Casi surreal
Por Irina Morán para La tinta
Fabricio Morás es músico y compositor. Con más de 20 años de trayectoria, su nombre propio le da cuerpo, voz y canciones a su carrera como solista. A su vez, integra los grupos Lxs Nadies –liderado por Nadia Sapag– y La cuota ácida, donde compone, canta y toca la guitarra.
Su obra –como la de casi todxs lxs artistas que no eligen el género del cuarteto en Córdoba– se escucha por circuitos alternativos. Festivales, bares, radios y espacios virtuales sostenidos por quienes disfrutan de acordes y sonidos que poco tienen que ver con lo que se transmite y reproduce en el mercado local. Espacios que se sostienen y nutren en forma casi residual, por cultores de la música que ensanchan los límites de lo que se conoce como folk-rock, rock-fusión o sencillamente rock nacional.
En tiempos de pandemia, donde los escenarios artísticos se han visto reducidos al rectángulo brilloso de las pantallas, las redes y los canales virtuales, Fabricio Morás decidió abrir desde su casa de barrio San Martín Norte, un espacio con frecuencia quincenal a través del sitio Radio Elefante: allí brinda un vivo audio streaming a la gorra. Así, desde esa plataforma, y viernes de por medio, interpreta un repertorio generoso de canciones que recorren su discografía, y algunos otros pocos covers, donde rinde tributo a compositorxs que sin duda hoy son parte de su diapasón musical.
“Es rarísimo”, dice al hablar de esta novedosa experiencia. “Es como no estar en ningún lado, porque no estás en situación de recital. Estoy solo, acá en mi casa, rodeado de mis cosas, donde normalmente no toco pensando en que tengo que tocar bien, o llegar al final del tema. Es un poco gracioso. Porque tampoco estoy tocando para mí solo, como cuando practico algo, y porque sé que hay gente escuchando del otro lado, aunque el feedback sea casi nulo. No escuchás a la gente, no lxs ves, sólo sabés que están ahí. Además, siempre estoy al borde de distraerme porque todo es tan cotidiano que es casi surreal. Y sin embargo, me gusta a pesar de eso. Es una sensación nueva similar a cuando empecé a tocar música y no sabía muy bien qué pasaba. No es parecido del todo, pero me hace pensar en eso”.
En sus redes y medios virtuales, Fabricio utiliza una fotografía de perfil donde se lo ve a los 4 años, sentado en una cama, abrazando una guitarra criolla, con una sonrisa llena de ternura, que se roba sin duda el centro de esa escena. Le propongo entonces que comencemos la entrevista por ahí, donde intuyo que quizás sea el comienzo de todo.
—¿Cómo llega la música a tu vida?
—No recuerdo un momento ni una situación exacta. No tengo recuerdos referentes a nada musical de mi infancia, ni de mi pre-adolescencia. Aunque si había algo fuera de lo común, era que de chico me gustaba leer. Pero de música, nada. No supe que mis padres disfrutaran la música hasta mucho tiempo después. Nadie cantaba, nadie tocaba ningún instrumento.
«Pero si rastreo un poco más, mi amor por la música y sus cosas, llegó entonces hasta la figura de mi tío Tato. Aquí está esta foto de muy chiquito, justo a los 4 años porque es de junio de 1982”, dice mientras observa el dorso de la fotografía impresa, con tonos en sepia, donde se ve la fecha escrita con tinta azul. “Estoy con una guitarra que era, creo, de mi abuelo o de mi tío-abuelo, que estaba en la casa de mi abuela. Ahí también recuerdo haber jugado con un grabador imitando los sonidos de los dibujos animados y grabándolos en casete, como si fuera un radioteatro con mi tío Tato. Hacíamos con la boca los sonidos del Correcaminos como armando una historia, o algo así. Después, cuando viví en el Chaco, hubo un montón de tíos postizos que cantaban en un grupo folclórico. Eso seguro me quedó en algún lado guardado. Y también recuerdo haber escuchado en casete música de María Elena Walsh. Otro de Luis Aguilé. Otro casete, la mitad con temas de Víctor Heredia y la otra mitad con Silvio Rodríguez.
Después, ya vinieron The Beatles, en un vinilo con música de sus películas. Chris Isaak en un casete, «Mundo en forma de corazón», se llama y aún lo tengo; también de Credence. Pero eso fue mucho después”.
Yo escuchaba lo “raro”
—Naciste en el ‘78 –años dictadura y mundial– ¿cuáles fueron entonces lxs cantantes o las bandas que musicalizaron tu adolescencia?
—Creo que fue alrededor de mis 12 o 13 años, que en mi casa compraron un equipo de música con CD. Y ese mismo día compraron un CD, como para poder escuchar algo dentro del equipo. Era nada menos que «Queen gratest hits 2″, y ahí está la gran patada inicial! Nunca había visto instrumentos. Sólo una guitarra criolla. Así que mi encuentro con la música fue, por mucho tiempo, nada más que escuchar música, emocionarme e imaginarme, quizás, como músico. Como un juego.
