La herida más larga del mundo
El reconocimiento estadounidense de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental pone de manifiesto la escalada de tensión que vive un conflicto con más de 45 años.
Por Laura Navarro Soler para El Salto Diario
Con muestras de orgullo y camaradería geopolítica, David T. Fisher, embajador de Estados Unidos en Marruecos, entregaba, el pasado 12 de diciembre, un mapa al rey Mohamed VI donde aparecía el territorio del Sáhara Occidental completamente anexionado a su reino. Con este gesto, se dio por más que zanjada la posición de Estados Unidos de reconocer al reino alauí su propiedad sobre el territorio del oeste del Sáhara. Así se sellaron también las relaciones entre Marruecos e Israel. Más aún, The New York Times asegura que el plan de Estados Unidos es invertir 3.000 millones de dólares en Marruecos en los próximos años.
Aunque entregar un mapa al que le falta una fina línea divisoria pueda parecer un gesto casi anecdótico, para marroquíes y saharauis es mucho más que eso; lo es todo. Representar al Sáhara Occidental con una línea continua o una línea discontinua es igual a reconocer o no la soberanía de un pueblo que lucha por recuperar su territorio.
Antes de que los países europeos se repartieran África en la Conferencia de Berlín (1884-1885), la población saharaui era nómada y se movía por las tierras del oeste del desierto del Sáhara según avanzaban o desaparecían las nubes cargadas de lluvia. En la actualidad, una parte de los saharauis viven reprimidos en una región amurallada y controlada por el gobierno de Marruecos; la otra parte vive expulsada en campamentos de refugiados cerca de Tindouf, en Argelia. Esta es la situación que se mantiene desde hace más de 40 años.
Provincia española abandonada
Desde que, en 1975, España rompió su promesa de organizar un referéndum de autodeterminación y cedió el territorio a Marruecos, miles de saharauis viven en cinco campamentos, o wilayas, ubicados en el sur de Argelia. Estos campamentos, en los que se calcula que viven cerca de 173.000 personas, recibieron los nombres de las principales ciudades del Sáhara Occidental actualmente ocupadas por Marruecos: Al Aaiún, Dajla, Esmara, Auserd y Bojador, tal vez para sentir su tierra más cerca.
El Sáhara Occidental vive dividido por una herida longeva y profunda. El muro que lo divide, el tercero más extenso del mundo, es la viva imagen de ella. Entender un conflicto es una tarea compleja; para comprender el conflicto del Sáhara Occidental, es importante no olvidar el papel que tuvo y que puede ejercer España. Y es que España es, a día de hoy, la potencia administradora del Sáhara Occidental -bajo el artículo 73 de la Carta de las Naciones Unidas- y una de las piezas clave para cerrar uno de los conflictos más largos de la historia reciente.
Uno de los días que más se recuerdan de la historia del conflicto es el 6 de noviembre de 1975, cuando el rey Hassan II impulsó la Marcha Verde y decenas de miles de civiles marroquíes entraron en el Sáhara Occidental. Desde el prisma de millones de ciudadanos marroquíes, es el día en que se recuperó una tierra que les pertenecía; desde el punto de vista saharaui, fue el día en que empezó el expolio y la espera de un referéndum de autodeterminación.
En 2021, habría hecho 30 años del alto al fuego entre el Frente Polisario y Marruecos. Sin embargo, el pasado 14 de noviembre, se rompió la tregua y el Polisario declaró la guerra después de varios episodios de tensión en la zona del Guerguerat, al sur del territorio saharaui. “En Guerguerat, acaba el muro de defensa marroquí -es decir, el territorio bajo la autoridad de Rabat- y es allí donde, hace años, se abrió una aduana marroquí para tramitar las exportaciones e importaciones que transitaban de un país a otro -explica el periodista Ignacio Cembrero en El Confidencial-. El Polisario considera ‘ilegal’ esa aduana marroquí”.
Tercera generación que nace refugiada
La costa del Sáhara Occidental, una zona muy rica en reservas pesqueras y yacimientos de fosfatos, que hace unas décadas era habitada por los saharauis, les fue arrebatada. Por el contrario, los campamentos se encuentran en pleno desierto, en condiciones climáticas adversas, escasez de agua potable y rodeados de tierra estéril. La COVID-19, sumada a una epidemia ganadera, ha agravado todavía más la situación.
Dado que los refugiados saharauis llevan más de 40 años en Tinduf, en un campamento saharaui se puede encontrar escuelas, tiendas, barberías, espacios donde se realizan actividades culturales y puntos de atención médica -aunque los medios y los recursos son muy escasos-. La población saharaui está dividida por igual entre hombres y mujeres. Más de un tercio de su población (38 por ciento), no obstante, tiene menos de 17 años.
Aparte de lidiar con las condiciones climáticas que representan vivir en la hamada argelina y disponer de escasos recursos, los saharauis que residen en los campamentos no pueden acercarse a la zona controlada por Marruecos. Un muro de más de 2.700 kilómetros divide el territorio y está rodeado de minas antipersona. En 1980, en mitad de un período tenso de reconocimientos y negaciones del territorio en conflicto, Marruecos -con la ayuda de expertos israelíes y la asistencia financiera de Arabia Saudita- empezó la construcción de un muro para mantener controlada la zona del Frente Polisario.
Más de siete millones de minas
No se trata de un solo muro, sino de seis tramos que se construyeron de 1980 a 1987. En conjunto, suma más de 2.700 kilómetros de barreras de arena de dos o más metros de altura; cada cinco kilómetros hay una fortificación. Su extensión lo convierte en el tercer muro más largo del mundo, controlado por una gran variedad de armamentos, como lásers, cámaras, metralletas, fortificaciones y, sobre todo, muchas minas; según el Servicio de Minas de las Naciones Unidas (UNMAS, por sus siglas en inglés), es una de las zonas con más minas del mundo.
La población saharaui llama al muro Al Yidar y sabe perfectamente los peligros que comporta acercarse a él. Según la organización Mine Action Review, a finales de 2019, se confirmaron un total de 51 áreas como sospechosas de contener minas antipersona y antiaéreas al este del muro, que cubren un total de 275 kilómetros. La organización asegura que ha retirado 7.871 minas de la zona este del muro, aunque quedan más de siete millones de ellas. Para paliar sus efectos, la población local y pastores nómadas reciben educación sobre el riesgo de las municiones explosivas.
La Asociación Saharaui de Víctimas de Minas Terrestres (ASAVIM), una entidad para los supervivientes en los campamentos de refugiados y zonas liberadas saharauis, es responsable de la promoción de asistencia a las víctimas y su inclusión en las existentes iniciativas de desarrollo y de formación. Existe una base de datos para las víctimas de minas y municiones sin estallar en el Sáhara Occidental, que arrancó la Action on Armed Violence (AOAV). El número de víctimas de minas incluido hasta ahora en la base de datos es de 1.340 víctimas, de las cuales 454 son víctimas con miembros amputados.
Cada día mueren o resultan gravemente heridas 26 personas en el mundo por culpa de las minas antipersona, según la Organización Internacional para la Prohibición de Minas. En los últimos 12 años, tan solo en la zona este del Sáhara Occidental, han habido más de 1.000 víctimas y la gran mayoría, tal y como asegura la organización, fueron civiles. Y es que la población local es quien sufre las consecuencias, y no solo durante los periodos de conflicto abierto, dado que las minas no se retiran. Así, más de 2.500 personas han muerto desde 1975 en el Sáhara Occidental debido a este armamento; en 2018, hubo 22 fallecidos.
*Por Laura Navarro Soler para El Salto Diario / Foto de portada: Cristian Sarmiento