La necesidad de un salario universal

La necesidad de un salario universal
24 julio, 2020 por Verónica Cabido

Por Verónica Cabido y Gonzalo Fiore Viani para La tinta

El sistema actual parece no admitir grietas por donde se filtren nuevas alternativas. No se sabe muy bien si fue Fredric Jameson o Slavoj Zizek quien escribió que «es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». Probablemente, sea necesario un escenario que, mediante las pantallas, se parece bastante al fin del mundo para imaginarse, de una vez, el fin del capitalismo existente.

El revoque que cubre las grietas del sistema comenzaron a caer junto con el «maquillaje de los estereotipos con que nos disfrazamos», en palabras del Papa Francisco. Otros autores muy leídos en estos tiempos como el israelí Noah Harari, quien es constantemente citado por políticos de distintos signos y académicos varios, así como también empresarios jóvenes de la tecnología como Ellon Musk de Tesla y Mark Zuckerberg de Facebook vienen discutiendo en los últimos años respecto de qué hacer con toda la masa de gente que se va a quedar afuera del mercado laboral por ser “improductiva”.

El economista británico John Maynard Keynes ya había hablado acerca de avanzar en la posibilidad de lograr una jornada laboral de tan solo 15 horas semanales; durante décadas, muchos otros sociólogos, filósofos o economistas pensaron que estábamos encaminados indefectiblemente hacía jornadas más cortas. Pero, a partir de las drásticas reformas que empezaron a implementarse sobre los Estados de Bienestar en los años ochenta, especialmente con las reaganomics en los Estados Unidos de Ronald Reagan o con las políticas aplicadas por Margaret Thatcher en Gran Bretaña durante esos años, la situación cambió y se empezó a trabajar mucho más, abogando por una jornada laboral extendida.


En la Argentina, los subsidios y planes de asistencia social suelen ser fuertemente criticados por la derecha, los economistas liberales y gran parte de la clase media. Se sostiene que así se reproduce la pobreza, porque se genera mayor “vagancia”. Que al país se lo saca adelante trabajando es una idea por demás de remanida, sin embargo, numerosos autores nos proponen no sólo un ingreso universal sin contraprestación de trabajo, sino, además, la reducción de la jornada a 15 horas semanales.


Por parte de los sectores feministas, también se pone énfasis en la importancia de la reducción de la jornada. Es una reivindicación urgente y de importancia crucial para posibilitar una redistribución igualitaria, tanto de los trabajos remunerados como de los no remunerados. La reducción de la jornada laboral, tanto diaria como total, se lograría no solo implementando una jornada de 15 horas semanales, sino también adelantando la edad jubilatoria, sin reducción salarial.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

En los últimos años, teóricos contemporáneos como Rutger Bregman, vienen sosteniendo que, por primera vez en la historia, el sistema capitalista ha producido riquezas suficientes como para paliar la pobreza que dentro de él mismo se generó y defienden la necesidad de una renta universal sin prestación de trabajo. El esquema que proponen autores como Bregman se asientan sobre el concepto de la redistribución. Redistribución de la renta, de la carga impositiva y del tiempo de trabajo. La solución que propone es de tipo win-win, en la que todos se verían beneficiados.

Contrariamente a lo que suele pensarse, este tipo de políticas son especialmente viables en países periféricos o en vías de desarrollo, donde los costos que representa la pobreza para la economía de un país deja de manifiesto que es precisamente en ellos en donde se vuelve necesario implementar un ingreso universal. Implementar un ingreso universal es la forma más eficiente y directa de combatir la pobreza. Bregman pone el énfasis en la idea de que el ingreso universal en estos países es una inversión que se paga sola, en tanto que los costos económicos y sociales que representa la pobreza en términos de salud pública, inseguridad y educación son demasiado altos.

Propugna la idea de la reducción de la jornada retomando a los economistas clásicos, como John Keynes y John Mill, quienes, en el siglo 20, vaticinaban que, en el siglo 21, la riqueza que se generaría, de la mano de los avances tecnológicos, nos permitirían disfrutar de más tiempo de ocio. Sin embargo, ese futuro no llegó. El disfrute del tiempo de ocio solo existe en los propietarios del capital, mientras que a la inmensa mayoría que solo dispone de su fuerza de trabajo se le impuso la idea de que el tiempo es dinero y que sacar adelante la economía de un país exige de extensas jornadas de trabajo, prolongadas paralelamente a la ampliación de la esperanza de vida.

