La pelu de la Keka: cartografías capilares y expresión de las disidencias
Colores fantasía, rapados, flequillos, canas libres y la vuelta a los rulos conforman un lenguaje por fuera de los bordes que impone el modelo de belleza hegemónica. Visitamos una peluquería que guarda miles de historias que expresan las formas disidentes de las identidades y los deseos.
Por Redacción La tinta
Hay emprendimientos autogestivos que proponen constantes desafíos estéticos y políticos, la pelu de la Keka es uno de esos lugares. En pleno barrio Güemes, desafiando un modelo de consumo y gentrificación, unos sillones amables te esperan. Libros de poemas de El brote, Escritura creativa -otro espacio autogestivo de Córdoba-, libros de botánica y el Cuerpo sin patrones, una compilación de activismo gordo. El pañuelo verde y la bandera LGBTTTQ+ que cuelgan de una de las paredes, plantas y potus. Así se traza una geografía política que te da la bienvenida a la peluquería.
Históricamente, los espacios de belleza, particularmente los destinados a feminidades, estuvieron asociados con lugares donde se reafirman mandatos y modelos binarios hegemónicos. Hoy, cada vez más, crecen propuestas que disputan esas formas y se vuelven un oasis. Ir a la pelu o a una barbería puede ser una actividad disfrutable y de encuentro.
Erika Armada, la “Keka”, como la conoce todo el mundo, hace siete años está frente al proyecto Peluquería de Salón Erika Armada. Los primeros cuatro años tenía la pelu montada en su departamento y, hace tres, abrió el local. El clima ahí es de hogar y de fiesta, no hay jerarquías laborales y tiene la certeza que desde la autogestión es posible crear espacios más amables y cuidados, pero, sobre todo, de libertad de movimiento. Conversamos con la Keka.
“La autogestión nos permite tejer redes, resistir y crear espacios de lucha. En la pelu, tanto yo como muches, encontramos un refugio, un lugar donde nos construimos y transformamos. A veces va de la mano de un corte o un color, y otras muchas desde las charlas y las vivencias que habitamos ahí. La autogestión implica repensarnos todo el tiempo, reinventarnos constantemente y eso muchas veces se hace cuesta arriba, pero sabemos que es por ahí el camino”, dice Keka con total convicción.
Sentarse en el sillón de la pelu es casi como el sillón de une terapeuta. Apenas apoyás tu cuerpo, comienza a fluir una catarsis y, entre tinturas, papeles aluminio, tijeras y secador, aparecen relatos e historias que colorean el tiempo.
“La pelu es un espacio donde estar y expresarnos de la manera que nos sale y elegimos, compartir con otres, hablar de nuestras cosas y procesos de cambio. Me ha permitido descubrirme y transmitir mi deseo desde mi expresión de género. La pelu me acompañó en lo que quiero ser o cómo quiero estar, y no solamente por haberme puesto un color, me permitió explorarme y entender que nada está definido y es una constante búsqueda. Me ayudó a descubrir mi subjetividad marica desde un lugar estético, político y ético”.
Arielle Aybar
La propuesta estética de la peluquería está definida en dos conceptos: “Estilismo y alquimia”, para Keka, eso es “mezclar, crear estilos, técnicas y colores para que cada quien se sienta cómode con lo que quiere mostrar o habitar en ese momento. La idea es ir buscando cosas juntes, conociéndonos, transformándonos”.
Keka nos cuenta que en la pelu son tres trabajando. Ana es quien recibe las consultas, organiza la agenda y hace un acompañamiento muy amoroso y dedicado de cada persona que pasa por el local. “Le decimos ‘Anita manitos de seda’, porque cada persona que pasa por sus manos en el lavacabezas tiene un momento de relax o siesta asegurada”. Sol hace un año que se sumó al equipo, hace cortes y colores. “Sus manos crean cosas increíbles y su trabajo tiene un sello personal que es muy característico”.
