Un misil en su placard

Un misil en su placard
31 julio, 2020 por Tercer Mundo

La crisis en Estados Unidos se recrudece por la pandemia de coronavirus. Pero el poder militar, con la complacencia de Donald Trump, sigue defendiendo el gasto millonario en armamento.

Por Carlos Mariano Poó para La tinta

En los últimos días, manos habilidosas hicieron sonar con fuerza tambores de guerra. Y es que el gobierno de Donald Trump bate el parche cada vez que tiene oportunidad. Parece que viene alto candombe. Será por la potencia arrolladora de la gigantesca crisis política, económica, social y cultural que golpea con fuerza a Estados Unidos. Probablemente, porque no sería la primera vez que el imperialismo norteamericano se pinta la cara, elige un enemigo y dirige sus cañones contra él.

Esa profunda crisis, junto al terrible impacto de la pandemia del coronavirus, están dejando al desnudo debilidades propias de un imperio decadente, que no está dispuesto -aún en circunstancias tan dramáticas como las que está viviendo el pueblo norteamericano- a ceder ni un solo tranco en la fenomenal puja inter-imperialista que mantiene, frontal y principalmente, con China y Rusia.

La crisis política abierta por el mal manejo en la administración de políticas sanitarias adecuadas para enfrentar la pandemia del coronavirus queda reflejada en los hechos: uno de cada cuatro infectados y fallecidos en el mundo son ciudadanos norteamericanos. Las notorias divergencias de gestión ante la pandemia, que el gobierno de Trump ha tenido con distintos gobernadores y alcaldes, dejan en claro que no hay una política centralizada y enfocada en proteger la vida por parte del gobierno federal estadounidense.

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A eso, se suma la enorme magnitud de la crisis económica que provocó masivas oleadas de despidos, agregando un ingrediente más a la aguda polarización política que se vive en el país del norte: “Mientras legisladores y líderes políticos se cruzan acusaciones, los indicadores continúan dibujando una tragedia económica sin precedentes en la historia reciente de Estados Unidos”, señaló la agencia EFE a mediados de mayo. Tragedia que muestra su fiero rostro con más de 42 millones de personas solicitando el subsidio de desempleo en los últimos meses y el Producto Interior Bruto (PIB) apuntando una caída del 4,8 por ciento en el primer trimestre de este año.

En este marco, el violento asesinato de George Floyd, perpetrado por oficiales de la policía de Minneapolis, conmocionó a los Estados Unidos. Su grito desesperado “I can’t  breathe” tradujo y tocó la fibra más íntima de un pueblo sensibilizado que, harto, se lanzó a las calles a protestar contra la brutalidad policial. Y en muchos casos, lo hizo enfrentando esa brutalidad que culminó cobrándose más víctimas. También reflejó una fuerte corriente solidaria de distintos pueblos del mundo, que abrazaron el reclamo de justicia por George Floyd como si fuera propio. La crisis social, ocasionada por las llamas que consumen la economía estadounidense, de golpe, se vio avivada por este crimen racista, que lleva la marca visible del odio. Y Estados Unidos arde ante tamaño reclamo de justicia.

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Desde la llegada de Trump al gobierno de Estados Unidos, el mundo vive cotidianamente a punto de zozobrar por una tempestuosa política exterior norteamericana que no escatima pasar de la brutalidad verbal a los hechos sin medir demasiado las consecuencias de sus actos. Podemos citar, como ejemplos, las reiteradas agresiones contra el legítimo gobierno de la República Bolivariana de Venezuela; la escalada en la denominada “guerra comercial” que mantiene con la República Popular China, que va derivando en una nueva “Guerra Fría”; el incremento de su presencia en campos de petróleo y gas al norte de Siria; o el criminal ataque perpetrado contra el general iraní, Qasem Soleimani, en territorio de Irak en enero de 2020.


Estos hechos intentan ofrecer al mundo un mensaje: para el gobierno de Trump, no hay mejor defensa que un buen ataque, pretendiendo dar muestras de una solidez que, en muchos casos, está siendo puesta a prueba, tanto externa como internamente. Porque el imperialismo norteamericano está demostrando, una vez más, ser un tigre de papel en más de un aspecto.


A principios de marzo, la administración Trump hizo efectiva la salida de 4.400 efectivos de las fuerzas estadounidenses estacionadas en Afganistán, procediendo al cierre de cinco de las 20 bases militares que tienen allí, reduciendo los efectivos de 13.000 a 8.600 tropas.

Hace ya más de un mes que Trump confirmó el retiro de tropas norteamericanas de Alemania, país al que calificó de “delincuente” por no cumplir sus compromisos financieros con la OTAN. El plan consiste en retirar, para septiembre, 9.500 efectivos de territorio alemán, reduciendo así el número de tropas estadounidenses estacionadas de 34.500 a 25.000.

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Mantener la supremacía mundial cuesta caro, muy caro. Es un lujo que solo puede sostenerse expoliando países y subyugando pueblos -incluso el propio-, tal como está acostumbrado a hacer el imperialismo estadounidense. Por eso, el Pentágono se encuentra preocupado por los déficits presupuestarios, ya que pueden llegar a impedir el financiamiento adecuado del arsenal nuclear estadounidense.

Es que el déficit del presupuesto federal excedió los 738.000 millones de dólares en abril, “comparado con los 160.000 millones del mismo mes del año pasado, lo que supone un récord mensual, como consecuencia del alza masiva en el gasto y los menores ingresos por la pandemia del coronavirus”, indicó la agencia EFE en mayo de este año. Y se espera que alcance los 3,7 billones de dólares para el mes de septiembre. Si esto sucede, el Departamento de Defensa gringo podría verse obligado a reducir sus tan cacareados planes de modernización y mejoras en el sector nuclear, incluido el programa de armas.

Altos funcionarios del Departamento de Defensa declararon, en febrero, que el Pentágono solicitaría 28.900 millones de dólares para mejorar el arsenal nuclear, como parte del presupuesto para el año que viene.

Mejorar completamente el arsenal nuclear costaría al pueblo norteamericano cerca de 500.000 millones de dólares en los próximos 10 años y 1,2 billones de dólares en los próximos 30 años, según estimaciones de la Oficina de Presupuesto del Congreso, lo que aumentaría el enorme déficit presupuestario estadounidense y la deuda total del país.

A principios de mayo, Mark Esper, actual Secretario de Defensa de los Estados Unidos, argumentó que mejorar el arsenal nuclear es demasiado importante como para ignorarlo, incluso durante una fuerte crisis económica que se ve severamente agravada por la pandemia del coronavirus. “No vamos a arriesgar la disuasión estratégica”, declaró Esper en una conferencia de prensa realizada en el Pentágono. Como dice la canción: un modelo para armar, pero nunca para desarmar.

Fiel a su estilo, Trump no escatimó en agrandar el déficit a costa de futuras penurias que sufrirán y deberán afrontar los y las estadounidenses en medio de semejante crisis para dejar contentos a los militares. Para eso, propuso destinar 46.000 millones de dólares a dicho programa durante el 2021. Los muchachos y las muchachas del Pentágono celebran las ocurrencias de su presidente. Todo sea bienvenido, con tal de mantener la supremacía, el (des)orden global y el programa de armas nucleares estadounidense que lo sustenta.

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*Por Carlos Mariano Poó para La tinta / Foto de portada: Brendan Smialowski – Getty Images

Palabras claves: coronavirus, Donald Trump, Estados Unidos

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