Como siempre viví en pueblos y no había mucha información, escuchar por ejemplo Pink Floyd era raro. Yo escuchaba lo “raro” que llegaba. Aunque siempre estaba un poco atrasado con lo que iba sucediendo en la música. No me gustó el grunge cuando salió. Escuchaba Queen. El rock nacional también, los clásicos: Charly, Fito un poco a escondidas. Pero casi de contrabando, desde Córdoba, –con mi primo Gustavo, que era mi contacto cordobés-, me llegaba información de que había existido un rock más piola. Entonces me enteré de Vox Dei, del Flaco Spinetta hasta Jade, y más de Charly en sus inicios, con Sui Generis y La máquina de hacer pájaros. También Manal, Crusis, Tanguito, Miguel Abuelo. Y un poco, creo, me bauticé con toda esa música.
—Si bien naciste en Córdoba, ¿Influyó ese tiempo en el Chaco y los años en Santa Fe?
—Bueno, sí nací en Córdoba, pero desde los 4 hasta los 10 viví en el Chaco. Y desde los 10 hasta los 17 estuve en Santa Fe. Años muy formativos los de Santa Fe. Ahí fue que nació mi gusto por la música. En Gobernador Crespo, recuerdo que a los 15 años estudié con la profesora Beba: primero órgano y después piano, porque tenía oído musical. Con ella aprendí a leer partituras y tuve mis primeras nociones de armonía. Y en los veranos de Córdoba, con mi primo Gustavo, tocábamos un poco de guitarra, que después seguí estudiando. Pero ya hace 25 años que vivo acá. Ya soy cordobés de nuevo. En Santa Fe fue ese primer descubrimiento y espacios de formación, pero mi vida musical “para afuera” empezó acá, en Córdoba.
En re menor
—¿En qué momento comenzaste a componer? ¿Te acordás de tu primera canción?
—Hice una canción de regalo de Navidad para mi familia a los 16 años, creo, o 17. Un horror –sentencia lapidario– pero con amor. Recuerdo que empezaba en re menor. Datos que el cerebro guarda –dice mientras sonríe–. Aunque empecé a componer sin saber lo que hacía. Un proceso un poco similar al de ahora, pero sin la experiencia. Cuando vine a Córdoba hice temas dentro de Jeremías: una banda que armamos apenas llegué con Gustavo Barrera, mi primo Claudio Turza y Juan Cruz Reyna. Hay algunas grabaciones en casete de esas cosas. Están bastante bien. Tenían una onda, Vox Dei, Pescado rabioso, un aquelarre con pasajes medio Pink Floyd, pero de bajo presupuesto.
—Tenés una prolífera carrera, entre solista y con otros grupos. ¿Cómo fueron esos inicios integrando Trío Sur Oculto?
—¡Trío sur oculto ya tiene 22 años! Fueron momentos hermosos. Aunque creo que, como a todxs nos pasa, me hubiera gustado haber tenido la perspectiva para disfrutarlos y trabajarlos un poco mejor. Fue una escuela de música y de todo. Unos años de pureza artística y afectiva difícil de comparar con momentos posteriores. Uno va atravesando otras situaciones y se distrae. Pero 22 años después, todavía me dura la alegría de haber estado ahí. Así que fueron como un tatuaje emocional. Un muy buen tatuaje.
—Actualmente tocás y componés como solista, pero también sos parte de los grupos Lxs Nadies y La cuota ácida. Te gustaría caracterizar tus roles y cómo te sentís dentro de esos tres espacios.
—Como solista no tengo rumbo, ni plan ni un instrumento fijo. Pero el costado solista es el más lúdico o experimental. Me permito jugar con sonidos y palabras, con formas musicales un poco más difusas. Digamos que cosas más raras (con excepciones) son las que quedan como parte de algo “solista”. En La cuota ácida toco la guitarra, canto y compongo las canciones. Después se las muestro a lxs chicxs y ahí ya destruímos todxs por igual. Más ellxs que yo, la verdad. Todxs arreglamos, producimos y decidimos lo que va quedando.
En Lxs nadies, las canciones son de Nadia Sapag y entre todxs lxs demás arreglamos. Una dinámica parecida pero las canciones no son mías. Lo raro, desde mi perspectiva, es trabajar con música y letra de alguien más y también el hecho de que toco la batería y canto. Lxs nadies es rejuvenecedor porque me encuentro en la situación de tocar un instrumento nuevo y trabajar con canciones ajenas y mucho más frescas y directas que las mías. Estoy muy contento de tener la posibilidad de hacer esas tres cosas distintas. Explorar mi costado como solista, explorar mis temas con otrxs y explorar temas ajenos con otrxs.
—Tus canciones se mueven por un lugar poco complaciente. Más bien son un reflejo muy íntimo de sensaciones o experiencias personales. ¿Cómo juegan las musas a la hora componer? ¿Experimentás ese proceso en soledad, o no necesariamente?
