Revertir el dolor: un nuevo amanecer para Bolivia

Revertir el dolor: un nuevo amanecer para Bolivia
30 octubre, 2020 por Tercer Mundo

¿Qué significa el triunfo del MAS? ¿Cómo leerlo política y socialmente? Las elecciones se convirtieron en un rechazo claro al racismo, a la quema de la whipala, al abuso policial y a la corrupción.

Por María Galindo para lavaca

Lo que ha sucedido en Bolivia en las últimas elecciones es un mecanismo social por demás interesante que vale la pena y la alegría compartirlo con ustedes, no importa el lugar donde estén.

La lectura triunfalista del Movimiento Al Socialismo (MAS) y de la izquierda internacional de una ratificación de su proyecto es una lectura casi neurótica de autoengaño, tanto como lo es, en sentido inverso, la lectura de los grupos fascistas derrotados que aún insisten en denunciar fraude. Grupos fascistas que han pasado de ser amenazantes a ser ridículos.

Suspiro hondo y aún siento entremedio de las costillas un cuerpo no sólo cansado, sino adolorido: músculo por músculo, cavidad por cavidad, vena por vena, es el cuerpo de la sociedad boliviana.

Frente a la papeleta no fuimos individuo, fuimos multitud¹

Las papeletas electorales se han venido convirtiendo en una especie de set experimental para ratas de laboratorio que somos l@s votantes, donde se calcula nuestro comportamiento en base al miedo, al odio, a la manipulación mediática, en base a las fake news en redes y un largo etcétera que forma parte de un aparato que se mal llama “marketing electoral”.

Al mismo tiempo, las opciones de votación no son lo que anuncian “formas de representación” política de voluntades colectivas, programas o planes de gobierno, sino opciones dentro un tablero cerrado donde tu voto suma o resta, pero no cuenta en sí mismo.

En ese contexto, nada puede fallar: todo voto parece ser un voto contra las luchas. Parece que estuvieras ante un juego de mesa imposible de revertir. En Bolivia, lo hicimos y quiero contarte cómo, porque quiero creer que el mismo método puede funcionar en otras latitudes e, inclusive, en Estados Unidos frente a Donald Trump.

El voto destinado a estar vacío de contenido adquirió un sentido: el sentido de veto colectivo. Por eso es que afirmo que no ha ganado el MAS, aunque circunstancialmente el MAS aparezca como ganador. Su triunfo es un espejismo, porque el contenido no es la adhesión a su proyecto, sino el veto.


Para que me entiendan, traslado este razonamiento a otras latitudes: en Estados Unidos, no se está disputando el triunfo de los demócratas, sino únicamente la derrota de Trump, derrota en la que los demócratas se convierten en un mecanismo circunstancial.


La multitud se reconoció a sí misma como diferente y distinta de la oligarquía; la papeleta nos colocó casi geográficamente entre un nosotr@s complejo frente a un ellos nítidamente establecido como ajeno, como repudiable, como patronal.

El voto dejó de ser voto y se convirtió en pancarta con contenido propio

El voto fue un veto al racismo.

El voto fue un veto a la corrupción.

El voto fue un veto a la quema de la wiphala².

El voto fue un veto a la extorsión y abuso policial.

Votaron l@s muert@s por coronavirus porque en su nombre dijimos “no”.

Votaron l@s asesinad@s por el gobierno de Áñez en Senkata y Sacaba porque en su nombre dijimos “no”.

Votar fue una forma de botar al gobierno del Palacio y mostrar un repudio total y generalizado.

No es que el MAS es el gran proyecto de los pueblos indígena; es el partido que encorsetó la representación política indígena directa y que violó la Constitución Política del Estado plurinacional cientos de veces, pero frente al fascismo en un tablero de laboratorio es la salida que escogemos como paliativo, como algo transitorio, como posibilidad práctica, pero no como sueño, no como adhesión. Eso es bien diferente.

