero gubernamental
En el tablero gubernamental, la crisis de un liderazgo colectivo ha empujado a una transición desde el “método incremental” dominante a lo largo de 2020 hacia lo que podría denominarse un “método hermenéutico”. El método incremental funcionaba como un esquema de pujas y vetos cruzados, con una agenda minimalista, muchas veces en pugna, y un liderazgo más enfocado en administrar tensiones internas que en conducir y transformar. Era sin dudas, un subóptimo desde el punto de vista de la eficacia gubernamental.
El método incremental, aún en su naturaleza imperfecta, suponía un equilibrio de fuerzas múltiples. Un multipolarismo conservador. Ese esquema comienza a entrar en crisis con la salida de Ginés González García del Gobierno, y termina de sellar su suerte con el desplazamiento de Marcela Losardo. Ambos movimientos, posiblemente inintencionalmente, le imprimen otra densidad a la carta pública de Cristina Fernández de Kirchner del 27 de Octubre de 2020.
En otros términos, si el polo principal de poder de la coalición (el kirchnerismo), se ha transformado en el único polo de poder coalicional determinante, entonces, las agencias gubernamentales y funcionarios públicos concluyen que para “funcionar”, deben actuar (o dejar de actuar) en base a lo que “interpretan” generaría rechazo o aceptación por parte del único liderazgo político constituido. El problema es que Cristina Fernández de Kirchner, legítima poseedora del capital político mayoritario de la coalición, no preside el Poder Ejecutivo y, por lo tanto, no tiene capacidad real de ordenamiento del aparato gubernamental. Entonces, el gobierno se transforma en un juego de lenguajes y sobreactuaciones simbólicas, sin profundidad de gestión.
Cristina Fernández de Kirchner expresaba esta misma preocupación en su carta del 27 de octubre del 2020: “…Después de haber desempeñado la primera magistratura durante 2 períodos consecutivos y de haber acompañado a Néstor durante los 4 años y medio de su presidencia, si algo tengo claro es que el sistema de decisión en el Poder Ejecutivo hace imposible que no sea el Presidente el que tome las decisiones de gobierno. Es el que saca, pone o mantiene funcionarios. Es el que fija las políticas públicas. Podrá gustarte o no quien esté en la Casa Rosada. Puede ser Menem, De La Rúa, Duhalde o Kirchner. Pero no es fácticamente posible que prime la opinión de cualquier otra persona que no sea la del Presidente a la hora de las decisiones…”.
Si el método incrementalista era sub-óptimo, el método interpretativo/hermenéutico implica, lisa y llanamente, poner en jaque la efectividad gubernamental, lo cual a su vez impacta en el tablero político, destruyendo capital político de todos los integrantes de la coalición.
El tablero económico
En el tablero económico, el giro copernicano de CFK el 19 de mayo de 2019, eligiendo a Alberto Fernández como cabeza de la fórmula electoral, tuvo como uno de sus objetivos reconstruir la relación entre el peronismo y el capital (sector privado). Ello requería (y requiere) de una nueva economía política (y una nueva política económica). Sin reformas estructurales capaces de construir un capitalismo argentino en condiciones de apropiarse de rentas internacionales en un mundo híper competitivo, es difícil imaginar que el empresariado tome decisiones de largo plazo y revierta el proceso de desinversión en marcha.
En 2020, el PBI per cápita de Argentina llegó a ser igual al de 1974. Es cierto, la pandemia profundizó nuestros problemas. Sin embargo, también es cierto que la pandemia acelera la necesidad de diseñar un modelo de acumulación sostenible. El problema es que, si la coalición no logra reconstruir una nueva intensidad nacional, y se disuelve en sus particularismos territoriales, la loable tarea cotidiana del peronismo en lo social, tiende a transformarse en una trampa: un movimiento con un relato focalizado en lo territorial y en lo social, sin un imaginario de futuro sobre el desarrollo nacional. El Estado AMBA: el conurbano como único foco y destinatario de la política pública.
Esa colonización particularista del ethos nacional del peronismo, tiende jerarquizar una línea de pensamiento sobre la economía con fuerte penetración en el progresismo de CABA: el “decrecimiento”. El decrecimiento “a la argentina” se ordena en torno a tres premisas conceptuales que han sido sistemáticamente refutadas por la experiencia empírica internacional:
Falacia 1 del decrecimiento: podemos desarrollarnos sin el sector privado. La puerta 12 del Estado. Todas las experiencias de desarrollo económico a nivel internacional, se han nutrido de un sector privado vigoroso y de un ecosistema público-privado, en donde gobierno y empresas forman parte de un mismo equipo y actúan como un mismo puño. No importa cómo piensan políticamente los empresarios. Importan los incentivos nacionales que generamos, para que los empresarios inviertan, generen riqueza y trabajo, agregan valor y exporten.
Falacia 2 del decrecimiento: podemos transformar el capitalismo desde la periferia. Argentina no va a transformar el capitalismo, porque los países periféricos -más allá de nuestra vanidad- no determinan las reglas de juego del tablero internacional. De hecho, y en contra de nuestros prejuicios, entre 1990 y 2017, el capitalismo a nivel mundial bajó la pobreza del 36% al 9%. ¿Cómo fue posible? El capitalismo es un sistema-mundo, pero en paralelo, cada país diseña, según sus fortalezas internas, la mejor vía para capturar rentas internacionales y desarrollarse. Argentina debe dejar de pelearse contra el capitalismo, y en todo caso, utilizarlo para desarrollarse, generar riqueza, trabajo y sacar a nuestros compatriotas de la pobreza.
Falacia 3 del decrecimiento: podemos distribuir sin preocuparnos por el crecimiento económico. La premisa implica que, el Estado puede grabar al capital sin preocuparse por el impacto en la inversión y la generación de empleo, y en paralelo, sin contemplar que, en una economía del conocimiento global, la presión impositiva no es un fenómeno nacional que pueda aislarse, sino que es la plataforma que diseñamos para que nuestras empresas compitan en el mundo, y para que nuestro país sea atractivo desde el punto de vista de la inversión. Si no abordamos la competitividad de nuestra economía en forma sistémica, terminaremos profundizando destrucción de trabajo (vía robotización) y/o compitiendo en el mundo vía salarios de subsistencia y moneda depreciada.
En síntesis, resolver el tablero político, implica también reordenar una nueva agenda de modernización económica. Sin atajos. Con urgencia. Una batalla cultural contra el decrecimiento y el subdesarrollo. Se dice desde la política: “la economía se activa por la demanda, bastará con poner plata en los bolsillos”. El supuesto (y la hipótesis) del “homo economicus”. Weber y el joven Marx introducirían un sano escepticismo sobre esa afirmación. Ambos pusieron especial énfasis en dilucidar los aspectos no-económicos del capitalismo. Revertir nuestra declinación nacional, va a requerir mucho más que una inyección de demanda. Y la respuesta no está sólo en la capacidad técnica de nuestro Ministro de Economía. Está en el tablero político.
*Por Federico Zapata para Revista Panamá / Imagen de portada: Revista Panamá.