Keka hace colores, cortes y coordina el espacio. Nos cuenta que desde siempre le cortaba el pelo a sus amigues, hasta que decidió tomar un curso de “peluquería” en una academia donde no se sintió tan a gusto. «Inmediatamente me cambié porque la forma en la que enseñaban no era la que yo entendía de la peluquería, como el arte de cortar y teñir pelos. Seguí buscando por otros lugares y, al poquito tiempo, empecé a trabajar. Pasé por peluquerías muy chetas, por lugares ‘robotizados’ donde la gente entraba y salía, y quienes atendíamos no podíamos tardar más de 20 minutos en un corte, respirábamos formol todo el día y encima teníamos que decir que no hacía mal”, recuerda Keka.
Esos tránsitos hicieron que decidiera impulsar un espacio propio, con su impronta y sus deseos puestos a circular entre el espejo y las tijeras. “Deseaba que mi pelu sea un espacio de encuentro y transformación. Un lugar personalizado y transfeminista”. La prioridad, nos dice, es el respeto a la identidad de cada persona y la posibilidad de encontrar un estilo propio, en el que cada quien se sienta cómode. También remarca que otro de los pilares de la propuesta está centrada en el cuidado de la salud capilar, que es una opción profundamente política. “No hay soluciones mágicas ni tratamientos milagrosos, sino que trabajamos cuidando y enseñando a prestar atención a lo que necesita y quiere nuestro pelo y nosotres. Una pelu libre de formol y, en lo posible, libre de parabenos, sulfatos y siliconas”, manifiesta la Keka.
“Año a año para la Marcha del Orgullo, la pelu ha sido casa, búnker, hogar, familia, manada, tribu. Un espacio de ritual entre amigues de lucha por cosas que nos encuentran en las disidencias y en otras luchas y resistencias. Un espacio para ranchar en la previa de otras marchas, como la de Ni una Menos, de salud mental, entre otras. Un espacio que nos permite estar con nuestras corporalidades y deseos”.
Arielle Aybar
Nos guste más o menos, todo el mundo se detiene en algún tipo de estética preferible. En todo caso, de lo que se trata es de disputar posturas morales y condenatorias normadas por formas hegemónicas de entender las corporalidades. Se trata de combatir y abandonar la policía moral de los cuerpos, porque nos encanta pensar nuestras existencias desde lo performático de la estética. Porque la construcción de las identidades es tan variada como la que nos ofrece la pantonera capilar.
“La disidencia puede expresarse en lo que nos hacemos en el pelo. Es un rotundo sí, una afirmación. La pakinorma trata de meterse en cada fibra de nuestro cuerpo y de nuestra vida. Poder elegir formas de habitar nuestra expresión de género es salirnos un poco (más) de ese deber ser heteronormado. En mi paso por la pelu, no solo me sentí contenido en un espacio seguro, sino que me animé a probar cosas para descubrir lo que me hace sentir más ‘yo’. Y fue la primera vez que empecé a ir a cortarme el pelo para gustarme a mí y no para pensar en el resto. Es un momento donde sé que puedo ser genuino sin que haya miradas que juzguen. Se lo deseo a todo el mundo”.
Muy pute, ilustrador y puto
Glitter, color y fantasía para la revolución
Los colores fantasías son una declaración de principios expresada en los cabellos, un viaje de ida que rompe con los ideales de belleza. Con el pasar del tiempo, se volvieron mainstream, pero hubo épocas donde a quienes se teñían de verde, fucsia o azul, la calle, sus trabajos, la familia les devolvía una mirada inquisidora y una pregunta incisiva: «¿Por qué te hiciste ese color?». Los marcos sociales de aceptación, de la mano de los activismos feministas y disidentes en este último tiempo, se ampliaron y el espacio público se llenó de colores y glitter.
La paleta de fantasía, el rapado en los costados o la nuca, el -para muches- amado flequillo y su versatilidad son formas de experimentación y exploración, una posibilidad lúdica de pensarnos, una performance en la construcción de las identidades, porque la autoconstrucción es infinita, como infinita es la gama de colores.
Toneladas de memes hablan del cambio de color de pelo, los cortes de flequillo, sobre todo en este año que la cuarentena nos alejaba de las pelus. Cambiarse de look como un recurso terapéutico, como una reafirmación, por depresión, por aburrimiento, por la ansiedad, por puro gusto y deseo. Una épica performativa posmillennial, una metáfora de fantasía en un mundo en colapso.