Ustedes dirán que estoy proyectando sobre la masa mis sentimientos personales; a eso respondo que no es así, porque si esta masa gigante de más del 50 por ciento de los votos extendida en todo el país fuese una adhesión al proyecto del partido, Evo Morales y Álvaro García Linera no hubieran tenido que salir huyendo y no hubieran sido derrocados como se aplasta una mosca en la pared, como de hecho sucedió en octubre y noviembre del 2019.

El voto se desplegó también como voto castigo contra todos quienes fueron partícipes de la construcción del gobierno de Áñez, por eso perdieron Mesa, Camacho y Quiroga, y recibieron lo que popularmente en Bolivia se llama paliza. Es más, dos candidaturas tuvieron que bajarse de las elecciones antes de llegar a la mesa de votación, porque la sociedad boliviana ya había dado señales de ese castigo, de ese veto, de ese repudio colectivo y se retiraron por borrar la evidencia y no pasar por la humillación pública.

Inteligencia colectiva

Frente a la papeleta electoral, no fuimos individuos, sino multitud y esa multitud construyó un voto colectivo gigante, una suerte de consenso grande construido gracias a lo que se llama inteligencia colectiva. A las sociedades hiperindustrializadas del norte colonial que tienen eso que se llama inteligencia artificial, les cuento que acá en el sur gozamos de eso que se llama inteligencia colectiva. Esa capacidad de construir un nosotr@s efímero, frágil, instantáneo, pero que, por ejemplo, en el evento electoral, ha tenido la capacidad de emerger. Una inteligencia colectiva capaz de emerger en circunstancias límite. Entender eso es muy importante.

No es que estoy idealizando a la sociedad boliviana: la sufro y vivo cada día. No es que la inteligencia colectiva es algo tangible que opera de forma continua; es más, los seres humanos la hemos perdido, así como venimos perdiendo otras formas de percepción y sensibilidad como son el instinto y la intuición. Pero por mucho que esas otras formas de sensibilidad y comportamiento estén perdidas, reaparecen en momentos concretos, digo que reaparecen en momentos de dolor, en momentos de presión extrema. Las ciudades principales fueron militarizadas una vez más la noche antes de las elecciones y las calles parecían nuevamente escenarios de guerra con tropas en uniforme de guerra desplegadas, especialmente en las zonas periféricas: ese gesto fascista activó la inteligencia colectiva.

Revertir el dolor y convertirlo en otra cosa

Si hay algo que constato cada día es la capacidad de transformar las cosas en su reverso, algo que las mujeres estamos haciendo como acto cotidiano de insubordinación frente al patriarcado, como acto de desobediencia al sometimiento y como acto de respuesta esperanzada e irreverente frente a la negación de nuestra libertad. Esa capacidad de revertir la presión fascista y convertirla en su contrario ha sido, en el escenario de las elecciones bolivianas, un acto colectivo gigante. Calcularon mal la represión y el fascismo, calcularon mal el miedo, calcularon mal porque nos llevaron al extremo un extremo leído socialmente como el fin de algo. Ese lugar donde el oscuro se vuelve claro y donde el dolor se vuelve rebeldía.

Esa capacidad de reversión de los sentidos es lo que ha acontecido en Bolivia frente a las papeletas electorales. Se abre, por eso mismo, un espacio de sueños, un espacio de construcciones y de luchas, porque lo que ha sucedido es una reapropiación de nuestros destinos justo en el momento en el que parecía que nos lo habían arrebatado todo.

El MAS, en ese juego, es solo una circunstancia.


¹Me presto de Toni Negri el fabuloso concepto que trasciende sin duda el análisis de clase en su sentido más ortodoxo.

²Wiphala es la bandera ajedrezada multicolor que se usa en todo el continente como bandera de los pueblos indígenas. Esa bandera fue incorporada en Bolivia a rango de símbolo nacional y se adhirió inclusive al uniforme policial. Durante el derrocamiento de Evo Morales, un policía con pasamontaña la sacó del frontis de la Asamblea Legislativa, la quemó y además la corto de su uniforme, gestos que se quedaron inscritos como actos de odio en el imaginario social.

*Por María Galindo para lavaca / Foto de portada: Natacha Pisarenko – AP

Palabras claves: Bolivia, elecciones, María Galindo

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