Homo Políticus / Homo Economicus
La continuación de la guerra durante la pandemia. ¿Cuáles son los orígenes del discurso anti cuarentena? ¿Qué pasiones los moviliza? ¿Cuánto logró penetrar la lógica del “arte de gobierno” neoliberal en la sociedad? La filosofía moderna nos puede dar herramientas para pensar las discusiones en torno a la cuarentena, el rol del Estado y los imperativos del mercado.
Por José Ignacio Scasserra para Lalengua
¿Cuáles fueron los límites y alcances de la tregua que las fuerzas políticas trazaron inicialmente ante la pandemia? Parecen, en un primer vistazo, haber sido más “límites” que “alcances”. En solamente unos meses, pasamos de tener los quioscos de revistas empapelados con el slogan “al virus le ganamos entre todos”, a ver que los diarios opositores se encuentran militando desvergonzadamente la “anti-cuarentena”, y sus principales referentes políticos convocando a la población a manifestarse, ignorando cualquier medida de cuidado y prevención del virus. Ha regresado la polarización propia de la guerra fría civil a la que nuestra democracia de postdictadura ya está acostumbrada. Nos tomó poco más de tres meses levantar el armisticio: ¿por qué?
No es la intención aquí defender o lesionar los fundamentos de la cuarentena, ni tributar para alguno de los dos lados de la grieta. Tampoco voy a mentir, así se puede tomar todo como de quién viene: esto es un texto que pretende insertarse dentro de los discursos “a la izquierda” de la grieta y a favor de sostener el aislamiento social preventivo y obligatorio, en la medida en que le sea posible a cada unx a partir de la compleja conjugación de salud, economía, ritmo de vida y paz mental. Pero no me interesa salir a militar el aislamiento social y preventivo. Lo que me convoca es poder enmarcar un poco el discurso “anti-cuarentena”, para comprender sus raíces y sus motivos.
En primer lugar, es importante destacar que las manifestaciones contra la cuarentena se multiplicaron especialmente en tres momentos estratégicos: el impuesto a las grandes fortunas, el amague del gobierno nacional a intervenir la empresa Vicentin, y ahora, el pasado 17 y 27 de Agosto, ante la perspectiva de una reforma judicial. Como puede verse, en algún punto las protestas tienen más que ver con las medidas tomadas por el peronismo que exceden la cuarentena, que la cuarentena en sí.
En estas manifestaciones encontramos discursos disímiles e insólitos: afirmaciones como que la cuarentena “nos va a convertir en Venezuela”, o que es usada “para atentar contra la propiedad privada” en una especie de plan conspirativo mundial donde Bill Gates y una vacuna hecha de fetos son piezas clave, marcan la nota de la flora y fauna que se reúne cada tanto entre banderas de argentina y consignas confusas. Ahora bien, entre ellos es posible identificar un reclamo que merece atención: la reivindicación del derecho a comerciar y poder volver a la actividad económica normal. Allí, parte de la población hace oír su reclamo ante el golpe de la pandemia sobre sus bolsillos.
Si se mira un poco más allá del comunismo chino difundido a través del 5g, y acallamos las habladurías del mundo, quizás sea posible encontrar una tensión interesante en ese último punto: la contraposición entre la defensa de la salud del cuerpo, y la defensa de la economía, propia y nacional, que el presidente, Alberto Fernández, en varias oportunidades ha intentado desacreditar, diciendo que no piensa optar por alguna de las dos opciones.
Por mi parte, creo que esa tensión puede enmarcarse en algunos fundamentos de la filosofía moderna, en vistas de explicar un poco los orígenes del discurso contra la cuarentena, como me propongo hacer a continuación.
La modernidad como acuerdo
El mundo tal y como lo conocemos se fundamentó en un mito que todxs conocemos: el cuerpo político, el Estado, es un acuerdo “de hombres libres e iguales”, que han decidido asociarse y pactar para defender algún interés específico común a todos ellos (y digo todOs, con una “O” bien grande, porque bien sabemos que en ese contrato sólo en pocas excepciones entraba cualquier identidad que no fuera masculina. En vistas de señalar esto es que hablaré de “hombres”). Éste es el postulado que aglutina al “liberalismo”: antes de la existencia del cuerpo político, existen individuos que voluntariamente deciden crear el pacto que los asocie. Esto es ampliamente aceptado por la filosofía moderna, por lo que no despertó grandes polémicas en ese momento. Lo que sí ha suscitado discusiones es cuál es ese interés que buscaban defender: ¿se aliaron para defenderse? ¿se aliaron para proteger la propiedad? ¿para trabajar mejor? ¿para generar mayor libertad? En efecto, mientras que los filósofos de la modernidad estaban convencidos de que solo la voluntad del individuo podía sentar las bases del cuerpo político, gastaron ríos de tinta en disputar cuál había sido el interés que podía haber llevado a los hombres, en primer lugar, a realizar semejante pacto, cediendo de esta manera su independencia a un soberano.
De entre todos los autores que podríamos tomar, me gustaría concentrarme en Thomas Hobbes, porque creo que puede echar algo de luz sobre nuestra actualidad. Fíjense: para Hobbes, la pasión política por excelencia es el miedo. Sólo el temor a una muerte puede precipitar a los hombres a ceder su libertad y fuerza individual a un hombre o asamblea de hombres para que éstos oficien de Leviatán, o sea, de soberano único al cual todos deben obediencia. Se imagina así al “hombre” como un homo políticus con la capacidad de agenciarse políticamente con otros “hombres” en vistas de defender sus propios intereses. La alianza que se fundamenta en el pacto se realiza entonces para proteger la propia vida, terminando de esta forma con la guerra de todos contra todos existente antes del pacto social. Si jugamos un poco, creo que podemos decir que no cabe duda de que el señor Hobbes sería un fervoroso defensor de la cuarentena: no solamente porque el fin de la cuarentena es proteger a lxs ciudadanxs de la muerte, respondiendo al “miedo” como pasión política por excelencia, sino también porque la cuarentnea ha sido dictaminada por el Leviatán, y quienes hayan leído una sola página de Hobbes bien saben que, con el Leviatán, no se discute.