En el sentido opuesto, Rutger Bregman rescata a Henry Ford y a empresarios del siglo 20 que demostraron que la mayor productividad no se logra ampliando las jornadas de trabajo y la edad jubilatoria. Por lo tanto, también es necesario separar las nociones de trabajo y productividad, para poder reconocer que no siempre a mayores jornadas de trabajo serán mayores los índices de productividad y que, por el contrario, los países con las semanas laborales más cortas suelen ser más productivos.

Representarnos un ingreso universal que no exija necesaria contraprestación de trabajo puede resultar incómodo en una cultura de la reivindicación a la cultura de trabajo, pero es necesario incorporarlo desde una perspectiva de derechos, que nos permita reconocer la prevalencia del derecho a una vida digna en primer lugar, para instalar la idea de una renta básica no como limosna, sino como derecho. No como una medida provisoria y extraordinaria justificada en la excepcionalidad de las circunstancias actuales, sino como una medida cuya necesidad se extiende a mucho antes de la pandemia y reconoce sus bases en el derecho a gozar de una vida digna. Visto de otro modo, puede permitirnos ampliar la mirada respecto de la contribución de forma tal que se incluyan y reconozcan los aportes a la economía en forma de tareas de cuidado no remuneradas o tareas reproductivas, esto nos permitiría ver cuántas tareas cotidianas no remuneradas son realizadas día a día y contribuyen a la economía.

En este punto, la perspectiva de género procura el descubrimiento de lo invisibilizado. En la economía, rescatan del ocultamiento dimensiones del sistema productivo que reciben distintos nombres, como tareas reproductivas, tareas del hogar, trabajo doméstico, cuidados, etc. Estos trabajos no remunerados juegan un triple rol en la economía, en tanto permiten la ampliación del bienestar, la expansión del bienestar alcanzando a otros y sosteniendo sus vidas, y opera en la selección del sector de la población que se integra al mercado como fuerza laboral.

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(Imagen: Diario El Litorial)

La relevancia del trabajo no remunerado en la economía puede pensarse en función de cuánto tiempo se dedica a trabajar gratis o bien en términos de dinero. Centrándose en el factor tiempo, los estudios que se han realizado señalan que las mujeres dedican más tiempo al trabajo no remunerado que al trabajo remunerado; que la carga total de trabajo, es decir, la suma del trabajo remunerado y el no remunerado es mayor para las mujeres; y que la mayor parte del tiempo de trabajo de las mujeres se dedica a tareas no remuneradas, mientras que la mayor parte del tiempo de trabajo de los hombres se dedica al trabajo remunerado.

Por lo tanto, las mujeres no empleadas en el mercado laboral formal o informal, lejos de estar inactivas, están muy presentes en la economía. La falta de reconocimiento de las tareas que realizan como trabajo y la ausencia de contraprestación dineraria con la justificación de que se hacen por amor nos impiden fuertemente reconocer en el trabajo reproductivo un auténtico trabajo no remunerado. La disminución de la jornada laboral a 15 horas semanales podría permitir que sea mayor el tiempo libre y, de la mano con políticas que alienten el reparto igualitario de tareas, posibilitar una distribución justa de las tareas de cuidado.

Durante el transcurso de la pandemia del coronavirus, inclusive el Papa Francisco pidió pensar en «un salario universal» para aquellos trabajadores de la economía popular a quienes la «cuarentena se les hace insoportables». Bergoglio siempre estuvo preocupado por la situación de las periferias y vuelve a ponerla en la centralidad, recordando que allí nunca llegan las supuestas bondades del mercado, pero tampoco siempre alcanza la presencia protectora del Estado.

El regreso a un Estado de Bienestar que comprenda las particularidades del nuevo mundo del trabajo en el Siglo XXI; la instauración de una renta básica universal para el sector que quedará afuera del mundo laboral debido a la automatización; la necesidad de tener sistemas de salud públicos, gratuitos y con financiamiento es una necesidad fundamental para el futuro de nuestras sociedades. Sólo con transformaciones radicales se puede torcer el rumbo que parece avanzar implacable contra quienes quedan afuera. Volviendo a parafrasear a Francisco, si se hace más de lo mismo, terminará en tragedia.

*Por Verónica Cabido y Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Imagen de portada: A/D.

Palabras claves: renta básica, salario, trabajo no remunerado

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