—En soledad, definitivamente. Porque no sé muy bien cómo salen las canciones. Casi siempre sucede que me siento a tocar. Porque sí o porque siento que algo quiere salir. Y toco generalmente algo que vengo tocando todo el tiempo, pero quizás esta vez resuena “emotivamente”. Aparece distinto y me mueve a lugares diferentes porque se acoplan con alguna emoción, y esa emoción generalmente es parte de la canción, que a veces se traduce en la letra. Después de ese primer impulso que marca el carácter y la primera dirección, sigue lo que yo siento como una tortura: el trabajo de decidir la forma final y acomodar todo lo que haya que acomodar musical y emocionalmente para que la canción diga algo. A veces no puedo, a veces puedo a medias y otras lo logro. También pasa que lo logro pero no lo noto, y otra gente que lo escucha después, lo nota mejor que yo. Siempre existe una cuota de misterio y nunca es igual.
—¿Qué pasa con el rock y todas sus variantes, que cuesta tanto abrirse paso y ocupar un lugar más fértil en Córdoba?
—No lo sé –dice mientras piensa una respuesta–. La verdad no me considero capaz de hacer un análisis muy completo o profundo. Pero después de mucho tiempo de hacer música en Córdoba, puedo tener algunas intuiciones. No hay una industria ni un circuito serio que apueste por esto. No sé por qué. Da la impresión de que hay una idiosincrasia de colonia. Siempre mirando hacia afuera. Así que ese lugar fértil, como la posibilidad de hacer una carrera musical como artista, sigue siendo muy acotada. También es cierto que un “lugar más fértil” o “vivir de la música” como artista es posible quizás, pero no ya pensando sólo en Córdoba sino en todo el país. O aún más, se debe pensar en términos mundiales. Lo que hace todo un poco más inmenso y complejo. Supongo que es necesario un trabajo bien dirigido, por gente que sepa. Circuitos donde la música circule y tengan alguna relación sólida con todo el desarrollo cultural.
* * *
Los vientos fríos de agosto en Córdoba permiten apenas una visión difusa de esta ciudad sin mar. El virus aún sigue propagándose de cuerpo en cuerpo y la intimidad de cada hogar funciona hasta el momento como el mejor de los refugios. Son meses pálidos de cuarentena y la música resulta entonces una buena aliada para drenar ausencias y nostalgias. Allí, desde el techo de su casa, en los bordes del barrio San Martín Norte, Fabricio Morás toma su guitarra acústica y canta «Sos transparente para mí», un tema inédito donde desnuda parte de su fragilidad y logra conmover, en este tiempo extraño.
Gente queriendo salir
Desde el año 2016, Fabricio Morás participa como docente de los cursos y talleres “Cultura en las cárceles”, un programa destinado a las personas que cumplen sus condenas en los establecimientos penitenciarios de Córdoba, respaldado por Ministerio de Justicia y DD.HH. y la Universidad Nacional de Villa María. “Desde hace cuatro años imparto un taller de música, donde enseño a tocar la guitarra, a internos e internas del Establecimiento Penitenciario de Bower”, comenta.
“Al comienzo, sentía un poco de miedo porque no tenía idea de cómo sería la experiencia de enseñar en las cárceles. Era un mundo completamente ajeno a mi realidad” confiesa al recordar algunos de los sentimientos que experimentó en los momentos de elaborar y presentar el programa. “Pero también el hecho de no conocer, te da la ventaja de que llegás al lugar con una carga menor de prejuicios”, agrega. “Así conocí a guardias, a internos e internas que son personas que de otra manera quizás nunca las hubiese conocido. Tampoco soy una persona que salga mucho –añade–, pero siento que lo más importante no es necesariamente enseñar a tocar la guitarra, sino la posibilidad de acercarles a las personas que están privadas de su libertad un mundo que no pudieron conocer. El mundo del arte, donde ellxs fueron relegadxs y pensaron que no les correspondía.
Aprender a tocar un instrumento, incorporar la sensibilidad con la música, te abre más ventanas. Justo en un lugar como la cárcel, donde lo que prima es ese sentimiento de estar con gente queriendo salir. Entonces, ser parte de ese proceso es lo más enriquecedor de esta experiencia. Una interna me comentaba que, después de asistir al taller, tenía otros temas de conversación con su hijo. Más allá del hecho de estar en la cárcel y por fuera de toda acusación”.
Actualmente el programa sigue vigente con los distintos cursos y talleres que se imparten de manera remota y en forma virtual.
Fabricio Morás | Desde 1997 participa de distintos proyectos artísticos y musicales. “Fabricio Morás” es su espacio como solista y actualmente es parte de “La cuota ácida», «Lxs nadies». Formó parte de los grupos: «Sur oculto», «Barro», «Hijo de la tormenta», «Uma», «Los Fáciles» y «Monsutaa!». Su obra se puede escuchar en Bandcamp, Spotify y Radio Elefante –audio streaming a la gorra–.
*Texto y fotos: Irina Morán para La tinta.