“Los colores fantasía nos abren las puertas a un mundo de juego y ruptura con lo establecido. Yo me tiño el pelo desde chica y les que teníamos los pelos de colores en ese entonces éramos tildadas de freaks, punks, etc. Tener el pelo con colores fantasía es un abanico de infinitas posibilidades. Yo con mi pelo comunico mis estados de ánimo y mi forma de estar en el mundo”, dice Keka y agrega que “la forma de explorar sin culpa y conectando con el deseo no es de ahora, sino que se remonta mucho más atrás, de la mano de las disidencias. Por ejemplo, el punk fue uno de los primeros movimientos que, a finales de los 70, expresó la insatisfacción a través de la música y la estética. Los feminismos posibilitaron otras formas de pensar nuestro habitar el mundo conectando con lo que deseamos, por ejemplo, desde una estética en particular que siempre está en constante transformación”.
¿Es una expresión política lo que elegimos para hacernos en nuestras cabelleras? ¿Así como en los productos que consumimos para el pelo? ¿Portamos formas de vida a través de nuestros pelos? Estas son algunas de las preguntas que nos venían rondando y se las lanzamos a la peluquera estrella en esta conversación.
“El corte de pelo acompaña una vivencia de género ‘más cómoda’ y la permite, la posibilita, le puede dar origen. El pelo es una parte esencial en una identidad disidente y, por lo tanto, el corte es una postura política de resistencia y existencia ante un sistema que norma constantemente cómo tenemos que ser. Es importante dónde y con quién nos cortamos. Yo siempre tuve una vida muy conectada con mi pelo, hasta que me empezó a incomodar. Venía de un pueblo del interior donde se me tildó de lesbiana mucho antes de que yo pudiera asumirlo públicamente con palabras. Esa violencia me llevó a buscar formas de ocultar mi identidad lo más que pudiera, para no sentirme mal mirada, pero al final, era yo la que me miraba mal porque no me encontraba, no me sentía yo, teniendo un pelo largo. Hace un par de años, llegué a la ‘pelu de la Keka’, llena de miedos y tímida. Cuando terminó y me mostró el corte desde todos los ángulos posibles, realmente me gustaba y el resultado me provocó un alivio eterno, y salí orgullosamente lesbiana”.
Luz Granado
Para la Keka y para nosotres, todo pelo es político y, por lo tanto, toda expresión en nuestros cabellos lo es, porque nuestro habitar el mundo lo es. “Lo que elegimos llevar en el pelo o en la ropa es una forma de visibilizarnos frente a un mundo hostil que todavía sigue imponiendo sólo algunos modelos de belleza como los únicos posibles, válidos o accesibles sólo para ciertes cuerpes e identidades. La movida de rulos que se viene armando hace unos años me parece algo muy zarpado, además de ser una liberación, es un reconocerse desde otros lugares posibles. Es conectar con el deseo y con lo que necesitamos, es ser más amables con nosotres y con el mundo, lo mismo pasa con las personas que deciden dejar de teñirse las canas y hacer la transición a su pelo natural. A través de nuestros pelos, portamos lo que queremos ser en ese momento, lo que estamos transitando, los descubrimientos que vamos haciendo de nosotres mismes, todo es movimiento y el pelo también”, nos responde Keka.
Cada persona llega a su pelu buscando algo diferente, a Keka eso le parece mágico. También para muchas personas es un tiempo que se regalan, para conectar con el deseo, para dormir una siesta mientras esperan que se les haga el color, para compartir charlas, debates. Hay quienes allí encuentran redes ante situaciones difíciles o espacios amables a los que sumarse y ser parte. “Muchas personas buscan un espacio cuidado donde no van a ser juzgades, donde cada fantasía es casi siempre posible, donde le van a cuidar el pelo y donde van a respetar sus deseos”, dice Keka y quienes pasamos por ahí sabemos que es así.
*Por Redacción La tinta / Imágenes: La tinta.