Este mito político es un gran verso que, sin embargo, ha sido poderosamente efectivo. Se nos ha educado pensando que, sin estado, estaríamos librados a los peores horrores de una vida anárquica, sin orden, sin ley. De hecho, en esta pedagogía estatal se fundamenta, muchas veces, nuestro rechazo al neoliberalismo: o Estado, o ley de la selva del libre mercado. Por eso, creo que podemos señalar que este mito político ha ido crecientemente perdiendo efectividad en nombre de otras racionalidades de gobierno. El “obedézcame, si no quiere morir” que se encontró en el subtexto de los discursos políticos liberales a lo largo de la modernidad, se ha enfrentado con la racionalidad de gobierno neoliberal que, desde la década del 70, no ha dejado de ganar.
Del liberalismo al neo-liberalismo
¿Definimos neoliberalismo? Por favor, antes de que llegue el tropel de cyber militantes “a la Milei” a decirnos que somos unos ignorantes solamente por utilizar el término. El neoliberalismo es un “arte de gobierno”, una racionalidad específica que ha logrado, con pavorosa efectividad, diseminarse a través de las instituciones, los discursos políticos, y las fibras afectivas que constituyen los sujetos que hemos llegado a ser. Su postulado principal consiste en proponer una nueva pasión política. Así como en Hobbes, en el corazón del socius encontrábamos el miedo a la muerte, en el neoliberalismo encontramos otra cosa: la competencia.
Lo que el neoliberalismo propone es subordinar la política, la cultura, el trabajo, el afecto, y la totalidad de las áreas de la vida, a los valores de la competencia de mercado. Su sujeto es el homo economicus, el empresario-de-sí. Él es su propio capital, su propia inversión, su propio valor.
El homo políticus tradicional que Hobbes imaginó, que pactaba con otros para hacer política y así subsanar el miedo originario a una muerte violenta, ahora es reemplazado por un homo economicus que solamente se mueve en nombre de la competencia. Pero hay algo más: esta extraña criatura no se mueve por el interés individual, como había soñado Adam Smith, sino que lo que lo moviliza es el interés macro-económico. Ferviente religioso del derrame, sabe que su objetivo es competir, competir, y competir, para ver los índices macro-económicos optimizarse para los ojos de algún standard cuyos fundamentos desconoce.
¿Qué tiene que ver todo esto con la guerra fría que estamos viviendo en nuestro país en torno a la cuarentena? Todo. Si el fundamento del socius fuera el “miedo a la muerte”, como quería Hobbes, podemos imaginar ciudadanos que dediquen su energía a buscar modos de subsistencia exponiéndose lo menos posible a un virus que ha generado fosas comunes de cadáveres en otros países, y celebrando la decisión de su Leviatán de imponer una cuarentena que busque reducir lo mayor posible la cantidad de muertes. Ahora bien, después de casi cincuenta años de ciclos neoliberales en la región, que parecen no dejar de triunfar, otra pasión política se ha asentado en nuestros corazones, y la preocupación del ciudadanx medix, más que su propia salud, es la salud de la macroeconomía.
Sólo en corazones, discursos, sentires y cuerpos tamizados por la gubernamentalidad neoliberal es posible concebir que la cuarentena sea injustificada, o que sea una “infectadura” (¿?) que viene a perjudicarnos a todxs por generar recesión económica. Sólo los afectos neoliberales pueden desesperarse por no poder salir a competir en el marco de una pandemia mundial.
Con esto no estoy diciendo que esto no presente en absoluto un problema. En efecto, la preocupación económica es sumamente legítima, especialmente cuando se trata del propio comercio, y del propio bolsillo. Pero alojar las preocupaciones en los índices macroeconómicos, y anteponer el bienestar de éstos a la sanidad de nuestros cuerpos es un juego de manos puramente neoliberal, y es tarea de la filosofía señalar el funcionamiento de tal operación, para preguntarse por cómo ha sido posible, e imaginar allí alternativas posibles a esta dicotomía.
Sólo resta decir que, al señalar el funcionamiento del mecanismo neoliberal que nos ha hecho anteponer la salud macroeconómica a nuestra propia seguridad, no quiero que se imagine un grupo de malvados neoliberales que han planeado todo desde las sombras. Jamás incursiono en teorías conspirativas, y se les tiene que dar el mismo interés que se le da a una vacuna de fetos. Lo que estoy señalando es un modo especial de gobernar, de hacer cultura, que construye un modo impersonal de dominación del cuál todxs participamos, y que hace medio siglo que sólo parece triunfar. De allí que el neoliberalismo se haya hecho carne, y habite en nosotrxs.
Conocer nuestra historia, saber de dónde venimos, y cómo se han generado estos sentimientos tan negativos hacia una política pública, quizás nos permita iluminar un poco los motivos de nuestra derecha local, los cuales lastimosamente no solo viven en las gerencias de los diarios más deleznables, sino también en el corazón de cada unx de nosotrxs.
*Por José Ignacio Scasserra para Lalengua.
**Profesor e investigador en filosofía (CONICET), escritor, miembro de la cátedra abierta Félix Guattari, del colectivo Mariposas Mirabal, y de CEIPH (cooperativa de educadorxs e investigadorxs populares)
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