Pradera, joyería botánica artesanal
Florencia Esteban es una artista artesana que recupera detalles naturales de las sierras y los encapsula en objetos de resina. Flores, hojas y recuerdos, todo guarecido del tiempo y resguardado en piezas de joyería para siempre, siempre, conectar con la vida.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Unas florcitas blancas, una hoja -mínima- verde en una pieza de resina. Mientras sacamos fotos de los montes incendiados, Ana se mete entre los molles y los aromos carbonizados, y lleva la naturaleza anterior, la sana, la conservada, en un dije de Pradera Artesanal. «¿Dónde compraste eso, Anita?». «En las Feministas Trabajando, hay una piba que hace magia en su oficio», responde mientras saca la cámara y retrata el paisaje que es, post incendios, la antítesis de su joya.
“La posibilidad de apreciar la maravilla que es el mundo en que vivimos y poder lucirlo, poder valorarlo”: eso responde Florencia Esteban cuando le pregunto acerca del motor de su proceso artístico. La marplatense, que vive en las sierras de Córdoba hace una década, es joyera y diseñadora, y se especializa en una técnica llamada inclusión en resina.
Ella hace microrelatos del mundo natural y los encapsula para llevar. Hace un takeaway artístico de deseos, sobre todo, algunos agudizados en este año de encierro: salir a caminar al monte, estar en modo vacaciones escuchando el río, descubrir flores silvestres que nunca viste. Florencia dice que se toma el atrevimiento de perpetuar esa magia efímera que tiene la naturaleza. Contra el correr del cotidiano, en su joyería, congela el tiempo de la naturaleza, se toma la licencia de conservar. Pero eso sí, en clave de tributo.
“Detrás de esto, por un lado -y ahí es donde aparece lo del tiempo-, está conservar lo que me conmueve. Por otro lado, también tengo la posibilidad de perpetuar recuerdos de otras personas, que se acercan a pedirme piezas especiales… Entonces, me da la posibilidad, de repente, de perpetuar un material botánico relacionado a un momento importante para alguien o que está relacionado con una persona significativa para otre”, dice Flor.
La inclusión en resina es una técnica muy versátil que permite dejar, dentro de cuerpos tridimensionales de epoxi, lo que queramos. En este caso, la artista selecciona de la naturaleza pequeñísimos detalles que elige con cuidado. “Mi mayor motivación creo que es la posibilidad de acercar el entorno natural a otres y la posibilidad de que lo aprecien. Muches no tienen la suerte de vivir mirando en detalle flores, hojas. Por ejemplo, los hongos: ¡Hay personas que han podido verlos muy pocas veces en sus vidas! De repente, en una pieza artesanal está la posibilidad de verlo, de conservarlo y valorarlo (más que nada). Ese es el motor de mi proceso artístico: la posibilidad de valorar lo maravillosa que es la madre tierra”.
Florencia cuenta a La tinta algo que es obvio cuando conocemos sus joyas: dice que es una persona a la que le gusta mucho observar. Cuenta que siempre le inspiró estar en contacto con la naturaleza y mirarla, contemplarla, tanto a la flora como a la fauna y a la interacción que se genera entre ambas. Aclara -como si hiciera falta- que, aunque algunos diseños parecen simples (por ejemplo, puede haber solo una flor), es muy detallista en la elección de qué flor cortar, cuál secar y, una vez seca, cuál usar para una pieza. Y refuerza, en sus palabras, lo exigente que es.
“Si hay algo que disfruto mucho de este oficio es la posibilidad de hacer coexistir diferentes materiales botánicos que, en estado natural, difícilmente se hallarían todos juntos, pero que, en el momento de sentarme a diseñar una nueva pieza, puedo visualizar la comunión entre sí. Podría decir que así nacen mis piezas… sin nada planeado, sentada ante las posibilidades del momento, entregada al presente, confiando en ese resonar del instante y alquimizándolo en el plano material”, cuenta, y con esas palabras potencia la idea de arte integral.
La artista hace foco en la joyería como oficio. Hace unos años, se enamoró de unos trabajos en resina que vio en redes y, a partir de eso, se puso a estudiar y experimentar. Relata, con sensibilidad, que el empujón más importante se lo dio su papá una Navidad, en Mar del Plata: “Le mostré lo que quería hacer y me dijo: ‘Hacelo porque te va a ir bien’. A partir de esa bendición, empecé a investigar. En ese momento, no estaba para nada difundida acá en Argentina esta técnica (yo la había visto en otros lugares), así que fue todo completamente autodidacta, muchísima indagación para secar las flores y para hacer las piezas, y durante mucho tiempo estuve así, probando. Recién a mediados del año pasado, hice un taller con una profe en Buenos Aires, que me dio el impulso para mejorar mucho la calidad de los productos”.
Flor trabaja y disfruta de lo que hace. Es que el quehacer artístico es un lugar donde descubrirnos, donde crecer, donde permanecer: “Empoderada, creo, aquí estoy. Encontrar un oficio que te gusta, que te apasiona y que te inspira es un espacio de empoderamiento increíble. Siempre lo había pulsado adentro mío y llegó en el momento que tenía que llegar”.
*Por Soledad Sgarella para La tinta. Fotos: Bianca Bertorello.