Cruz del Eje, un diario centenario y el último linotipista

Cruz del Eje, un diario centenario y el último linotipista
14 octubre, 2020 por Ezequiel Luque

En la ciudad de Cruz del Eje, al noroeste de la provincia de Córdoba, funciona desde 1923 el diario La Idea. Es uno de los pocos periódicos que todavía imprimen sus páginas letra por letra con linotipos móviles de plomo y Ubelino Castro Cuello es el último trabajador que conoce el arte de hacerlo. La asociación civil que acompaña al diario impulsa desde hace años que se enseñe el oficio, se restaure el edificio de la imprenta y se desarrolle un museo activo y un centro cultural.

Como si fuera un presagio de que esta nota me iba a dejar algún tipo de mensaje, apenas terminé de entrevistar a uno de los últimos representantes de uno de los oficios más artesanales del mundo, se me rompió la cámara digital. En realidad, no se rompió todo, sino que «falló la memoria». Irónico que justo esas sean las palabras elegidas por mi computadora para decirme que había perdido el trabajo que había hecho los últimos dos días, cuando absolutamente todo lo que rodea al diario La Idea de Cruz del Eje y a su imprentista, Ubelino Castro Cuello, evoca memoria. Envalentonado, volví a ir.

Ubelino Castro Cuello tiene setenta y pico de años, y desde los 14 que es parte del diario La Idea, periódico creado en 1923 y que, aún hoy, es el único periódico local en papel de la ciudad de Cruz del Eje. No sólo eso, sino que La Idea ocupa un lugar entre el selectísimo grupo de periódicos del mundo que aún imprimen sus páginas con linotipos móviles de plomo.

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Sólo imaginen tener que componer notas, páginas, un diario entero, y tener que hacerlo letra por letra. Es decir, tener una sala llena de muebles con cajas tipográficas con miles de letras, ordenadas en un orden que sólo ustedes conocen; seleccionarlas y ponerlas en un párrafo, una al lado de la otra, pero con la particularidad de que tiene que ser de derecha a izquierda, al revés, y espejadas. Todo esto a una velocidad increíble. De eso, trabaja Ubelino.

Hace quinientos ejemplares -que es, más o menos, la cantidad de suscriptores que tiene el periódico- que van a buscar el diario a la vieja casona ubicada a la orilla del ferrocarril o los reparte a domicilio el propio Ubelino junto con su hijo Fito.

La parsimonia con la que don Castro hace su tarea es de un planeta donde la ansiedad y la impaciencia no están tan a la orden del día, como estamos acostumbrados. Componer una página puede tardarle uno o dos días de trabajo completo. Con sólo la compañía de la radio –«Ya no estás más a mi lado, corazón. Y en el alma solo tengo soledad», tararea el tango de fondo-, Ubelino caza las letras mirándolas desde medio metro de distancia y va armando un mandala de caracteres, que forman oraciones, que se transforman en párrafos y, luego, columnas y páginas enteras. Una vez completadas las placas, van allí mismo a la máquina: pone la tinta negra, gira la rueda, entra la página blanca y sale escrita. No son muchas las ocasiones en las que uno puede ver el proceso completo de algo, toda la cadena de manufactura.


Él vive cerca de la esquina donde funciona la imprenta, pero hace un tiempo ya que decidió mudarse y vivir ahí mismo: «Hace un año que no voy a dormir a mi casa. Entre estar solo allá y solo acá, prefiero acá. Mi hijo tiene un bolichito acá cerca y voy y como ahí», me dice. El lugar está tan deteriorado que da miedo y la casona antigua tiene unas grietas en las paredes que dejan entrar la luz.

—Una vez, vengo y veo una luz para allá, entre las grietas de la pared. «Habré sido tan estúpido de dejar la luz prendida», pensé. Voy a ver y no estaba el techo de la habitación del lado, se había caído.

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Cuando se murió el último Pedernera (el fundador fue Nicolás y, luego, su hijo Temístocles siguió con el diario hasta 2004), se conformó un grupo de voluntarios para evitar que el diario centenario se pierda. Casi una década más tarde, se formalizaría la asociación civil de Amigos del diario La Idea, que son quienes impulsan, desde hace años, la necesidad de restaurar el lugar, hacer un museo activo que esté en el circuito turístico de Cruz del Eje, enseñar el oficio de linotipista a nuevos aprendices e, incluso, armar un centro cultural en el lugar donde funciona la imprenta -el diario tiene un patio increíble, donde, a veces, se realizan eventos y peñas para juntar fondos-. Lamentablemente, el interés de los gobiernos municipales ha sido, hasta ahora, escaso o nulo.

Cristina Cafure integra la asociación civil que gestiona el medio desde que fue invitada a participar del proyecto por el abogado Dreifo Álvarez, quien había colaborado con Pedernera durante los últimos años. Ella me cuenta que una de las tareas más urgentes es el rescate del archivo histórico de La Idea.

Durante décadas, los ejemplares históricos se estuvieron deteriorando día a día apilados contra la pared, expuestos a goteras, a la humedad, al calor, a la tierra y a cualquier tipo de alimaña que decidiera incursionar en la coma de papel. «Allí hay parte de la memoria de los cruzdelejeños y los cordobeses», asevera.

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Hace tres años, la cátedra de Preservación y Conservación de Documentos, de la carrera de Archivología de la Facultad de Filosofía de la UNC, comenzó a trabajar en la recuperación, conservación y digitalización del diario, que tiene ejemplares desde el año 1916 -previo al diario La Idea-, que constituyen un patrimonio documental extremadamente valioso para la historia cordobesa.

«Nos vamos arreglando y avanzando. Al grupo de trabajo lo conformamos unas quince personas de forma permanente (…) Ya no somos un diario de noticias, sino que intentamos superar esa inmediatez. Notas atemporales, más analíticas, literarias», explica Cristina.


«Uno de nuestros objetivos es que el periódico mantenga esa impronta de periódico artesanal con tipógrafo, aprovechando a Castro que sabe hacerlo, mientras dure su salud y sus ganas de trabajar (…) Está claro que el soporte papel va a dejar de existir, pero pensamos que La Idea debe seguir quedando para la posteridad, como museo. Si hay chicos nuevos que aprenden el oficio, van a poder ser guías de ese museo
y enseñarle a los visitantes cómo se armaba (…) No nos interesa que sea un museo muerto, sino un espacio cultural, donde podamos desarrollar actividades, conferencias, peñas, locreadas. Un lugar de encuentro», señala Cafure.


El diario fue perdiendo frecuencia y ahora sale una vez al mes, acomodándose al ritmo de trabajo de don Castro. De lo que supo ser una sala de imprenta con una decena de tipógrafos, hoy, queda sólo uno, Ubelino, el último linotipista.

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* Por Ezequiel Luque para La tinta / Imágenes: La tinta.

Palabras claves: Cruz del Eje, Diario La Idea, Medios de comunicación

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