Joe Biden, sólo pregunto
El presidente electo de Estados Unidos tiene un largo historial en las filas conservadoras de su partido, además de impulsar guerras y planes de desestabilización en varios países.
Por Maciek Wisniewski para La Jornada
Si bien hay mucho que festejar con la derrota de Donald Trump, pecando de ingenuidad y por una duda que tengo, quisiera preguntar si el rasgo principal de la presidencia de Joe Biden será articular los lazos con sectores progresistas de su campo y estar abierto a las presiones desde abajo, o seguir -en esto, al final, se basó su estrategia electoral- apostando a un mix de neoliberalismo y neoconservadurismo, cortejando y cooptando a los republicanos disidentes (por ejemplo, a Mitt Romney) -dadas las comparaciones de Trump a Hitler y de su periodo al fascismo, todo ya empieza a parecer la operación Paperclip en la que Washington reclutaba a los ex nazis- para ir cerrando el horizonte de posibilidades y sofocar el clima social que podría abrir el camino a los verdaderos cambios en Estados Unidos.
¿Existe mejor muestra de su gatopardismo -siendo Joe Biden la encarnación del consenso neoliberal que mató la política y parió a Trump- que su postura en la pandemia de la COVID-19, ante la cual, contrario a la izquierda de los demócratas, se negó a ofrecerles a sus ciudadanos el acceso a la salud universal -su pragmático, o sea, corto plan (Medicare for All), apenas se mencionó en la campaña−, plantando nomás una cara experta y aferrándose a la vulgata neoliberal dictada por corporaciones y bancos que sostienen el sistema de salud (y económico) funcional a los ricos?
¿Cuál, disculpen, será -frente a sus llamados a reafirmar la posición internacional de Estados Unidos- su primer país bombardeado? El presidente electo ya tiene todo un gabinete de guerra para restablecerla; como senador, fue un arduo promotor y arquitecto de guerras en Afganistán e Irak, y figura clave para gestionar el apoyo bipartidista para hazañas neoimperiales de George W. Bush. Siendo vicepresidente, junto con Barack Obama, bombardeó a más países que Bush Junior.
¿Supondrá su presidencia también el apretar el tornillo a los migrantes para satisfacer -por el bien de la unidad nacional- la base trumpista? Durante su vicepresidencia, solía referirse a los centroamericanos, niños incluidos -que él y Obama deportaban a cifras récord, más que Trump-, como una peligrosa oleada.
¿Cuánto tiempo pasará hasta que, tras el siguiente asesinato de un afroestadounidense por un policía (blanco), la dupla Biden-Harris salga a defender a la policía en lugar de a la víctima (olvidando, de paso, que el voto negro les dio buena parte de la victoria)? En #BlackLivesMatter, nunca se trataba de Trump. El problema es el racismo estructural/institucional y la impunidad. ¿Joe Biden, uno de los principales legisladores del sistema carcelario masivo-racializado y de la militarización de la policía (Crime Bill/Patriot Act), y Kamala Harris, otro pilar del sistema carcelario y ex fiscal de California, que carecía de mano firme en casos parecidos, como una esperanza? ¿De veras?
¿Cuánto tardará Biden en empezar a conspirar con golpistas, libertarios, ultraderechistas/fascistas y fuerzas del orden en Bolivia, en contra de su nuevo presidente, Luis Arce? ¿Cuánto tiempo tardará en instrumentalizar a la OEA y la DEA -siendo uno de los principales promotores de la guerra a las drogas en Estados Unidos y en la región- en contra de Arce? En sus tiempos de vicepresidente, Washington instigó o bendijo el golpe parlamentario-judicial en Brasil contra Dilma Rousseff y la subida de Michel Temer, quien le abrió el camino a Bolsonaro (que hoy puede ser el huérfano de Trump, pero es un hijo de Obama y Biden); el brutal golpe en Honduras, la remoción de Fernando Lugo (Paraguay), la intentona golpista en contra de Rafael Correa (Ecuador), los constantes ataques a Venezuela y las restauraciones en Argentina y Chile (Mauricio Macri, Sebastián Piñera).
¿Revertirá este político, conocido -igual que su vicepresidenta- por el incondicional apoyo a Israel, algunas de las decisiones de Trump en Medio Oriente: el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, el traslado de la embajada allí, el reconocimiento de los Altos de Golán, el “Acuerdo del Siglo” que arrasó con Palestina soberana (y sepultó de paso la quimera de solución de dos estados), los basados en él llamados “acuerdos de ‘paz’/normalización” con Bahréin, Emiratos Árabes Unidos y Sudán, etc., que no sólo demolieron la región, sino el derecho internacional? (Esta es una pregunta retórica: el presidente-electo ya dijo que no).
¿Llevará a cabo Biden alguna suerte de destrumpificación -o dadas las analogías históricas respecto a Trump, una desnazificación de Estados Unidos−, un proceso de limpia que, sin importar su modelo (Núremberg, Sudáfrica, “Reconstrucción bien hecha”), no sería mala idea o encabezará solamente una hueca sanación nacional y una gloriosa restauración que, ante su propio neoliberalismo, conservadurismo, crecimiento de su ala reaccionaria vía cooptación, aversión a cambios estructurales y pretensión de volver no más a 2015, acabará, a lo mucho, en un efímero interregnum entre -tratado ya como un accidente- Trump y algo peor? ¡Welcome back to Weimar!
*Por Maciek Wisniewski para La Jornada / Foto de portada: A/N